En el corazón de Quincas Borba, Rubião tenía un rival: un perro, un hermoso perro ni grande ni pequeño, con pelo plomizo manchado de negro. Quincas Borba lo llevaba a todas partes, dormían en el mismo cuarto. Por la mañana era el perro el que despertaba al señor subiendo a la cama, donde cambiaban los primeros saludos. Una de las extravagancia del amo había sido darle su propio nombre; cosa que explicaba por dos motivos, uno doctrinario, otro particular.
—Puesto que la Humanitas, según mi doctrina, es el principio de la vida y reside en todo, también existe en el perro, de modo que éste puede recibir nombre de persona, sea cristiano o musulmán.
—Bien, ¿pero por qué no le pusiste más bien Bernardo? —dijo Rubião pensando en un rival político local.
—Eso es parte del motivo particular. Si yo muriese antes, como presumo, sobreviviré en el nombre de mi buen cachorro. Te ríes, ¿no?
Rubião hizo un gesto negativo.
—Pues deberías reírte, mi estimado. Porque la inmortalidad es mi lote y mi dote, o como quieras llamarlo. Yo viviré eternamente en mi gran libro. Pero aquellos que no sepan leer, llamarán Quincas Borba al cachorro y…
Al oír su nombre el perro saltó a la cama. Conmovido, Quincas Borba miró a Quincas Borba.
—¡Mi pobre amigo! ¡Mi buen amigo! ¡Mi único amigo!
—¡Único!
—Discúlpame, tú también lo eres y te lo agradezco mucho. Pero a un enfermo se le ha de perdonar todo. Quizás esté empezando a delirar. Pásame el espejo.
Rubião se lo dio. El enfermo se contempló unos segundos la cara enjuta, la mirada febril, como divisando los suburbios de la muerte, adonde se encaminaba a paso lento pero seguro. Luego, con una sonrisa pálida e irónica:
—Todo lo que se ve aquí fuera corresponde a lo que siento dentro. Me voy a morir, mi querido Rubião… No hagas gestos, me voy a morir. ¿Y qué hay de malo en la muerte, para que te espantes así?
—Ya sé, ya sé que tienes unas filosofías… Pero hablemos de la comida. ¿Qué preparamos hoy?
Quincas Borba se sentó en la cama dejando colgar las piernas, cuya delgadez extraordinaria se adivinaba debajo del camisón.
—¿Qué pasa? ¿Qué quieres? —se afanó Rubião.
—Nada —respondió el enfermo sonriendo—. ¡Unas filosofías! ¡Con qué desprecio lo dices! Repítelo, anda, quiero oírlo otra vez. ¡Unas filosofías!
—Pero si no es por desprecio. ¿Acaso tengo yo capacidad como para despreciar filosofías? Digo únicamente que si no temes morir es porque tendrás razones, principios…
Quincas Borba movió los pies buscando las chinelas; Rubião se las acercó; él se las calzó y se puso a caminar para estirar las piernas. Acarició al perro y encendió un cigarro. Rubião quiso que se arreglase y le dio a elegir entre un frac, un chaleco, una bata, un capote. Quincas Borba rechazó las prendas con un gesto. Ahora tenía otro aire: vueltos hacia dentro, los ojos veían pensar al cerebro. Después de pasearse un buen rato se detuvo unos segundos frente a Rubião.