I

Rubião contemplaba la ensenada —eran las ocho de la mañana. Si alguien lo hubiese visto, con los pulgares enganchados en la solapa de la bata, junto a la ventana de una gran casa de Botafogo, habría supuesto que estaba admirando esa porción de agua tranquila; pero, en verdad, os digo que pensaba en otra cosa. Comparaba el pasado con el presente. ¿Qué era un año atrás? Maestro. ¡Y ahora! Ahora es capitalista. Se mira el cuerpo, las chinelas (unas chinelas de Túnez que le dio un amigo reciente, Cristiano Palha), mira la casa, el jardín, la ensenada, los morros y el cielo; y todo, desde las chinelas hasta el cielo, todo cabe en la misma sensación de propiedad.

Gracias al ramo que la intención de Dios era clara, piensa Rubião. Si mi hermana Piedade se hubiera casado con Quincas Borba, a mí sólo me habría quedado una esperanza secundaria. No se casó; murieron ambos y aquí está todo conmigo; de modo que lo que parecía una desgracia…