La señora Maigret apareció en el marco de la puerta, hizo una señal que él no comprendió, tan lejos se encontraba de aquel ambiente. Ella murmuró:
—¿Puedes venir unos instantes?
En la cocina, cuchicheó:
—La cena está a punto… Son más de las ocho… ¿Qué hacemos?…
—¿Qué quieres decir?
—Pues habrá que cenar…
—No he terminado todavía…
—Invítale a cenar con nosotros.
Él la miró con estupor. Por espacio de unos instantes, aquella proposición le había parecido muy natural.
—No… No quiero una mesa puesta, para una cena en familia… Eso le haría sentirse fuera de lugar… ¿Tienes carne fría, queso?…
—Sí…
—En tal caso, prepara algunos bocadillos, que nos servirás con una botella de vino blanco.
—¿Cómo se siente?
—Más tranquilo y más lúcido de lo que creí… Comienzo a comprender por qué no había dado señal de vida durante todo el día… Necesitaba consultar…
—¿Con quién?
—Consigo mismo… ¿Has comprendido?…
—No…
—Cuando tenía catorce años, mató a un niño…
Cuando Maigret volvió al saloncito, Robert Bureau con algún malestar murmuró:
—Estoy impidiendo que cenen, ¿verdad?
—Si hubiésemos estado en el Quai des Orfèvres, me bastarían unos bocadillos y cerveza… No encuentro razón alguna para no hacer lo mismo aquí… Mi mujer nos está preparando los bocadillos y va a servírnoslos con una botella de vino blanco…
—Si hubiese sabido…
—¿Si hubiese usted sabido qué?
—Que alguien podría comprenderme… Es usted seguramente una excepción… El juez de instrucción no adoptará la misma actitud, los jurados tampoco… He pasado mi vida con miedo, miedo de matar de nuevo, sin desearlo…
»Me analizaba, por así decir, en todo instante preguntándome si no era el comienzo de alguna crisis… Al más pequeño dolor de cabeza, por ejemplo…
»Fui a visitar a no sé cuántos médicos… No les decía la verdad, como es natural, pero sí me quejaba de violentos dolores de cabeza seguidos de sudores fríos… La mayoría de ellos no tomaba la cosa en serio y me aconsejaban tomase aspirinas…
»Un neurólogo del bulevar Saint-Germain me hizo un electroencefalograma… Según él, no tenía nada en el cerebro…
—¿Recientemente?
—Hace unos dos años… Sentí deseos de decirle que no era normal, que era un enfermo… puesto que no lo descubría por sí mismo…
»Llegué a experimentar el impulso, cuando pasaba ante un puesto de policía, de entrar y decir:
»—Maté a un niño cuando tenía catorce años… Y siento que voy a matar de nuevo… Esto debe de tener cura… Quiero que me curen.
—¿Por qué no lo hizo?
—Porque leo los sucesos… Y en casi todos los procesos, los psiquiatras, cuando acuden a declarar, casi siempre se burlan de ellos… Cuando hablan de responsabilidad atenuada o de debilidad mental; el jurado no hace caso. Todo lo más, disminuye la pena de quince o veinte años…
»Me esforcé por reaccionar al sentir que iban a producirse aquellas crisis. Corría a encerrarme en mi casa… Eso sirvió durante algún tiempo…
La señora Maigret les llevó una bandeja con bocadillos, una botella de Pouilly-Fuissé y dos vasos.
—Que aproveche…
Se retiró discretamente para ir a cenar a solas en la cocina.
—Sírvase usted…
El vino era seco y estaba frío.
—No sé si tengo apetito… Algunos días no llego a tomar alimento alguno; otros, por el contrario, experimento un hambre terrible… Esto puede ser también una señal… Busco señales por todas partes… Analizo todos mis reflejos… Atribuyo la máxima importancia a mis menores pensamientos…
»Intente usted ponerse en mi lugar… En cualquier momento, puedo…
Dio un bocado a su bocadillo y fue el primero en extrañarse al verse comer con tanta naturalidad.
—Tenía miedo de equivocarme con usted… Había leído en los periódicos que era muy humano y que eso le planteaba algunas veces conflicto con los jueces… Por otra parte, se hablaba de sus interrogatorios repetidos… Trata primeramente al detenido con dulzura y bondad para que se sienta a sus anchas y éste no se da cuenta que va confesando poco a poco…
Maigret no pudo impedir una sonrisa.
—Todos los casos no son los mismos…
—Cuando telefoneaba, pesaba cada una de sus palabras, cada uno de sus silencios…
—Ha acabado usted por venir…
—No podía ya escoger… Sentía que todo iba derrumbándose… ¡Mire! Voy a hacerle una confesión… Ayer, en un momento dado, en los grandes bulevares tuve la idea de atacar a cualquier persona, en medio de la masa, de asestar golpes a mi alrededor; salvajemente, con la esperanza de ser aniquilado… ¿Puedo servirme de beber? —preguntó.
Y añadió, con una resignación algo triste:
—No volveré a beber un vino como éste el resto de mis días…
Durante un instante, Maigret intentó imaginar la cara del juez Poiret si hubiese asistido a ese coloquio.
Bureau prosiguió:
—Hace unos tres días hubo una lluvia torrencial… Se ha hablado con frecuencia de la luna y su influencia sobre las personas como yo… Me he observado… Me he fijado en que los impulsos no son más frecuentes o fuertes en el momento de luna llena…
»Más bien cuenta una cierta intensidad. Durante el mes de julio, cuando hace calor, por ejemplo… En invierno, cuando nieva intensamente…
»Parece como si la naturaleza pasara por una crisis y…
»¿Me comprende usted?
»Aquella lluvia que no paraba de caer, los truenos y el ruido del viento que sacudía las persianas de mi dormitorio, todo acabó por ponerme los nervios de punta…
»Por la noche, salí de mi casa y eché a andar bajo la tormenta… Algunos minutos después estaba completamente empapado y levantaba adrede el rostro para recibir los chorros de agua.
»No oí la señal. Si la oí, no la obedecí… Debía de haber regresado a mi casa en lugar de obstinarme… No miraba por dónde andaba… Andaba, andaba… En un momento dado, mi mano apretó la navaja en el interior de mi bolsillo…
»Vi unas luces de un pequeño bar, situado en una calle bastante oscura… Oí pasos, a lo lejos, pero aquello no me inquietó…
»Un joven con cazadora de color claro salió del bar, con sus largos cabellos pegados en la nuca, y entonces la reacción se produjo…
»No le conocía… No le había visto jamás… No había ni tan siquiera visto su cara… Asesté varios golpes… Entonces, me alejé. Me di cuenta que no me tranquilizaba y volví sobre mis pasos para asestar nuevos golpes y para levantarle la cabeza…
»Por ello se habló de un maníaco… Se ha hablado también de un loco…
Quedó callado, mirando a su alrededor como sorprendido del lugar donde se encontraba.
—Estoy loco sin duda, ¿verdad?… No es posible que yo esté enfermo… Y si me cuidasen… Pero verá usted cómo se contentarán con enviarme a la cárcel para el resto de mis días…
Maigret no se atrevía a contestar.
—¿No dice usted nada?
—Deseo que le atiendan a usted…
—No tiene usted mucha esperanza en ello, ¿verdad?
Maigret vació su vaso.
—Beba… Dentro de unos instantes nos dirigiremos al Quai des Orfèvres…
—Gracias por haberme escuchado…
Vació de una sola vez su vaso y Maigret le sirvió otro.
Bureau no se había equivocado mucho. Durante el proceso, dos psiquiatras declararon que el acusado no estaba loco en el sentido exacto de la palabra, pero que su responsabilidad estaba ampliamente atenuada, ya que resistía difícilmente a sus impulsos.
El abogado suplicó a los jurados para que enviasen a su cliente a un hospital psiquiátrico, donde podría quedar sometido a vigilancia.
El jurado aceptó las circunstancias atenuantes, pero no por ello dejó de condenar a Robert Bureau a quince años de reclusión.
Al final el presidente dijo, después de toser:
—Nos damos cuenta que este veredicto no corresponde del todo a la realidad. Actualmente, por desgracia, no disponemos de establecimientos donde un hombre como Bureau pudiera ser atendido y cuidado eficazmente, sin dejar de estar sometido a una estrecha vigilancia…
Desde su banquillo, Bureau buscó a Maigret con la mirada y le dirigió una sonrisa resignada. Parecía querer decirle:
—Se lo había dicho, ¿verdad?
Cuando Maigret salió, tenía los hombros un poco más encorvados que de costumbre.
Epalinges, 21 de abril de 1969