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John Macbeth. Copenhague

—¿Quién mató a mi hermano? —Macbeth subió la voz y, al ver que atraía la atención de la pareja de la mesa de al lado, volvió a bajarla—: Si sabes quién mató a mi hermano ya me lo puedes estar diciendo. Y después nos vamos directos a la policía.

—La policía ya lo sabe —Mora no subió el tono, lo moderó—, al menos la de Inglaterra. Todavía no han hecho ninguna declaración porque necesitan pruebas.

—Y si saben quién lo hizo, ¿por qué no lo arrestan?

—La persona que detonó la bomba que mató a tu hermano estaba en el auditorio. Murió con los demás.

Macbeth se recostó en la silla.

—¿Quién? ¿Quién lo mató?

—El profesor Blackwell.

—Ya veo que no eres más que otra lunática conspiracionista. —Macbeth hizo un nuevo ademán de levantarse—. Y bastante penosa. Ya he oído suficiente.

—No soy ninguna lunática. Blackwell reunió adrede a las mejores mentes de la física cuántica, incluido él mismo, en un mismo sitio, para exterminarlas. Pretendía retrasar la física práctica y teórica al menos una generación. Si no me crees, pregúntale a la policía inglesa. —Mora Ackerman miró por las mesas y se levantó—. ¿Por qué no andamos un rato?

—No hay ninguna razón lógica para que Blackwell se suicidara y matara públicamente a sus mejores amigos, a sus colegas y todo su grupo de camaradas —dijo Macbeth mientras caminaban—. A no ser que estuviera seriamente perturbado. De todas formas es todo mentira, mentira pura y dura.

Habían llegado a la mitad del camino que rodeaba el lago. Ackerman se detuvo y lo encaró:

—No lo es. Henry Blackwell hizo lo que hizo porque creía que era la única forma de salvarnos, o al menos de postergar nuestro fin. No deliraba ni estaba perturbado, salvo por lo que había averiguado. Solo intentaba conseguirnos más tiempo.

—No estás logrando…

—Blackwell encontró la Repuesta Prometeo. Creó una simulación perfecta de nuestro universo y a través de ella vio cómo estaba creado y cómo (y por qué) llegaría a su fin. Saber eso fue lo que lo impulsó a hacer lo que hizo. Igual que hizo que algunas de las mentes más brillantes del mundo se suicidaran. Y todo lo que pasó el año pasado, todas las visiones, fueron consecuencia directa de la utilización del programa Prometeo de Blackwell. Y se pararon cuando se paró este. Cuando Blackwell y los demás murieron.

—Pero ¿qué es lo que averiguó? ¿Y cómo es posible que un programa informático provoque delirios?

—Yo no soy la más indicada para contártelo. Mi amigo es… ¿quedarás con él?

—¿Con quién?

—Todavía no puedo decírtelo. Él te lo explicará todo.

Macbeth se quedó mirando a la hermosa joven danesa. Bien podía ser miembro de Fe Ciega. Ella y su amigo, fuera quien fuese, podían ser los auténticos asesinos de Casey.

—Tengo que pensarlo —dijo finalmente—. Y si acepto verlo, tendrá que ser en un lugar público. No tengo todavía claro que no estés vinculada con uno de esos grupos religiosos fundamentalistas.

Mora rio amargamente.

—Soy una devota atea, como Dios manda… Te llamaré. Mientras, pregúntale a la policía inglesa si sospechan de Blackwell, a ver cómo reaccionan…

La melodía del móvil de Macbeth los interrumpió.

Leyó en la pantalla: lo llamaban de la universidad.