40

John Macbeth. Boston

Casey le tendió un trozo perlado de titanio. Mucho más fino y ligero que su portátil, a Macbeth le pareció demasiado avanzado para sus tiempos. Era lo suficientemente viejo para recordar el mundo antes de la revolución de las tecnologías de la información y solo de vez en cuando, en momentos como aquel, tenía la sensación de vivir en el futuro.

—Tu nuevo juguetito: cuatro veces la memoria que tenías y más del doble de velocidad que el tuyo antiguo. Te he pasado todos los documentos importantes.

—¿Sin la carpeta fantasma? —le preguntó Macbeth.

—Sin carpeta fantasma. Si no te importa, seguiré hurgando en el otro un poco más, a ver si puedo quitar lo que sea que esté haciendo aparecer la carpeta. Te lo llevaré a Copenhague cuando vaya.

—Me parece bien. Gracias.

—De nada. ¿Más café?

Macbeth meneó la cabeza. Estaban en la cocina, después de haber pasado la tarde en el piso, haciendo los preparativos para el regreso de Macbeth y para verse en Copenhague a las dos semanas. Después de la comida en el McLean, no tenía mucho apetito y, en lugar de salir a cenar, los hermanos se quedaron en la mesa de la cocina con unos bocadillos y café.

Se alegraba de haberse quedado en casa de Casey. Por las calles, el metro y los espacios públicos cada vez se veía a más gente en trance, ajenos a este mundo, habitando otros visibles solo para ellos. Llegaban noticias de todos los rincones del planeta sobre visiones y sucesos colectivos. El piso de su hermano era un refugio agradable y relajante. Durante su estancia en Dinamarca había aprendido una palabra: «hygge». Es una de esas palabras extranjeras que describen un concepto completo, una sensación: una única palabra que no puede traducirse por otra única palabra. Hygge es la sensación que se tiene, o la atmósfera que se crea, cuando se hace que el hogar sea acogedor y uno se relaja en compañía de seres queridos o viejos amigos. Estar con Casey era hyggelig.

En muchos sentidos eran más gemelos que hermanos que se llevasen cuatro años. Era raro que a veces sintiera envidia de Casey, de su éxito, de la claridad de sus funciones intelectuales; y resultaba extraño porque no era envidia de otra persona, sino de una versión mejor de sí mismo.

—Si no puedo arreglarlo yo, ¿te importa que se lo pase a un colega del MIT para que le eche un vistazo? Es un experto.

—Claro que no.

Casey removió la taza de café unos segundos; saltaba a la vista que tenía algo en la cabeza.

—¿Estás bien?

Casey se encogió de hombros.

—Está empezando a darme mala espina lo del congreso de Oxford.

—¿Y eso? —preguntó realmente sorprendido Macbeth—. ¿Como que mala espina?

—No lo sé pero algo me tiene preocupado… Es una sensación de esas en la barriga que no se sabe definir… Me pasa desde lo que ocurrió cuando estábamos en el restaurante.

—Creo que todo el mundo tiene sensaciones parecidas desde entonces, si te digo la verdad, Casey.

—Ya me imagino… pero es distinto: es como si supiera algo que todavía no sé que sé. —Casey hizo una mueca—. Suena ridículo, ¿no?

—No, qué va. A veces el subconsciente suma uno más uno pero no está preparado para hacérselo saber a tu consciencia. Ya te vendrá. De todas formas, no me extraña que te inquietes con todas las historias que están apareciendo: que si Fe Ciega, que si terrorismo islámico y todo tipo de chaladuras religiosas que parecen estar saliendo hasta de debajo de las piedras para atacar a la ciencia.

Casey pensó lo que le decía su hermano pero sacudió la cabeza.

—Es más que eso… A lo mejor no es siquiera una cosa sino muchas pequeñas que no logro conectar.

—¿Como qué?

—Como cuando me preguntaste si Gabriel tenía alguna relación con los simulistas y nadie lo sabía con seguridad. Pero por lo visto ahora resulta que el profesor Gillman sí está metido en eso. Y bien metido. Y luego está el propio Proyecto Prometeo.

—¿Qué le pasa?

—Pues no lo sé. —Casey sacudió la cabeza, frustrado—. Ni siquiera sé seguro qué es, aunque sí que será un gran paso adelante. Tal vez un salto que no estamos preparados para dar.

—No te sigo.

—¿Nunca piensas en lo raro que es que estemos vivos ahora mismo? Hemos asistido a los más grandes avances tecnológicos de la historia de la humanidad. De los doscientos mil años de historia de nuestra especie, todos nuestros progresos se han concentrado en un solo siglo, y la mayoría en un par de décadas. Y cada vez más rápido.

—¿Y eso es necesariamente malo?

—Depende. Nos está llevando al filo de la Singularidad, cuando la tecnología y la inteligencia artificial sobrepasarán el intelecto humano. Hay quienes dicen que será nuestro fin, otros que será el principio: que la evolución humana dejará de ser un proceso natural y se convertirá en uno planificado. Planificado por nosotros. Estamos a punto de cambiar quiénes y qué somos como especie. Todas las tecnologías están acelerándose y es casi imposible predecir cómo serán nuestras vidas en cuestión de veinte o treinta años. Y justo cuando está pasando todo esto, de pronto vivimos una oleada de fundamentalismo y oscurantismo religiosos y los colgados anticiencia intentan salvarnos de la Singularidad. A lo mejor se trata de un instinto que tenemos como especie.

—¿Y eso es lo que te tiene preocupado?

—Puede… En parte sí. Pero ya te he dicho que es como muchas otras cosas pequeñas. Como el tema de las alucinaciones.

—Es comprensible.

—No me refiero solo a que sucedan sino a su naturaleza. Una alucinación es algo subjetivo y, por definición, falso, algo que se percibe como real pero que no lo es, ¿verdad?

—Cierto.

—Pero tú y yo, y todo el mundo, compartimos la misma. Y el terremoto que vivimos coincidió a la perfección con un acontecimiento histórico. ¿No debería una alucinación ser personal y subjetiva, y disociada de otras realidades, incluso de una pasada? ¿Cuándo se ha sabido de miles de personas que hayan compartido la misma alucinación al mismo tiempo?

—¿Adónde quieres ir a parar?

—A lo que yo me dedico en esta vida (y se dedicaba Gabriel) es a observar un universo tan diminuto que desafía el entendimiento y donde todas las leyes de la física corriente quedan patas arriba. Lo que expresamos a través del lenguaje abstracto de las ecuaciones suena tan incomprensible como delirante en cuanto intentas describirlo en un lenguaje corriente, o fuera de la comunidad científica… Todo parece un delirio. La física nació como el estudio de las fuerzas naturales y ahora se centra en la naturaleza de la propia realidad. Y en estos momentos hay algo en la realidad que no va bien.

—¿Estás diciéndome que crees que estas alucinaciones no son psicológicas sino que están relacionadas con una física externa?

—Lo que digo es que puede ser. Es como si se abrieran ventanas al tiempo. No sé… No podría siquiera empezar a formular una teoría sobre por qué está pasando. Lo único que sé es que el Proyecto Prometeo es el mayor salto que hemos dado en una generación y que justo coincide con toda esta historia.

—¿De verdad crees que está relacionado?

—Mira, sin ponerme técnico, te diré que no sabemos qué espín tiene un electrón o qué forma tiene hasta que lo miramos. El tema está en que el electrón no toma esa forma hasta que se observa. Un fotón no decide ser una onda o una partícula hasta que alguien lo observa. Estamos llegando a la conclusión de que todo el universo no tiene forma definida hasta que se mira. Es una supersimplificación, pero el hecho es que todo está en todo estado posible y en ninguno hasta que lo observamos. ¿Y si el trabajo de Blackwell ha observado una parte nueva y desconocida de la realidad? Puede que el simple acto de mirar haya hecho que algo cambie, que tome una forma concreta. —Casey hizo una pausa—. ¿Sabes cómo defino yo la realidad? Cada uno vamos caminando en la oscuridad más absoluta, cada uno con su linternita iluminando una pequeña parte del universo. Toda la realidad objetiva existe cuando las suficientes personas apuntan sus linternas al mismo punto. La gente a la que tú tratas, los delirantes y esquizoides…, lo que les pasa es que iluminan una realidad alternativa.

—Y eso es justo lo que Gabriel dijo… —Macbeth asintió pensativo—. Pero sigo sin ver…

—A lo mejor estamos iluminando con nuestras linternas más de una realidad. Y tal vez eso tenga algo que ver con…

El sonido del teléfono no lo dejó terminar. Cuando respondió, Macbeth comprendió al instante por la cara de su hermano que eran malas noticias.

Muy malas.

No había televisión en el piso, de modo que recurrieron al portátil que Casey le había dado para ver el telediario por Internet. Cundía el típico bullicio de las noticias de última hora: con una cámara que iba de un lado a otro rápidamente, sin encuadrar, atraída por los gritos, las sirenas o la repentina tumescencia de una bola de fuego. La luz y los colores contrastaban en la pantalla: vivos estallidos y fogonazos de amarillo y naranja contra los azules y los turquesas oscuros del cielo nocturno; aparecían y desaparecían siluetas contra la viveza de las llamas mientras los bomberos y los policías corrían de aquí para allá.

—Hostia… —dijo Casey—. Hostia puta.

La cámara enfocó a una reportera en el lugar de los hechos, con su perfecto maquillaje iluminado imperfectamente por el foco, el caos en la sombra y unos destellos ámbar por detrás.

—En estos momentos la policía local de Boston se niega a señalar a ningún grupo terrorista y todavía no ha confirmado que las explosiones y el fuego resultante aquí en el Instituto Tecnológico de Massachusetts hayan sido producidos por un artefacto terrorista, aunque sí parece evidente que se trata de una serie de atentados coordinados contra el MIT. Es más, fuentes no oficiales sugieren que Fe Ciega, el grupo cristiano fundamentalista, ha reivindicado la autoría de los atentados. A esta organización ya se la ha responsabilizado de la escalada de ataques contra determinados centros científicos y de investigación que ha habido durante el último año. Es pronto para confirmar que Fe Ciega sea realmente la responsable de esta tragedia que ha causado tanto daño y tantas muertes. Me temo que todavía no sabemos exactamente de cuántas víctimas estamos hablando.

—¿Sabemos dónde se han producido las explosiones, Kathy? —preguntó el invisible presentador del telediario con su voz de barítono.

—Todo apunta a que ha habido seis grandes explosiones seguidas, y que al menos tres se han producido cada una en un edificio distinto del MIT. La primera se produjo… —rebuscó entre las notas de su carpeta de clip— en la torre Dreyfoos del centro Stata, donde está ubicado el laboratorio de Ciencias Computacionales e Inteligencia Artificial. La segunda explosión tuvo lugar justo al otro lado de la calle Vassar, en el edificio de Neurociencia y Ciencias Cognitivas. La tercera ha sido en el edificio Fairchild, en el laboratorio de Tecnología Háptica que, según nos han contado, está especializado en la creación de interfaces táctiles entre los humanos y la tecnología. Sin embargo, al parecer ha sido el Proyecto de Modelado Cuántico de Gillman, con sede en el laboratorio Pierce de la avenida Massachusetts, el principal objetivo, con tres bombas (creo que podemos asegurar sin temor a equivocarnos que han sido artefactos detonados por control remoto) que han explotado en el intervalo de un minuto. Según cuentan, el profesor Steven Gillman se encontraba presente en el edificio a la hora de las explosiones y todavía no ha sido localizado, así como otros quince colegas. Hasta ahora los bomberos no han podido llegar al foco del incendio, donde se cuenta que las temperaturas son inusitadamente altas, incluso para un fuego de esta naturaleza.

—Mierda… —Casey se apartó de la pantalla y se puso a dar vueltas por la cocina sin dejar de sacudir la cabeza—. No me lo creo… Esa es justo la unidad en la que trabajaba Gabriel Rees, el equipo al que pertenecía…