9

John Macbeth. Boston

Para cuando acabaron de declarar, eran las dos y media de la madrugada. Macbeth estaba con Corbin en la cafetería de la comisaría A1 del distrito centro, en Sudbury, tomando algo que solo podía describirse como café mediante un acto de fe.

—No me digas que no te he organizado una velada memorable —comentó Corbin con hastío mientras le daba vueltas al vaso de papel por la mesa de aluminio cepillado, evitando beber el contenido. Si su amigo ya parecía agotado en el bar, en esos momentos era casi un cadáver.

Macbeth le sonrió y asintió, demasiado exhausto para articular una respuesta ingeniosa.

—¿Qué ha pasado ahí fuera? —le preguntó Corbin sin levantar la vista del vaso.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes a qué me refiero. Has tenido una especie de ausencia o de estado alterado de conciencia. Y esa forma de trabajar con el cura: muy eficiente pero a la vez muy despegada. ¿Qué tienes, John? ¿Ataques aislados de epilepsia?

Macbeth sacudió la cabeza.

—¿Entonces?

—Se parece un poco a eso… Tengo episodios de desrealización, de despersonalización. Llevo toda la vida teniéndolos. O hasta donde acierto a recordar. —Macbeth vio la expresión de su amigo y se rio cansado—. No me mires así.

—¿Así cómo?

—Como si estuvieras evaluando a un paciente.

—¿Has buscado ayuda con eso? Aparte de autodiagnosticarte, quiero decir…

—Claro que sí. Ya no sé ni cuántos escáneres y neuroimágenes me he podido hacer. Pero a no ser que sufra el episodio mientras me están sacando la imagen, es casi imposible aislar la causa. Han descartado una epilepsia del lóbulo temporal, tampoco son migrañas, no tengo lesiones, tumores ni edemas… Eso sí, se producen sobre todo en situaciones estresantes, como la de esta noche. Lo más raro es que no afectan a la función motora. Es más, a veces hasta la potencian. Si te distancias de una crisis, por lo general actúas con más calma.

—¿Y no tienes más síntomas, aparte de la desrealización?

—Qué va. —Macbeth hizo una mueca y añadió—: Bueno, suelo tener sueños más lúcidos de la cuenta. Vivaces y lúcidos.

—Pero supongo que no hasta el punto de confundirlos con la realidad, ¿no?

Macbeth rio.

—¿Me va a dar una receta de Thorazine, doctor? No, como te he dicho, mis sueños suelen ser lúcidos: cuando estoy soñando sé que estoy haciéndolo. Lo que supongo que en sí ya es bastante poco común. Pero también la naturaleza de los sueños es peculiar.

—¿Cómo de peculiar?

—No sueño sobre mí ni sobre mi vida. El origen de los sueños de la mayoría de la gente suele hallarse en experiencias pasadas, preocupaciones u otras cosas que tienen en la mente. Mis sueños, en cambio, son sobre cosas que he leído, que he aprendido, en vez de sobre cosas que me ocurren en la vida: como si cogiera prestados datos para soñar, en lugar de utilizar mis emociones y mis recuerdos. Yo nunca soy «yo» cuando sueño. Siempre soy otra persona que de algún modo es más cercana a los acontecimientos con los que sueño. —Volvió a reírse—. Se podría decir que sueño en tercera persona.

—¿Eres consciente de que ese tipo de sueños puede estar vinculado con los episodios de desrealización que sufres estando despierto?

—¿Tú crees? —Macbeth hizo una mueca sarcástica.

—Ya sabes que si no hay una causa física subyacente puede tener base psicológica. Tal vez algún tipo de trauma…

Macbeth rio de nuevo y sacudió la cabeza.

—¿Como qué? No soy bipolar y no sufro un trastorno de ansiedad de ningún tipo; por lo general estoy contento con lo que me ha tocado, tuve una infancia feliz… Bueno, salvo porque mi madre murió cuando yo era muy pequeño, pero crecí hecho a la idea y, aparte de eso, he tenido una vida bastante estable y sin traumas. Casi anodina.

—Que recuerdes… —apuntó Corbin, que cada vez parecía más inquieto—. No tienes una memoria muy de fiar…, por decirlo así, y eso mismo podría indicar que estás intentando distanciarte de algo, de un trauma u otro que has enterrado.

Una vez más Macbeth meneó la cabeza.

—Creo que está más relacionado con la función cognitiva. Tengo una memoria excelente, casi fotográfica, cuando se trata de memoria semántica. La autobiográfica, en cambio, es una porquería. Lo que me cuesta es la vida real… Es algo que esquivo. A mi hermano Casey le pasa lo mismo. Su memoria no es tan mala pero nunca tiene la cabeza en el aquí y ahora.

—Bueno, ya sabes que si alguna vez necesitas…

—Gracias, Pete, lo tendré en cuenta. Pero ahora que yo te he enseñado lo mío, enséñame tú lo tuyo.

—¿Qué quieres decir?

Macbeth le dio un sorbo al café y puso mala cara.

—Dios Santo, ¿esto para qué lo usan, para sacar confesiones? —Dejó la taza en la mesa—. Estoy hablando de lo extenuado y lo cansado que se te ve, de lo que quiera que esté pasándote en el trabajo y de que te has pasado la mitad de la noche evitando contármelo. Y todo ese rollo que te soltó Gabriel sobre los ángeles y las visiones antes de saltar… noté que te había tocado la fibra sensible.

Corbin levantó la vista del café por un momento.

—Tú trabajaste un poco en epidemiología psiquiátrica, ¿verdad? Antes de meterte en tus historias de mapeo cerebral.

—Sí, algo, ¿por qué?

—Bueno…, es que nunca antes me había encontrado con una concentración de casos como la de estos días. Hemos tenido un repentino aumento, de lo más raro, de pacientes que presentan un conjunto de síntomas determinado. Como si fuese un brote. Si fuera virólogo o incluso oncólogo buscaría factores ambientales para explicármelo, pero este no es del tipo de cosas que le pasan a un psiquiatra.

—¿Y qué síntomas son esos?

—Delirios…, bueno, más alucinaciones que delirios, podría decirse… y en gente sin historial de problemas psicológicos o psiquiátricos.

—¿Y los delirios son de la misma naturaleza?

—Sí. Muy diferentes en el contenido, pero similares en su naturaleza. Son visiones, fantasmas.

—¿Fantasmas? —Macbeth logró entresacar una risa por el telón de su cansancio.

—Y no solo eso. En todos los casos el paciente ve acontecimientos, objetos o gente del pasado. Todas las descripciones sin falta de estos episodios empiezan con un déjà vu, pero, en lugar de quedarse en eso, en una sensación o un estado mental, producen lo que solo pueden ser alucinaciones, aunque imposibles de discernir de la realidad.

—¿De cuánta gente estamos hablando?

—De más de quinientas personas en los últimos dos meses solo en los límites del municipio de Boston.

—¿Cómo? Pero si eso es una media de ocho o nueve al día… Y los pacientes con estos síntomas… ¿existe alguna conexión obvia entre ellos?

—Nada. Edades, etnias, clases, oficios distintos. Los casos se extienden muy uniformemente por todo Boston y sin una cronología lineal de desarrollo. Tampoco hay ningún indicio epidemiológico de un origen concreto. No hay «paciente cero».

—¿Y dices que el contenido de los delirios es distinto?

—Mira, te cuento el caso de un anciano: lleva viviendo en la misma casa desde hace cuarenta años y su mujer murió hace cinco. Es un antidisturbios retirado de Boston, un tipo nada neurótico ni dado a las emociones, una persona de rutinas muy regulares: en pie a las seis y media todos los días, su desayuno a las siete. Pero una mañana baja y se encuentra a su mujer vivita y coleando preparando el desayuno en la cocina. Y no es su mujer tal y como era antes de morir, sino con la edad de cuando se casaron y se mudaron a esa casa. Como te decía, no es un tipo muy emotivo pero ver a su mujer de recién casada a punto estuvo de acabar con él.

—Bueno, ya, Pete, pero tú sabes que ver a un ser querido que ha muerto hace poco u oír su voz es, con mucho, la forma más común de alucinación. Y no un síntoma de un problema de salud mental de ningún tipo.

—Pero te lo he dicho, que su mujer lleva muerta cinco años. No ha fallecido hace poco, de modo que, ¿por qué empieza ahora a alucinar con su presencia? Además, las alucinaciones por duelo suelen ser pasajeras y esta se prolongó y fue muy viva. No solo vio a su joven esposa… Jura que la cocina estaba cambiada y era igual que cuando se casaron.

—¿Habló con ella? ¿Interactuaron de algún modo?

—Un elemento común de estas alucinaciones es que hay poca o ninguna interacción entre el paciente y la gente o los sucesos que ven.

Ambos se volvieron cuando una pareja de policías uniformados irrumpió ruidosamente para comprar café en la máquina.

—¿Entonces las alucinaciones son meramente visuales? —le preguntó Macbeth cuando se quedaron solos de nuevo.

—No…, suele haber también un elemento sonoro. Es más, la mayoría las describe como experiencias sensoriales plenas. El poli jubilado contó que olía el beicon que estaba friendo su mujer.

—Pero ¿no hay nunca interacción?

—No interacción directa aunque en algunos casos tienen la sensación de que el observado del fenómeno es consciente de estar siendo observado. Pero incluso eso se da en muy pocos casos. Por lo general describen la experiencia como el que ve una escena que está representándose, igual que el viudo que vio a su mujer preparar el desayuno. También he tenido un caso en que la paciente afirma haberse visto a sí misma, pero a su yo de hace una década. Dijo que se acordaba de aquel acontecimiento desde el otro punto de vista… como observada y no observadora. Recuerda estar a punto de chocar con una versión mayor de sí misma en ese mismo sitio hace quince años. —Corbin se interrumpió al ver la expresión ligeramente preocupada de Macbeth—. ¿Qué pasa?

—Hum… Nada… me ha recordado una cosa. Pero no fue lo mismo… —Macbeth desestimó la idea—. Suena al síndrome de Capgras.

—Pero no es eso, John. —Corbin sacudió la cabeza, frustrado—. Esa mujer no cree haber visto un doble subjetivo…, que su otro yo está llevando una vida independiente contemporánea a la suya. Lo que cree es que la persona que vio era totalmente «ella». Una identidad integrada, no dividida. Cree que vio a su yo del pasado.

Macbeth escrutó el vaso de café. La descripción del caso que había hecho Corbin lo dejó preocupado y le recordó algo: y no a un paciente, sino algo mucho más cercano. Por fin dijo:

—A lo mejor es solo que tu paciente tuvo esa experiencia hace años, cuando vio a alguien que se parecía a una versión mayor de sí misma y la idea se le quedó grabada en el subconsciente. Luego, por la razón que fuese, se le ha manifestado en esa experiencia parecida a un déjà vu. Supongo que habrás descartado la esquizofrenia, ¿no?

—Ni esquizofrenia, ni epilepsia, depresión psicótica o anomalías neurológicas… y, hasta donde yo sé, no hay afecciones médicas subyacentes.

—Podría tratarse simplemente de una delirante autónoma monotemática, Pete. Sabes que puede pasar, que hay pacientes que llevan vidas perfectamente normales salvo por una única obsesión o delirio, muy concreta y persistente.

—Pero ¿es que no lo ves? —La frustración asomó en la voz de Corbin—. No es delirante porque sabe que eso no puede haber pasado. Y de todas formas, no es solo ella: todas las semanas me llegan media docena de casos. Es siempre lo mismo: el paciente está muy preocupado porque ha tenido un único episodio de delirio temporal que reconoce como una alucinación, y luego su vida sigue tan normal, sin que se repita el suceso.

—Entonces, ¿qué estás contándome?, ¿que hay por ahí suelto una especie de bichito que provoca delirios?, ¿una gripe alucinógena que funciona veinticuatro horas al día?

—¿Y por qué no? Parece una epidemia. Y tal vez la causa resida en un virus de algún tipo.

—¿Te han llegado informes de otra parte? De fuera de Boston, me refiero.

—He solicitado información por toda la Commonwealth y me he puesto en contacto con el centro federal de estadística, pero todavía no he recibido respuesta. No sé, algunos de estos casos son tan… —buscó la palabra—… tan sutiles, que casi no se informó de ellos. A saber cuántos más habrá habido que se han desestimado o ni siquiera se han notado. A ver, imagínate que ves un perro que va detrás de un frisbi en un parque; tú no te preguntas si el perro o el frisbi son reales, ¿verdad?

—¿Sabes qué? Creo que he oído hablar de otros casos. Justo antes de vernos esta noche, el taxista me contó que otro pasajero le había gritado que se parase porque había visto a un niño en medio de la carretera. Pero no había ningún niño. Al parecer el pasajero iba camino de la iglesia de la Ciencia Cristiana.

—¿Gabriel?

Macbeth se encogió de hombros.

Corbin se quedó un momento callado, con los huesudos hombros encogidos bajo la chaqueta de tweed y los codos apoyados en la mesa de la cafetería.

—Hay otra cosa, John. Algo mucho más doméstico. Literalmente.

—Venga… Cuenta.

—No es solo toda esta carga de trabajo repentino lo que me tiene agotado. Tampoco estoy durmiendo mucho. Ni Joanna. Es la casa…

—¿La que estáis reformando en Beacon Hill?

—Sí, y no lo digo por la reforma o el estrés de arreglarla. Me refiero a las criaturas de la noche… —Hizo una pausa para mirar a Macbeth, casi como si juzgara si podía confiar en él o no—. ¿Te acuerdas de la historia que te conté sobre la casa, la de Marjorie Glaiston?

—¿La belleza de la alta sociedad asesinada en tus escaleras? Claro que me acuerdo.

Corbin se inclinó hacia delante sosteniéndole la mirada a Macbeth.

—Sé que te parecerá una locura pero la he oído cantar por las noches, y reírse.

—¿Cómo?

—Y eso no es todo. La he visto, John. He visto a Marjorie Glaiston.

—Estás tomándome el pelo… —Macbeth rio sin dar crédito a su amigo—. ¿Me estás diciendo en serio que tu casa nueva está embrujada?, ¿que has visto un fantasma?

—No, un fantasma no. Los fantasmas no existen, ambos lo sabemos. Lo que experimenté fue una alucinación. Vi a Marjorie Glaiston bajar por las escaleras. No fue ninguna escena dramática, simplemente salió del dormitorio, bajó las escaleras y se fue al salón, como debió de hacer innumerables veces cuando vivía allí. Una de las mujeres más bellas que he visto en mi vida, por cierto, si no fuera porque no es posible que la viera.

—Dios, Pete…, podría ser todo y nada, ya lo sabes. Una combinación de estrés, falta de sueño y las cosas que has estado leyendo sobre el caso y que has olvidado haber leído.

—Salvo por una cosa: Joanna estaba a mi lado cuando vi a Marjorie Glaiston en las escaleras. Ella también la vio, John. Si fue un delirio, lo compartí con mi mujer. —Corbin le sostuvo la mirada con toda la gravedad que le permitió su agotamiento—. Sea lo que sea lo que está causando esta epidemia de episodios delirantes que llevo tratando en el último par de meses, Gabriel tenía razón: yo también estoy contagiado.