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El principio

Todo empezó con las miradas fijas.

Pero hubo otras muchas cosas anteriormente, antes de que comenzara todo: relatos peculiares de sitios distantes entre sí.

Un neoyorquino muere de inanición en un lujoso piso de Central Park en el que no había comida pero sí botes y botes de vitaminas. Se produce una epidemia inexplicable de suicidios: 27 jóvenes saltan a la vez del Golden Gate; 50 estudiantes japoneses acampados en el enorme bosque de Aokigahara (el «Mar de Árboles» a los pies del monte Fuji) compartieron comida y cantaron en torno a hogueras antes de adentrarse cada uno por su cuenta en la oscuridad del bosque para abrirse las venas; cuatro personajes ilustres se suicidan en un mismo día en Berlín, tres científicos y un escritor. Un médico ruso reconvertido en místico neopagano afirma ser el Hijo de Dios. Una adolescente francesa dice haber tenido visiones de Juana de Arco en la hoguera. Una mujer de mediana edad se sienta tan campante en medio de la carretera de acceso a la sede suiza de la CERN y acto seguido, con la misma parsimonia, se empapa la ropa de queroseno y se prende fuego. Un estudio de efectos especiales de Hollywood sufre un incendio. Una secta cristiana fundamentalista secuestra y asesina a un genetista.

Fue entonces cuando apareció también la pintada ESTAMOS CONVIRTIÉNDONOS, escrita en 50 idiomas por los principales núcleos urbanos del mundo entero: en edificios gubernamentales, en puentes o garabateada sobre vallas publicitarias.

Y la gente empezó a hablar de John Astor.

Nadie sabía si existía o no a ciencia cierta, pero corrió el rumor de que el FBI andaba en su búsqueda. Y, por supuesto, se extendió la leyenda urbana sobre el manuscrito del libro de Astor, Los fantasmas que nos creamos, que al parecer volvía loco a todo aquel que lo encontraba y lo leía.

Todo esto pasó antes del principio.

Aunque cuando de verdad empezó fue con la mirada fija.