La atmósfera en la sala del ordenador central era de lo más artificial: aséptica y filtrada, con una temperatura constante que no variaba en lo más mínimo, aparentemente inerte y sin corriente alguna. Todos los que estaban reunidos frente al director del proyecto tenían la vista clavada en las pantallas virtuales.

—Lo que tienen ante ustedes es la representación de la actividad neuronal. Como verán, es idéntica a la de un cerebro humano normal y corriente, como el suyo o el mío. La novedad está en que por primera vez hemos logrado generar una simulación completa por ordenador. Es capaz de pensar, puede que incluso de soñar, como cualquier hijo de vecino.

—Pero no tiene cuerpo con el que sentir ni ojos con los que ver —apuntó un periodista—. ¿No se volverá un poco loco sin información sensorial?

El director del proyecto se sonrió y contestó:

—Hemos restringido la actividad neuronal a unos cuantos núcleos concretos. Aquí no estamos hablando de una mente en toda su plenitud, aunque, llegado el caso, contamos con información sobre los efectos psicotomiméticos de la privación sensorial…

—¿Psicotomiméticos?

—Que simulan psicosis… con sus consecuentes alucinaciones —explicó el director—. Estas investigaciones sugieren que, en los casos en que se priva a los sujetos de estímulos sensoriales reales, ellos mismos alucinan otros falsos… Ven personas y entornos que no existen.

—¿Está diciendo que, si no tenemos un mundo a nuestro alrededor, nos lo inventamos? —preguntó otro periodista.

—Sí, exacto. Pero eso no ocurrirá con estas simulaciones: están restringidas a funciones y núcleos neuronales concretos, lo que nos permite simular determinados trastornos psiquiátricos y observar, por primerísima vez, cómo funcionan exactamente. La humanidad entera se beneficiará de los resultados.

—Y aparte de eso… ¿hasta dónde podría llegar una mente sintética, una inteligencia artificial como esta?

—En teoría nos permitirá entender la condición humana como nunca antes. Podría incluso orientarse para que responda a preguntas sobre el universo y llegue a darnos información sobre la verdadera naturaleza de la realidad.

—¿Y eso no entraña riesgos? —quiso saber otro periodista.

—¿De qué tipo? —La impaciencia seguía sin traslucirse en el tono del director del proyecto.

—Hay quienes hablan de la Singularidad… de que las inteligencias artificiales podrían desbancar a las nuestras.

—Créame cuando le digo que estamos muy lejos de todo eso. No estamos hablando de una mente concreta, de modo que no corremos ningún peligro —contestó el científico.