Había una razón por la que Aimee Biel había querido que la dejara en aquel callejón.
Myron se duchó y se puso unos pantalones de chándal. Los otros estaban llenos de sangre. La suya. Se acordó de una frase de Seinfeld sobre los anuncios de detergente que dicen que sacan las manchas de sangre, y que, si tienes manchas de sangre en la ropa, la colada no es tu principal preocupación.
La casa estaba en silencio, exceptuando los ruidos habituales. Cuando era pequeño y estaba solo por las noches, los ruidos le daban miedo. Ahora le acompañaban, ni le apaciguaban ni le alarmaban. Podía oír un ligero eco mientras cruzaba el suelo de la cocina. El eco sólo se producía cuando estaba solo. Pensó en eso. Pensó en lo que había dicho Claire, que traía violencia y destrucción, en por qué no se había casado.
Se sentó solo a la mesa de la cocina de su casa vacía. No era la vida que había planeado.
«El hombre planea y Dios dispone».
Meneó la cabeza. Cuánta razón.
Ya basta de compasión, pensó Myron. Lo de «planear» le devolvió a la realidad. A saber: ¿qué planeaba Aimee Biel?
Había una razón para que hubiera elegido aquel cajero. Y había una razón para que hubiera elegido aquel callejón sin salida.
Era casi medianoche cuando Myron cogió el coche y se dirigió hacia Ridgewood. Ahora conocía el camino. Aparcó al final del callejón. Apagó el coche. La casa estaba a oscuras, como hacía dos noches.
Bien, ¿ahora qué?
Repasó las posibilidades. Una, Aimee había entrado realmente en esa casa del final del callejón. La mujer que había abierto la puerta, la rubia esbelta con la gorra de béisbol, le había mentido a Loren Muse. O tal vez no lo supiera. A lo mejor Aimee tenía un rollo con su hijo o era amiga de su hija, y ella no lo sabía.
No era probable. Loren Muse no era idiota. Había estado en la puerta bastante rato. Habría comprobado esos puntos. Si existían, los habría seguido. Así que Myron lo descartó.
Eso significaba que la casa había sido una distracción.
Myron abrió la puerta del coche y salió. La calle estaba silenciosa. Había una portería de hockey al final de la calle. Seguramente era un barrio con niños. Sólo había ocho casas y apenas tráfico. Los niños probablemente jugaban en la calle. Myron vio un aro portátil de baloncesto en uno de los patios. Probablemente también jugaban a eso. El callejón era un pequeño patio de recreo.
Un coche dobló la esquina, como cuando había dejado a Aimee.
Myron entornó los ojos hacia los faros. Ya era medianoche. Sólo ocho casas en la calle, todas con las luces apagadas, todos recogidos de noche.
El coche paró detrás del suyo. Myron reconoció el Benz plateado incluso antes de que bajara Erik Biel, el padre de Aimee. La luz era escasa, pero Myron notó la rabia en su cara. Le hacía parecer un chiquillo enfadado.
—¿Qué demonios haces aquí? —gritó Erik.
—Lo mismo que tú, supongo.
Erik se acercó más.
—Puede que Claire se trague tu historia de que dejaste a Aimee aquí pero…
—Pero ¿qué, Erik?
Él no contestó enseguida. Seguía llevando la camisa y los pantalones bien cortados, pero ya no parecían tan almidonados.
—Sólo quiero encontrarla —dijo.
Myron no dijo nada y le dejó hablar.
—Claire cree que puedes ayudar. Dice que eres bueno en estos asuntos.
—Lo soy.
—Eres como el caballero de Claire de brillante armadura —dijo con más de una pizca de amargura—. No sé por qué vosotros dos no acabasteis juntos.
—Yo sí —dijo Myron—. Porque no nos queremos así. De hecho, desde que conozco a Claire, eres el único hombre a quien ella ha amado de verdad.
Erik se agitó, fingiendo que no hacía caso, sin conseguirlo.
—Cuando he doblado la esquina, estabas bajando del coche. ¿Qué ibas a hacer?
—Iba a intentar seguir los pasos de Aimee para imaginar adónde había ido en realidad.
—¿Qué quiere decir «en realidad»?
—Hubo una razón para que eligiera este sitio. Utilizó esta casa como distracción. No era su destino final.
—Crees que ha huido, ¿no?
—No creo que fuera un rapto al azar o algo así —dijo Myron—. Me guio hasta este sitio concreto. La cuestión es ¿por qué?
Erik asintió. Tenía los ojos húmedos.
—¿Te importa que te acompañe?
Sí le importaba, pero Myron se encogió de hombros y se dirigió a la casa. Los ocupantes podían despertarse y llamar a la policía. Myron estaba dispuesto a correr el riesgo. Abrió la verja. Por allí había entrado Aimee. Dio la vuelta como había hecho ella, hacia la parte trasera de la casa. Había una puerta corredera de cristal. Erik se quedó en silencio detrás de él.
Myron intentó abrir la puerta de cristal. Cerrada. Se agachó y deslizó los dedos por la parte baja. Se había acumulado porquería. Lo mismo en todo el marco de la puerta. Hacía tiempo que no se había abierto.
—¿Qué? —susurró Erik.
Myron le hizo un gesto para que estuviera callado. Las cortinas estaban echadas. Myron continuó agachado e hizo una pantalla con las manos a los lados de la cara. Miró dentro de la habitación. No pudo ver mucho, pero parecía una sala familiar corriente. No era el dormitorio de una adolescente. Fue hacia la puerta trasera. Daba a la cocina.
Tampoco era una habitación de adolescente.
Evidentemente Aimee podía haberlo dicho por decir. Podía haber querido decir que entraba por la puerta trasera para llegar a la habitación de Stacy, no que el dormitorio estuviera allí. Pero, qué caramba, Stacy ni siquiera vivía allí. Así que de todos modos Aimee le había mentido descaradamente. Lo demás…, que la puerta no estuviera abierta y no condujera a un dormitorio, eso era sólo la guinda.
¿Adónde había ido, entonces?
Se puso a cuatro patas y sacó la linterna. Iluminó el suelo. Nada. Esperaba encontrar huellas, pero no había llovido mucho últimamente. Apretó la mejilla contra la hierba e intentó buscar no tanto huellas como alguna marca en el suelo. Tampoco, nada.
Erik se puso a mirar también. No tenía linterna. No había iluminación allí atrás. Pero miró de todos modos y Myron no se lo impidió.
Unos segundos después Myron se incorporó. Mantuvo baja la linterna. El jardín medía medio acre, tal vez más. Había una piscina con otra verja que la circundaba, de casi dos metros de altura, y estaba cerrada. Sería difícil, si no imposible, escalarla. Pero Myron dudaba que Aimee hubiera ido allí a bañarse.
El jardín se fundía con el bosque. Myron siguió la línea hacia los árboles. La bonita verja de madera rodeaba todo un lado de la propiedad, pero cuando se alcanzaba la zona boscosa, la barrera se convertía en alambrada. Era más barata y menos estética, pero allí, mezclada con las ramas y los matorrales, ¿qué más daba?
Myron estaba bastante seguro de lo que iba a encontrar a continuación.
No era diferente del límite Horowitz-Seiden. Puso la mano sobre la verja y siguió avanzando a través de los matorrales. Erik le siguió. Myron llevaba unas Nike, Erik mocasines sin calcetines.
Las manos de Myron tantearon cerca de un pinar descuidado.
Premio, ese era el sitio. Allí la verja formaba un hueco. Lo iluminó con la linterna. Por lo oxidado que estaba, el poste se había hundido hacía años. Myron empujó un poco el alambre y avanzó. Erik lo imitó.
El corte fue fácil de encontrar. No medía más de cinco o seis metros. Hacía años probablemente era un sendero más largo, pero con el valor de la tierra, sólo se utilizaban setos muy finos para tapar la vista. Si el terreno podía utilizarse, se utilizaba.
Acabaron entre dos jardines en otro callejón sin salida.
—¿Crees que Aimee fue por aquí?
Myron asintió.
—Eso creo.
—¿Y ahora qué?
—Averigüemos quién vive en esta calle. Intentaremos descubrir si tienen relación con Aimee.
—Llamaré a la policía —dijo Erik.
—Inténtalo. Puede que se interesen o puede que no. Si aquí vive alguien que ella conoce, apoyará la teoría de que es una fugitiva.
—Lo intentaré de todos modos.
Myron asintió. De haber estado en el lugar de Erik, habría hecho lo mismo. Cruzaron el jardín y se situaron en el callejón. Myron estudió las casas como si pudieran darle alguna respuesta.
—Myron…
Miró a Erik.
—Creo que Aimee se ha fugado —dijo. Tenía lágrimas en las mejillas—. Y creo que es culpa mía. Ha cambiado. Claire y yo nos hemos dado cuenta. Algo le pasó con Randy. Ese chico me cae bien. Era perfecto para ella. Intenté hablarle de eso pero no me quiso decir nada. Yo…, y te va a parecer una estupidez, pensé que Randy había intentado presionarla. Ya sabes. Sexualmente.
Myron asintió.
—Pero ¿en qué década creo que vivimos? Hacía dos años que salían juntos.
—O sea que no crees que fuera eso.
—No.
—Entonces ¿qué?
—No lo sé. —Se calló.
—Has dicho que era culpa tuya.
Erik asintió.
—Cuando acompañé a Aimee aquí —dijo Myron—, me suplicó que no os dijera nada a ti y a Claire. Dijo que las cosas no iban bien con vosotros.
—Empecé a espiarla —dijo Erik.
Esa no fue una respuesta directa a la pregunta, pero Myron no insistió. Erik estaba llegando a algo. Myron tendría que darle tiempo.
—Pero Aimee… es una adolescente. ¿Te acuerdas de esa época? Aprendes a esconder las cosas. Así que era cuidadosa. Supongo que era más hábil que yo. No es que no confiara en ella. Pero forma parte del trabajo de un padre vigilar a sus hijos. No sirve de mucho porque ellos lo saben.
Se quedaron mirando las casas en la oscuridad.
—Pero no eres consciente de que, incluso mientras les espías, a veces ellos le dan la vuelta a la tortilla. Sospechan que algo va mal y quieren ayudar. Y tal vez el hijo acabe vigilando al padre.
—¿Aimee te espiaba?
Él asintió.
—¿Qué descubrió, Erik?
—Que tengo una aventura.
Erik casi se desmayó de alivio al decirlo. Myron se sintió vacío un segundo, totalmente. Después pensó en Claire cuando iba al instituto, en la forma como se mordía nerviosamente el labio inferior al fondo de la clase de lengua del señor Lampf. Una oleada de rabia se apoderó de él.
—¿Lo sabe Claire?
—No lo sé. Si lo sabe, nunca me ha dicho nada.
—Tu aventura, ¿va en serio?
—Sí.
—¿Cómo lo descubrió Aimee?
—No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de que lo descubriera.
—¿No te dijo nada nunca?
—No. Pero… como he dicho antes, hubo cambios. Iba a besarla en la mejilla y se apartaba. Casi involuntariamente. Como si le repugnara.
—Eso puede ser un comportamiento adolescente normal.
Erik bajó la cabeza y la sacudió.
—Así que cuando la espiabas, intentando ver sus mensajes, además de querer saber lo que hacía…
—Quería ver si lo sabía, sí.
De nuevo Myron pensó en Claire, esta vez en su expresión el día de su boda, empezando una vida con ese hombre, sonriendo como Esperanza el sábado, sin dudar de Erik, aunque Myron nunca hubiera confiado en él.
Como si le leyera la mente, Erik dijo:
—Nunca has estado casado. No sabes lo que es.
Myron habría querido pegarle un puñetazo en la nariz.
—Si tú lo dices.
—No sucede de golpe —dijo.
—Ajá.
—Simplemente se va alejando. Todo. Le sucede a todo el mundo. Te alejas. Te quieres pero de una forma diferente. Estás pendiente de tu trabajo, la familia, la casa, de todo menos de vosotros dos. Y un día te despiertas y quieres volver a sentir lo mismo que antes. No se trata de sexo. No es eso realmente. Quieres la pasión. Y sabes que nunca la obtendrás de la mujer que amas.
—Erik.
—¿Qué?
—La verdad es que no quiero oírlo.
Él asintió.
—Eres el único al que se lo he dicho.
—Sí, bueno, pues qué afortunado soy.
—Sólo quería… Bueno, sólo necesitaba…
Myron levantó una mano.
—Claire y tú no sois asunto mío. Estoy aquí para encontrar a Aimee, no para hacer de consejero matrimonial. Pero quiero dejar algo claro, porque quiero que sepas exactamente mi postura: si le haces daño a Claire, te…
Se calló. Era una estupidez continuar.
—¿Qué?
—Nada.
Erik sonrió.
—Sigues siendo su caballero de brillante armadura, ¿eh, Myron?
Bueno, Myron pensó en darle un puñetazo en la nariz. Pero se volvió y miró hacia una casa amarilla con dos coches aparcados enfrente. Y entonces lo vio.
Quedó paralizado.
—¿Qué? —preguntó Erik.
Myron desvió la mirada rápidamente.
—Necesito tu ayuda.
Erik se entusiasmó.
—Dime.
Myron se echó a caminar hacia el sendero, maldiciéndose. Todavía estaba oxidado. No debería haberlo permitido. Lo último que necesitaba era a Erik fastidiándole. Necesitaba solucionarlo sin Erik.
—¿Eres bueno con el ordenador?
Erik frunció el ceño.
—Creo que sí.
—Necesito que te conectes e introduzcas todas las direcciones de esta calle en un buscador. Necesitamos una lista de quiénes viven aquí. Necesito que vayas a casa ahora mismo y lo hagas.
—Pero ¿no deberíamos hacer algo ahora? —preguntó Erik.
—¿Como qué?
—Llamar a las puertas.
—¿Y decir qué? ¿Para qué?
—A lo mejor alguien la tiene secuestrada aquí mismo, en esta misma calle.
—Lo dudo mucho. Y aunque fuera así, llamar a la puerta sólo serviría para provocar el pánico. Además, si llamamos a una puerta a estas horas, avisarán a la policía. Los vecinos se alertarían. Escúchame, Erik. Necesitamos una razón primero. Esto podría ser un punto muerto. Puede que Aimee no fuera por ese sendero.
—Has dicho que creías que sí.
—Lo creo, pero no significa mucho. Tal vez caminara cinco manzanas más allá. No podemos hacer movimientos en falso. Si quieres ayudar, vete a casa. Búscame esas direcciones y consígueme los nombres.
Volvían a estar en el sendero. Cruzaron la verja y se dirigieron a los coches.
—¿Qué vas a hacer tú? —preguntó Erik.
—Tengo otras pistas que seguir.
Erik quería preguntar más, pero el tono y el lenguaje corporal de Myron le detuvieron.
—Te llamaré en cuanto termine la búsqueda —dijo Erik.
Se metieron en los coches. Myron observó cómo se alejaba el otro. Entonces cogió el móvil y apretó la tecla de marcado rápido de Win.
—Al habla.
—Necesito que entres en una casa.
—Bien. Explícate, por favor.
—Encontré un sendero donde dejé a Aimee. Conduce a otro callejón sin salida.
—Ah. ¿Tenemos alguna idea de dónde acabó ella?
—Fernlake Court 16.
—Pareces muy seguro.
—Hay un coche en la entrada. En el cristal trasero hay una pegatina. Es para el aparcamiento de profesores del instituto de Livingston.
—Voy para allá.