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Estaba entre la espada y la pared.

La frase seguía fija en su mente.

Entre la espada y la pared. No había que confundirlo con subirse por las paredes u otras frases semejantes. Todas ellas, referencias estúpidas y crueles, burlonas y despreocupadas al mencionar la condición de un alma atormentada.

¿Qué sabían en realidad aquellos cómicos de la lengua cuando se burlaban de quienes tropiezan, pierden la cabeza o caen del propio árbol?

Nadie comprendía realmente nada; sólo había un medio de encontrar la verdad: estar en la celda de un sanatorio mental, noche tras noche, escuchando los gritos procedentes de la propia garganta.

Él había aprendido a controlar aquellos gritos y a dominarse, y luego a dominar a los demás. Su plan había surtido efecto. Se había jurado escapar y ahora estaba libre.

Pero seguía acorralado contra la pared. Continuaba sintiendo siempre aquella sensación. Pero ¿era así de veras? Quizá empezara a sentirse solo cuando vio la cara de Tom Doyle empequeñeciéndose velozmente mientras sus brazos se agitaban en el aire y su cuerpo caía describiendo una espiral en el vacío.

Pero aquello había sido necesario, del mismo modo que lo fue no atentar contra la vida de Karen. Aunque sólo por el momento, desde luego, porque ella también tenía que desaparecer. Desaparecer y muy pronto. El dejarla en paz por el momento era sólo una parte de su plan.

Sin embargo, no pasaría mucho tiempo sin que sucediera. Mientras hiciese lo que él pensaba que haría y fuese donde él pensaba que iría, ni toda la Policía del mundo sería capaz de salvarla. Y la cuenta de los cadáveres continuaba incrementándose.

Hasta entonces seguiría acorralado contra la pared.

Pero la pared en cuestión empezaba a derrumbarse.