—¿Confiar en él? —preguntó Doyle—. Después de la jugarreta que me ha gastado usted, ya no confío en ninguno de los dos.
Karen se enfrentaba al detective en el pasillo frente a los lavabos.
—Lo siento; es el único sistema.
—No, no lo es. Voy a hacer una llamada ahora mismo, y en cinco minutos el edificio quedará rodeado. Si alguien sube a esa azotea quedará protegido por toda una patrulla. No se correrán más riesgos.
—¿Y el que está corriendo Bruce? —preguntó Karen, procurando que su voz sonara tranquila—. ¿Es que no se da cuenta de lo que ha sufrido durante estos dos días? Lo ha pasado muy mal, puede creerme. Y nadie sabe cuál será su reacción si se cree traicionado. Le he dado mi palabra.
—Lo sé —murmuró Doyle—. Pero usted misma lo ha dicho. Nadie sabe cuál será su reacción si forzamos las cosas.
—No se sentirá presionado si va usted solo. Yo también fui y no me hizo ningún daño. No lleva armas —Karen pronunció aquellas frases rápidamente—. Mire, él es el único capaz de contar lo que ocurrió realmente. Estaba allí y lo vio todo. Desea que le ayuden. Hay que darle una oportunidad.
Doyle la cogió por el brazo.
—Venga conmigo.
La llevó por el pasillo, torciendo la esquina hacia los ascensores.
El hombre del bigote rojizo continuaba apoyado contra la pared con el periódico bajo el brazo. Doyle se acercó a él.
—Hola, Harry —le dijo.
El otro le miró.
—Harry, ésta es la señora Raymond. Señora Raymond… Harry Forbes.
Doyle no esperó a que ninguno de los dos se saludara:
—Ahora, escúcheme. Ha sucedido algo…
Forbes le escuchó, haciendo señas de asentimiento.
—De acuerdo —dijo—. Usted va a la azotea. Yo llevo a la señora Raymond otra vez a su despacho y la vigilo de cerca —vaciló—. ¿Qué hacemos para no perder de vista la parte delantera?
—Mientras van hacia allá, díganle a la chica de la recepción que no deje entrar a nadie… Escuche bien lo que le digo, a nadie en absoluto y bajo ningún pretexto… hasta que yo le dé permiso. Cualquiera que llegue, tendrá que esperar. ¡Ah! Otra cosa.
Doyle se separó de Karen y se acercó a Forbes. Su voz sonaba como un murmullo, y una vez más Forbes asintió con la cabeza.
—Entendido.
Forbes volvió junto a Karen.
—Venga conmigo, por favor.
Karen se volvió para mirar a Doyle. Éste estaba ya apretando el botón de subida.
—Por favor —le dijo—. Recuerde mi advertencia. Está muy nervioso.
—No se preocupe.
Karen captó el perfil de su sonrisa cuando se abría la puerta del ascensor y Doyle entraba en él.
—Vamonos —ordenó Forbes, sosteniendo la puerta.
En cuanto ella hubo entrado, dirigióse hacia el mostrador de recepción, donde se hallaba Peggy, y mostrándole su insignia, le repitió las instrucciones de Doyle. Peggy hizo una señal de asentimiento y luego miró por encima del hombro de Forbes hacia donde estaba Karen. Hizo como si fuera a decir algo, pero Forbes no le dio la oportunidad, ya que, tomando a Karen por el brazo, la condujo hacia la puerta del pasillo.
Una vez dentro, prosiguieron adelante con rapidez.
—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Karen.
—Tengo que hacer una llamada.
Cuando llegaron a su compartimento tras torcer la esquina, él tomó el teléfono en seguida.
Karen escuchó con gran sorpresa lo que decía. Me ha mentido. Me ha engañado. Pero Doyle no había mentido, porque no había hecho promesa alguna. Lo suyo no era un engaño, sino una estratagema. Había subido solo a la azotea, como ella le indicó, y al mismo tiempo había dado instrucciones a Forbes para que telefoneara a la patrulla. No quería correr más riesgos. Ahora bien, en este caso, ¿por qué no había esperado hasta que la patrulla llegara? La respuesta era evidente. No quería que Bruce se alarmara e intentara escapar.
—Señora Raymond.
—Sí.
—Quiero que me dé una descripción completa de su esposo. Aspecto físico y ropas.
Desde luego, era normal preguntar aquellas cosas por si intentaba escapar. El primer impulso colérico de Karen fue el de mandarlo al diablo; pero ¿qué hubiera conseguido con ello? Doyle haría bajar a Bruce de todos modos. Además, había dado ya su descripción al sargento Cole en el sanatorio.
Así es que dijo a Forbes cuanto éste deseaba saber y lo repitió frase por frase por el teléfono.
—Altura un metro ochenta. Peso ochenta kilos. Ojos grises. Pelo rubio. Viste chaqueta azul y pantalón gris, camisa a rayas blancas y azules, y no lleva corbata…
Aquí es donde termina todo, pensó Karen. Sin ruido, sin ni siquiera un suspiro. Le detienen, le interrogan y luego…
¿Y luego qué?
Había dicho a Bruce que creerían en él, que su declaración ayudaría a encontrar al criminal. Pero ¿y si estaban ya convencidos de que el culpable era él?
No hubo respuesta a tal pregunta. Si Bruce era inocente y la Policía pensaba de otro modo, ella le habría traicionado. Y si era culpable, su consejo había constituido asimismo una traición. Sin embargo, se dijo que, de todos modos, nada podía ponerse ya peor de lo que estaba.
Pero esto no era cierto.
Lo que ocurrió a continuación llegó con una rapidez inusitada.
Forbes había acabado de hablar por teléfono y se volvía hacia Karen cuando su mirada se posó en un punto situado más allá. Karen siguió la dirección de la misma hacia la puerta abierta.
Venía de fuera un repentino ruido que se estaba originando en el pasillo, en la distancia. Un rumor de voces excitadas y de apresurados pasos.
Ed Haskane apareció de improviso con los ojos desorbitados y moviendo la boca. Forbes le miró fijamente.
—¿Qué pasa?
—Más vale que venga…
—¿Adónde?
Pero Haskane había dado ya media vuelta y salía andando a tropezones.
Forbes se levantó e hizo una seña a Karen. Los dos salieron. Haskane había ya desaparecido en la esquina del pasillo cuando le alcanzaron.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó el detective.
—Ya lo verán —dijo Haskane. Y sus palabras casi se perdieron en la confusión de ruidos que procedían del otro extremo.
—¿Por dónde?
—Por la ventana…
La ventana se hallaba en la pared situada tras el mostrador de recepción de Peggy. Estaba abierta y Peggy se encontraba allí junto con un nervioso grupo de empleados. Todos miraron hacia abajo, y cuando Forbes se abrió paso, él y Karen también miraron.
Abajo, un cuerpo aparecía desplomado en la calle.