Día de luz veteada
El tiempo estaba cambiando, pero aún hacía suficiente calor para que los chavales jugaran en el patio. Kate y Beth habían sacado las sillas plegables y estaban mirando a Rainey, Axel y Hannah jugar encima de una manta puesta al fondo del jardín, donde el arroyo serpenteaba entre los pinos y sauces que allí había, ya en la linde del bosquecillo. La luz del sol se filtraba entre los árboles y parecía cubrir el césped y las flores de monedas de oro, lo mismo que las cabezas y los hombros de los niños.
Teniendo en cuenta las circunstancias, eran casi felices, y aunque había pérdidas (ninguno de ellos tenía padre), las cosas se habían calmado hasta cierto punto y Rainey no había vuelto a oír «voces». Ni él ni Axel habían hecho novillos de nuevo, y sus notas en el colegio mejoraban. La muerte de Alice Bayer había sido oficialmente archivada como accidental y sus restos, debidamente enterrados en el cementerio metodista de Sallytown.
Kate, en el fondo, sabía que Rainey estaba en Patton’s Hard el día en que Alice se ahogó, pero le resultaba imposible creer que hubiera sido él quien la había empujado al río. Al fin y al cabo, Rainey era solo un niño.
Finalmente había convencido a Nick de que volviera, a pesar de que Rainey seguía viviendo con ellos. Nick se mostraba distante y educado con el chico. El asunto Alice Bayer, entre otros varios, pesaba mucho en su conciencia.
Pero Kate pensaba que Nick era una persona ecuánime y con sentimientos y que, a su debido tiempo, acabaría perdonando a Rainey por lo que había tramado con Warren Smoles y aceptando que, le pasara lo que le pasase a Alice, Rainey no había sido el responsable.
En cuanto a lo de Smoles (quien por cierto estaba desaparecido del planeta), Kate también intentaba perdonar a Rainey, y cada nuevo día sin sobresaltos la ayudaba a ello.
Hannah había conseguido unos audífonos nuevos, en buena parte porque se negó en redondo a ver los viejos ni en pintura. Con los aparatos nuevos no se habían repetido las «interferencias», el tipo de fenómeno que había tenido lugar antes de que Rainey iniciara la terapia por electroconvulsión.
Kate empezaba a confiar en que lo del chico, fuera lo que fuese, había quedado por fin atrás, y que quizá podrían apaciguarse todos un poco y llevar una vida normal y corriente, dentro de lo posible en un lugar tan raro como Niceville.
También a los adultos les estaba cambiando la vida.
Lemon Featherlight salía con una tal Doris Godwin. Parecía que la cosa iba en serio. Dedicaban mucho tiempo a estudiar aquellas fotos que Doris había hecho en el Tallulah’s Wall. Y el asunto de las «cestas de hueso» había dado lugar a un proyecto que justificaba los viajes de Lemon y Reed Walker a la Universidad de Virginia para hablar con la doctora Sigrid. Kate empezaba a sospechar que Reed sentía algo más que atracción por la antropóloga, quien, sin ningún género de dudas, era toda una valquiria.
De ahí que Kate y su hermana no hubieran visto el pelo a casi nadie durante un par de semanas. Lemon sí había quedado con Nick varias veces para hablar de las cestas y de las fotos, pero Nick no soltaba prenda sobre ninguna de las dos cosas. Kate pensaba que, tarde o temprano, cuando estuviera mentalmente a punto, Nick se lo explicaría.
Mientras tanto, prefería no saber nada.
Con Byron muerto y enterrado, los chinos habían fijado su atención en un joven asiático de nombre Andy Chu, experto informático de Securicom que estaba con Deitz la noche en que este murió. Chu se encontraba en el hospital y vigilado por el FBI. Según Boonie, los chinos querían echarle el guante como fuera y Chu estaba hablando por los codos en un intento de impedir que lo deportaran. Boonie le dijo que si seguía contándole cosas, quizá él podría conseguir quitarle de encima a la guangbo. Kate tenía la impresión de que Boonie le estaba tomando cariño al joven Chu, quien probablemente, hasta cierto punto, no fue más que un inocente rehén en el Galleria Mall.
Charlie Danziger había sido enterrado con todos los honores. Mavis Crossfire pronunció un afectuoso panegírico durante la ceremonia.
Beau Norlett, en silla de ruedas, había asistido al funeral. La recuperación iba rápida y se esperaba su reincorporación a la BIC, de entrada para trabajo de mesa, en el plazo de un mes.
En cuanto al atraco al banco, la versión oficial era que Danziger no había tenido nada que ver y que todo había sido cosa de Coker, el cual continuaba en paradero desconocido, así como su novia, Twyla Littlebasket.
Ambos habían engrosado la lista de más buscados del FBI, lo que sin duda hacía sonreír a Coker.
Kate se preguntaba si conocía realmente toda la verdad (no era fácil imaginarse a Coker haciendo algo en lo que Charlie Danziger no tuviera parte), pero Nick y Tig Sutter se ceñían a esa versión, que había acabado convirtiéndose en la oficial.
Kate era una esposa lo bastante lista para no insistir. No sería la primera ni la última vez que Niceville ponía una losa sobre algún secreto, muchos de ellos más extraños que este. En el fondo, la población quizá se sentía aliviada de no tener que pensar más en… Niceville. Cosa que a Kate y a Beth les parecía bien.
—¿Te traigo un poco de vino, Kate? ¿Un buen tinto?
Kate puso una cara un poco rara.
—No sé, creo que no.
Beth se la quedó mirando.
—Estás embarazada, ¿verdad?
Kate sonrió y se ruborizó un poco.
Beth se le echó encima y abrazó a su hermana.
—¡Qué bien! —dijo, con lágrimas en los ojos—. ¿Se lo has dicho a Nick?
Kate se sintió un momento deprimida, pero se recobró enseguida. Había tenido dos abortos, ambos tempraneros, y había esperado hasta ahora para hablar con Nick.
—Esta noche pienso decírselo.
—Me llevaré a los críos a cenar fuera, así podréis estar a solas.
—Perfecto.
Se quedaron un rato en silencio, relajadas, notando en el aire el aroma a otoño. Alguien estaba quemando hojarasca en el vecindario y el viento traía el olor acre del humo. Oyeron las risas de los niños al fondo del jardín, y Axel agitó algo en sus manos, como si fuera una varita mágica. Por lo visto había ganado en el juego, una mano o una ronda o un premio. Hannah estaba sentada sobre los talones, rubia y feliz, y miraba a los chicos con sus grandes ojos azules.
—¿A qué están jugando? —preguntó Kate.
—A esa cosa que se han inventado Rainey y Axel. Le están enseñando el juego a Hannah.
—¿Cuáles son las reglas?
—No tengo ni idea, pero creo que va de susurrarse cosas. Y creo que hay también un idioma secreto. De todos modos, es solo para niños. No se permiten adultos. Cada vez que bajo a verlos, paran y me miran los tres como lechuzas.
Unas nubes taparon el sol y las monedas de oro desaparecieron. De repente refrescó. Los niños susurraban entre sí. Kate sintió frío. Igual que Beth.
—Está refrescando —comentó—. Quizá deberíamos ir adentro. ¿Te traigo una chaqueta?
—No, estoy bien. Ya entraremos.
Se quedaron mirando a los niños un rato más.
—A los chicos les encanta compartir secretos —dijo Beth.
—Cierto. Seguramente no hacen daño a nadie.
—Seguramente —respondió Beth reprimiendo un mal presentimiento; su hermana hizo lo mismo mientras escuchaban a los tres susurrar al fondo del jardín.
Más allá, el río burbujeaba y centelleaba en las sombras densas que arrojaban los viejos pinos. El sol permaneció detrás de las nubes. Hacía frío. Kate miró al cielo y pensó: «Se acerca el invierno».