Yo canto al cuerpo eléctrico

Hicieron falta dos días para organizarlo, pero allí estaban (era la mañana del miércoles), y Kate estaba empleando todo su poder de persuasión con la mujer sentada a la mesa.

La doctora Lakshmi tenía unos grandes ojos almendrados y unos labios carnosos, que se pintaba de rosa oscuro. Por regla general irradiaba serenidad, solvencia profesional e incluso afecto. No era así ese día, mientras miraba a Kate con gran reticencia. Y un poco de ira también.

—A un niño no se le somete a terapia electroconvulsiva a menos que haya muy buenos motivos, Kate. WellPoint no es un garito de curanderos tercermundista. Siento mucho…

Kate miró a Nick, que estaba sentado un poco aparte, manteniendo una prudente distancia. Volvían a estar juntos, si es que habían llegado a separarse en algún momento, pero Nick confiaba muy poco en la idea de Kate, independientemente de lo que hubiera podido pasar con los audífonos de Hannah.

—Fue una interferencia eléctrica, doctora. Así me lo confirmó la audióloga. Pudo reproducir el efecto mediante un osciloscopio. Incluso me dijo el rango de frecuencias que…

—Una audióloga no es una neuróloga. Existen unos estándares profesionales, a los que yo me ciño. Lo que usted propone no podría contemplarse siquiera sin una gran cantidad de pruebas diagnósticas.

—Que ya le han hecho. Un TAC, un electrocardiograma, un PET, incluso una punción lumbar. He mirado su página web, doctora, y allí dice claramente que en casos en los que no existe otra anomalía, la terapia electroconvulsiva muchas veces funciona en dolencias mentales como la manía grave, la esquizofrenia, la catatonia…

—Rainey no está catatónico. Ahora mismo el chico está descansando en la sala. No se ha producido ninguna repetición del efecto de voz interior que Rainey nos explicó.

Kate se recostó en la silla.

—Mire, doctora, lo diré bien claro. Es la última esperanza para él…

—Kate, yo no creo ni por un momento que Rainey tenga dentro una presencia demoníaca. En WellPoint no practicamos exorcismos.

—Le estoy pidiendo un tratamiento porque él cree firmemente que sí tiene dentro una especie de presencia demoníaca. Usted misma dijo que la terapia electroconvulsiva muchas veces es la respuesta a ese tipo de estado delirante, especialmente cuando falla todo lo demás.

La doctora se quedó un rato callada.

—Existen riesgos…

—Firmaré cualquier dispensa que me ponga delante.

—Podría producirse una pérdida de memoria a corto plazo. Experimentará náuseas, cefalea, dolor mandibular. Durante un tratamiento con esa terapia, el ritmo cardíaco y la tensión sanguínea suben. Aunque Rainey tiene un corazón fuerte, el riesgo existe. Pequeño pero real. Lo que inducimos viene a ser como un ataque. Se lleva a cabo con anestesia total, cosa que también entraña unos riesgos…

Kate contuvo el aliento, a la espera.

—Tendré que consultarlo con un deontólogo clínico…

—Pero ¿lo pensará?

—¿Usted está decidida a seguir adelante?

—Absolutamente.

La doctora Lakshmi se la quedó mirando unos segundos y luego desvió la vista hacia Nick.

—¿Qué dice usted, Nick? También es tutor de Rainey. ¿Apoya este tipo de tratamiento?

—Doctora, si no se lo hacen, entonces Kate y yo tenemos un problema serio, porque yo no pienso dejar que Rainey viva en nuestra casa mientras el asunto no se resuelva.

Miró a Kate y le dedicó una sonrisa irónica.

—Hasta ahora —continuó—, esto ha tenido como consecuencia que yo viva en un hotel y Kate en su casa con Beth, Hannah y Axel, y Rainey está encerrado aquí en una sala…

—Porque existe riesgo de fuga y Rainey está en el centro de una investigación policial sobre una funcionaria del colegio que murió ahogada. ¿Se han presentado cargos?

—No. Debido a los… problemas mentales de Rainey, el fiscal ha declinado acusarlo de nada, pero el hecho es que Rainey sí pudo tener algo que ver en esa muerte. Si el tratamiento puede ayudarlo a llevar una vida normal, entonces…

—¿Entonces lo apoya sin reservas?

—Sí —dijo Nick—. Lo apoyo.

—Muy bien. De acuerdo, entonces.

«Ella estaba abajo muy abajo muy al fondo ovillada dentro de una red de sabrosos recuerdos paladeándolos saboreándolos respirándolos comiéndolos. Había estado pensando en los placeres que compartirían cuando el viejo familiar viniera otra vez a vivir; en las cosas que habían hecho juntos, saboreado juntos, cosas que no podían hacer por separado. En el principio no había habido nadie a quien la nada simplemente no consumiera de cólera pero en esta segunda vida a medida que la fractura entre los mundos se enfriaba y cambiaba y ella cambiaba a su vez las viejas costumbres habían variado también y una parte de la vida que llegaba a ella no la consumía o no la consumía de una sola vez y varias de estas vidas se colaron en ella y se quedaron y entonces no estaba tan sola y la nueva segunda vida había sido exquisita; ese ente en el cual había penetrado estaba sin educar, virgen, impotente para hacer que pasaran cosas, pero era la matriz para el viejo familiar que pronto volvería…

»… fue consciente de que el ente trataba de verla, intentaba luchar contra ella, la hizo aflorar; y zumbando y chasqueando para sí misma se trasladó a la zona donde el ente tenía la visión…».

Rainey tenía los ojos fuertemente cerrados y estaba atado con correas a la camilla de ruedas con la que las enfermeras lo trasladaban por la fría habitación pintada de blanco, pero «vio» a la cosa arder detrás de sus párpados cerrados (el corazón le latía con fuerza, pero no podía moverse), y la nada lo miró…

… con ojos amarillos como chispas dentro de un campo de diamantes negros; ella giraba como una rueda de fuego y humo pero los ojos lo tenían allí clavado; él notaba el calor de ella en la superficie de su mente, el crepitar eléctrico de su reluciente piel, dentro de sus ojos había una tierra baldía, una ardiente planicie amarilla bajo un cielo esmeralda batido por llamas azules; los ojos de ella se agrandaron; sabía que Rainey estaba mirando, mirándola, viéndola, sintió su pánico, era sedoso y plateado y vivo; abrió la boca y…

… hubo un sibilante y crepitante alud de fuego; llamas azules, blancas y violeta peinaron y treparon por cables y paredes; cómo quemaba todo, ella jamás había conocido tanto dolor; bajó a cuevas y saltó por rutilantes gargantas y se metió por túneles cada vez más abajo más abajo, túneles de carne que palpitaba y las llamas violeta pisándole los talones… y fue bajando y bajando y bajando cada vez más…