El camino está cerrado
La laberíntica casona victoriana de Delia Cotton en Upper Chase Run estaba cerrada a cal y canto, como venía estándolo desde que ella había desaparecido la primavera anterior. Hastiales, porches, galerías e invernaderos con paredes de cristal se extendían al amparo de las sombras azuladas que arrojaban robles antiquísimos y sauces imponentes. Charcos de luz rielaban sobre el ondulado césped que subía hasta la casa. Todos los postigos estaban cerrados y con su candado correspondiente. La verja doble de hierro que había al final del largo camino particular en curva estaba asegurada con cadenas.
Kate frenó el Envoy delante de la verja. Lemon se apeó para echar un vistazo a la cadena. Volvió al vehículo y del espacio para guardar cosas bajo la plataforma de carga trasera sacó el hierro de desmontar neumáticos. Volvió a la verja, metió la hoja del desmontador entre la cerca y un eslabón de la cadena y tiró bruscamente hacia abajo. La cadena se partió y cayó al suelo con un fuerte ruido metálico.
Lemon abrió la verja y Kate entró con el Envoy en el camino, seguida de Lemon a pie. Detuvo el coche bajo la techumbre del abigarrado pórtico victoriano y apagó el motor.
Rainey había vuelto en sí hacía un rato y estaba incorporado en el asiento, mirando la casa con una expresión ausente. Era como si la cosa que tenía dentro se hubiera marchado y solo quedara un muchacho medio en trance. Lemon llegó al coche en el momento en que Kate estaba bajando.
—¿Se ha despertado? —preguntó.
—Tiene los ojos abiertos, pero no estoy segura de si está ahí o no. ¿Sabrás cómo entrar?
—Claro. La gracia está en hacerlo sin que tenga que venir la patrulla de seguridad.
Lemon subió los escalones mientras ella permanecía junto al vehículo, vigilando a Rainey.
—Rainey, ¿puedes oírme?
Rainey la miró.
—Quieres enviarnos a la cosecha —dijo.
Una afirmación exenta de todo sentimiento.
Y una acusación impecable.
Rainey sentía aún a Cain dentro de su cabeza, pero la cosa estaba en las profundidades. Rainey la notaba acurrucada en la base de su cráneo, pestañeando en la oscuridad, expectante, callada.
Y comprendió que Cain tenía miedo.
Kate se pasó los dedos por el cabello y sacudió la cabeza para soltarlo.
—Rainey —dijo—, ¿esos guardianes vinieron contigo?
—No lo sé. Yo no los huelo. Creo que a esta casa no pueden venir.
—¿Por qué no?
—Tú ya lo sabes.
Otra vez la ausencia de tono, de timbre.
Una mera aseveración carente de sentimiento. Tan falta de esperanza o de miedo que Kate tuvo que apartar la vista del chico inmediatamente.
Lemon volvió.
—Bien. A ver qué me dices de esto. La puerta principal no está cerrada, quiero decir con llave. Y aunque está oscuro porque todas las puertas y ventanas de la casa están cerradas, la luz funciona. ¿Qué quieres que hagamos?
—Lo que hemos venido a hacer.
Lemon torció el gesto, pero le abrió la puerta a Rainey y le ayudó a bajar, sujetándolo fuerte por el brazo izquierdo. Rainey estaba como desmadejado, no dijo nada, no ofreció resistencia. Y ya no despedía aquel olor.
Subieron los escalones hasta la puerta principal y entraron al vestíbulo. Fue como meterse en un joyero. Paredes y suelos eran de roble pulido. Apliques de latón a ambos lados del recibidor, y una alfombra persa estrecha que iba hasta el pie de un amplio tramo de escalera. En la cargada penumbra pudieron distinguir una segunda planta con galería. El pasillo central estaba presidido por una enorme araña de luz.
Hacia la mitad del pasillo alfombrado, una puerta de cristal daba a un estudio con paneles de madera, y otra puerta gemela se abría en el lado opuesto a una alegre y espaciosa sala de música de forma octogonal, con vitrales en cada pared. En la densa penumbra reinaban las sombras.
Se detuvieron al pie de la escalera central, escuchando los crujidos y gemidos que la casona producía como reacción al lento enfriarse del día.
—Bueno, ¿y ahora? —preguntó Lemon, que nunca había estado en la mansión de Delia Cotton.
Lo único que Lemon sabía de Delia era que pertenecía al famoso clan Cotton, que su marido había ganado una fortuna en las minas de azufre y que de joven ella había sido de una belleza sin par.
Antes de desaparecer había vivido sola en la majestuosa Temple Hill, rodeada del tipo de esplendor victoriano tan querido por las viejas fortunas. Luego, una soleada tarde, había abandonado el planeta, por decirlo así, y no se había vuelto a saber de ella.
—Creo que es por aquí —dijo Kate.
Los guio por un pasillo lateral que daba a un enorme comedor con paneles en las paredes. Al fondo, unas contraventanas comunicaban otra vez con la sala de música. Pasado el comedor había una cocina de grandes dimensiones, y más allá un solárium con paredes de cristal, repleto de helechos, palmeras enanas y orquídeas.
—Esto lo está regando alguien —dijo Lemon.
Del solárium les llegaba el denso olor a tierra húmeda y fragancias de jazmín y lavanda.
—El dinero de los Cotton sirve para conservar la casa exactamente como estaba el día en que Delia desapareció. Así constaba en su testamento. Dejó unos fondos aparte para el mantenimiento de la casa. Por eso hay luz eléctrica. La puerta del sótano está ahí.
Al fondo de la cocina, con sus baldosas como un tablero de ajedrez, había una puerta grande de madera pintada del mismo color amarillo mantecoso que la cocina.
Rainey se detuvo en seco a unos centímetros de la puerta y se puso tenso.
Kate volvió la cabeza y lo miró.
—Tenemos que bajar, Rainey.
—Yo ahí no bajo.
—Es preciso.
—Sé lo que hay.
—¿Cómo lo sabes?
—Nick lo grabó en vídeo cuando estaba buscando a la señora que vivía aquí. Encontré la cinta. Abajo hay una pared, y era como si estuviesen proyectando una película. Salía una granja y gente que trabajaba en los campos. Es el sitio adonde fui cuando estuve en el espejo. Donde vivía Glynis. Tú quieres hacerme volver y que abandone este mundo para siempre. Pues no pienso bajar.
Kate abrió la puerta y se quedó a un lado. Los escalones bajaban hacia la oscuridad, pero en un rincón, al fondo, se veía un poco de luz.
—Rainey, no puedo hacer ninguna otra cosa por ti. Es lo único que se me ocurre.
Lemon, que estaba dispuesto a obligar al chico a bajar, le agarró del brazo. Rainey estaba temblando y tenía la cara pálida, pero bajó las escaleras sin forcejear. Dentro de su cabeza notaba los zumbidos de Cain.
A pesar de la casi total oscuridad, pudieron apreciar que el sótano era muy amplio y despejado, y que el suelo era de piedra. En el techo se veían unas vigas transversales, sin desbastar, reforzadas en la parte central por otras vigas metálicas que probablemente habían sido instaladas años después de las originales. Una gigantesca caldera de gasóleo de la que salía un sinfín de tubos descansaba entre las sombras.
Pero había luz.
En las gruesas paredes de piedra, justo debajo de las vigas, había unas ventanas como rendijas. Estaban herméticamente cerradas y con cinta aislante alrededor.
Excepto una.
Esta presentaba un pequeño orificio circular, y por él entraba un haz de luz del día que parecía tan sólido como un rayo láser; el haz daba en la pared opuesta a la ventana en cuestión. Había allí una imagen, borrosa y poco definida, pero que se movía. En la parte superior de la pared se veía una franja verde oscuro, luego una línea de puntas negras, y en la parte inferior un campo de un azul claro.
—Esto es una cámara estenopeica —dijo Kate—. La imagen que vemos está invertida.
—¿Qué es lo que estamos mirando? —preguntó Lemon, intrigado.
—Hay que esforzarse para interpretarlo. La línea verde de la parte de arriba es el césped que hay fuera. Las puntas negras son la valla que rodea la finca. Y el azul es el cielo. ¿Lo ves?
Lemon no tardó en conseguirlo.
Las formas poco definidas, luminosas pero tenues, fueron apareciendo como una imagen invertida de lo que estaba al otro lado de la ventana. Césped, árboles, un cercado, y más allá Upper Chase Run. El viento movía los robles, y en el cielo azul claro flotaban nubes en movimiento.
Rainey se había retirado a un rincón, lo más lejos posible de la imagen de la pared, y parecía asustado. Lemon lo miró y luego miró a Kate.
—Bueno, y ahora ¿qué?
—No lo sé. Nick dijo que la imagen cambiaba y se veía una granja, gente trabajando en el campo, unos pinos.
—Yo solo veo la calle de ahí fuera.
—Y nunca podrás ver otra cosa.
Los tres se volvieron al oír aquella nueva voz, y en la escalera del sótano vieron a una mujer. Era alta, esbelta y muy vieja. Sus sedosos cabellos blancos eran largos y le cubrían los hombros. Llevaba una bata china de seda azul cielo, con bordados de hilo de oro. Miraba a Rainey con ojos fríos y un gesto tenso en la boca.
—Glynis Ruelle jamás permitirá que esa cosa entre en su mundo.
—Usted es Delia Cotton —dijo Kate.
—En efecto. Y tú eres Kate Walker. Conocí muy bien a tu madre. ¿Este niño es Rainey Teague?
Rainey dio una sacudida y pareció encogerse al oír pronunciar su nombre.
—Sí —respondió Kate—. Señorita Cotton, pensaba que usted… que nadie sabía dónde estaba.
—Tal vez. Pero yo sí sabía dónde estaba, que es lo único que importa. He tomado la decisión de vivir así. Tengo dinero suficiente para hacerlo posible. Estoy muy harta de Niceville y de los problemas que trae consigo. Como el de esta personita.
—Y ¿dónde ha estado?
—Pues aquí —dijo la mujer abarcando con un gesto la casa entera—, en Temple Hill.
—Pero si la casa está toda clausurada…
—He acabado desconfiando de las ventanas. Y de los sótanos. Casi nunca bajo aquí.
—¿Por qué?
—Por esos efectos ópticos que estás mirando. Siempre pasa a esta hora de la tarde, al menos en días soleados. Le he oído al chico explicarlo, y es exactamente así. Esta habitación reproduce el efecto de una cámara oscura, una cámara estenopeica. Supongo que debería tapar ese agujero, pero el caso es que todavía no lo he hecho. No sé por qué, la verdad. Pero si esperáis a que Glynis Ruelle abra el camino, más vale que vayáis pensando en otra cosa.
—Una vez dejó entrar a Rainey.
—El chico todavía no había estado en Crater Sink. Ahora sí. Ahora la nada está en él; lo noto por el olor.
—¿Usted sabe lo que le ha pasado?
La mujer miró a Rainey.
—Sí. Lo que le ha pasado es la nada. Como a la mayoría de los Teague. En realidad no sabéis quién es este niño, ¿me equivoco? Quiero decir que sus antecedentes son oscuros e imprecisos, ¿verdad?
—Así es. No hemos podido encontrar indicios de su nacimiento.
—Este chico fue concebido en abril de 1999, en la habitación que ocupaba Abel Teague en el centro de cuidados paliativos Gates of Gilead, en Sallytown. No fue una transacción consentida. El chico es el resultado de una reiterada y brutal violación. No conozco el nombre de su madre, pero el padre es Abel Teague. Ella estuvo recluida durante nueve meses en aquella habitación. Cuando dio a luz, los guardianes a sueldo de Abel Teague la mataron. Abel es un hombre horrible. Glynis Ruelle se las apañó para traerlo a la cosecha, y allí está, sufriendo. Él quiere fugarse. Intenta convertirse de nuevo en un hombre vivo. Ahora que este chico tiene edad suficiente y que es el heredero de una gran fortuna, Abel desea regresar a fin de tener una nueva vida dentro del cuerpo del muchacho. La presencia que lleva dentro lo está ayudando.
—¡Tenemos que impedir que eso ocurra!
—Sí. Desde luego. Nada más fácil.
—¿Y cómo?
—Matadlo.
—¿Qué?
—Tu amigo aquí presente tiene un arma. Si matáis a este niño, todo terminará. La parte de la presencia que lleva dentro se evaporará y desaparecerá. Los guardianes que la presencia ha creado se disiparán. Y Abel Teague se quedará donde está ahora, como un elemento más de la cosecha.
—Pero ¡no podemos matarle!
—No hay otra alternativa.
Delia miró a Lemon.
—Joven, tiene que ser fuerte. Por la mujer y por el chico. ¿A qué espera? ¡Mátelo!
Lemon dudó un poco, pero se acercó a Rainey y le apuntó con el arma a la cabeza. En lo más recóndito de su cerebro, Rainey oyó que Cain empezaba a silbar como una serpiente acorralada. Cerró los ojos y esperó.
Cualquier cosa era mejor que eso.
Kate le gritó a Lemon que no disparara.
Lemon no hizo caso.
Amartilló el revólver y presionó la sien de Rainey con el cañón. Kate se acercó a toda prisa.
—Lemon, ¿cómo sabes que esta mujer es real?
Lemon miró hacia donde estaba Delia.
Delia Cotton hizo un gesto de asentimiento.
—Puede que ella tenga razón. Desde hace algún tiempo he empezado a sospechar que podría estar muerta. El tiempo se mueve a mi alrededor, no sé cómo, y no siempre está donde yo lo dejé. Da lo mismo. La cosa que el chico tiene dentro debe ser extirpada. No hay otro camino.
«Los audífonos de Hannah».
—Espera, Lemon. Puede que haya otra manera.
—No la hay —dijo Delia en voz baja.
Kate estaba mirando fijamente a Lemon.
Él pareció cambiar de opinión.
«Tal vez está en lo cierto. Quizá haya otro camino».
Lemon apartó la pistola de la sien de Rainey. En todo ese rato, Rainey no había hecho el menor aspaviento ni dado muestras de sentir nada.
Delia esperó en silencio hasta que Kate la miró y finalmente añadió:
—Te compadezco, Kate. Estás cometiendo un grave error, y tanto tú como tu familia lo lamentaréis profundamente. Pero, en fin, ya está. Ahora haced el favor de sacar a este niño de mi casa.
Miró a Rainey, quien a su vez la miró a ella.
—A lo que vive en ese cuerpo: óyeme bien, el camino está cerrado. Cerrado y atrancado, y yo soy quien lo guarda. No se te ocurra volver por aquí nunca más, o acabaré contigo.