Res ipsa loquitur
El juzgado de los condados de Belfair y Cullen había sido en sus inicios una iglesia católica y conservaba todavía en cada lado diez ventanales con marco de madera y cristal emplomado, viejas paredes de tablones enlucidos y una hilera de ventiladores también de madera a lo largo de su bóveda de cedro.
Donde en tiempos había estado el altar se encontraba ahora el banquillo del juez, hecho de madera tallada, dominando toda la sala desde una tarima al efecto. En la parte frontal tenía un panel de madera con una pintura al óleo de una batalla de caballería de la guerra de Secesión, la segunda jornada de Brandy Station. Una descolorida bandera de los Estados Unidos con ribetes de cordón dorado colgaba de una lanza de caballería detrás de la butaca del juez.
En esa butaca se encontraba aquel lunes por la mañana el magistrado Theodore Monroe, un viejo y arrugado buitre de nariz aguileña y menudos ojos negros. Llevaba puesta la toga, y la expresión de su cara al mirar a Warren Smoles a través de las gafas metálicas de media montura era tan intensa y malévola, que ni siquiera un hombre angelicalmente libre de toda sombra de duda habría podido evitar una sensación de estupor.
La larga nave, que olía a cedro y a sándalo, estaba prácticamente vacía, pues el juez Monroe había decretado que la audiencia por la custodia tuviese lugar a puerta cerrada.
La entrada al edificio estaba prohibida al público y a los periodistas. Kate, Nick y su abogado, Claudio Duarte, un joven flaco de piel aceitunada y rostro anguloso donde destacaban unos enormes ojos castaños, estaban sentados en el lugar habitualmente reservado a la acusación.
A Warren Smoles, que se presentaba solo, se le había asignado la mesa de la defensa. Rainey esperaba en el despacho del juez, para el caso improbable de que lo llamaran a declarar. Uno de los «enfermeros» de Smoles estaba con él. Nadie podía saber lo que en esos momentos le pasaba a Rainey por la cabeza. Daba la impresión de estar nervioso, desafiante y malhumorado.
Lemon, por no ser pariente ni abogado, tenía vetada la entrada, cosa que le parecía bien, pues probablemente le habría costado aguantarse las ganas de partirle la cara a Warren Smoles.
A la izquierda estaba la actuaria del juzgado, hablando en esos momentos por un micrófono con forma de embudo que cubría la parte inferior de su rostro.
Una de las primeras cosas que había grabado era una escaramuza inicial entre Smoles y el juez. Smoles había objetado que consideraba su asignación al banquillo de la defensa «perjudicial» para sus argumentos, objeción de la que el juez Monroe se había hecho eco con una respuesta seca y sucinta.
—Se toma debida nota. Paparruchas. Ahora siéntese.
Colorado, Smoles fue lo bastante listo para obedecer.
El juez había decidido llevar a cabo la vista en el tribunal y no a puerta cerrada, sobre todo porque el contenido de la demanda de Smoles le asqueaba profundamente y quería estar más alto que él y así poder fulminar la calva coronilla del abogado cada vez que este bajara la cabeza para consultar sus notas.
El juez paseó la vista por la sala. Las pocas personas presentes aparecían iluminadas por la luz teñida que entraba por los vitrales de la pared oriental del juzgado. Sus ojos se posaron brevemente en la cara de Kate Kavanaugh y repararon en toda la angustia que había en ellos.
Admiraba a Kate y le caía muy bien como persona; la conocía a ella y a su familia desde hacía años, motivo por el cual le había pedido en su momento que fuese la tutora de Rainey.
Que una petición aparentemente inofensiva le hubiera causado a Kate semejante martirio había provocado en el estómago del juez un ardor que trataba de mitigar con sorbitos de un vaso largo que contenía hielo y un líquido transparente que, sin embargo, no era agua del grifo.
Monroe miró el reloj que había al fondo, esperó hasta que el minutero hubo alcanzado el 10 y descargó su mazo con energía.
—Muy bien. Pongamos en marcha esta farsa. No tengo intención de aguantar mucha jerga legal, quedan todos avisados. Lo que quiero del señor Smoles aquí presente es que exprese con claridad su razonamiento en relación con el asunto de Rainey Teague, que exponga las pruebas necesarias en apoyo de dicha argumentación y, si fuera preciso, yo haré que el chico comparezca y dé su versión. Una vez que el señor Smoles haya dicho lo que tenga que decir, será el turno del señor Duarte, aquí presente. Buenos días, señor Duarte.
Duarte se puso en pie de un salto.
—Buenos días, señoría.
—Dudo que lo sean… Será el turno del señor Duarte para exponer su réplica a los argumentos del señor Smoles, aportar pruebas en contra si las tuviera y, en el caso de que Rainey entre (que quede claro que eso depende solo de mí; no quiero meter al chico en una pelea de gallos), yo mismo lo interrogaré y…
Smoles no pudo evitarlo. Se levantó para protestar, pero el mazazo del juez lo devolvió rápidamente a su asiento.
—Señor Smoles, le recuerdo que esto es una audiencia informal y que no pienso tolerar ninguno de sus acostumbrados trucos teatrales. Presido un tribunal de justicia, no una maldita feria ambulante. ¿Está claro?
Eso parecía, pues Warren Smoles estaba como encogido ante la fulminante mirada del juez Monroe.
—Estupendo. Asunto aclarado. Ruth, ¿está lista? ¿Todo en orden?
—Sí, señoría —dijo la actuaria.
—Bien. Bueno, señor Smoles. Cuando guste puede usted afinar su instrumento y darnos un recital.
Smoles se puso de pie y, por un momento, se quedó callado mirando los papeles que tenía sobre la mesa. La corte esperó. Transcurrieron diez segundos en el reloj del fondo.
—Señoría, estimados colegas aquí reunidos…
—Señor Smoles, no me venga con frases lapidarias, haga el favor.
El abogado se puso tieso y, exagerando sus movimientos, anotó algo en su bloc.
—Gracias, señor juez. Miren, para mí esto es tan difícil como lo va a ser para la señorita Walker…
—Señora Kavanaugh —le corrigió el juez.
—La señora Kavanaugh y su marido. Y deseo que quede constancia por escrito de que yo sugerí que, puesto que en cierto modo se les está juzgando a ellos, no tengan que pasar por este mal trago.
—Mis clientes se quedan —dijo Duarte—. No están aquí como testigos, sino como demandados.
—Ya hemos discutido este tema, señor Smoles.
Smoles se alisó el pelo hacia atrás y dio unos toquecitos a la solapa de su Brioni gris marengo.
—Muy bien. He aquí lo esencial: el viernes por la tarde recibí una llamada de Rainey desde el McDonald’s de Kingsbane. El chico estaba muy agitado. Dijo que quería contratarme para que lo ayudara a salir de una situación familiar muy desagradable. Después de un rato hablando con él tomé la decisión de tratar el asunto cara a cara. Mandé a mi chófer a recoger al muchacho a las dos y media de esa misma tarde. Cuando llegó a mi despacho, varias cosas saltaban a la vista. Rainey estaba medio desquiciado, sollozando sin parar. Entonces decidí grabar la entrevista en vídeo.
—Es para hoy, abogado. Resuma.
—Sí, cómo no, señoría. Para «resumir» los hechos tal como los expuso Rainey, parece ser que el chico había hecho novillos varios días y Kate, como su tutora, estaba lógicamente muy enfadada. Hubo una especie de careo cuando Rainey llegó a casa el pasado jueves por la noche, y el chico quedó muy asustado ante la furia que ella mostró. Él intentó explicarle que solo quería tener un rato para pensar, que en el colegio lo acosaban y que la pérdida de sus padres le había afectado mucho. Según Rainey, la postura de Kate fue muy fría. Le hizo saber que estaba preocupada por su estado mental y que Nick y ella habían decidido llevarlo a que le hicieran unas pruebas para determinar si estaba bien, que no tuviera nada raro en la cabeza. Rainey expresó su temor (esto es, me lo expresó a mí) de que su tutora estuviera pensando en encerrarlo en lo que Rainey llamó «una casa de locos».
Smoles hizo una pausa, fingiendo consultar sus notas.
—En el vídeo puede comprobarse que yo le paré los pies en ese instante, intuyendo que podíamos entrar en… en territorio procesable; no quería tener ideas preconcebidas ante posibles nuevas averiguaciones…
—O sea que preveía ya un procedimiento criminal…
—Bueno, señoría, yo intentaba ser…
—Seguro que sí. Continúe, señor Smoles.
—De acuerdo. Le pregunté por qué le parecía a él que su tutora iba a querer mandarlo a un centro psiquiátrico. El chico no daba con la respuesta y decidí esperar. No hubo la menor ayuda por mi parte, eso se lo puedo asegurar al tribunal. Al final me dijo que su familia era muy rica y que, como sus padres habían muerto, podía ser que la señora Kavanaugh quisiera hacerse con el control de ese dinero.
Duarte se puso en pie.
—Señoría, incluso en una audiencia informal, eso equivale a una calumnia; a difamación, si constara por escrito…
—Señor Duarte, me temo que no hemos oído todavía lo peor. Y le recuerdo que una aseveración no es un hecho probado, y que acusaciones o implicaciones hechas en una vista informal no son declaraciones públicas (habladas o escritas), y por tanto no les atañen las leyes sobre calumnia y difamación. Entiendo su postura, pero deje usted que lleve yo las riendas, abogado. Señor Smoles, creo que podemos prescindir de tantos detalles. ¿Qué tal si lo dejamos ahí? Adelante con lo que tenga que decir.
Duarte se sentó de nuevo y puso una mano sobre la superficie de la mesa, tocando ligeramente la de Kate. Ella se había quedado inmóvil y estaba muy pálida. A su lado, la expresión de Nick era como una máscara de piedra.
Smoles bajó la cabeza y examinó los papeles que tenía a mano.
—Señoría, lo que me dispongo a decir es muy… volátil… y podría tener implicaciones que van más allá de la custodia de Rainey y de la tutela de la fortuna de su familia, que asciende a más de diez millones de dólares.
—Usted diga lo que tenga que decir, señor Smoles. Yo me ocupo de las consecuencias.
—Bien, señoría. Después de hablar un buen rato con Rainey, y habiendo hecho luego las debidas verificaciones, creo que deberíamos considerar muy seriamente la posibilidad de que exista una conspiración entre un conocido delincuente de nombre Lemon Featherlight y la señora Kavanaugh, aquí presente, a fin de hacerse con el control de los bienes de la familia Teague por la vía de hacer encerrar a Rainey en un psiquiátrico acusándolo de haber asesinado a una administrativa del colegio Regiopolis llamada Alice Bayer…
Nick se puso en pie de un salto.
Duarte logró detenerlo antes de que se lanzara sobre Smoles. Smoles, persona ágil cuando las circunstancias lo requerían, estaba ya pasillo abajo camino de la puerta.
Los mazazos del juez Monroe resonaron en las paredes del juzgado. Tras restaurar el orden a gritos, se dirigió a Smoles en voz más baja pero vibrante.
—Continúe, abogado.
Smoles parecía indeciso, como si le sorprendiera que el juez le permitiese continuar, y se preguntó si no habría pasado por alto algún detalle crucial.
—Bien, naturalmente, esto no es más que una interpretación de los hechos que nos atañen. Pero parece ser que el teniente Tyree Sutter, de la BIC, se ha puesto ya en contacto con el inspector Kavanaugh al objeto de que Rainey preste declaración sobre el hallazgo del cadáver de Alice Bayer en el río Tulip. Cerca del escenario de los hechos había objetos pertenecientes a Rainey y a su joven amigo Axel Deitz. Que Rainey estuviera haciendo novillos y que Alice Bayer fuese la secretaria encargada de la sección de puntualidad y asistencia levantó las sospechas del teniente Sutter. He interrogado a Rainey a este respecto y él me asegura que no tiene la menor idea de cómo llegaron a parar sus cosas a Patton’s Hard. No sabe absolutamente nada de lo que le ocurrió a Alice Bayer, y piensa que la señora Kavanaugh y alguien más (probablemente Lemon Featherlight) podrían haber llevado hasta allí sus pertenencias para inculparlo. Podría ser que la señorita Bayer decidiese ir a Patton’s Hard al ser informada de que Rainey se encontraba allí. Se sabe que la señorita Bayer había ido en varias ocasiones a buscar a chicos que se habían saltado clases. Es posible que los conspiradores hiciesen esa llamada, que redujeran a la señorita Bayer cuando llegó a Patton’s Hard y que luego la lanzasen al río para después colocar pruebas incriminatorias a fin de sugerir que Rainey había sido el responsable.
Duarte se había puesto en pie otra vez, más que nada por temor a que si no interrumpía el discurso de Smoles, Nick, que esa mañana iba armado, le pegara un tiro allí mismo.
—Señoría, esto es la más burda tergi…
—El señor Smoles tiene derecho a la más burda tergiversación de los hechos. Y la corte debe escucharlo. La esencia de nuestro sistema judicial es el múltiple intercambio de tergiversaciones y la selección falazmente esmerada de hechos irreconciliables. Continúe, señor Smoles, por favor. Considéreme absolutamente en trance.
—Gracias, señoría. Alegar semejantes cosas de una colega a quien tengo en muy alta estima es tan doloroso para mí como pueda serlo para la señora Kavanaugh.
—Sin duda. Pero debe usted esforzarse por continuar.
—Bien. Por improbable que pueda parecer este escenario, existen elementos que lo corroboran y le dan crédito. Por ejemplo, las primeras personas que alertaron a la policía sobre la presencia del Toyota de Alice Bayer fueron la señora Kavanaugh y el señor Featherlight. Uno podría preguntarse cómo es que una respetada funcionaria de la corte, y mujer casada además, estaba en compañía de tan dudoso personaje como es el señor Featherlight, que fue licenciado del cuerpo de marines con deshonor tras agredir a dos agentes de la policía militar que hubieron de ser hospitalizados, y cuyos subsiguientes recursos económicos procedían de trabajar como escort para diversas mujeres casadas y ricas que frecuentan las cafeterías del Pavilion.
«En cuanto Lemon se entere de esto —estaba pensando Nick—, Smoles ya puede ir encargando un ataúd. Qué digo: mejor que lo encargue ya».
—Y otro motivo de preocupación es el hecho de que, según Rainey, el señor Featherlight visitaba con frecuencia la casa de los Teague en vida de los padres del chico. A todas horas, afirma Rainey, y a menudo cuando Miles, el marido de su madre, estaba ausente. No me arriesgaré a sugerir una posible conexión entre Featherlight y la muerte de Sylvia Teague, al menos sin haber hecho nuevas pesquisas, pero es un hecho que Sylvia desapareció poco después de que Rainey reapareciera tras su secuestro, que Miles Teague fue hallado muerto de un disparo de escopeta unos días más tarde (supuestamente se trató de un suicidio), y que mientras Rainey estaba en coma en el hospital Lady Grace, Lemon Featherlight se presentó allí en numerosas ocasiones. Sostengo que Lemon Featherlight es el nexo entre todas estos hechos diferentes.
Hizo un inciso, más que nada para llamar la atención, y aprovechó para tomar un sorbo de su botella de Perrier. Miró hacia la mesa de su oponente, estableció (sin quererlo) contacto visual con Nick Kavanaugh, desvió rápidamente la vista y se puso a remover unos papeles antes de tomar aire y reanudar su parlamento.
—Por decirlo claramente, sostengo que hay indicios razonables para sospechar que Lemon Featherlight se ganó con malas artes el favor de los Teague, pergeñó un plan para eliminar al padre y a la madre de Rainey y después trató de establecer una relación antinatural con el muchacho a fin de acceder al dinero de la familia. Rainey, apenas un niño, había llegado a esa misma conclusión, como él me ha explicado durante este fin de semana.
Hizo una pausa para dejar que sus palabras calaran. Kate apenas si era consciente del sonido de su voz. Estaba sumida en su infierno particular. Y Nick estaba allí abajo también, solo que en una habitación diferente.
Lo que Nick estaba pensando era que, fuera cual fuese el resultado de la vista, Rainey no iba a poner el pie nunca más en su casa ni volvería a acercarse a Kate en su vida.
—Para terminar, he sido informado de que justo el viernes por la noche, la señora Kavanaugh y Lemon Featherlight fueron vistos cenando juntos en un coqueto restaurante de Bluebottle Way conocido como Placido’s. No estoy insinuando que haya nada impropio en ello, solo quiero apuntar que ese dato refuerza la hipótesis de que existe una fuerte relación entre ambos. Es posible que al principio la intención de la señora Kavanaugh no fuese conspirar con Featherlight para hacerse con el control de la fortuna de Rainey. Me atrevería a decir que fue «seducida» por alguien que es experto en manipular a las mujeres. Lamento profundamente tener que presentar ante la corte unos hechos tan perturbadores…
—Son insinuaciones e implicaciones, no hechos —dijo Duarte, blanco de ira y de perplejidad—. Solicito que se interrumpa este insultante despliegue, señoría. Las imputaciones del señor Smoles…
—Son una chorrada —dijo el juez—. Y permítame decir que estoy completamente de acuerdo…
—Señoría…
—Siéntese usted, señor Smoles. Me parece que ya hemos tenido bastante por el momento. Señora Kavanaugh, quisiera elogiarla por su postura y su autodominio a lo largo de esta impresentable soflama. Y, señor Smoles, me quito el sombrero. Ha conseguido usted llegar aún más bajo de lo que nunca había estado a mis ojos. Y créame, en el fondo de un pantano hay bichos panza arriba que me merecen más respeto que usted.
Smoles ya estaba de pie, pero el juez Monroe lo hizo sentar de un gruñido.
—He escuchado hasta el final, señor Smoles, porque quería que su declaración quedara registrada con el fin de enviar una transcripción de esta al colegio de abogados del estado. Pido disculpas a los Kavanaugh por haber tenido que soportar esto. Debo reconocer que su exposición ha sido mucho más cruel y detestable de lo que me esperaba, incluso viniendo de usted. Escucharlo hoy ha sido como asistir a un cursillo de hasta qué punto puede caer bajo una persona. Si no le importa que me exprese en un lenguaje colorista, le nombre aquí y ahora sultán de la Cochambre. Es usted un verdadero cerdo revolcándose en su propia inmundicia…
—Señoría, puedo corroborar todo…
—En mi experiencia, ni las mentiras ni las tergiversaciones de pruebas suelen ser fáciles de corroborar. Así que haga el favor de sentarse y callar la boca. Tengo varias cosas que decir y luego escucharé lo que el señor Duarte tenga que aportar a este asunto. Después pronunciaré mi veredicto. Ruth, ¿quiere usted hacer una pausa?
—No, señoría, gracias.
—¿Alguien? ¿No? Muy bien, entonces empiezo. Como miembro de la estructura jurídica de esta ciudad, recibo a menudo información que de otra manera no llegaría hasta mi mesa. Un pajarillo me contó que el teniente Sutter tenía intención de investigar la sospechosa muerte de Alice Bayer. Supe también de los motivos por los cuales había surgido el nombre de Rainey Teague. Previendo el camino que el señor Smoles podía tomar en caso de tener acceso a una información similar, hice algunas averiguaciones por mi cuenta; en otras palabras, me presenté en las oficinas del teniente Sutter, algo que usted, señor Smoles, podría haber hecho. Usted es (o era) un funcionario de esta corte, además del instigador de esta demanda; el teniente Sutter habría tenido que proporcionarle por fuerza información relevante. Yo, a diferencia de usted, no descuidé esa vía. El sábado por la tarde me reuní con el teniente y le pedí que me explicase los detalles en torno a la muerte de la señorita Bayer hasta donde hubiera podido reconstruirlos.
—Eso es una violación del…
—Ni una palabra más, señor Smoles. ¿Me oye? Esto es una vista informal. Si me apetece, puedo prenderle fuego a un gato montés y metérselo en los calzoncillos. ¿Por qué no se sienta y acepta esto como un hombre, señor Smoles? Intentaré ser breve. La hora aproximada de la muerte de la pobre señorita Bayer se dedujo del reloj de pulsera electrónico que llevaba puesto, uno de esos con fecha, de la marca Fossil. El reloj dejó de funcionar a las dos y diecisiete minutos de un martes por la tarde, hace más de catorce días. El teniente Sutter, por supuesto, investigó el paradero de todas las personas relacionadas con el caso, empezando, como es normal, por los que descubrieron el cadáver, pues las más de las veces resultan ser los asesinos. Y estableció que, a esa hora y ese día, la señora Kavanaugh se encontraba ante el juez Horn en la sala Tres de este mismo edificio, por un asunto relacionado con un recurso para un cliente menor de edad. Las actas del tribunal reflejan este hecho, señor Smoles.
—Señoría, a mí nadie me informó de…
—Lo habría usted sabido igual que yo si no se hubiera precipitado como lo ha hecho, sin molestarse en investigar un poco. Ya ve usted, yo solo necesité una entrevista para echar por tierra su premisa básica incluso antes de que usted la pronunciara. Y no me ha decepcionado, señor Smoles. Se lanzó de cabeza a la oportunidad de aliarse con un muchacho que tiene, además de la fortuna familiar, evidentes problemas psicológicos, y todo con el fin, si no me equivoco, de sacarle el máximo dinero posible. Ahora está cosechando lo que usted sembró, señor Smoles. No vaya usted a empacharse. Como he dicho antes, tengo intención de informar al colegio de abogados y a la junta reguladora sobre su comportamiento en el asunto que nos ocupa, para lo cual aportaré los documentos necesarios, entre ellos la transcripción de esta vista. Confío plenamente en que lo censuren, aunque su profesión se ha deshonrado tanto que, la verdad, no confío en que lo inhabiliten para ejercer.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de aquel líquido transparente y, después de saborearlo, continuó.
—Una vez satisfecho en cuanto a la coartada de Kate, le pregunté a Tig (el teniente Sutter) si había conseguido pruebas igualmente convincentes respecto al señor Featherlight, quien, por cierto, no es ningún delincuente ya que se vio mezclado en una trampa relacionada con la DEA y los cargos le fueron retirados, de modo que el señor Featherlight no tiene antecedentes penales de ninguna clase. Y en cuanto a su licenciamiento del cuerpo de marines, no fue con deshonor, sino general. Por lo que respecta a sus relaciones con mujeres en el Pavilion, no tengo otra cosa que decir más que en cierto modo le envidio. Tig pudo establecer, además, que en la fecha en cuestión el señor Featherlight se encontraba en las instalaciones para instrucción de vuelo que la Guardia Nacional tiene cerca de Gracie, y que a esa hora estaba en un simulador de vuelo en helicóptero, por lo visto sin conseguir tomar tierra con éxito a los mandos de un Eurocopter AS350 virtual. Parece ser que el señor Featherlight invierte cuatro días por semana, doce horas seguidas, en intentar sacarse el título de piloto de ala rotativa en la Guardia Aérea Nacional, cosa que merece todos mis respetos.
Hizo una nueva pausa, echó otro largo trago, suspiró y dejó el vaso. El ruido que produjo al posarlo en la mesa fue lo único que pudo oírse, aparte del Westinghouse en el otro extremo de la sala.
—Bien, señor Smoles, ¿adónde nos lleva todo esto? Respecto a la muerte de Alice Bayer, yo no tengo ninguna opinión. Es un asunto que dejo en manos del teniente Sutter. En cuanto a la custodia de Rainey Teague, creo que todos ustedes habrán previsto cuál es mi decisión, pero en caso de que no, estoy dispuesto a oír sus contraargumentos, señor Duarte.
—Señoría, será un placer conocer su veredicto, si se me permite establecer el derecho a réplica para que quede constancia…
—Permitido, señor Duarte, y le otorgo ese derecho. En el asunto de Rainey Teague, reitero y reinstauro a la señora Kate Kavanaugh como su tutora y le devuelvo la plena custodia del chico y de todos sus asuntos. Con una condición, Kate. Entiendo que, debido al comportamiento errático de Rainey, tú y Nick habíais pensado en ponerlo en manos de especialistas. Me parece una excelente idea. Está claro que el chico tiene algún tornillo flojo. Sabe Dios que motivos para ello no le faltan. Necesita que lo examinen, y es preciso hacerlo cuanto antes. Rainey está ahora en mi despacho, por si quieres ir a verlo…
Kate se quedó sentada mirando al juez.
Nick no dijo nada.
Ella lo miró.
«Tengo que ir, Nick», era lo que Kate estaba pensando.
«Lo sé», fue la respuesta no pronunciada de él.
«¿Vienes conmigo?».
«No».
El despacho del juez Monroe, como es de rigor en todo despacho de juez, estaba atiborrado de volúmenes encuadernados en piel con expedientes de casos, tanto estatales como del Tribunal Supremo, que se remontaban hasta 1856. Las largas aspas de mimbre de un enorme ventilador cenital giraban lentamente en el aire húmedo. El sol se colaba por un ventanal de guillotina iluminando un imponente escritorio de palisandro con incrustaciones de marquetería que representaban la última defensa del 20.º de Maine al mando de Joshua Chamberlain en Little Round Top, el segundo día de la batalla de Gettysburg. Tan improbable escena estaba presente por la única razón de que el escritorio había sido requisado de la tienda de campaña de un oficial yanqui después de que su posición fuera conquistada por las fuerzas confederadas al mando del tatarabuelo de Teddy Monroe. Frente al escritorio había dos grandes sillones de orejas en piel de color verde, comprados de buena ley a un anticuario de Richmond.
Sentada en uno de ellos, leyendo un Vanity Fair, había una mujer joven de huesos menudos y facciones marcadas, vestida con una falda azul y una blusa blanca. En la otra butaca, y con la vista fija en la pantalla de su móvil, se encontraba Rainey. Llevaba el pantalón del colegio y una arrugada camisa blanca. Al abrirse la puerta del despacho, ambos levantaron la cabeza esperando ver entrar al juez. En vista de que no era Monroe sino Kate Kavanaugh, Rainey se levantó y fue hacia la puerta que comunicaba con un pasillo privado al final del cual una escalera bajaba hasta el aparcamiento de la parte de atrás.
—Rainey —dijo Kate—, no te vayas. No pasa nada, solo quiero hablar contigo un momento. Por favor.
La enfermera se había puesto de pie y parecía querer interponerse. Kate levantó una mano con la palma hacia fuera, sin mirar a la joven.
—No se meta en esto —dijo—. Hemos ganado. Si necesita alguna aclaración, vaya a hablar con Warren Smoles.
—Me ha dicho que me enviaría un SMS.
—La última vez que lo he visto, estaba en ese Mercedes blanco camino de Burke Street. Corriendo como una liebre, no sé si me entiende. En fin, que tenga suerte si es que piensa usted alcanzarlo.
La enfermera miró a Rainey, se encogió de hombros y partió a toda prisa. Kate se quedó donde estaba, mirando a Rainey, el cual estaba ahora junto a la otra puerta con una mano en el pomo y lanzando a Kate una mirada funesta.
Kate intentó que su expresión fuera lo más tierna posible, pero le costaba mucho esconder lo que sentía en ese momento.
—Rainey, por favor. Si ya no quieres seguir viviendo conmigo…
—Exacto.
—Bien, pues ya inventaremos algo.
El semblante de Rainey se endureció.
mentiras y mentiras no sabe decir nada más
—Sí, claro. Inventar cosas es lo que se te da mejor, ¿eh? Vale, habéis ganado. Y ahora ¿qué? Me encierran en una casa de locos y tú te quedas con todo mi dinero.
Kate, sin moverse de la puerta, tuvo que tragarse su ira.
—Rainey, eso del dinero… Incluso si yo lo quisiera, que no es el caso porque tengo todo el que pueda necesitar, las finanzas de tu familia están protegidas por montones y montones de normativas legales. La única influencia que yo tengo en ese sentido es procurar que cada año se paguen los impuestos debidos, que si hay que presentar papeles del tipo que sea se presenten a tiempo, y que la casa de Cemetery Hill esté bien cuidada y pagados los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria. De los detalles de todo esto se ocupan abogados y banqueros que cobran de tu patrimonio. Yo controlo las facturas y ayudo a tomar decisiones sobre la mejor manera de mover ese dinero para tus intereses. Cuando cumplas veintiún años, serás tú quien controle los intereses y dividendos anuales que se derivan de tu patrimonio, y que ascienden a unos seiscientos mil dólares al año. Y podrás decidir a tu antojo sobre el capital principal cuando cumplas treinta. Si quieres te enseño los documentos. Nadie puede arrebatarte tu fortuna así como así.
pueden hacer lo que les dé la gana
—¿Ah, no? ¿Y si muero o voy a la cárcel?
—Tú no vas a ir a la cárcel, Rainey. Y si murieras sin hacer testamento, lo más seguro es que el dinero de tu familia se repartiera entre sus familiares.
—Claro. Por ejemplo, tú.
—Yo soy un pariente muy lejano, Rainey. El juez determinaría la…
—¿Un juez como ese viejo de ahí dentro?, ¿ese que siempre se pone de tu parte?, ¿precisamente el que me ató a ti?
Era tanta su inquina que Kate se vio empujada a guardar silencio. Apoyó el peso sobre los talones al recibir la andanada. Le sorprendía que Rainey la odiara. O que la odiara algo que Rainey tenía dentro. Alguien llamó con fuerza a la puerta que ella tenía detrás, pero ninguno de los dos reaccionó; estaban trabados en aquella escena horrible y Kate no sabía cómo salir de ella.
Sonaron golpes otra vez.
—¿Quién es? —dijo Kate.
—Nick. ¿Puedo pasar?
ese piensa matarnos no dejes que se acerque
Rainey fue rápidamente hasta la puerta del fondo y la abrió.
—Si entra él, me marcho.
—Pero, Rainey…
Nick abrió la puerta.
Rainey se volvió para salir corriendo… y se topó con Tig Sutter, que había estado esperando en el pasillo. Después de chocar contra él, Rainey intentó escabullirse a empujones, pero Sutter era duro como una cámara acorazada y allí se quedó.
Kate miró a Nick.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
—Tig necesita hablar con Rainey —dijo Nick—. Y este es tan buen momento como otro cualquiera.
—No, señor. Para empezar, tu presencia me causa un problema. Es posible que intimides a Rainey.
Eso le tocó la fibra a Nick.
—¿Que yo intimido al chaval?
—Digo que es posible. Rainey, ¿te preocupa que Nick esté aquí?, ¿es esa la razón de que no quieras decir nada?
bien tú callado esta gente solo quiere enredarte
Rainey mantuvo la boca cerrada.
Kate repitió la pregunta.
—Quizá.
—Porque si vas a sentirte mejor así, Nick saldrá. ¿No es cierto, Nick? Tig puede ocuparse él solo, ¿no?
Mentalmente Nick le estaba gritando a Kate: «Pero fíjate bien en este renacuajo». Sin embargo, dijo:
—Si crees que servirá de algo, me marcho.
—Pues mira, Nick —intervino Tig Sutter, con una sonrisa irónica—. Ahora que lo dices, tal vez será mejor que no intervengas. Si esto fuera más allá, un abogado podría argüir que no fuiste imparcial o algo así.
—Tig, su abogada es Kate.
—Por ahora —dijo Kate—. Si esto se alarga, creo que echaremos mano de Claudio Duarte. Vamos, Nick. Quizá es mejor que salgas, ¿de acuerdo?
Nick se la quedó mirando unos segundos y Kate se dio cuenta de que, por primera vez en su matrimonio, tenían un problema serio. Pero nada podía hacer ella en ese momento. Nick, sin decir palabra, dio media vuelta y salió del despacho.
—Rainey —dijo Kate cuando se hubo cerrado la puerta—, yo estoy aquí como abogada para velar por tus intereses. Y te juro que hablándonos de esta manera no te haces ningún favor. Procura dominarte y verás que lo que Tig quiere preguntar no es nada tan horrible. Además, yo no dejaré que respondas ninguna pregunta que piense que no debes responder. Pero, si te niegas en redondo a hablar, él no se irá de aquí como si tal cosa. Porque no puede. ¿Me equivoco, Tig?
—Creo que no.
—Así que, Rainey… ¿quieres hacer el favor de mirarme?
el olor es bueno mmm ella nos gusta
Rainey estaba inmóvil, como si intentara convertirse en piedra. «¿De dónde habrá sacado tanta fortaleza?», estaba pensando Kate.
Y «¿Dónde se habrá metido Reed?».
—Bueno, Tig, al menos no ha dicho que no. Prueba, a ver.
—Muy bien. Rainey, tú sabes quién era Alice Bayer, ¿verdad?
Rainey murmuró algo por lo bajo.
—Perdona, Rainey. No te he entendido.
mucho ojo ve con cuidado
Rainey levantó la vista y le miró.
—Era la secretaria de asistencia en el colegio.
—Vale. Muy bien. ¿Y tú qué tal te llevabas con la señorita Bayer?
—Tig —dijo Kate, en tono de advertencia.
—Vale. Borra eso. ¿Conoces Patton’s Hard?
—Sí.
—¿Vas alguna vez por allí?
—Sí.
—¿Muchas?
—No.
—¿Solo de vez en cuando?
—Sí.
—¿Alguna vez has ido en horas de clase?
—Alguna.
—¿Estuviste en Patton’s Hard el martes de hace dos semanas?
—No me acuerdo.
—¿Estabas en el cole ese día?
—No me acuerdo.
—Rainey, ¿Alice Bayer bajó a Patton’s Hard alguna de las veces que tú estabas allí?
Rainey no dijo nada.
hay que parar esto
Tig repitió la pregunta.
Más silencio.
—Por favor, Rainey…
tenemos que largarnos ya mismo ahora venga
Kate vio que a Rainey le cambiaba el color de los ojos; luego se le pusieron en blanco y perdió el conocimiento. Pidieron asistencia médica. Para cuando alguien llegó, Rainey estaba ya despierto, tendido boca arriba en el suelo y mirando al techo, y Kate estaba arrodillada a su lado.
Los sanitarios (dos tíos cachas rubios, el uno varón y el otro todavía por definir) examinaron a Rainey, lo incorporaron, le tomaron el pulso y la tensión y, tras un intercambio de susurros aderezados de terminología médica, decidieron que el chico estaba bien.
Kate se puso de pie y miró a Tig.
—No podemos seguir con esto. Al menos hoy.
Tig puso mala cara, aunque sabía que Kate tenía razón.
—De acuerdo. Pero entonces ¿cuándo?
—El juez me dijo que le mandara hacer unas pruebas. Habíamos empezado el viernes, antes de que ocurriera todo este lío. Por eso Rainey estaba en WellPoint. Deja que lo lleve otra vez allí, a ver qué resultados dan esas pruebas. Y luego decidimos si hay que hablar con él otra vez.
Tig meditó su respuesta.
—De acuerdo. Llévalo a WellPoint y mañana me llamas.
Kate y Rainey no tuvieron nada que decirse hasta que llegaron al Envoy. Una vez dentro, ella puso el motor en marcha.
Rainey miraba fijo al frente y respiraba agitadamente por la boca.
—¿Te encuentras bien, Rainey?
El chico asintió.
—Te voy a llevar de nuevo a WellPoint.
«Y esta vez no pienso separarme de ti ni un segundo».
no podemos ir tienen máquinas nos encontrarán
—¿Tendré que pasar allí la noche?
—Quizá sí. Pero yo me quedaré contigo.
—¿Por qué insistes tanto en ayudarme, después de lo que te he hecho?
Kate se lo quedó mirando un rato.
Tuvo la extraña sensación de que el Rainey de antaño, y no el «otro», era quien estaba ahora con ella en el coche.
—Porque di mi palabra de que cuidaría de ti, pasara lo que pasase. Y eso es lo que pienso hacer. Bueno, antes de ir allí, ¿hay algo que quieras ir a buscar? ¿Ropa, algún videojuego, tus libros…?
Rainey pareció pensarlo.
—¿Me dejarán tener el lector de DVD portátil?
—Yo creo que sí. Pasaremos a coger unas cuantas películas.
Rainey la estaba observando con atención, pero dentro de su cabeza quien hablaba era Cain. Cuando esta dejó de zumbar y crepitar dentro de su cerebro, Rainey dijo:
—Me gustaría mucho tener a mano ese vídeo de Navidad donde estábamos papá, mamá y yo.
—Vale. ¿Dónde está?
Rainey se miró las manos.
—En mi casa —respondió.
—¿Quieres decir la casa antigua?
—Sí. La de mis padres. Creo que aún está metido en el lector.
—¿Quieres que vayamos a buscar el DVD a Cemetery Hill?
Rainey había bajado otra vez la cabeza.
—¿Podemos? —preguntó.
Kate calculó que tenían tiempo.
—De acuerdo. Ponte el cinturón. Iremos ahora mismo.
Y entonces Rainey sonrió, tomando una larga y brusca bocanada de aire y aguantándola unos segundos.
olores tan buenos tanto y tan buenos olores tan