Y contemplé un caballo pálido

Nick telefoneó a Reed Walker mientras Mavis conducía el Navigator por la cuesta de Arrow Creek. Estaban a unos quince minutos del rancho de Charlie Danziger. Reed contestó al segundo tono.

—Hola, Nick. Gracias por llamar.

Nick conectó el altavoz.

—¿Sigues queriendo que nos veamos?

—Claro. Di tú un sitio.

—Sabes dónde vive Charlie Danziger, ¿no? En la cara sur, donde los pastos.

—Sí. ¿Qué vas a hacer allí?

Nick miró de reojo a Mavis y esta asintió con la cabeza.

—¿Conservas la placa y la pistola reglamentaria?

Reed no respondió enseguida.

—¿La cosa es oficial?

—Y muy seria. Pensamos que Charlie pudo tener algo que ver en el robo al banco de Gracie.

Silencio.

—No jodas, hombre. Imposible.

—Reed, te he pasado al altavoz. Mavis está al volante.

—Uf, vaya. ¡Perdona, Mavis!

—No pasa nada, Reed. ¿Quieres participar?

—Desde luego. ¿Sabe Charlie que vais para allá?

—No, pero acaba de pasar un coche patrulla del condado y su Ford está aparcada frente a la casa, en el rancho. ¿Tienes ahí chaleco antibalas?

—Sí. Todo está en el maletero. ¿Quieres que nos encontremos frente a la verja y así entramos juntos?

Mavis miró a Nick.

—Mejor que no —dijo él—. Mantén el móvil conectado y espera. ¿Conoces la vieja pista forestal que bajaba hasta la serrería?

—Me suena. La buscaré en mi GPS.

—Queda a resguardo de la casa de Charlie por la vertiente sur. Puedes acercarte a pie hasta un centenar de metros. ¿Crees que podrás ir hasta allí en el coche que llevas?

—Si hace falta, sí.

—Bien. ¿Cuándo calculas que estarás en posición?

Silencio.

—Dame quince minutos.

—Nosotros entraremos. Si parece que la cosa se complica, te hago un doble clic.

—De acuerdo. ¿O sea que Charlie? No me lo puedo creer.

—Nosotros tampoco. Puede que nos equivoquemos.

—Ojalá —dijo Reed.

—¿Y para qué querías verme, por cierto?

—Si salimos vivos de esta, ya te contaré.

Danziger estaba en su porche delantero, sentado en una silla de estilo colonial inclinada hacia atrás contra la fachada. Tenía las botas apoyadas en la barandilla y una taza de café en la mano. Estaba fumando un Camel.

El sol le hizo entornar los ojos cuando se fijó en el Lincoln que avanzaba por el largo camino de grava que llevaba hasta su puerta. Danziger tenía el Winchester apoyado en la pared, a mano, y un pequeño transmisor-receptor prendido del cinturón.

Estaba casi convencido de saber a quién pertenecía el enorme Navigator negro, y cuando lo tuvo lo bastante cerca para distinguir quién iba dentro, soltó un suspiro, aplastó el cigarrillo, cogió el Winchester y se puso de pie. El Navigator frenó a unos cincuenta metros. Mavis apagó el motor.

Las puertas del coche se abrieron. Nick y Mavis se apearon manteniéndose a resguardo detrás de sus respectivas puertas. Mavis las había hecho forrar con material antibalas. El propio Charlie así se lo había aconsejado.

De modo que esto no era una visita de cortesía.

—Qué agradable sorpresa.

—¿Qué tal, Charlie? —dijo Mavis—. ¿Cómo te va?

Nick salió a descubierto.

Llevaba un pantalón azul a rayas y una camisa blanca. La placa la tenía prendida del cinturón y el Colt Python dentro de su funda.

Nick sonrió a Danziger.

—Oye, Charlie, ¿qué tal si bajas ese Winchester?

—Siempre me alegra verte, Nick. Y a ti también, Mavis. Pero me pilláis en un mal momento.

—¿Y eso?

—Es que espero visita y no creo que vengan en plan amistoso.

Nick y Mavis valoraron la respuesta.

—¿Dónde anda Coker?

—Por ahí.

Nick supo lo que eso quería decir.

Ahora mismo los estaba apuntando con su arma.

—¿Esa visita que dices somos nosotros?

—No —respondió Danziger—. Coker y yo hemos tenido ciertas desavenencias con unos forasteros. Digamos que estamos a la espera de ver cómo va la cosa. No pensaba que fueseis a aparecer justo ahora. Creo que lo mejor sería que lo dejarais para otra ocasión, o si queréis, subid aquí y hablamos tranquilamente. Me está poniendo nervioso que os quedéis ahí a la intemperie. Venga, joder. Parecéis dos nubarrones a punto de descargar.

Nick miró a Mavis. Mavis se encogió de hombros.

—Tú sabes por qué hemos venido, Charlie.

—Creo que sí.

—No podemos dejar este asunto colgado, Charlie. A menos que nos convenzas, a Mavis y a mí, de que no es así.

Danziger se echó el sombrero hacia la coronilla y se rascó la frente.

—Dudo que pueda hacerlo.

Mavis pareció evadirse en sus pensamientos. Nick meneó la cabeza, tragándose el enfado.

—¿Coker estuvo metido?

—No —dijo Danziger—. Fue todo cosa mía.

—¿Y lo del francotirador?

—También fui yo.

Mavis no pudo evitar una sonrisa.

—Pero, Charlie, tú no le darías ni al culo de un buey aunque estuvieras montado encima a lo chica.

Danziger dirigió la mirada hacia las colinas.

—Ya lo discutiremos en otro momento. El tiempo vuela. Si queréis, os podéis quedar. Si preferís no meteros en este asunto que os digo, más vale que os larguéis ya. Podría ser que cuando volvierais yo estuviera muerto, lo cual en cierto modo resuelve el problema.

—No nos vamos —replicó Mavis.

—Entonces haced el favor de subir.

Se quedaron mirándose un rato. El viento silbaba entre la hierba alta. En un prado cercano, uno de los caballos de Danziger resopló y piafó. Nick inspiró hondo y dejó salir el aire.

—Está bien —dijo—. Vamos a subir. Mavis, guárdate el arma.

Mavis enfundó de nuevo su Beretta y se apartó de la puerta.

Danziger dejó el Winchester a un lado.

Nick y Mavis subieron los escalones del porche mientras Danziger los observaba con una sonrisa en los labios.

—Bueno, ya que habéis subido, sentaos y tomad algo. Yo desde luego no pienso solucionar esto a tiros, y menos con mis amigos. ¿Qué vais a beber?

—Cerveza, si tienes —dijo Mavis, tras una pausa.

Mavis se sentó en una mecedora junto a la puerta. La butaca gimió al sentarse ella. Nick apoyó el peso en la barandilla, atento a las manos de Danziger y notando en la nuca el retículo del arma de Coker.

Una sensación francamente desagradable.

—No tengo cerveza —respondió Danziger con una sonrisa sesgada—. Solo hay vino blanco.

—Me lo imaginaba —dijo ella—. Aunque por ahí detrás quizá guardas una botella de licor de lima de cuarenta años. Vale. Me apunto.

—¿Tú, Nick?

—Claro, Charlie. Gracias.

Danziger hurgó un rato dentro de una fresquera, sacó una botella grande de Santa Margherita y dos vasitos más. Los dejó sobre la mesa contigua a su silla y escanció vino hasta el borde. Pasó un vaso a Mavis y otro a Nick y volvió a llenar el suyo. Se instaló de nuevo en su asiento, apoyó una bota en la barandilla e inclinó el respaldo hacia atrás contra la pared.

Alzó el vaso para brindar.

—Por la perdición.

—Por la perdición —dijeron los otros.

Pasó un momento.

Los tres eran conscientes de la presencia de Coker; la sentían en el aire.

—¿Qué va a hacer Coker? —preguntó Mavis.

—Quedarse donde está ahora hasta que llegue la visita. Luego, ya veremos.

—¿A quién esperáis? —preguntó Nick.

—¿Has oído hablar de un tal Harvill Endicott?

—Sí.

—Lo suponía. Cuando me enteré de que estabais los dos en ese doble homicidio del Motel 6, me dije: «Se acabó lo que se daba. Mejor hacer las paces».

Mavis y Nick guardaron silencio.

—Pobre Edgar. No lo habríamos mandado allí de haber sabido que ese Endicott era tan listo. En fin, el caso es que Endicott nos descubrió en el aparcamiento del Wendy. Coker y yo pensamos que se presentará, y bien acompañado.

—O quizá no —dijo Nick—. Endicott se fue del Marriott anoche. Pagó la cuenta y tomó un taxi al aeropuerto.

—¿Se sabe que haya subido a algún avión?

—No lo hemos comprobado. Boonie se ocupa de eso.

Danziger dio un respingo al oír nombrar a Boonie.

—¿Está al corriente de todo?

—Ahora sí.

Danziger dio otro respingo, moviendo la cabeza.

—Mierda. ¿Y ha dicho algo?

—No —mintió Nick entre dientes.

—Bueno, aunque Endicott se haya marchado, sus emisarios se presentarán antes o después.

La radio que Danziger tenía en la mano ladró dos veces. Danziger pulsó el botón ENVIAR.

—Hola.

La voz de Coker al responder sonó clara pese a las interferencias.

—Oye, parece que tenéis montada una fiesta ahí abajo, ¿no? Saluda a Nick y a Mavis de mi parte.

—Te están oyendo.

—Un Mustang negro se acerca por la vieja pista forestal de la serrería.

Nick miró a Mavis.

—Dile que es Reed.

—Dice Nick que es Reed Walker.

—Está bajando del coche. Lleva un arma en la mano. Va hacia la loma de tu izquierda.

Nick intervino.

—Dile a Coker que no dispare. Haré entrar a Reed.

—Nick te pide que no le dispares. Dice que lo hará entrar.

Silencio. El viento, eterno y ajeno a todo, peinando la larga hierba. El relincho de aquel viejo semental en la lejanía.

—Ok. Así están las cosas, ¿eh? Dile a Nick que de acuerdo.

Nick sacó su móvil.

—¿Reed?

—Aquí. No estoy en posición…

—Olvídalo, Reed. Coker te tiene a tiro. No te muevas.

Silencio otra vez.

—Mierda. ¿Dónde está?

—Eh, Reed. Soy Coker. No puedes hacer nada, lo sabes muy bien. Ve hacia la casa. Y, Reed, no hagas tonterías. Baja por esa cuesta y tómate un vaso de vino.

La voz de Coker crepitó y restalló por la radio, pero su tono era inequívoco.

—Dile a Reed que tiene cinco segundos.

—Reed, tienes que bajar. Guarda el arma y acércate despacio.

Una pausa.

—Está bien, maldita sea. Vale. Ya voy.

Reed bajó por la pendiente herbosa con las manos en alto. Tenía en el rostro marcas ensangrentadas y cojeaba de mala manera. Al llegar al pie de los escalones del porche, bajó las manos y miró a Charlie Danziger.

—¿Lo de Gracie lo hiciste tú?

—Yo solito —dijo Danziger—. Bien, si me haces el favor de sacar lentamente esa pistola de su funda y dejarla en el escalón, intentaré convencer a Coker de que no te pegue un tiro.

Reed dejó el arma donde le decía y se incorporó con un gesto de dolor en la cara.

—Pero ¿qué te ha pasado? —le preguntó Mavis.

—Saltó desde el tejado de Candleford House —dijo Nick.

—El cuarto piso, en realidad.

—Y ¿por qué lo hiciste? —inquirió Danziger.

—Era mejor que quedarse dentro.

—Bueno, sube y siéntate por aquí.

Reed los miró por turnos.

—¿Se puede saber qué estáis esperando?

—Una visita —dijo Mavis—. Malas compañías.

La radio de Coker crepitó.

—Hay movimiento.

Danziger se puso de pie y miró a Nick, a Reed y a Mavis.

—¿Preferís manteneros al margen?

Nick se levantó.

—No. Ya que estoy aquí…

—Lo mismo digo —dijo Mavis.

Reed se quedó mirándose las manos, todo su cuerpo tenso y la mente llena de cables al rojo. Se limitó a asentir.

—Lo interpreto como un sí —dijo Danziger.

—Y después ¿qué? —preguntó Nick.

Danziger le dedicó una sonrisita.

—Si tengo tan mala suerte como últimamente, dudo que haya un después.

—Pero supón que sales bien parado. Luego ¿qué?

Danziger los miró de uno en uno.

—Yo no pienso disparar contra ninguno de vosotros, eso está claro. Si vivo, no sé, aceptaré lo que venga.

—¿Qué me dices de Coker? —preguntó Mavis.

—Coker ya es otro cantar. Dudo mucho que lo acepte de buen grado. Me temo que vais a tener que sacarlo de ahí por la fuerza. Os deseo suerte…

—¿Por qué lo hiciste? —le espetó Reed con voz ronca.

La sonrisa de Charlie se desvaneció.

—En aquel momento estaba muy cabreado. Ahora ya no sabría decirte. No he podido gastar ni un centavo del botín.

Reed lo fulminó con la mirada.

—¿Cabreado? ¿Por cómo te trató la estatal?

—Profundamente herido, diría yo. Me merecía algo mejor.

—Sí, y los cuatro colegas que murieron en el asfalto, también.

—Eso no te lo voy a discutir.

—Y Coker, ¿qué? ¿Él por qué lo hizo?

—¿Coker? Él no estaba por allí.

—Ah, ¿o sea que te cargaste a los cuatro?, ¿porque te aburrías?

Danziger endureció un poco el gesto.

—Pues sí. Y cuando todo esto termine me encantará coger un arma y batirme contigo donde quieras y cuando quieras.

Reed ya estaba en pie otra vez.

—No sabes cuánto me gustaría.

—Reed, ahora no —intervino Nick—. Atrás.

—Mira, Nick, esto…

Coker les interrumpió por la radio y dijo:

—Dejaos de cháchara y tomad posiciones. Hay uno bajando por la cuesta de detrás de la casa. No sé cómo ha podido acercarse tanto. Se mueve con mucha soltura, parece un marine o un ranger en patrulla de reconocimiento. Seguramente hay dos tíos más en los flancos, entre la hierba. Y otro cubriéndoles desde los árboles. Tened esto en cuenta: necesitan acercarse al máximo. Quieren a Charlie con vida.

Reed miró a su cuñado, recogió del suelo su arma y entró en la casa camino de la puerta de atrás. Charlie le pasó el Winchester a Mavis y sacó su Colt. Luego le lanzó la radio a Nick.

Mavis se metió en la casa y buscó una posición de disparo tras la mesa del comedor. Desde allí podía ver tres lados de la casa; supuso que Reed estaba cubriendo el cuarto lado.

Reed nunca había estado en un tiroteo y Mavis confió en que lo hiciera bien. En esos casos lo más importante no era ser rápido y valiente, sino tener buena puntería.

Nick se echó al suelo, avanzó hacia la hierba alta y se infiltró en ella sin hacer el menor ruido, deteniéndose un momento para bajar al mínimo el volumen del altavoz de la radio. Justo en ese momento, el aparato ladró dos veces.

—Nick, tienes a uno entre la hierba, justo detrás de ti en perpendicular, más o menos a quince metros. Se mueve.

Nick se detuvo y pegó el cuerpo al suelo, aguzando el oído. Oyó el rumor del viento, el tic-tic de las briznas de hierba al tocarse unas con otras. Un enorme sapo marrón lo miraba desde un matorral; tenía los ojos amarillos y el vientre redondo y blanco. Pestañeó mirando a Nick, abrió la boca solo un momento, cruzó las patas delanteras, jugueteó con los dedos y siguió mirándolo. Nick oyó que algo se deslizaba por la hierba. A intervalos.

El sonido cesó, no hubo nada durante treinta segundos, y luego continuó como antes. Nick se guardó el Colt en la funda y esperó. Volvió a oír el susurro, esta vez un poco más a su izquierda. Nick fue hacia allí.

Entre la hierba había un montículo más pálido, de color crema y marrón. Estaba a unos tres metros. Era un hombre con ropa de camuflaje. Llevaba un rifle M-4, marrón claro, atravesado sobre la espalda.

Se había quedado muy quieto. Nick dedujo que había notado algo y que estaba a la escucha, como haría cualquier soldado.

Nick aguardó, tan quieto como el otro, a la espera de que el hombre tomara la iniciativa.

Se oyó un disparo, el chasquido seco de la Beretta de Reed, seguido del ladrido de un M-4 puesto a tiro de tres balas, y luego dos disparos más de la Beretta.

Al oír la primera detonación, el que iba de camuflaje empezó a moverse. Nick se le echó encima, inmovilizándolo con una rodilla sobre la parte baja de su espalda, la mano izquierda en el mentón del hombre y la derecha sobre su cabeza. Tiró de esta bruscamente hacia atrás y se la retorció. Pudo notar que le cedían las vértebras, un sonido apagado, carnoso, que los potentes músculos del cuello del hombre lograron amortiguar.

Nick lo dejó atrás y avanzó por la izquierda hacia los árboles de más allá. Oyó un chasquido fuerte a su derecha y una bala pasó rozándole los ojos. Casi pudo ver la exhalación, y el aire en movimiento formó una nubecilla junto a su ojo derecho. Oyó un ruido breve y compacto, un golpe sordo a lo lejos, y una bala golpeó algo a unos pocos metros de donde se encontraba.

Oyó gruñir a alguien.

Una segunda bala dio en el mismo sitio que antes, seguida de un estampido que venía de muy lejos: el rifle de Coker.

Esta vez no hubo gruñido.

Más balas, ahora procedentes de la casa, fuego mezclado, el ladrido del Winchester de Danziger, ruido de cristales haciéndose añicos, y Mavis gritando algo que Nick no alcanzó a entender.

Se incorporó y empezó a correr hacia la casa. Estaba al pie de los escalones cuando vio salir a un hombre por la puerta, tambaleándose. Era joven, de ojos castaños, y llevaba un pantalón holgado de color canela y una camiseta marrón. Tenía un boquete en el pecho y las manos unidas sobre él. En su semblante se mezclaban la sorpresa y el desconcierto.

Al ver a Nick, dijo:

Ma che cosa?

La siguiente bala de Coker alcanzó al chico en plena cara, convirtiéndola en un espanto sanguinolento, y el joven cayó de espaldas hacia el interior oscuro. Fue el último balazo.

Luego se hizo el silencio.

Nick subió al porche y se detuvo frente a la puerta.

—¿Mavis?

—Estoy aquí dentro, Nick.

—¿Y Reed?

—En la parte de atrás. ¿Puedes echarme una mano?

Nick entró.

Mavis estaba inclinada sobre alguien que yacía en el suelo. Era Charlie Danziger. Estaba mirando fijo al techo y sus labios se movían como si hablara. Al principio no vio sangre por ninguna parte, pero luego hubo como una violenta erupción y todo se llenó de un fluido negro. Charlie se estaba desangrando.

—¿Dónde le han dado?

Mavis le dio la vuelta. Tenía dos agujeros en el pecho, pequeños y negros, pero la sangre se extendía a su alrededor. Nick aplicó una mano a la garganta de Danziger. El pulso era débil y errático. Mavis le sostenía la cabeza e intentaba que la sangre no le impidiera respirar.

Miró a Nick meneando la cabeza. Danziger empezó a tener convulsiones y Mavis trató de sujetarlo lo mejor que pudo. La sangre brotó de su boca y su nariz. Danziger intentaba decir algo, pero lo único que salía era una especie de tos asfixiada. Volvió la cabeza en dirección a Nick. La cuenca de su ojo izquierdo estaba anegada en sangre, pero el ojo derecho permanecía azul y diáfano.

—Un chaval de paisano se ha colado por donde estaba Reed, creo —dijo Mavis, sin soltar la cabeza de Charlie—. Yo estaba mirando por la ventana y no lo he visto entrar. Me tenía a tiro. Entonces Charlie se ha interpuesto en su línea de fuego, pero le han dado antes de que tuviera tiempo de usar su arma. Se ha desplomado, y yo entonces le he metido un balazo al chaval con el Winchester. Charlie me ha salvado el pellejo.

Danziger seguía moviendo los labios, pero lo único que salía era sangre. La arteria de un costado de su cuello se veía distendida y todos los tendones completamente en tensión. El ojo bueno miraba con dolor y pesar. Nick apoyó una mano en el pecho de Danziger y lo miró a los ojos.

—Tranquilo, Charlie —dijo—. Has saldado tu cuenta. Dios te quiere. Ya puedes partir.

La mano de Danziger bajó hasta el bolsillo de su camisa y dio allí unos toques. Luego tosió más sangre y falleció.

Mavis se sentó sobre los talones, pasándose ambas manos por la cara.

—Dios. Qué día tan espantoso.

—¿Dónde está Reed?

—Atrás. Vomitando, me parece. Nunca había estado en un tiroteo. Quizá deberías ir a verlo. ¿Los tenemos a todos?

—Yo he acabado con uno, y Coker con otro que estaba escondido en la hierba.

—Y un tercero, que estaba entre los árboles. Reed lo ha visto caer. Y luego ha aparecido otro tipo, muy cerca. Le ha disparado a Reed, casi le da en la cabeza, pero Reed le ha agujereado la garganta de un tiro. Qué horror. Luego Reed se ha despistado mirando los destrozos y oyendo el borboteo del tipo con el cuello perforado, y ha sido entonces cuando el quinto elemento se le ha echado encima. Era el chaval de los pantalones anchos. ¿Ha conseguido huir?

—No. Estaba fuera en el porche mirándose el boquete que le has abierto en el pecho. Ha dicho algo, creo que en italiano. Y Coker le ha metido un balazo en plena cara.

La radio de Nick sonó.

Era Coker.

—Nick, no tengo más blancos ni veo movimiento por ninguna parte. ¿Cómo ha ido por ahí?

—Todos los malos están muertos.

—¿Alguna víctima nuestra?

—Sí. Le han dado a Charlie.

Silencio.

—¿Es grave?

—Está muerto, Coker. Ha recibido dos balas que eran para Mavis. Le ha salvado la vida.

El silencio que siguió fue largo, casi de un minuto.

—¿De veras? —dijo Coker al cabo, la voz forzada, tensa—. Bien hecho. Mavis siempre me ha caído bien. ¿Seguro que está muerto?, ¿del todo?

—Sí, Coker. Quizá haya sido lo mejor.

—Ya. Entiendo lo que quieres decir. Mierda. Le voy a echar de menos. Era un amigo. ¿Ha dicho algo?

—No. Me miraba a mí. Se notaba lo que estaba pensando. Le he dicho que ya podía partir, que había saldado su cuenta. ¿Y tú, Coker? ¿Piensas bajar y saldar la tuya?

La radio de Coker crepitó y petardeó.

La voz volvió a sonar momentos después.

—No lo creo. Tengo cosas que hacer. Mírale el bolsillo de la camisa. Encontrarás una tarjeta azul. Es una Mondex. La mitad del dinero de Gracie está ahí. Charlie tiene el número PIN apuntado en un papel pegado a la nevera. Los números no se le daban bien. Cuídate, Nick, ¿de acuerdo? Siempre me gustó tu compañía. ¿Te ocuparás de hacer quedar bien a Charlie? Que corra la voz de lo que ha hecho por Mavis. Procura que le organicen una bonita despedida.

—Descuida, lo haré. Quizá sería mejor que vinieras, Coker. No tienes adónde ir.

—Pues en eso estaba yo pensando, Nick. Si no me tienes a mí, puedes cargarme el muerto y de ese modo Charlie quedará limpio. Digamos que él vino en plan de refuerzo, que no era un matapolis como yo. Ese día no fue él quien disparó. Lo sabes muy bien. Charlie pensó que yo solo dispararía a los coches.

—Coker, sí te tenemos, no te engañes. Mavis ha dado ya aviso. Hay varios coches en camino. No tienes escapatoria. ¿Dónde te vas a esconder?

—Joder, Nick, parece la letra de una canción gospel. Y el gospel me toca los cojones.

Pausa. El viento susurrando en la hierba alta.

—Cuídate mucho, Nick. Siento todo lo que ha pasado. Dale un beso de mi parte a esa chica guapa.

—Coker, no tiene sentido. Te matarán ahí donde estás.

Silencio.

—¿Me has oído, Coker? ¿Coker?

Silencio.

—Coker, ¿estás ahí?

Silencio.