Di que no es así

Mavis Crossfire estaba esperando a Nick en el aparcamiento del Wendy frente al Motel 6 en su coche particular, un Lincoln Navigator negro. Iba vestida de paisano, concretamente de vaquera (botas, tejanos, camisa a cuadros con botones de nácar), pero llevaba su pistola y la placa de policía prendida del cinturón.

Tocó el claxon al verlo entrar con su Crown Vic en el aparcamiento. Había una plaza libre al lado del Lincoln. Mavis bajó la ventanilla tintada. Su sonrisa de costumbre esta vez brillaba por su ausencia.

—Hola, Nick. Da la vuelta y sube.

Así lo hizo Nick, e intentó ponerse cómodo. Es prácticamente imposible no estar a gusto en un Lincoln Navigator, pero su estado de ánimo no ayudaba. Mavis se dio cuenta enseguida. Tenía el motor en marcha y el aire acondicionado puesto. Subió la ventanilla y sintonizó una emisora de radio que ponía jazz. Nick lo interpretó como que Mavis tenía algo que decirle y no quería que nadie más lo oyera.

—Gracias por venir. ¿Se sabe ya algo de Rainey?

Nick movió la cabeza.

—Pues sí.

—¿Ha vuelto a casa?

—Mejor que no lo haga, si quiere seguir con vida.

—¿Qué?

Nick le contó lo de la citación.

—Me tomas el pelo, ¿verdad?

—Ojalá, Mavis, ojalá.

—Pobre chaval. Debe de estar cagado de mie…

Nick le lanzó una mirada glacial.

—Perdona, pero al pobre chaval que le den. ¿Y Alice Bayer, qué?

—Sí, ya sé. Lo decía porque supongo que tendrá algún tipo de disfunción cerebral.

—Disculpa mientras anoto eso en mi Libro Azul de A Quién Coño Le Importa.

Mavis lo miró de reojo.

—Algo te pasa. Tú estabas presente cuando sacamos al chico de aquella tumba. Y sé lo mucho que te afectó cuando entró en coma…

—Hay algo perverso en él, Mavis.

—¿Pasas de Rainey?

—Por ahí va la cosa. Sí. Paso.

—Pero Kate no.

—No estés tan segura de eso. Lo de Smoles le ha partido el corazón.

—¿Tú crees de verdad que Rainey mató a Alice?

—Para ser más exactos, yo creo que es Rainey quien piensa que Rainey mató a Alice. El cabroncete ha contratado a un abogado.

—¿Y Kate?

—En el fondo, sí.

—Pero Nick, si es solo un chaval.

—Una vez Coker se cargó a un crío. Joey La Monica. Tenía diez años. Fue en Gracie…

—Sí, me sé la historia. Pero Rainey no es ese chaval.

—A ver, Mavis, no estamos de acuerdo y punto. No le demos más vueltas. Querías verme por algo de un vídeo, ¿verdad?

Mavis comprendió que no había forma de seguir hablando del tema.

—Está bien. Sí, lo tengo en mi portátil. Un momento.

Alargó el brazo hacia el asiento de atrás y cogió un Mac de un color rojo chillón.

—Madre mía —dijo Nick al verlo—. ¿Qué nombre le han puesto a ese rojo?

—Cenizas Humanas —respondió Mavis mientras abría el portátil sobre su regazo. Tocó unas teclas para buscar un archivo mpeg—. Muy bien. Lo que te voy a enseñar lo encontré después de tragarme un montón de tonterías. No es más que un mpeg de corta duración, captado por la cámara interior del Wendy que cubre la entrada principal, así como la zona para clientes. Echa un vistazo.

Mavis pulsó el botón para reproducir el vídeo. La imagen, en color, era asombrosamente buena. Se veía la zona de clientes del establecimiento, gente sentada a las mesas o yendo de aquí para allá, entrando y saliendo. En una esquina se veía también parte del aparcamiento que había al otro lado del enorme ventanal. El sol sacaba destellos a los coches y camionetas allí estacionados y, por tanto, el interior del restaurante estaba en sombras.

Mavis pulsó un botón para detener el vídeo.

—Esa Windstar es la furgoneta de Edgar. Como ves en la hora que marca el vídeo, estamos justo en la mitad de lo que duraron los hechos. Te lo pasaré fotograma a fotograma, ¿de acuerdo?

—Claro. Adelante.

Mavis pulsó otro botón y el vídeo se convirtió en una serie de imágenes congeladas, gente andando a lo Chaplin en aquellas películas mudas. Gente entrando y saliendo de coches, coches entrando y saliendo del aparcamiento. Hacia la mitad del vídeo una Ford blanca modelo F-150 aparecía en el encuadre, de derecha a izquierda. El vehículo frenaba detrás de la furgoneta Windstar y permanecía allí durante cinco o seis fotogramas. Después aceleraba y salía de la imagen.

—Vale —dijo Nick—. ¿Qué es lo que no he captado?

—Lo mismo que yo la primera vez. Tuve que visionarlo un montón de veces para fijarme. Deja que lo rebobine.

Mavis tocó un botón y todo el mundo hizo lo mismo que antes, solo que hacia atrás. La Ford blanca volvió a aparecer en la pantalla y se detuvo. El ángulo de la cámara era directo y con un par de grados de elevación. Se veía una mano fuera de la ventanilla del conductor, así como una parte de la camisa, y la otra mano sobre el volante. El conductor vestía una camisa blanca y un cinturón con una enorme hebilla de vaquero. Era un sujeto grande pero delgado. Daba la sensación de ser un tipo rudo. Había alguien en el asiento del copiloto, pero era solo una sombra.

—¿Puedes ampliar la imagen?

Mavis pasó la yema de un dedo por el touchpad y la foto fija ocupó la pantalla entera.

—Cogí este fotograma en concreto y lo enfoqué más. Mejor que esto, ya es imposible. Fíjate en su mano derecha, la que está en el volante. ¿Qué ves?

—Un grueso anillo de oro con una insignia. —Nick forzó la vista y añadió—: Es un emblema del cuerpo de marines.

—Exacto. Ahora fíjate en lo que lleva metido por el cinturón.

La imagen empezaba a pixelarse, pero se veía lo bastante bien para distinguir la culata y parte del cajón de mecanismos de un revólver de grandes dimensiones.

—Un arma. Parece un Colt Anaconda.

Mavis se recostó en el asiento y miró a Nick.

—Sí. Bueno, ¿qué opinas?

Nick no respondió al instante.

En la radio una sinuosa trompeta estaba tocando el tema de la película Chinatown.

—Joder —dijo Nick.

—Amén.

—En Niceville mucha gente tiene una Ford F-150 blanca con acabados de lujo. Y muchos tíos llevan un arma encima. Y mucha gente de Niceville va al Wendy. Y también mucha gente tiene un anillo del cuerpo de marines.

—Vale, pero súmale el hecho de que un chico que pensamos que tuvo alguna relación con el atraco al banco está siendo asesinado justo al otro lado de la calle, y ¿adónde nos lleva eso?

—A donde no quisiera yo ir.

—Afrontémoslo de una vez, Nick. Es Charlie Danziger.

—Sí. Me temo que ahí es adonde hemos ido a parar.

—Danziger siempre lleva encima un Colt Anaconda. El anillo de los marines no se lo quita nunca y conduce una Ford blanca de ese modelo. Su coche blindado fue el que entregó las sacas con el dinero de las nóminas. Es el director de ruta de Wells Fargo. Bien, llega aquí y para detrás de la Windstar de Edgar Luckinbaugh. Hay un tipo en el asiento del copiloto; a juzgar por la sombra, también es alto, fuerte y delgado. Estoy pensando que podría ser Coker. Coker es francotirador. El acompañante se inclina para mirar hacia el Motel 6 en la otra acera de Gwinnett. Un momento después la Ford acelera y sale del aparcamiento. ¿Tú qué crees que pasó?

Nick trataba de asimilarlo, pero en ningún momento dudó de qué había detrás.

—Edgar Luckinbaugh trabajaba para ellos. Edgar los llama para decirles que el tipo al que estaba siguiendo acaba de establecer contacto con Lyle Crowder, lo cual, si ellos sabían que Lyle tenía información sobre el atraco que podía inculparlos (y suponemos que así era), hizo que se pusieran muy nerviosos. Deciden hacer entrar a Edgar para que estabilice la situación mientras ellos llegan. Pero justo antes de aparcar se va todo al carajo. Tal vez intentaron contactar con Edgar llamando a su móvil y, al ver que no contestaba, se largaron cagando leches.

Mavis asintió con la cabeza. Ambos se quedaron callados.

El tema de Chinatown llegó a su fin y Harry James hizo su entrada con «Cherry Pink and Apple Blossom White». Se sentían los dos asqueados, vacíos, furiosos, pero eso no había modo de arreglarlo.

—A veces este trabajo es una mierda —dijo Mavis.

—Tienes toda la razón.

—Cuatro polis muertos. ¿A santo de qué? ¿De un dinero que no van a poder gastar? ¡Y a ellos ni siquiera les hacía falta tanto dinero! Danziger vive la mar de bien, y Coker no digamos. La verdad, no lo entiendo.

—Yo no creo que lleguemos a entenderlo nunca.

Volvieron a quedarse callados, mirando hacia el Motel 6. La puerta de la habitación 229 estaba bloqueada con cinta amarilla y en el aparcamiento había un coche patrulla de la policía local.

—Antes de dar ningún otro paso necesitamos saber quién es el tercero en discordia, Mavis. ¿Sabemos algo de él?

—De la Windstar no hemos sacado otra cosa que una botella con orines y unas cajas vacías de Krispy Kremes. Ah, y el receptor que lleva incorporado, un detector de movimiento Radio Shack, pero no el detector.

—Edgar estaba haciendo vigilancia, él solo. Noche y día. Si la persona a quien vigilaba se fue a acostar, lo lógico es que Edgar aprovechara para dormir él también un poco, pero no quería perderlo de vista. En la furgoneta llevaba un catre. Así que compra un detector de movimiento, uno barato, y coloca el transpondedor en el coche del vigilado. Si el coche se mueve, Edgar oye un pitido y se despierta.

—Pero eso nos sirve de poco, a menos que quieras dar vueltas en coche por todo Niceville con el receptor de Edgar, esperando alguna señal.

—Tiene que haber algo —replicó Nick—. Por fuerza.

Se quedaron allí sentados sin hablar.

—El tercero en discordia —dijo Mavis al cabo de un rato—. Parece que actuaba como un profesional, ¿no? Aquí, en casi todos los homicidios, el cadáver suele estar en el baño y el tío que se lo ha cargado, sentado en el salón con una cerveza en la mano y la camisa salpicada de sangre, diciendo que el tipo se lo tenía merecido. No, este es un profesional.

—Lo cual quiere decir que es de fuera de la ciudad. Vino expresamente para hacer el trabajo, sea cual sea.

—Probablemente localizar a los atracadores del banco y quitarles el botín.

—De acuerdo. Tal vez trabaja por cuenta propia, o tal vez a comisión. Quizá alguien de fuera cree tener sus derechos sobre ese dinero robado. Pero, en cualquier caso, nuestro hombre no es de Niceville, seguro. ¿Dónde trabajaba Edgar?

—En el Marriott —dijo Mavis recuperando parte de su sonrisa—. ¿Crees que Edgar averiguó algo raro sobre ese tipo?

—¿Y que se lo dijo a Coker? Podría ser. Tiene sentido. Si a Coker le preocupaba que pudiera venir alguien de fuera para llevarse el dinero, ¿a quién pagarle un anticipo mejor que a un expolicía empleado en el mejor hotel cerca del aeropuerto? ¿Es posible conseguir una lista de las personas que se registraron en el Marriott, pongamos, en los últimos tres días?

—Desde luego. Pero ¿por qué solo tres?

—De los recibos se deduce que Edgar empezó sus labores de vigilancia el jueves por la tarde. Yo diría que informó a Charlie de su hallazgo y que Charlie le encargó ponerse a vigilar de inmediato a ese tipo. Mira, ¿sabes lo que te digo? Olvídate de los tres días. ¿Puedes averiguar quién se registró en el hotel el jueves pasado?

—Eso está hecho. ¿Tienes hambre?

—Pues ahora que lo dices, sí.

—Ve a buscar café y unas hamburguesas —dijo Mavis—. Mientras tanto, yo llamaré a Mark Hopewell y le pediré una lista.

—¿Con queso o sola?

—Estoy a régimen.

—Entonces sola. ¿Y sin patatas fritas?

—He dicho a régimen. No en la UCI.

Nick estuvo fuera unos diez minutos. Mientras esperaba en la cola llamó por teléfono a Kate. Ella le dijo que estaba un poco aturdida pero bien. No se había levantado aún.

Él le dijo que la quería.

—No te culpo —dijo Kate—. Soy irresistible incluso borracha. Buenas noches.

Nick desconectó.

Al momento le sonó el móvil.

Reed Walker

—Hola, Reed. ¿Dónde andas?

—Voy camino de Gracie. ¿Dónde estás tú?

Nick se apartó de la cola y buscó un rincón tranquilo en el vestíbulo de los aseos.

—Te noto una voz muy rara. ¿Ocurre algo, Reed?

—Sí. Acabo de saltar de un edificio.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Candleford House. De la cuarta planta. He ido dándome topetazos con ramas de árbol hasta tocar tierra. He perdido el conocimiento. Un par de horas, hasta que me han encontrado los de la estatal. Me han llevado a la clínica más cercana y acabo de despertarme hace un rato.

—¿Y dices que has saltado?

—Que sí, joder, eso he dicho. Lo mismo habrías hecho tú.

—¿Y estás vivo?

—Aquí tienes la prueba, hombre.

—No. Quiero decir ¿estás herido?

—Creo que el pulgar de la mano izquierda lo tengo bien. Todo lo demás me duele de narices. Tenemos que vernos. Estaré en la ciudad como en una hora. ¿Tú dónde estás?

—Trabajando en un caso.

—Pues sea lo que sea, necesito verte ahora mismo. En Sallytown he descubierto cosas que te cagas. Y en Gracie he visto cosas que te cagas también. Si alguna vez necesitas emociones fuertes, métete en Candleford House una noche de luna llena. He de hablar contigo.

—¿Sobre qué?

Reed le explicó una versión breve, cruda y memorable, terminando con la advertencia de Clara Mercer sobre lo que le estaba pasando a Rainey y qué hacer al respecto.

—¿Matarlo? —dijo Nick, y vio que algunas cabezas se volvían hacia él—. ¿Que un fantasma te ha dicho que lo mates?

—Sí, ya sé. Es de chiflados, pero tenemos que aclarar todo este asunto. Están pasando cosas rarísimas. ¿Dónde estás, exactamente?

—En el Wendy de North Gwinnett. Mavis y yo investigamos un homicidio doble.

—¿Dónde estarás dentro de cuarenta y cinco minutos?

—No lo sé.

—Pues llámame cuando lo sepas. Avísame en cuanto sepas dónde estarás más tarde, ¿de acuerdo?

—Sí. Descuida.

Reed desconectó.

Cuando Nick volvió al Lincoln con las hamburguesas, Mavis estaba hablando todavía por teléfono. Nick subió al coche y dejó la bolsa encima de la consola. Mavis lo miró levantando un dedo («Un minuto y acabo»). A él no le importó; tenía muchas cosas en la cabeza. ¿Matar a Rainey? Y en la cabeza se iba a quedar esa idea… de momento.

—Sí, de acuerdo… gracias, Mark. Te lo agradezco mucho. Has estado genial. Sí, ya lo sé. Pobre Edgar. Estamos en ello, sí. Ya te llamaré.

Mavis colgó.

—Harvill Endicott. Se registró en el Marriott el jueves por la tarde. Pidió una habitación de fumador. Edgar estaba de servicio. Según Mark, el tipo tenía pinta de enterrador, o de cura. El tal Endicott dijo que era «facilitador y coleccionista privado». Encargó dos coches, un Cadillac negro y un Corolla beis. Dos coches para una sola persona…

—El Corolla para vigilancia; el Caddy para él.

—¿Te paso la descripción?

—Soy todo oídos.

—Alto. Flaco. Tez pálida. Al parecer en buena forma. Bien vestido. Traje gris, dos maletas. Mark dice que le pareció que Edgar también se fijaba mucho en el tipo.

—Podría ser nuestro amigo, el tercero en discordia del vídeo. ¿Sigue hospedado en el Marriott?

—No. Se marchó anoche. El Caddy y el Corolla los dejó en el aparcamiento de delante. Tomó un taxi al aeródromo Mauldar. Le he pedido a Mark que fuera a husmear un poco en esos coches. ¿Sabes qué ha encontrado escondido en el guardabarros trasero del Caddy?

—La cosa esa de Edgar, el sensor de movimiento.

—Exacto. ¿Quieres que vayamos? Mark está buscando las imágenes de la cámara de la recepción correspondientes al momento en que el tipo bajó a pagar la cuenta. De cuerpo entero y de frente. Dice que nos lo tendrá a punto.

—No —respondió Nick, después de pensarlo un poco—. Endicott ha escapado. Manda un coche a recoger ese vídeo al hotel y que lo lleven a Cap City. En plan urgente: sirenas, luces y lo que sea. Boonie elaborará un historial completo de ese tipo, con foto y descripción. Pondremos a todos los cuerpos policiales detrás de él.

—Bien. ¿Y ahora qué quieres hacer?

—Ya sabes lo que tenemos que hacer.

Mavis asintió con la cabeza.

—Ir a ver a Charlie.