El señor Teague no recibe visitas

Lemon aparcó su vieja camioneta a unas casas de distancia de la mansión Teague de Cemetery Hill y apagó el motor. La casa parecía cerrada y desierta, pero eso no quería decir que Rainey no estuviera dentro. Supuso que Kate y Beth tardarían unos diez minutos en llegar, y quería que fuese Kate la primera en ver a Rainey, si es que el chico estaba realmente allí. Pero Lemon empezaba a estar muy preocupado por Rainey.

En vida de Sylvia y Miles, su relación con Rainey había sido bastante buena, dadas las circunstancias. Lemon no había tenido ningún hijo varón, ni siquiera un hermano, ambos eran fans del equipo de los Gators (Rainey solía tomarle el pelo con los Seminolas) y de vez en cuando jugaban a lanzarse un balón en el patio de la casa.

Una actividad que nunca había apetecido a Miles, lanzar pelotas, como tampoco ejercer de padre. O, para el caso, de marido. Lemon no habría metido baza de no haber estado más o menos enamorado de Sylvia, y Rainey lo significaba todo para ella. Pero el Rainey de ahora…

En su fuero interno, Lemon estaba convencido de que, de un modo u otro, Rainey había tenido algo que ver en la muerte de Alice Bayer. Y ahora que volvía a pasar de todo (en fuga, actuando como un niño mimado o, mejor, como un niño mimado que se siente culpable), no había modo de encajar el antiguo Rainey con el actual.

Era como si se le hubiera instalado dentro una cosa muy mala, la tuviera metida allí como una araña y esta lo manejara como si fuera una marioneta. Lemon consultó su reloj y levantó la vista para mirar por el retrovisor.

Kate no llegaba.

Lo pensó mejor y decidió acercarse al patio, para ver si había señales de que Rainey hubiera estado allí. Si eso le daba ocasión para estar unos momentos a solas con el chico, en una especie de cara a cara fraternal que podía incluir un amistoso bofetón, mejor todavía. Nick era su tutor, pero debía mantenerse al margen de todo contacto físico, de cualquier tipo de castigo. Los sentimientos de Nick para con Rainey eran demasiado inflamables.

Lemon, pues, se apeó del Suburban y recorrió la manzana en dirección a la casa de los Teague.

Al llegar al pie del camino particular, se detuvo en seco.

La casa parecía normal y corriente, una mansión de piedra asentada en un ondulante césped con robles y sauces a su alrededor, bajo la moteada luz de la tarde. «El cálido esplendor del dinero viejo», se le ocurrió pensar a Lemon contemplándola. Pero algo que había en la gran galería exterior de piedra, y que antes no estaba, llamó su atención. Como una sombra o, al menos, un tipo más oscuro de claridad, y estaba en el porche. Al fijarse bien, Lemon supo que aquello no era una sombra.

Era una oscuridad.

Y la cosa había reparado en él.

Sintió un vahído en el estómago, y se le empezaron a mover los músculos de la espalda y el vientre. La sombra era ahora más grande, más alargada y extensa. Se dividió en dos formas diferenciadas y, luego, en la silueta de dos hombres corpulentos.

Estaban de pie en el rellano, mirándolo, figuras no del todo definidas todavía, pero hombres sin duda, un tanto borrosos e irisados como si estuviera mirándolos a través de ojos llorosos, pero compactos al fin. Sacudió la cabeza y las formas quedaron enfocadas.

Ambos llevaban tejanos y gruesas botas negras. Sus panzas, tensas bajo el algodón de las respectivas camisas blancas como velas a punto de reventar, se derramaban sobre la hebilla de sus cinturones. Aunque uno lucía cabeza rapada y perilla de motero y el otro iba bien afeitado y tenía greñas rubias, tenían algo en común, como si fueran parientes.

Lemon había visto sus retratos, dos fotografías policiales sobre el titular del Niceville Register, la mañana siguiente al siniestro y la carnicería a escasos metros del Super Gee. Dwayne Bobby Shagreen y Douglas Loyal Shagreen, ex Nightriders, buscados por el FBI y, hasta hacía solo dos días, muertos y congelados en un furgón frigorífico aparcado en el estacionamiento cerrado de la policía estatal a las afueras de Gracie.

Lemon sabía que no estaban físicamente allí, como tampoco Merle Zane había estado en el pasillo del hospital cuando se abrió la puerta del ascensor y quedaron uno frente al otro y cruzaron unas palabras. Fueran lo que fuesen, su presencia era innegable, parecían tan sólidos como las piedras sobre las que estaban de pie, los brazos flácidos a los costados, caras bovinas carentes de toda expresión o sentimiento, mirándolo a él, esperando a que se les acercara. Lemon consiguió ralentizar sus latidos y, sin moverse de donde estaba, preguntó:

—¿Qué hacéis aquí?

El de la melena rubia puso cara de no entender. Luego, como si acabara de acordarse, dijo:

—Estamos aquí por el señor Teague.

No hubo en su voz el menor indicio de malicia o de segunda intención. Nada. Una voz grave, monótona, suave. Con leve acento de Virginia.

—¿Por qué?

—Velamos por sus necesidades.

—¿De dónde sois?

El rubio puso otra vez cara de perplejidad.

—Nosotros nos ocupamos de las necesidades del señor Teague —dijo—. No hay dónde que valga. No hay otro lugar más que este. Estamos aquí por el señor Teague.

Lemon notó los labios entumecidos y la boca seca. Sus oídos empezaron a registrar un zumbido muy agudo. En el cuello, una arteria le latía con tal intensidad que fue capaz de oírla.

—¿El señor Teague está en casa?

—Sí.

—Quiero hablar con él.

—No.

Una voz de mujer sonó a su espalda.

—¿Lemon? ¿Estás bien?

Miró hacia atrás y vio a Kate. Estaba al otro lado de la calle, junto a su Envoy. Beth, desde el asiento del acompañante, lo miraba también.

Lemon volvió la vista hacia el rellano y, por supuesto, ya no había nadie. Las hermanas se le acercaron. Kate parecía haber estado llorando; Beth, conmocionada, sin más.

—¿Te encuentras bien, Lemon?

—Claro, Kate. ¿Por qué lo dices?

—Estabas hablando con alguien. Bueno, al menos lo parecía. Te hemos llamado dos veces y no nos oías. ¿Qué estabas haciendo?

Lemon volvió a mirar hacia el rellano y vio a los Shagreen. Era evidente que Kate no los veía. Y Beth simplemente le devolvió la mirada con la misma expresión de desconcierto absoluto. Lemon movió la cabeza.

—Supongo que estaba hablando solo —dijo.

—¿Rainey está ahí? —preguntó Beth.

—¿Dentro de la casa?

Beth le sonrió.

—¿Dónde va a ser, Lemon, en el tejado?

—No. No está.

—¿Ya has mirado? —inquirió Kate.

—Sí.

—¿Has mirado dentro?

—Sí, sí. No está.

«Creedme las dos, por favor».

—Bueno —respondió Beth—. Y ahora ¿qué hacemos?

«Sacaros de aquí a las dos», pensó Lemon. Pero lo que dijo fue:

—¿Queréis ir a comer algo?

Kate puso cara de extrañeza, como si el tema estuviese totalmente fuera de lugar. De repente se sintió hambrienta.

—Yo me muero de hambre —dijo Beth—. Pero ¿y Rainey?

—La policía local dispone de más coches que nosotros. Seguro que lo encontrarán. Yo también tengo hambre. Elegid vosotras un sitio y yo os sigo.

Beth y Kate volvieron al todoterreno. Lemon no podía pensar en otra cosa que no fuera hacerlas subir al Envoy y alejarlas de Cemetery Hill cuanto antes mejor.

—¿Qué os parece Placido’s? —sugirió Beth—. Está cerca de aquí, en Bluebottle Way. ¿Te van los italianos?

—Conozco el sitio. Pasad primero.

—Vale —dijo ella—. Hasta ahora, entonces.

Kate montó en el Envoy, puso el motor en marcha y bajó la ventanilla. Estaba mirando la mansión Teague.

—Antes, cuando estabas ahí —le dijo a Lemon—, parecía que hablabas con alguien, no solo.

—¿Has visto a alguien?

Kate desvió la vista hacia él, una mirada inquisitiva, penetrante.

—Diría que no.

—¿Y tú, Beth?

Beth parecía inquieta.

—Quizá algo, no sé. Una especie de sombra.

—Chicas, vámonos de aquí. Nos vemos en Placido’s.

Beth volvió a mirar hacia la casa y luego sonrió.

—Lo hablamos mientras damos cuenta de un carpaccio, ¿vale?

—Buena idea —dijo Lemon.

Las hermanas arrancaron.

Lemon esperó hasta que hubieron doblado la esquina de Bluebottle y luego regresó a la escalinata de piedra.

Aquella luz oscura no se había ido, era como un charco de nada que de alguna manera debilitaba la luz del sol. Lemon puso el pie en el primer escalón y la luz oscura se volvió más sólida.

—Nos veremos de nuevo —dijo, y volvió a su camioneta.