Los despojos del día

Nick conducía con luces y sirena camino de la escena de un crimen en el Motel 6 de North Gwinnett cuando Kate lo llamó al móvil.

—He intentado hablar contigo montones de veces, Nick.

Tenía la voz muy alterada. Nick desconectó la sirena y dejó las luces del techo dando vueltas.

—Es Rainey, ¿no?

—¿Quién, si no? En WellPoint lo han perdido de vista.

—¿Cómo que…? ¿Qué quieres decir?

—La doctora Lakshmi me dijo que lo atendería enseguida, de modo que llevé a Rainey al centro neurológico. Nada más llegar a WellPoint me dijo que tenía que ir al servicio. Les expliqué, les dije varias veces, que existía riesgo de fuga, de modo que asignaron a un enfermero para que lo acompañara. Pero el hombre no entró con él en el baño porque hay normas estrictas (por posibles abusos sexuales); total, que se puso a charlar con unos compañeros que había al fondo del pasillo y ¡zas!

—¿Cuándo ha pasado?

—Hace nada. Unos quince minutos.

—¿Tú no estabas?

—No —respondió Kate, al borde de la histeria—. ¡No me dejaron entrar porque iba con Hannah!

—Oye, a ver si lo ent…

—¡Hannah estaba conmigo! Verás, Beth llevó a Axel al colegio y luego tenía cita con el abogado sobre la herencia de Byron. O sea que Hannah se quedó conmigo y fuimos a llevar a Rainey a WellPoint. Pero de camino a Hannah le dio un arrebato. Decía que Rainey le estaba provocando dolor de cabeza. No veas, y ahora qué más, pensé, pero le pregunté qué le pasaba, y Hannah dijo que Rainey le hacía zumbar el audífono…

—¿Dónde iba sentado Rainey?

—Delante, conmigo. Hannah iba en el asiento de atrás. No te lo creerás, Nick, pero Rainey no decía ni palabra. Iba mirando por la ventanilla, callado como una tumba. No tenía conectado el móvil ni nada; simplemente no le hacía caso a la niña. Pero Hannah se ha puesto a gritar…

—¿Y qué decía?

—¿Decir? Cosas sin sentido. Es una cría, Nick. Algo de que oía zumbidos en la cabeza. Una voz que chirría, dice. Pero era evidente que estaba sufriendo, hablo de un dolor fuerte. No podía dejarla en el todoterreno, o sea que he entrado allí con ella, con los dos, y una vez cumplimentado el ingreso de Rainey y firmados los papeles correspondientes, me dicen que no puedo entrar con Hannah porque no admiten visitas de menores de edad. Pero la niña estaba ya medio histérica, así que he dejado que se llevaran a Rainey dentro. Él ni siquiera ha vuelto la cabeza, Nick, ni una sola vez, pero ha sido cerrarse aquellas puertas metálicas y acabarse los gritos y los lloros de Hannah. Me ha dicho que ya no le molestaban los audífonos, así que la he dejado un segundo en la recepción, he preguntado dónde estaba Rainey y me han dicho que lo habían llevado a hacer radiografías, una fluoroscopia, un angiograma, una tomografía axial (que no sé qué es) y más tarde una punción lumbar. Todo en el mismo centro. Que la cosa duraría varias horas y que si la niña estaba conmigo, yo no podía quedarme. He salido otra vez. Hannah ha dicho que tenía hambre. Hemos ido al McDonald’s. Luego vuelvo a casa, almuerzo con Beth y llamo a WellPoint para ver cómo está Rainey… ¡y me dicen que no está! Te he estado llamando, Nick.

—Lo siento, cariño, de veras. Estaba reunido con Tig, hablando precisamente de Rainey. Luego he ido a ver a Beau al hospital y he tenido que desconectar el móvil. Lo siento, cielo. ¿Dónde estás?

—En el coche, buscando a Rainey. Beth está aquí conmigo. Hemos dejado a Axel y Hannah al cuidado de Eufaula. Llamé a la policía local, pero no parece que estén avanzando mucho. Ni nosotras…

—¿Dónde habéis buscado?

—Primero de todo en Patton’s Hard. La zona está acordonada y hay dos coches patrulla impidiendo que la gente meta la nariz. Y ahora íbamos a ir a casa de Sylvia.

—¿Has avisado a Lemon?

—Sí. Se reunirá allí con nosotras. ¿Tú puedes venir, Nick?

—Imposible, Kate. Tengo que atender un asunto. Ha habido dos muertos. No puedo escaquearme, lo siento.

—Pero ¿y Rainey?

—Hablé con Tig. Como te dije, está avanzando a paso lento, yo creo que para darnos tiempo a nosotros. Hasta el momento no ha hecho pública ninguna información relativa a Alice Bayer; solo es una persona anónima que sacamos del río. Pero si Rainey ha desaparecido otra vez, Tig dará aviso a todas las unidades y en una hora o así la policía local le habrá echado el guante.

—Pero le interrogarán, ¿verdad?

—Sin un abogado delante, no. Es ilegal hacer preguntas sobre un caso a un menor de edad si no está presente uno de los padres o un abogado. Si dan con él, lo llevarán adonde tú estés. Tig se ocupará de eso, descuida. Podemos confiar en él. Rainey aparecerá.

—De todos modos vamos a ir a casa de Sylvia. ¿No podrías reunirte allí con nosotras?

—Imposible, nena. Es que no puedo.

—Está bien. Supongo que nos tocará a Lemon, a Beth y a mí, una vez más. Igual tendrías que pagarle una cuota, como hizo Miles para Sylvia. Ya sabes, tener nuestro escort personal. A eso se dedicaba Lemon, ¿no? A entretener a casadas guapas cuyos maridos se pasan el puñetero día trabajando.

Eso le dolió a Nick, pero hizo de tripas corazón.

—Estás furiosa y molesta, Kate, lo entiendo. Pero eso ha sido un golpe bajo y nosotros siempre hemos jugado limpio. No llames a Lemon si es así como piensas. Y ya que lo preguntas, sí, le pago una cuota.

Eso sirvió.

—¿Por qué? —dijo Kate.

Nick se lo explicó brevemente. Había contratado a Lemon para que lo ayudara a averiguar qué pasaba con Rainey y, ya puestos, también con Niceville.

—Pero ¿por qué Lemon y no alguien de tu brigada?

—Porque Lemon es el único que puede creer lo que está pasando. Y si lo cree es porque él lo ha visto en persona. Pero si a ti te parece mal, lo despido y punto. Lo llamaré tan pronto como hayamos colgado.

Ella se quedó callada.

Nick la oía respirar, y de fondo a Beth hablando por el móvil con la policía, y también algo de música y murmullo de neumáticos sobre el asfalto. Kate seguía conduciendo con el móvil conectado, y él la estaba distrayendo demasiado.

—Cariño, deberías parar un momento si…

—No. Perdona. Tienes razón. No sé, estamos intentando ayudar a Rainey, pero él nos lo pone muy difícil. ¿Sabes qué más he hecho?

—Casi me da miedo preguntar.

—Acabo de ir a un cajero automático para sacar un poco de dinero. Pues bien, mi tarjeta no está en el bolso. Anoche sí estaba, pero ya no. He llamado al banco y me han dicho que alguien acababa de utilizarla para retirar mil dólares. Yo creo que ha sido Rainey. ¡No puede tratarse de una coincidencia!

—Y ¿cómo ha conseguido tu número secreto?

—De la misma manera que consiguió el código para entrar en casa de Sylvia. Mi agenda. Soy incapaz de recordar números secretos, contraseñas y demás. Rainey lo sabía. Este chico está descontrolado, Nick, pero no tiene un pelo de tonto. Está tomando iniciativas, igual que haría un delincuente con experiencia. Se trae algo entre manos y se ha buscado la vida para conseguir dinero. Ha puesto en marcha algún plan, a saber cuál. Parece que algún adulto le estuviera echando un cable.

—¿Sigues conduciendo?

—Sí. Vamos a casa de Sylvia.

—Está bien. Deja el teléfono conectado, voy a llamar a Tig. Él pondrá en movimiento a la policía local y dentro de una hora lo habrán localizado. No te preocupes por nada, esto tiene solución.

—¿Incluso después de lo que ha pasado?

—Tú y yo tenemos experiencia con chavales descontrolados. Tú cobras gracias a sus padres. Al final todo se soluciona, ¿no?

Pasaron unos segundos.

Nick sintió que ella lo estaba pensando.

—Es verdad. Al final todo se soluciona, o casi.

—¿Lo ves?

Más respiración de fondo.

—Gracias, Nick. Me siento mejor.

—Bien. Es mi razón de vivir.

A ella se le escapó una carcajada. Fue una risa frágil e inquieta, pero risa al fin. Nick, en consecuencia, rio también.

—No, en serio, nena. Tú eres todo lo que me hace falta.

—Santo Dios, qué chorrada. Anda, vete a trabajar, Nick.

—Ten cuidado, Kate. Y tenme al corriente.

—Tú también, Nick. Hasta luego.

Cuando llegó al Motel 6, la policía de Niceville había acordonado ya la zona. Había dos coches patrulla en el aparcamiento, las luces dando vueltas y vueltas, enviando locos destellos a las paredes y las ventanas como luciérnagas del infierno. El sol estaba poniéndose en toda su sonrosada gloria, las farolas estaban ya encendidas y había mirones de todas clases alrededor del perímetro.

Un agente levantó la cinta amarilla y Nick pasó por debajo en su Crown Vic hasta frenar frente a la escalera exterior que subía a la segunda planta. Mavis Crossfire se encontraba en el rellano de arriba y lo miró con una sonrisa desquiciada y los brazos en jarras.

—Madre de Dios, es él en persona —dijo—. ¿No te he visto en el Galleria Mall? ¿Es que tú nunca vives?

—Parece que no. Y se diría que tú tampoco, Mavis.

—Me han ascendido. Ahora soy supervisora de sección de seis comisarías. Traes una cara muy rara, Nick.

Nick le contó que Rainey volvía a hacer de las suyas.

—Vaya por Dios. Es escurridizo como una anguila. Ese chico acabará dando clases de fuga y evasión a comandos de élite.

—Preferiría no hablar de él, Mavis.

—Vale. Como quieras. ¿Cómo está Andy Chu?

—Fuera de peligro. Boonie ha puesto a dos gigantes del FBI en su habitación mirándolo con mala cara. Chu está a régimen de gota a gota y llevará escayolado el hombro durante bastantes meses. Hasta ahora Boonie no ha conseguido aclarar si era un rehén o un cómplice, aunque se inclina por lo segundo.

—¿Chu ha pedido un abogado?

—No, aún no. Pero está muy sedado. Boonie no quiere interrogarlo todavía. Ah, he pasado a ver a Beau esta tarde.

—Eso te iba a preguntar.

—Lo tienen drogado a tope, pero le han reconstruido los intestinos y han hecho lo que buenamente han podido con el hígado y el bazo. Ya no hay hemorragia interna. La columna la tiene bien, pero va a estar una temporada a dieta de glucosa y suero fisiológico. No puede tomar más sólidos que un poco de gelatina. Han hablado de hacerle una colostomía provisional, y eso no le va a gustar.

—A mí tampoco me gustaría. ¿Cómo está de ánimos?

—Es un chico duro, pero yo diría que está… conmocionado. A esa edad nunca piensas que vaya a pasarte nada malo. Pude comprobarlo a menudo cuando estuve en el ejército regular. Te alcanza una bala salida de quién sabe dónde, y lo único que piensas es que no acabas de creértelo. Algunos morían, y más que nada estaban sorprendidos. A Beau le está pasando eso mismo. May está con él ahora.

Mavis meneó la cabeza.

—¿Cómo fue lo de PISTOL?

—Nos absolvieron. ¿Qué otra cosa iban a hacer, con un poli herido? Coker no tuvo más remedio que cargarse a Maranzano. Lo del nieto se lo adjudicaron a Deitz. Y luego Coker y yo nos cargamos a Deitz. Al final.

Mavis lo miró raro.

—¿Qué has querido decir?

Nick meditó la respuesta.

—Esto queda entre nosotros, ¿verdad, Mavis?

—Naturalmente. Lo sabes muy bien.

—Cazamos a Deitz en la escalera. Estaba oscuro, pero se veía lo bastante para saber a qué disparar. Yo estaba más abajo y Coker arriba del todo. Deitz estaba en medio. Lo más sensato, en su caso, hubiera sido tirar el arma y confiar en la suerte una vez delante de un jurado.

—Pero Deitz no tiró el arma. Intentó matar a Coker.

—Sí, pero eso fue después de que Coker lo provocara. Dijo que daba auténtica pena lo chapucero que era Deitz haciendo las cosas. Y el otro perdió los nervios.

—Deitz los perdía a diario. Y no hay tipo más frío que Coker. Le encanta matar a los malos.

—Sí, pero… Es algo que me inquieta. Tengo la espinita ahí clavada.

—Byron Deitz era un hijo de puta, un racista, un misógino y un sádico. Además de codicioso. Y maltrataba a su mujer y a sus hijos. ¿He dicho que encima era feo como un pecado? Con él muerto, el mundo ha mejorado. No digo que Coker hiciera bien provocándole, pero Coker me salvó la vida en la iglesia ortodoxa. Y también la de aquel conserje, ¿te acuerdas? Es una víbora y más frío que el hielo, de acuerdo, pero es de los nuestros. Si sigues tirando de hilos que cuelgan, el día menos pensado se te caerán los pantalones.

Nick la miró, sonriendo a pesar de su bajo estado de ánimo.

—Oye, y ¿cómo se hace?

Mavis se encogió de hombros y le devolvió la sonrisa.

—A mí no me preguntes.

—Bueno. ¿Qué tenemos aquí?

Mavis perdió la sonrisa. Miró en la dirección de un carrito de lavandería. Una sirvienta negra, ya mayor, con los ojos enrojecidos de tanto llorar, estaba sentada sobre un cubo de fregar hablando con una agente a quien Nick no conocía.

—Dos hombres blancos. Muertos en el lugar de los hechos. Tú mismo deducirás cómo. Esa señora los encontró al ir a limpiar la habitación. Hemos tomado sus huellas y determinado hasta dónde entró antes de ver los cadáveres: no más allá de un palmo. ¿Listo para echar una ojeada?

Era una pregunta retórica, y Nick se limitó a seguir a su colega. Había un agente en la puerta; el hombre saludó a Mavis con un gesto de cabeza.

—Tommy, te presento al inspector Kavanaugh, de la BIC. Nick, este es Tommy Molto. Fue el primer agente en llegar a la escena.

Nick lo miró detenidamente. Ascendencia italiana, muy joven, facciones marcadas. Parecía estar pasándolo en grande.

—¿Todo en orden aquí, agente Molto?

—¡Señor, sí, señor! Tan limpio como mi… bueno, como los chorros del oro, señor. Yo personalmente se lo garantizo.

Nick le dio las gracias; Mavis le lanzó una mirada aviesa al pasar por su lado. Se detuvieron en el umbral, ella un poco más atrás que Nick, dejando que este viera por sí mismo.

Había dos cadáveres en la habitación; uno era un joven musculoso, con perilla, desnudo, cubierto de sangre, mutilado, muñecas, tobillos y cuello atados con cordón blanco. Tenía una mordaza en la boca, un gran agujero de bala en la frente y uno ligeramente más pequeño en el muslo izquierdo. Yacía en sus propios excrementos. Los ojos, azules, estaban abiertos, y su cara al morir reflejaba una extraña mezcla de desconcierto y pánico.

El otro cadáver estaba hecho un guiñapo en el suelo, en mitad de la estancia; era un hombre mayor, robusto, de piel cetrina, vestido con traje negro, camisa blanca y corbata negra estrecha. Despatarrado boca arriba, tenía en la parte superior del cráneo un orificio de salida con forma de estrella.

Rodeando el cuerpo, Nick pudo ver por dónde había entrado la bala: por debajo de la barbilla, un agujero grande. El fogonazo, al ensancharse, había desgarrado la blanda piel de la mandíbula. La herida estaba salpicada de puntitos negros a todo su alrededor. Pólvora. Todo lo cual quería decir que el arma había sido disparada muy cerca de la garganta de la víctima, si no en contacto con ella.

El hombre tenía asimismo un tajo de siete u ocho centímetros en la frente, hecho mientras aún estaba con vida, pues había sangrado profusamente hasta que la bala le voló los sesos. Nick levantó la vista: en mitad del techo, rodeado por salpicaduras de sangre y materia cerebral, estaba el agujero negro que la bala había abierto en el yeso.

De modo que el hombre estaba justo en medio de la habitación cuando le dispararon.

Unos palmos más allá, sobre la moqueta naranja, Nick vio el Colt 45. La mano derecha del hombre estaba extendida en aquella dirección, como si la pistola hubiera salido volando al recibir el impacto.

Nick hincó una rodilla en el suelo y olfateó la mano del hombre. Mavis se mantuvo a distancia, dejándolo trabajar sin decir nada, aunque ella tenía ya su propia idea de lo sucedido.

Al cabo de un rato, Nick se apartó de los cadáveres y caminó de nuevo alrededor de la habitación, sin tocar nada, mientras se ponía unos guantes de látex.

Incluso con la puerta abierta y un poco de brisa, el olor a sangre y fluidos corporales era asfixiante. Pero si Nick no pensaba quejarse, Mavis tampoco, aunque ella estuviera respirando por la boca mientras suspiraba por un poco de Vicks VapoRub.

Nick se acercó a donde ella estaba.

—Bien. Se supone que estamos ante el resultado de una sesión de sexo raro. Tenemos a la víctima en la cama, atada y amordazada. Herida de bala en el muslo izquierdo, aparentemente una 9 milímetros. Otro balazo, mucho más grande, en la frente. Típico orificio de entrada con forma de estrella, mucho graneado de pólvora, o sea otro disparo a quemarropa. Alguien se entretuvo con una pequeña taladradora. Rodillas, tobillos, codos, caderas, mandíbula. Hasta el hueso, allí donde llegaba. No quiero ni pensar lo que duele eso. Parece que se trata de la típica combinación: ataduras, tortura, asesinato. ¿Móvil? Excitación sexual en versión sádica.

Mavis se limitó a sonreír un poco.

Nick continuó hablando.

—Aparentemente el tipo mayor del traje negro es el autor del crimen, y el apuesto joven, la víctima. El del traje disfruta… hasta que se harta. Le mete al chico una bala en la frente, pero luego le entran remordimientos, se apoya ese Colt enorme debajo de la barbilla y deja el techo decorado como vemos. Después cae al suelo, el arma se suelta de su mano, y ya está.

—¿Una escena de amargo arrepentimiento?

Nick le dedicó una sonrisa sesgada.

—Ni más ni menos. La mano le huele a cordita, así que es posible que estuviera empuñando el arma cuando salió la bala. ¿Qué tal lo hago, Mavis?

—Una obra de arte, Nick —dijo ella, a la espera.

—Si no fuera porque el jovencito es Lyle Preston Crowder, quien tuvo su momento de fama la primavera pasada al volcar en la Interestatal 50 con un camión cargado de acero, y al matar a un puñado de señoras devotas atrayendo a todos los coches patrulla disponibles en muchos kilómetros a la redonda.

—Y cuarenta y cuatro minutos después, el atraco al First Third Bank de Gracie —añadió Mavis.

Mavis sabía quién era el chico porque había preguntado en la recepción del motel, pero Nick simplemente había recordado su cara. Mavis se sorprendió mucho.

—No sé tú —dijo Nick—, pero cuando pasó aquello yo habría puesto la mano en el fuego a que el chaval tenía algo que ver.

—Lo mismo digo. Pero a Boonie no se lo pareció, y se trataba de un caso federal.

—Pues ya ves, creo que alguien pensaba como nosotros. Yo diría que estaba preguntándole a Lyle por ese robo, y que para dar énfasis a la importancia de la pregunta, se valió del taladro. El dinero sigue sin aparecer, no se ha recuperado ni una parte del botín, ¿verdad?

—Yo no lo tengo, eso seguro, y he mirado en el cajón de las bragas, en el cubo de la ropa sucia y en todas partes.

—Bien, entonces sigue estando por ahí —dijo Nick—, y alguien pensó que Lyle podía saber dónde. Y, naturalmente, a este otro lo conocemos tanto tú como yo.

—Edgar Luckinbaugh, el botones —confirmó Mavis, feliz de aportar algo.

—Tendremos que poner esto patas arriba, me parece.

—¿Habla usted en plural, señor blanquito? Pero si yo solo soy una humilde agente…

—La cadena de custodia sí la controlas, ¿verdad?

—Oye, ¿y si me limito a sacar fotos?

Y eso fue lo que hizo, empezando por el punto más alejado de la habitación y progresando hacia su interior, para concluir con primeros planos detallados de los cadáveres y las heridas. Después se hizo atrás y con un floreo y una reverencia teatral, le indicó a Nick que podía comenzar.

—¿El forense está de camino? —preguntó él mientras se agachaba para registrar los bolsillos de Edgar Luckinbaugh.

—La forense, sí —dijo Mavis—. Está terminando una fractura del proceso supraorbitatorio o algo así.

—Ya. La cuenca del ojo hecha mierda.

—Santo cielo. Eso son palabras mayores para un jovencito como tú.

Nick se señaló el morado en la parte baja de la frente.

—A mí me pasó eso cuando volcó el furgón donde llevábamos a Deitz.

—Uf, se me había olvidado —dijo Mavis—. Menuda semanita, ¿eh? ¿Tú te acuerdas de cuando en Niceville nunca pasaba nada?

—No —dijo Nick extrayendo la cartera del bolsillo delantero del muerto e intentando no tocar la sangre de la pechera.

—Pues yo tampoco —dijo ella.

Nick se incorporó para examinar el contenido de la cartera. Carnet de conducir, tarjeta de la seguridad social, una estampa con la imagen de una tal Francis Louise Luckinbaugh, de soltera Gillis, fallecida en 2006. Una tarjeta de crédito Capital One, una tarjeta prepago para teléfono móvil, una tarjeta magnética de empleado del hotel Marriott, recibos (varios) por la compra de donuts Krispy Kreme y un recibo de Wendy con fecha de ese mismo día, precisamente del Wendy que había justo al otro lado de North Gwinnett.

Nick se acercó a la ventana y miró.

—¿Algún vehículo a nombre del señor Luckinbaugh?

—No. Todos los coches que hay en el aparcamiento tienen dueño. No hay nada a nombre de Luckinbaugh.

—Ven, Mavis, échame una mano. Edgar tiene una llave de esposas en un huequecito de ese estuche grande que lleva prendido del cinturón, pero no veo ningunas esposas por aquí. Tiene un enorme tajo premórtem en la frente, de hace poco, diría yo; eso ha debido de dolerle mucho. Cosa rara en el mundo occidental, no parece que tenga teléfono móvil. Sin embargo, en la cartera lleva una tarjeta prepago. Tiene una cartuchera interior para ese viejo Colt, que sin duda fue su arma reglamentaria en sus tiempos de poli. Se ha atiborrado a donuts; a juzgar por los recibos, compró Krispy Kremes en diferentes puntos de la ciudad y todos en las últimas cuarenta y ocho horas. Y ha guardado los recibos de gasolina y de comida. ¿No tienes tú también la sensación de que Edgar estaba en plena faena policial cuando ocurrió esto?

—¿Quieres decir si estaba haciendo de detective privado? Pues sí, la verdad. Eso explicaría las esposas y el Colt.

—Estuche para esposas, pero esposas no. ¿Dónde habrán ido a parar?

—Excelente pregunta, Nick. ¿Se las olvidó en casa?

—O se disponía a esposar a alguien cuando las cosas se torcieron de la peor manera. Pudieron con él; quizá intentaba esposar al tipo y el tipo le desgarró la frente con las esposas, de ahí esa herida premórtem. El tipo se arrima a él, le coge la pistola por el cañón, la dirige hacia arriba, que es lo normal cuando peleas por hacerte con un arma de fuego. La pistola se dispara justo bajo la barbilla de Edgar y los sesos del pobre hombre acaban decorando el techo.

—O sea que no le disparó Lyle.

—No. Yo creo que hay un tercero, un tercero en discordia con un arma del calibre 9, la que hirió a Lyle en el muslo. Yo creo que le disparó a Lyle con el 45 de Edgar. Después cogió las esposas y el móvil de Edgar, pero no la llave de las esposas. Y tampoco el Colt.

—¿Sabes a qué me suena todo esto, Nick? Me suena a que Edgar siguió a ese tercero en discordia hasta aquí; que alguien, el señor Cliente Desconocido, le pagó para que siguiera al tercero en discordia y que Edgar decidió hacer una entrada en solitario… y lo mataron.

—¿Creyendo, quizá, que aquí se estaba cometiendo un crimen?, ¿y, como expoli que era, quiso tomar cartas en el asunto…?

—Algo parecido.

—¿La cámara de seguridad del motel cubre la escalera exterior?

—Sí. Abajo tengo el disco duro para que lo veas. He mirado el vídeo. El empleado dice que todos son inquilinos habituales o personal de mantenimiento. Solo hay una persona a quien no puede identificar, un tipo alto y flaco que pasó frente a la cámara mirando hacia otra parte. Bien vestido, por no decir con elegancia. Traje gris y unos zapatos de calidad (al empleado le van los zapatos). Subió a la segunda planta por la escalera. Según el vídeo, eran las 14.56. Llevaba un maletín de piel. La cámara no hace panorámica, así que es imposible saber adónde fue exactamente, o de dónde venía, pero el empleado afirma que no era un huésped.

—¿Se puede conseguir una foto fija?

—Lo están intentando ahora. Entra y sale gente, y luego, a las 15.29, se ve a Lyle subir por la escalera con una pizza y una bolsa de comestibles.

—¿La cerveza y las otras cosas que están tiradas en la bañera?

—Sí. Después no ocurre nada durante un buen rato (solo pasan un par de mujeres de la limpieza) y a las 15.52 se ve pasar a nuestro Edgar a todo gas y con cara de muy pocos amigos. Treinta minutos después el tercero en discordia baja por la escalera con su maletín. Aparta el rostro al pasar frente a la cámara y desaparece del encuadre.

—Quiero fotos fijas de eso también.

—Descuida.

Nick estaba mirando los coches aparcados en el establecimiento de la acera de enfrente.

—¿Wendy dispone de cámaras de seguridad?

—No lo he preguntado, pero me extrañaría que no las tuvieran. Ahora hay cámaras en todas partes.

—Ya. En cualquier caso nos facilitan las cosas. Bien, hemos establecido los diferentes actores, aunque sea grosso modo. Es preciso identificar al tercero en discordia y averiguar quién era el cliente desconocido. Otra cosa: hemos dado por supuesto que se llevó el móvil de Edgar. ¿Para qué? Si lo pillan con el móvil encima, es una prueba que lo vincularía a un asesinato.

—Yo diría que se lo llevó porque no quiere que nadie (es decir, la policía) descubra a quién estaba llamando Edgar, porque es casi seguro que se comunicó con el señor Cliente Desconocido, y don Tercero en Discordia no quiere que sepamos quién es esa persona.

—Buena deducción, Mavis. Dime una cosa, ¿qué suele investigar un detective privado?

—Normalmente los contratan mujeres casadas para que sigan a alguien a moteles baratos como este y saquen fotos de degenerados sexuales haciéndose marranadas en las partes nobles respectivas con látigos, plumeros, pececitos y qué sé yo.

—O sea el típico sábado noche que te quedas en casa…

—Conmigo no cuentes, Nick.

—¿Ves esa mierda de Windstar aparcada ahí?

—Ajá.

—¿Te das cuenta, Mavis, de que es un vehículo tan rematadamente soso, aburrido y horrible que uno no puede quedarse mirándolo sin que le entre sueño?

—Es decir, el vehículo ideal para labores de vigilancia.

—Y perfectamente situado mirando hacia esta habitación. Propongo ir a hacer un registro a fondo. ¿Te parece?

—Yo voy a donde tú vayas.