Efecto óptico, versión oscuridad

La noche de aquel día, jueves, después de que los sanitarios dejaran salir a Rainey y Lemon lo llevara a casa, Nick y Kate le prepararon un tardío plato de sopa. Beth, Axel y Hannah estaban acostados, pero Rainey no.

Todavía.

Y era muy entrada la noche.

Rainey comprendió que eso tenía que ver con los líos en que se habían metido Axel y él. Había oído hablar a Nick y a Kate en el salón, sobre Patton’s Hard y el teniente Sutter, el jefe de Nick, y sobre el juez Theodore Monroe, que era quien había dado el visto bueno para que Kate fuera su tutora.

A Rainey todo aquello no le gustó nada.

Por el modo en que estaban sentados, sin mirarse realmente a la cara y diciendo cosas de esa manera que tienen los adultos de hacerlo cuando quieren hablar de cosas relacionadas contigo pero sin darte opción a intervenir, Rainey supo que algo gordo se avecinaba, y que no podía ser nada bueno.

Ya al terminar la sopa, pese a los esfuerzos que ellos hacían, Rainey había empezado a sospechar que la policía había encontrado el cuerpo de Alice Bayer en el Tulip y que mañana él no iría al colegio porque Kate pensaba llevarlo a la consulta de la doctora Lakshmi, la neuróloga que le había atendido durante el coma.

De lo que Kate y Nick estaban diciendo (y también de lo que no), Rainey dedujo que ver a la doctora Lakshmi podía ayudarlo de cara a la policía, y no le cupo duda de que eso era lo que llamaban «atenuante de enajenación» en las series de policía que solía ver.

Hasta donde le alcanzaba, lo de la enajenación quería decir que Kate y Nick tenían previsto mandarlo a un manicomio.

Lo normal habría sido que Rainey, siendo apenas un niño, hubiera expresado su protesta a base de gritos, chillidos, lágrimas, sollozos y berridos.

Pero ahora había una cosa nueva dentro de él, aquella voz rasposa y sibilante de insecto que se había alojado en su cabeza.

Rainey había intentado preguntarle a la cosa si tenía algún nombre (la sensación era de que estaba dentro de él sin formar parte de él), pero lo único que recibía era «nada» y luego un breve picotazo en el cráneo, como si acabara de picarle una abeja.

Rainey no pensaba que esa cosa que zumbaba y pinchaba dentro de su cabeza fuese algo… bueno. De hecho le parecía todo lo contrario.

La sensación era de tener metida en la cabeza una tijereta o una serpiente, y eso lo asustaba mucho.

Por ejemplo, ¿y si la tijereta tenía crías allí dentro y luego a su vez las crías tenían crías y empezaban a comerle el cerebro? ¿Y si un día, mientras estaba él desayunando o jugando con Axel, le salía de la oreja o de la boca una de aquellas tijeretas pequeñas y todo el mundo lo veía…?

Pensar esas cosas le dio miedo, y una parte de él deseaba contárselo a Nick y Kate…

Pero…

Pero lo que fuera la cosa esa que se le había metido en la cabeza, pronunciaba frases en medio de los zumbidos y los ruiditos, y eran frases que de algún modo lo ayudaban en momentos como aquel, en que había que tomar alguna decisión…

La cosa estaba diciendo, en aquel preciso momento, tú no digas nada esas personas no son amigas no digas nada espera, que Rainey interpretó como que mejor no hacer nada por el momento, mejor estarse callado, esperar y ver qué pasaba.

De modo que siguió comiéndose la cena, incluso los guisantes, con la cabeza inclinada sobre el plato, mientras Nick y Kate hablaban sobre ello.

Por el tono, que no las palabras, Rainey se imaginó que Kate estaba más o menos de su lado, pero Nick no. Entre otras cosas porque, así como normalmente era un tío risueño, al menos cuando estaban Rainey, Axel y Hannah por allí, esa vez ni siquiera se había dignado a mirarlo, aparte de las veces en que Rainey levantaba de pronto la vista y se lo encontraba observándolo atentamente con aquellos ojos claros de policía.

Y eso que tenía en la cabeza, habría que buscarle un nombre (somos la no cosa decía la cosa), le estaba susurrando tú disimula pero estate atento porque esta noche es una gran noche.

«Tengo que ponerle un nombre», estaba pensando Rainey, y después de mucho zumbido de insecto el nombre surgió en su cabeza (somos Cain llámanos Cain) y así se quedó, y a partir de aquel momento Rainey ya no tuvo tanto la sensación de que aquello era una tijereta o una serpiente, sino más bien un fantasma que se le había colado en la sesera.

Lo cual estaba un poquito mejor.

No como para dar saltos de alegría, pero sí mejor que las tijeretas.

Terminada la breve cena, y tras ser sometido a un recital de besos y abrazos tan postizos como las gafas de Harry Potter, lo mandaron arriba a ducharse antes de meterse en la cama, porque mañana iba a ser «un gran día».

Así que eso fue lo que hizo, y eran ya casi las dos y estaba en la ducha dejándose acariciar por el agua caliente.

El niño que había en él se alegró de que Axel hubiera llegado sin novedad y de que, al margen del aprieto en que estaba por lo de Alice Bayer, fuera un chaval todavía, pues ¿qué iban a hacerle a un chaval, independientemente de lo que le hubiese ocurrido a una señora?

Esa parte de él no era Cain porque Cain le estaba hablando del espejo.

Cain tenía muchas ganas de ver aquel espejo.

La idea de que Cain quisiera ver otra vez el espejo y la certeza, tan grande como sorprendente, de que el espejo estaba no muy lejos de donde estás tú ahora, hicieron que no lo pudiera postergar.

Levantó el brazo para cerrar el grifo de la ducha y salió a la neblina de su cuarto de baño. El espejo del baño estaba brumoso y Rainey no pudo ver de sí mismo más que una escueta nube sonrosada.

Cogió del perchero una toalla grande y suave. El perchero tenía calefacción, de modo que la toalla estaba caliente y fue muy agradable envolverse en ella después de una noche tan fría. Rainey se secó bien y se puso el albornoz blanco de tela de felpa (en realidad pertenecía a Kate, que era de su misma estatura) y salió al pasillo.

Se acercó descalzo a la escalera y aguzó el oído. Kate estaba ordenando la cocina y se oía música en el estudio de la planta baja donde Nick tenía su despacho. Nick estaba allí haciendo su trabajo de inspector. Rainey no tenía mucha idea de qué clase de música le gustaba a Kate y al principio la canción no le sonó de…

está en el armario de la ropa de cama al fondo…

nada, pero había mucho violín y le recordó a la música que sonaba en casa cuando su madre aún…

envuelto en una manta azul ve a mirar…

vivía. En parte se sentía culpable por haberle mentido a Kate, pues ella en el fondo solo intentaba velar por él…

ahora mismo…

y él en cambio se la estaba jugando, le contaba mentiras y no volvía a casa a la hora…

ahora ve ahora mismo…

Cain hacía cada vez más ruido, y cuando ocurría eso a Rainey le dolía la cabeza, como si tuviera el cráneo lleno de agujas, de modo que dio media vuelta y enfiló el pasillo, dejando atrás su habitación y la de Kate y Nick.

Pasadas esas puertas, había un largo pasillo lateral que llevaba al cuarto de los invitados y al despacho que Kate se había montado en una solana con salida a una amplia galería provista de una intrincada techumbre de hierro forjado y rejas que parecían una enredadera.

El armario, que era más bien un vestidor o un cuarto trastero, estaba al final de aquel pasillo con su esponjosa alfombra oriental con dibujos de flores verdes y blancas en el suelo, y las paredes pintadas de un amarillo cálido y decoradas con viejas pinturas al óleo de Savannah, Marietta, Sallytown y Niceville.

Una serie de pequeños focos cenitales iluminaba tenuemente el pasillo arrojando una luz cálida sobre la alfombra. La puerta que daba al armario tenía en la parte superior una luz especial, porque era una especie de obra de arte en sí misma.

No muy grande, parecía realmente muy antigua y artesanal. Estaba formada por listones de cedro encajados en un armazón grande de madera. Toda la puerta estaba pintada de un amarillo suave a juego con las paredes, pero encima de la pintura había un sinfín de aquellas flores blancas con forma de estrella colgando de un verde emparrado.

La planta trepadora cubría la puerta hasta los bordes de esta; parecía haber formado parte de algo mucho más grande antiguamente, tal vez de una habitación entera que alguien hubiera decorado así.

La pintura estaba un poco descolorida y los travesaños de cedro, muy combados y agrietados, pero aún podían verse bien las florecillas blancas y el emparrado.

Kate le había dicho que aquellas flores eran jazmines y que la puerta había sido pintada mucho tiempo atrás por un artista de Baton Rouge, Luisiana, para una pariente de ella que se llamaba Anora Mercer, y que originalmente había formado parte de una habitación a la que llamaban habitación Jazmín.

Según Kate, dicha pieza había sido una de las muchas de la gran mansión dentro de una finca con plantación conocida como Hy Brasail, construida a orillas del Mississippi al sur de Luisiana y cuyo propietario fue un pariente lejano del propio Rainey, London Teague.

Rainey se fijó en que, cuando Kate empezó a hablar de London Teague, su voz adquirió un tono muy raro, y de golpe y porrazo hizo un intento de escabullirse. Él no sabía, no podía haber sabido, que antes de aquel sueño tan intenso que ella había tenido seis meses atrás, la habitación Jazmín no había sido más que un viejo cuento de hadas que su madre, la de Kate, solía contarle. Pero, después del sueño, Kate tuvo la certeza de que la habitación Jazmín había sido escenario de un asesinato. Aun así, decidió conservar la puerta decorada.

Rainey le había preguntado si la plantación existía todavía, pero Kate le dijo con gesto triste que no, y había añadido que nunca había sido un lugar feliz y que hacia el final de la guerra de Secesión fue bombardeada por cañoneras unionistas en su descenso por el Mississippi. La puerta era una de las pocas cosas que la gente pudo rescatar de allí, y un esclavo liberado que había decidido pasar sus últimos años en Savannah con la familia Gwinnett la transportó hasta Niceville.

Rainey había preguntado por qué se llamaba Hy Brasail (el nombre le sonaba muy raro) y Kate le explicó que venía de un viejo poema irlandés. Se lo recitó cerrando los ojos. Rainey no recordaba ahora más que una pequeña parte de este, el último verso:

y murió en las aguas, lejos, muy lejos

A Rainey le pareció extraño ponerle a una plantación un nombre de una cosa tan triste, y mientras hacía acopio de valor para abrir el armario, se preguntó qué le habría pasado a London Teague como para que a Kate le afectara tanto pronunciar su nombre en voz alta, y si no habría en eso una advertencia también para él.

Pero echó mano al pomo y abrió.

Kate había recogido y limpiado, y estaba sentada a la mesa de la cocina con un vaso de vino y la mente llena de ruido blanco, oyendo a Nick hablar por teléfono en su despacho (parecía que estaba hablando con Lemon), cuando cayó en la cuenta de que Rainey no había bajado después de ducharse.

Kate se acercó a la escalera y no percibió el ruido que hacía siempre la ducha en el cuarto de baño de Rainey.

Pensando que tal vez se habría quedado dormido en la cama, subió con mucho sigilo, descalza sobre la suave moqueta de color crema de la escalera.

Llegó al segundo piso y miró hacia el pasillo. La puerta del cuarto de Rainey estaba abierta y, aunque su ropa yacía desperdigada por el suelo, la cama estaba intacta. El cuarto de baño era todavía una nube de vapor, pero tampoco vio a Rainey.

Una ligera oleada de inquietud hizo que no lo llamara al pasar por delante de su propio cuarto y echara un vistazo para comprobar que no estuviera allí. Pero notó el vacío en la habitación; el cuarto de baño estaba abierto, las luces, apagadas, todo en silencio y la gran cama con dosel, una sombra en la claridad procedente de la calle.

«El espejo», pensó.

Kate llegó al recodo del otro pasillo y enseguida vio a Rainey. Estaba encorvado en el suelo del armario, de espaldas al pasillo, con la cabeza gacha como si sostuviera algo en el regazo y lo estuviese mirando.

Kate detectó el brillo del marco por uno de los lados y al momento supo qué estaba haciendo Rainey.

Se aproximó despacio, pues no quería darle un susto. Sentía frío en el pecho y la garganta tensa, apenas si respiraba. Rainey estaba inmóvil allí agachado, aunque el susurro de los pies descalzos de Kate debería haberlo alertado… si es que era capaz de oír nada en aquel momento.

Kate estiró un brazo, dudó, se puso de rodillas a su lado y le tocó en el hombro. Rainey volvió la cabeza y empezó a girar el cuerpo, sosteniendo el espejo al hacerlo. Ella se echó atrás al verle la cara, porque tenía una expresión completamente nueva: ¿conmoción?, ¿miedo?, ¿ira?

—Lo he encontrado —dijo Rainey, su voz como un graznido.

—Sí, ya lo veo —respondió ella con suavidad, y al mirar hacia el espejo no vio otra cosa que el brillo mate del barroco marco dorado y el empañado reflejo del azogue antiguo. La lámpara del techo. Los estantes con ropa de cama. La parte del cuerpo de Rainey inclinada sobre el espejo. Y, junto al hombro de él, su propia cara pálida y tensa.

Se tranquilizó ligeramente.

Era solo un espejo, al menos de momento.

—He mirado —dijo Rainey.

Kate le tomó el espejo de las manos, lo volvió hacia la pared y lo apoyó allí. La tarjeta seguía fijada a la madera del reverso…

Saludos cordiales. Glynis R.

—¿Y qué es lo que había?

La expresión airada de Rainey dio paso a otra diferente.

¿De pérdida?

¿De confusión?

—Nada. Está negro.

—¿Negro?

—Sí —dijo él en un tono acusatorio cargado de rencor e indignación—. Lo habéis pintado vosotros, ¿verdad? Claro, para que yo no pudiera mirar otra vez. Lo habéis pintado de negro…

—Rainey, cariño, pero si nosotros no hemos tocado el espejo.

—¿Ah, no? —dijo él, y se lo arrebató bruscamente de las manos para sujetarlo de cara a ella—. ¿Qué ves?

Kate se vio reflejada, con el rostro macilento y pálido y aquellas dos manchitas rosadas en los pómulos, señal de que empezaba a enfadarse.

—Veo mi cara.

Rainey volvió el espejo hacia él y miró. Kate se inclinó y pudo verlo reflejado en la luna, con el pelo cayéndole sobre los ojos, la cara muy colorada, la boca floja.

—Yo te veo a ti, Rainey. ¿Tú qué ves?

Rainey la miró; ya no estaba colorado, sino blanco como la nieve.

—Está todo negro. ¿Por qué está negro?

Kate recostó la espalda en la pared y habló con la máxima suavidad posible, aunque por dentro estaba pensando: «daños neurológicos alucinaciones visuales deterioro neuronal oh dios mío no por favor».

—¿Quieres decir que cuando te miras en el espejo solo ves negro?

Rainey volvió a probar y, efectivamente, eso fue lo que vio. Pero, ahora que se fijaba mejor, no parecía que alguien hubiera pintado la superficie, sino más bien como si estuviera cubierta con una nube o un pañuelo grande: un viscoso pañuelo negro.

Eso lo asustó y lo puso furioso a la vez, y le entraron ganas de chillarle a Kate pero Cain alzó la voz y dijo esta gente quiere meterte en un manicomio hasta que te mueras no puedes hacerte el loco no puedes permitir que ellos sepan que tú sabes lo que se traen entre manos. Y aquella susurrante voz eléctrica interior lo fue calmando.

Dejó el espejo, se echó hacia atrás y cerró los ojos. Kate, al verlo tan triste y confuso, sintió una gran lástima.

Con mucha suavidad, cogió el espejo, lo envolvió en la manta azul y lo guardó. Luego ayudó a Rainey a levantarse y lo acompañó hasta su habitación.

El chico estaba tan agotado que se tambaleaba cuando ella por fin lo sentó en la cama.

—¿Cómo es que no podía verme? —preguntó Rainey mientras ella se sentaba un momento a su lado.

—A veces, cuando uno está muy cansado, no ve las cosas bien. Pero todo se arreglará con unas buenas horas de sueño, ya verás. Estás agotado y acabas de pasar experiencias muy difíciles. Están ocurriendo muchas cosas. Mañana por la mañana lo verás todo con otros ojos.

hazte el bueno hazte el bueno

—¿Voy a decirle buenas noches a Nick?

—Si quieres… O se lo digo yo de tu parte.

—Sí, quizá mejor.

pregunta por los demás

—¿Axel… está bien? No se lo he podido preguntar.

—No te preocupes, está bien. Solo intenta asimilarlo todo.

—Ya. A su papá también lo han matado, ¿no?

mal mal has metido la pata

El cutis de Kate cambió, sus ojos se oscurecieron.

—No, Axel también se ha quedado sin padre. Pero, cariño, a tu papá no lo mató nadie…

se lo merecía

—Pues ese Warren Smoles, el abogado, ha dicho por la tele que Nick y el sargento Coker habían ejecutado al papá de Axel, y que no le dieron ninguna oportunidad.

cállate duerme y calla

Kate negaba con la cabeza.

—El señor Smoles es un mal abogado que cobra por decir las mentiras más gordas y por inventar cosas para que los malhechores no tengan que pagar por lo que hicieron. De eso vive, ese hombre.

smolessmoleswarrenwarrensmoleswarren

—Ahora Axel también es huérfano, ¿verdad?

no hables deshazte de ella

—¿También? Tú no eres huérfano, Rainey. Nos tienes a nosotros. Somos tu familia.

líbrate ya de ella o lo haremos nosotros

Rainey cerró los ojos y dijo que tenía sueño.

Kate apagó la luz, salió sin hacer ruido y cerró la puerta.

Cain tenía mucho más que decir, y estaba aún en ello cuando Rainey se quedó por fin dormido.

Pero al despertar la mañana siguiente, viernes, sabía lo que tenía que hacer y de qué manera hacerlo.