Escalera al infierno

Kate estaba en casa, en el estudio lleno de libros del segundo piso, ovillada en el sofá en posición defensiva y envuelta en una manta de cachemira que había tejido su madre. Se había quitado la ropa de calle y llevaba puesto un pijama de terciopelo verde esmeralda.

Tenía el televisor encendido, sin sonido. Las imágenes iban repitiéndose en las distintas cadenas a medida que se les agotaba eso que les gusta denominar «noticias de última hora».

Pero las imágenes hablaban por sí solas. La llamada de Tig Sutter desde el Lady Grace había sonado pocos segundos antes de que Kate entrara en fase ataque-de-pánico-en-toda-regla-con-gritos-histéricos.

Un par de segundos antes de la medianoche, el teléfono había dado por fin señales de vida.

—Nick está bien. No tiene ni un rasguño —fue lo primero que le dijo Tig.

—¿Y Beau? ¿Cómo se encuentra? Ojalá pudiera estar yo allí, pero Rainey no ha vuelto a casa…

—Beau está en el quirófano. La buena noticia es que la bala hizo muchos destrozos al entrar, pero él es un tipo fuerte y su columna vertebral ha aguantado. La mala noticia es que la bala hizo muchos destrozos y le ha roto un montón de cosas. Los médicos están trabajando a marchas forzadas. Dicen que está grave, pero yo creo que mejorará. He ido a verle antes de que entrara en quirófano y me ha preguntado por Nick. Beau es un buen tipo.

—Yo debería estar ahí. ¿Hay alguien con May?

—Sí. Su madre y su hermana. Hemos enviado a una agente para que se quede con los críos. ¿Cómo lo lleva Beth? Me refiero a lo de Byron.

—Pues creo que sería justo decir que Beth ha pasado el peor día de toda su vida.

Kate le hizo un breve resumen de la situación con respecto a Rainey y Axel, los audífonos de Hannah y finalmente la ejecución (o casi) televisada del marido de Beth y padre de sus hijos. Tig escuchó en silencio, salvo para hacer un par de preguntas. Cuando ella terminó de hablar, Tig le preguntó dónde estaba ahora su hermana.

—Beth está en la casa anexa, con Axel y Hannah. Axel ha llegado en un taxi hace cosa de hora y media. Estaba hecho una pena. Ni siquiera podía hablar. Ha dicho algo sobre Rainey y Crater Sink. Estaba al borde de la histeria, sollozando y… como loco. Yo lo estaría también de no ser por los gin-tonics que me he tomado. Qué cosa más espantosa, lo de esa pobre gente en el centro comercial…

El tono de Tig perdió una parte de su calidez.

—Sé que tienes buen corazón, Kate, pero si te refieres al Maranzano ese, no habría ocurrido nada (y su nieto seguiría con vida) si el muy imbécil no hubiera decidido organizar un tiroteo dentro de la Bass Pro Shop.

—Estoy enterada, Tig. Lo siento. ¿Cuándo va a volver Nick? —preguntó mirando la hora en la parte inferior de la pantalla.

Eran las once treinta, y aunque Axel había regresado hacía una hora y media (estaban todos dormidos en la cama de Beth, Axel medio catatónico en brazos de su madre, Hannah felizmente ajena a todo en el lado izquierdo de Beth), hasta el momento Rainey no había dado señales de vida, y seguía sin contestar el teléfono. Kate solo sabía que Axel se había despedido de él en Upper Chase Run, al pie de la escalera.

—Sacaré a Nick de PISTOL en cosa de quince minutos, Kate. Dentro de tres cuartos de hora lo tienes en casa. Yo mismo lo acompañaré en coche. No te preocupes por absolutamente nada, ¿me oyes? Nick se encuentra bien, Beau está siendo atendido de la mejor manera posible y Coker está respaldando todo cuanto dice Nick.

—¿Me lo traerás a casa?

—Sí. Descuida. —Un segundo después dijo—: Así que Rainey no ha vuelto aún, ¿eh?

—No. Lemon ha ido a Crater Sink para ver si lo encuentra. Sé que me llamará tan pronto como sepa algo. Me estoy aguantando las ganas de pedir a la policía local que ponga en marcha una búsqueda.

Tig tenía algo en mente e intentaba dar con la mejor manera de decirlo.

—Lemon nos ha informado de lo que encontrasteis en Patton’s Hard. Estuvo en la oficina de la BIC para hacer una declaración formal. Esta noche no podemos hacer nada, aparte de que la corriente es demasiado peligrosa para zambullirse a oscuras, de modo que hemos enviado un coche patrulla para que de momento acordone la zona. Por lo que hemos podido deducir, sin la ayuda de los submarinistas, el coche varado en el río podría ser un Toyota del 2005. La matrícula está registrada a nombre de una tal Alice Bayer.

Kate se percató de que estaba conteniendo la respiración.

—¿Y pudisteis… pudisteis ver si había algo dentro?

Tig respondió tras una pequeña demora.

—Bueno, los especialistas bajaron una cámara por medio de un cable, pero está todo muy turbio, con el fango y eso, y las ventanillas están encenagadas.

—Entonces puede que ella no esté dentro… —dijo Kate, sin creerlo; tampoco lo creía Tig Sutter, pero fue lo bastante compasivo como para no manifestarlo.

—La estamos buscando. Pedimos a la estatal que enviara una unidad a Sallytown para ver si había ido a casa de esos parientes suyos, pero no está. Y ellos dijeron que no la esperaban y que no tenían noticias de ella desde hacía dos semanas.

—Había una nota. Me dijeron que había una nota en su puerta, quiero decir en su domicilio. ¿La tenéis?

—Sí, Kate. Mira, esto es muy poco divertido… Lemon y tú dijisteis que habíais visto cosas de Rainey debajo de aquel sauce.

—Sí. Y de Axel también. Las dejamos allí.

«Como si no quisiéramos alterar la escena de un crimen», pensó al decirlo.

—Bueno, pues las cosas seguían allí cuando acordonamos la zona. Solo quería decirte que hicisteis bien. Te admiro por ello. No porque nadie piense que Rainey o Axel tengan algo que… que quizá hayan visto el coche o algo. No hay razón para pensar eso, ¿verdad?

—No. Ninguna.

Kate fue consciente de que ahora estaba reflexionando menos como tía de Axel y tutora de Rainey que como abogada defensora.

—¿Rainey o Axel han mencionado alguna vez que iban a Patton’s Hard?

Ahora la abogada defensora estaba en el punto de mira, y aunque Kate se detestó por ello, tuvo que medir mucho sus palabras antes de contestar. No le cupo duda de que Tig se daría cuenta.

—Han hablado algunas veces de Patton’s Hard, y de por qué van allí.

—¿Algo que te llame la atención?

«Voces entre los sauces».

«Notas falsificadas de una madre muerta».

«Alice Bayer se ocupaba de la asistencia y puntualidad en el colegio».

—No. Nada.

Tig se quedó callado un momento.

—Muy bien. Me marcho y dentro de un rato te llevaré a Nick. Avísame, por favor, si llama Lemon, ¿de acuerdo? Quiero saber que el chico está a salvo.

—Gracias, Tig. Como te decía, hoy han hecho novillos y Rainey sabe que lo sabemos. Yo creo que está demorando el momento de dar la cara. Ya sabes cómo son los chicos.

—Sí —dijo Tig, con una risa breve que sonó a trueno—. Tengo una oficina llena. Y todos van armados.

—¿Hay gente tuya con Beau?

—Pues media BIC y casi toda la policía local y Marty Coors y Jimmy Candles y Mavis Crossfire y tu hermano Reed y Boonie Hackendorff. Aparte de eso, no hay ni dios.

—¿Le dirás a Reed que me llame en cuanto sepa algo de Beau?

—Descuida. Estate tranquila, Kate. Todo va a salir bien.

Una vez a solas, Kate se quedó allí sentada mirando sin ver la televisión, mientras su mente tomaba diversas y tortuosas rutas. Cuarenta minutos después, cuando sonó el teléfono, todavía seguía en ello. Era Lemon Featherlight. Llamaba desde su camioneta y se oían sirenas de fondo. Había encontrado a Rainey.

Lemon Featherlight había llegado al final de Upper Chase Run diez minutos antes de la medianoche. El último tranvía Peachtree estaba en la parada de la rotonda. El conductor, una mujer, estaba escribiendo algo en una tablilla. Levantó la vista al ver los faros del coche de Lemon, le lanzó una mirada (¿parecía peligroso? No) y continuó escribiendo.

Las luces de la parada teñían de amarillo la parte baja de la escalera y las fachadas de las dos últimas casas de la calle, ambas cerradas y totalmente a oscuras.

Detrás del haz de luz de la rotonda, Tallulah’s Wall estaba sumido en tinieblas, salvo la pequeña diadema de luces en lo alto de la escalera.

Lemon aparcó el vehículo al lado del tranvía y dio unos golpecitos en la ventanilla de la conductora. Ella lo miró con más detenimiento (era joven y guapa, de huesos grandes), dudó un poco y finalmente tocó un botón para bajar un poco la ventanilla, porque no todos los jóvenes apuestos de ojos verde mar y aire de pirata eran buena gente.

—Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—Estoy buscando a un muchacho, aparenta unos doce años, pelo largo rubio, grandes ojos castaños…

—Como una ardilla de dibujos animados. Va al Regiopolis. ¿Estaba con un compañero suyo del mismo colegio, más pequeño, cabello castaño, y también con ojos de ardilla de Walt Disney?

—Sí, exacto. Rainey Teague y Axel Deitz.

—¿Deitz? ¿Es pariente del tío al que acaban de cargarse en el Galleria Mall?

—Me temo que sí.

—Vaya por Dios. Debería haber hecho algo. ¿No han vuelto a casa?

—Axel ha regresado hace un par de horas. Pidió un taxi desde aquí y subió al coche, pero Rainey no. Y no ha vuelto aún.

—Se han pasado todo el rato que yo conducía viajando en el tranvía entre esta parada y la de los autobuses Greyhound, en el centro. Estaba pensando en avisar a la patrulla, ya sabe, parecía que estuvieran huyendo o algo, pero a eso de las nueve se han bajado los dos aquí. Les he preguntado si tenían algún problema y me han dicho que habían hecho novillos, pero que ya volvían a casa. He creído que vivían aquí, en The Chase. Santo Dios, ojalá hubiera hecho algo.

—Yo me llamo Lemon Featherlight. ¿Puedo saber…?

—Doris Godwin.

—Señorita Godwin…

—Doris.

—Doris. Llámame Lemon.

—¿Eres indio?

—Mayaimi. Mi tribu fue la que dio nombre a Miami.

—Pues yo tengo sangre cheroqui.

La conductora bajó la ventanilla, le tendió la mano y Lemon se la estrechó. Era una mano seca y fuerte, y ella olía a esencia de eucalipto.

—Creo que sé dónde puede estar —dijo Doris—. He visto que miraba hacia lo alto del farallón, como si estuviera pensando…

—Su amigo ha dicho que Rainey se fue escaleras arriba.

—Imagino —replicó ella, tras una pausa— que estarás planteándote subir a buscarlo, ¿no?

—Tengo que hacerlo.

Ella meneó la cabeza.

—Arriba está Crater Sink. Es un lugar malo, lo era ya cuando aquí solo vivíamos nosotros, los cheroquis. El nombre del farallón se lo pusimos por esa cosa que había arriba. Y sigue estando allí, Lemon.

—Sí, yo también he oído hablar de ella. Pero no me queda otro remedio.

—Lo entiendo.

—Bueno, gracias, Doris.

Ella se lo quedó mirando y luego cogió su radio.

—Central, aquí coche treinta. Voy a estar un ratito fuera de servicio, ¿de acuerdo? Hay aquí una persona que ha perdido a su chaval. Vamos a ir a buscarlo.

—Doris, si ha desaparecido un chico, lo que tienes que hacer es llamar a la policía.

Era una voz de mujer, mayor.

—No tardaré tanto como para hacer venir a la poli, June. Volveré enseguida.

—¿Llevas el móvil encima?

—Sí.

—Hazle una foto a ese hombre, el padre, y envíamela por correo electrónico. Ahora, antes de bajar del tranvía.

Doris miró a Lemon.

—¿Te importa?

—No. Adelante.

Doris hizo tres fotos con su iPhone, pulsó CONTACTOS y luego ENVIAR.

—Recibidas… Vale, ya veo. Pero ten mucho cuidado. ¿Cómo se llama el tipo?

—Lemon Featherlight. Es un indio mayaimi.

—Está buenísimo, la verdad. Bueno, llévate la radio. Y ten cuidado. Voy a comprobar su nombre. Si no me dices nada antes de diez minutos, doy parte.

Doris se apeó del tranvía y cerró el coche con un mando a distancia; dejó encendidas las luces del interior.

—Bueno, Lemon. Vamos allá.

Y empezaron a subir. Cuando llegaron a lo alto de la empinada escalera, ambos respiraban por la boca. A sus pies resplandecía Niceville, y el caminito señalado por las luces solares se adentraba en el bosque. La luna estaba saliendo por el horizonte, al sudoeste. Miraron hacia el sendero. Los árboles eran inmensos (tapaban las estrellas) y estaban quietos.

Se quedaron los dos callados.

—Llámale —dijo finalmente Doris.

—Rainey. Soy Lemon. ¡Rainey!

Su voz fue engullida por el silencio, como si hubiera hablado con algo sobre la boca. Lemon soltó un suspiro, dio un paso hacia el camino, y luego otro. Doris le siguió. No habían andado ni cincuenta metros cuando hallaron a Rainey.

Lemon lo miró una sola vez y cogió su móvil. No había señal. Al verlo, Doris sacó la radio, se arrodilló junto al cuerpo de Rainey y le puso un dedo en la garganta.

—June, aquí Doris.

—Doris… ¿estás bien?

—Hemos subido a Tallulah’s. Acabamos de encontrar al chaval. Parece en estado de shock. Necesitaremos una ambulancia urgente.

—Llamo al 911. No os mováis de ahí.

Lemon se había arrodillado también junto a Rainey. Doris probó su iPhone, tampoco había señal. Y ahora, en el aire, empezaba a notarse una especie de vibración, como si una cosa inmensa estuviera respirando allí cerca, en la oscuridad. Aquello les heló la sangre.

Doris se incorporó para sacar varias fotos con flash girando sobre sí misma hasta completar una circunferencia.

—¿Por qué haces eso?

—Ahí hay algo, lo noto.

—Yo también. Nos llevamos al chico.

Lemon cogió a Rainey en brazos y echó a andar a paso rápido por el sendero en dirección a la escalera. Doris iba detrás, y cada equis pasos hacía más fotos con el iPhone. Estaban ya en la escalera y bajando lo más rápido que podían, Lemon con el chico en brazos. Abajo se veían luces intermitentes, azules, rojas y blancas. Más o menos hacia la mitad de la escalera se cruzaron con los bomberos y los sanitarios, que subían a toda prisa.