Cuando la cosa tiene que estar total y absolutamente
muerta a medianoche
Boonie y Nick llegaron al Galleria Mall cuando la situación, por decirlo de alguna manera, se había complicado mucho. El centro comercial estaba cerrado y empleados y clientes habían sido conducidos a la zona más alejada del aparcamiento, donde se encontraban ahora congregados alrededor de un pobre agente de policía como una bandada de gansos, chillando que más valía que alguien fuera a por sus coches y sus cosas porque, bueno, pues porque esto y lo otro…
El policía estaba que se subía por las paredes y al final explotó, justo en el momento en que Boonie se abría paso por el cordón de coches patrulla de la local, en el techo de cuyos vehículos giraban lentamente las luces.
Una sargento corpulenta vestida de uniforme azul y oro con el nombre CROSSFIRE grabado en la placa plateada que lucía en la pechera se destacó de entre la multitud de agentes y echó un vistazo por la ventanilla del coche. Mavis se alegró de ver a Hackendorff, y entonces reparó en su acompañante.
—¡Nick! ¿Se puede saber qué diablos haces tú aquí? Deberías estar en el hospital. ¿Sabe Kate que has venido?
—Tig Sutter me dijo que viniera. ¿Está por aquí?
—No. Es demasiado listo para eso. Bastantes jefes tenemos ya, ahora que ha llegado Boonie. Por cierto, Boonie, ¿cómo estás?
—Bien, Mavis. ¿Cuál es la situación?
—Pues… la cosa está liada. Esto parece un circo. Deitz y un tal Andy Chu se han pertrechado en la Bass Pro Shop y…
—¿Cómo lo han conseguido? —la interrumpió Boonie.
—Bueno, me temo que en esto nos las vamos a cargar los polis de Niceville. Recibimos una llamada anónima diciendo que un tal Andy Chu, empleado de Securicom, había faltado al trabajo y que podía estar ocultando a Byron Deitz en su casa. Como Deitz es un problema multijurisdiccional, el jefe Keebles decidió…
—Santo Dios —dijo Boonie bajando la cabeza hasta el volante.
Mavis le dio una palmadita en el hombro.
—Venga, venga. Todo saldrá bien, Boonie. Bueno, como iba diciendo, Keebles decidió pasarle la patata caliente a nuestro equipo de actuación rápida (para que se fueran entrenando, porque son todos nuevos), pero cuando por fin salieron en sus supercoches después de ponerse el pañal y el body, resulta que Chu y Byron Deitz ya se habían largado en el Lexus del chino. El jefe pensó que era mejor no proceder a una detención hasta saber adónde se dirigían, sospechando que Deitz quizá iba a rescatar el dinero que robó del banco…
—¿Y compartir la gloria de recuperarlo?
—Pues eso parece.
—¿Apoyo aéreo? —preguntó Nick.
—Sí. El nuestro estaba en el taller, así que el jefe Keebles pidió ayuda a la Guardia Aérea Nacional y nos mandaron un Huey.
Boonie empezó a darse de cabezazos contra el volante. Era un tanto molesto, de modo que Nick alargó el brazo y lo detuvo. Mavis, sin hacer caso de la incidencia, prosiguió en un tono imparcial y divertido.
—Naturalmente, un Huey siempre llama la atención (lógico, con ese ruido que hacen, rac-rac-rac), una cosa llevó a la otra, y ahora Deitz se ha encerrado en esa tienda…
—¿Algún rehén? —preguntó Nick.
—Podría ser. No estamos seguros de qué pinta ese Andy Chu que está dentro con él. Chu es jefe de informática en la empresa de Deitz. Parece ser que ha disparado contra nuestro equipo de actuación rápida frente a la entrada de la tienda, así que se le puede considerar cómplice, más que rehén. O quizá le entró pánico. Al fin y al cabo, le estaban disparando a él. Y un segundo después tiró el arma. Puede que se le disparara accidentalmente. Debe de estar herido, porque han encontrado sangre en el arma. Deitz se metió en la tienda (sabía incluso dónde estaban escondidos los empleados, detrás de los armeros) e hizo subir a todo el mundo al tejado. Luego volvió a bajar por la escalera y atrancó la salida de emergencia. A la gente la han rescatado con el Huey.
—Alabado sea Dios —dijo Boonie.
—Amén. Pero lamento comunicarte que en el aparcamiento hay una tal Delores Maranzano que dice que su marido, Frankie, y su nieto, Ritchie, habían ido a los servicios de la tienda y que ahora nadie sabe dónde están.
—Entonces ¿siguen ahí dentro con Deitz?
—Es una posibilidad, Nick. Desde luego.
—¿Llevaban móvil?
—La mujer dice que están desconectados.
—¿Cuántos años tiene el chaval?
—Catorce.
—¿Y el tal Frankie ha llamado pidiendo ayuda?
—Nada de nada. Imagino que tratan de pasar desapercibidos. Pero la cosa tiene truco.
Boonie levantó los ojos al cielo.
—Me lo veía venir —dijo.
—¿De qué se trata? —preguntó Nick.
—Parece ser que Frankie tiene licencia para llevar armas ocultas.
Nick suspiró.
—Y naturalmente lleva la suya encima, ¿no?
Mavis asintió.
—Delores dice que nunca sale sin ella porque tiene miedo de que lo secuestren. Por lo visto el hombre es asquerosamente rico. Duerme con la pipa debajo de la almohada.
—¿De qué tipo es?
—Uy, esto te va a gustar. Miré en el registro de armas y tiene una Dan Wesson calibre 44 Magnum.
Boonie gimió desconsolado.
—No me digas —dijo Nick—. Con cañón de ocho pulgadas.
Mavis asintió de nuevo.
—Su mujer dice que tiene una cartuchera hecha a medida, con un par de compartimentos para autocargadores.
—O sea que es un especialista…
—Parece ser que va con frecuencia a esos campos de tiro con simulación de combate, ya sabes. Y se lleva al pequeño Ritchie con él. Que también sabe disparar. Un fanático, como su abuelito.
—¿Cuántos años tiene ese Frankie?
—Cuarenta y ocho. En la foto del carnet de conducir sale con pinta de maleante. Ojos pequeños y un inquietante mohín en la boca. Metro ochenta y tres, corre hora y media todos los días. La mujer dice que levanta pesas. Y lo aparenta.
—¿En qué trabaja?
Mavis se encogió de hombros.
—Nadie lo sabe, pero por el aspecto diría que Delores es la típica esposa trofeo. Tienen un Bentley, nada menos. Ella dice que Frankie posee terrenos comerciales en Destin, Florida, pero que el dinero gordo es por unos contratos en Nevada.
—¿Nevada? ¿Hay cargos contra él?
—No —respondió Mavis—. Está limpio. Lo he comprobado en todas las bases de datos habidas y por haber. ¿Te suena a ti de algo, Boonie?
Boonie se frotó la cara con las dos manos.
—Hay un tal Frankie Maranzano que vive al otro lado de Fountain Square, donde tengo yo la oficina. Planta superior del Memphis. Siempre comprobamos a cualquiera que pueda disparar sin obstáculos hacia nuestra sede, pero resulta que su abogado, Julian Porter, la madre que lo parió, se puso a protestar a grito pelado diciendo que los federales siempre nos metemos con los italoamericanos. No estaba acusado de nada. Como decía J. Edgar: «No todo macarroni es un padrino». —Boonie se serenó—. Bueno, aquí lo que cuenta es que tenemos a un tipo violento armado con un pequeño cañón, además de un nieto al que sin duda querrá impresionar, y que anda merodeando por la tienda, pero no sabemos dónde.
—Sí, más o menos es eso.
—¿Algún muerto, hasta ahora?
—No. Un guardia de Securicom, Jermichael Foley, recibió una bala en la rodilla…
—¿De Securicom?
Mavis asintió, pues sabía adónde iba a parar aquello.
—Exacto. BD Securicom. Hemos investigado un poco, y a ver si sabes quién supervisó personalmente el diseño y la instalación de los sistemas de seguridad de todo el centro comercial. Incluida la Bass Pro Shop, claro.
Boonie levantó la cabeza del volante. En la piel sonrosada de su frente había una franja roja, ligeramente curvada.
—Ese sitio es una fortaleza —dijo.
—Ni más ni menos —confirmó Mavis—. Y Deitz lo conoce mejor que cualquiera de nosotros.
—No podemos dejarlo ahí dentro. Tiene víveres suficientes para un mes —dijo Boonie—. Y hay dos civiles en la línea de fuego. ¿Alguien ha intentado establecer contacto con Deitz?
—Sí. Nuestro jefe de pelotón se comunicó con él por el teléfono móvil.
—¿Deitz quiere algo?
—Sí. Un equipo de Live Eye y a su abogado.
Boonie volvió a apoyar la cabeza en el volante.
—Warren Smoles —dijo.
—El mismo —corroboró Mavis—. Ha llegado hace poco en ese enorme Mercedes blanco que ves allí. Ha salido ya por Live Eye dos veces, diciendo que estábamos a punto de asesinar a un hombre inocente y exigiendo acceso inmediato a su cliente.
—Boonie —dijo Nick—, si dejas que intervenga Warren Smoles (y encima los de Live Eye), esto se va a convertir en un reality show de mes y medio, con Smoles como protagonista absoluto. Conseguirá los derechos de imagen por medio millón. De aquí al viernes, Byron Deitz tendrá un contrato en firme para escribir un libro. Y, mientras tanto, habrá conectado todos los artefactos y dispositivos de seguridad que él tan bien conoce, para que solo un batallón entero pueda sacarlo de su fortaleza. Cuanto más esperes, mejor preparada estará su defensa. Y tarde o temprano ese Frankie meterá la pata y acabará fiambre. El pequeño Ritchie, lo mismo. Es una película que ya he visto. Tienes que actuar enseguida, antes de que Deitz se parapete ahí dentro.
Boonie lo miró.
—¿Alguna sugerencia, Nick?
—Sí. En primer lugar, no dejes que Deitz llame a cualquier parte. Ni a Smoles ni a los medios. Bloquea sus teléfonos.
—Ya lo hemos hecho —dijo Mavis.
—Necesitaremos planos de la tienda. Los últimos bocetos del ingeniero. Tenemos que saber si ha cambiado algo desde que estuvieron ahí Deitz y sus hombres.
—También los tenemos —dijo Mavis.
—Estupendo. En tercer lugar, necesitaré a un par de hombres.
Pequeño silencio colectivo.
—¿Necesitarás?
Mavis arqueó una ceja.
—Sí, yo. Pienso entrar ahí y sacarlo a la fuerza.
Boonie negó con la cabeza.
—Ni lo sueñes. Acabas de salir del hospital. No digas tonterías. Cómo voy a permitir…
—Mavis ha dicho antes que Deitz era un problema multijurisdiccional. Tig Sutter me ha hecho venir, o sea que la BIC tiene automáticamente preferencia sobre la policía local (lo siento, Mavis). Boonie, tú tienes preferencia sobre la estatal, o sea que si tú (el FBI, el agente especial al mando) me dejas paso a mí, este asunto va a estar resuelto a medianoche.
—Pero ¿y el tipo ese, Frankie?
—Precisamente por eso hemos de actuar ya. Hasta ahora no ha asomado la cabeza. Si podemos neutralizar a Deitz, lo demás será fácil. Es todo lo que tenemos.
Boonie estaba meditando la cuestión.
Por un lado, Nick había sido de las fuerzas especiales, ¿no? Y hacer venir a un equipo del FBI podía llevar horas, y encima atraer a los medios de todo el país como moscas a la miel.
—Deja que te haga una pregunta: ¿es algo personal?
—Sí. Pero también es lo que creo que hay que hacer.
—Las dos cosas no suelen ir juntas.
—Casi nunca.
—Has dicho dos hombres. ¿Quiénes?
—Mi compañero Beau Norlett.
—Pero si es un crío…
—Los tiene bien puestos, es maduro y sé que puedo contar con él. Sé cómo reaccionará, lo cual es importante.
—Bien. ¿Quién más?
—Necesitaré un buen fuego de apoyo, un tirador experto que mantenga a raya a Deitz mientras nos aproximamos. Necesito fuego de contención, o sea que debe ser alguien muy bueno.
—Estás hablando de un tirador con rifle, no con una automática reglamentaria.
—Claro. Las automáticas son como cachiporras. Y si Deitz nos espera en la sección de armamento, que es donde yo estaría en su lugar, eso quiere decir que habrá también pólvora negra. A kilos, bien metidita en latas metálicas. En Bass Pro hay cantidad de armas que se cargan por el cañón. Imagínate que una bala perdida prende la pólvora negra, la cosa se propaga a las cajas de munición, y millares de cartuchos de rifle de caza empiezan a salir disparados. Podría morir gente que esté por allí cerca. No, quiero un tirador con precisión quirúrgica. Y que tenga la cabeza fría.
—¿Qué tal Coker? Es el mejor.
—¿Está disponible?
—Sí, y ronda por aquí. Ha venido también Charlie Danziger, porque el furgón que asaltaron era un Wells Fargo de los suyos. Coker ha traído su equipo.
Nick sonrió.
—Coker me parece bien.