Cuando el exterior quiere entrar

Lemon Featherlight llegó al depósito de cadáveres del hospital unos quince minutos después de que Nick lo llamara. Nick no le mandó un coche patrulla porque Lemon le habría dicho al poli dónde y cómo podía meterse el coche, y eso habría complicado las cosas.

Lo vieron acercarse por el largo y oscuro pasillo, una silueta alta y flaca vestida con camiseta negra y tejanos, entrando y saliendo de los charcos de luz fluorescente cenital, pisando firme en el terrazo con sus botas.

Lemon llegó a la puerta metálica donde lo esperaban Boonie y Nick y se quedó allí quieto, bajo la luz, guapo pero de facciones angulosas, por no decir crueles, los ojos hundidos y ahora en sombra, el pelo largo remetido tras las orejas, la boca una línea fina, las manos a los costados.

—Hola, Nick. ¿Qué tal estás?

Nick sonrió.

—Un poco descalabrado. La culpa fue mía.

—Me contaron que el furgón chocó con un venado.

—Sí. Un ciervo macho.

—¿Muy grande?

—Adulto. Mató al conductor y al escolta. El ciervo se nos echó encima y yo me desperté con Boonie llorando lágrimas saladas a mi lado.

Boonie resopló, pero mantuvo la boca cerrada.

—He visto a Reed en el vestíbulo. ¿Cómo le va?

—No muy bien. Marty Coors lo mantiene castigado hasta que haya un juicio.

—Vi la grabación en vídeo. Tiene suerte de estar vivo todavía.

—Hay otros que no pueden decir lo mismo —intervino Boonie Hackendorff—. ¿Preparado?

—Aquí me tienes —dijo Lemon mirando a Nick e ignorando a Boonie, cuya expresión permaneció inalterable—. ¿Dónde está el tipo ese?

—Ahí dentro —respondió Nick pulsando el botón.

La puerta de acero se abrió con un silbido neumático y Nick los condujo hacia la zona de almacenamiento, con Boonie detrás como si Lemon hubiera sido arrestado. Se detuvieron delante del cajón número 19.

Nick miró a Boonie y este abrió la portezuela y tiró de la bandeja. Luego retiró la sábana de plástico con un floreo taurino. Si en algún momento había pensado que Lemon Featherlight iba a desmayarse, su decepción fue grande.

Lemon se quedó allí tal cual, con las manos sobre la hebilla del cinturón, impertérrito, mientras Nick (con la ayuda de Boonie en algunos momentos) le relataba los detalles del informe forense y el resto de pormenores.

Lemon miró a Nick cuando este terminó de hablar.

—Es él. Es el mismo tío.

Boonie suspiró, llevándose las manos a las caderas.

—Usted ve que este tipo está muerto, ¿no?

No hubo ninguna expresión en la mirada de Lemon cuando respondió.

—Sí.

—Y nos cree cuando le decimos que este fulano murió unas veinte horas antes de cuando usted dice que lo vio en el pasillo cerca de la habitación donde Rainey estaba ingresado…

Lemon asintió, esperando el resto.

—Ya. ¿Y lo vio alguien más?

—Quién sabe —dijo Lemon—. ¿Han preguntado?

La cara de Boonie se ensombreció.

—Fue hace seis meses. Yo de esto acabo de enterarme.

—Bien, pues ahora que lo sabe, y ya que está aquí en el hospital, ¿por qué no pregunta en la planta? Y en el vestíbulo. Yo me quedo aquí esperando.

—¿Me está dando órdenes?

Lemon se encogió de hombros.

—A mí me trae sin cuidado, agente Hackendorff.

—Mire, Featherlight —Boonie estaba furioso—, puedo hacer que…

Pero entonces intervino Nick.

—No seas tan cabezota, Boonie. Lemon es un tío legal. Ya sé que no te gusta lo que está diciendo. A mí tampoco me gustó contarte lo que yo sabía…

Lemon miró a Nick.

—¿Qué le has contado?

Nick repitió la historia: Rainey mencionando el nombre de Merle al despertar del coma, hablando después de Glynis Ruelle y de lo que estaba escrito en el reverso del espejo. Cuando terminó de hablar, Lemon lo miraba todavía, con una pregunta en sus ojos verde claro.

Nick negó con la cabeza.

—El resto no se lo he contado.

Boonie reaccionó con un gruñido, dio un paso atrás y los miró a los dos.

—¿Cómo que «el resto»? ¿Es que hay más?

Nick y Lemon se miraron un instante y ambos se volvieron hacia Hackendorff.

—Sí —dijo Nick—. Hay más. ¿Quieres saberlo?

Boonie no respondió al momento. Se quedó observando con malos ojos el cadáver tendido en la camilla metálica.

—Y ¿por qué no? —dijo, con una repentina sonrisa—. Total, con la de cosas raras que han pasado, dudo que me sorprenda mucho.

Nick se cogió el alta voluntaria pese a las acaloradas protestas de médicos y enfermeras (que si posible conmoción cerebral, que si peligro de coágulo, que si hemorragia interna) y se montaron en el Crown Vic de Boonie para ir al otro lado del Tulip hasta el Pavilion, un centro comercial y restaurante construido sobre una ancha y curvilínea plataforma de tablas de cedro al borde del río.

Hacía un día despejado y muy agradable, con un poquito de brisa otoñal. El Tulip pasaba con su ímpetu habitual, una sonora vibración al enroscarse la corriente a los pilones. Más allá de las barandillas, el sol sacaba destellos a la superficie del agua que se arremolinaba. Los tallos de las buganvillas eran gruesos a lo largo de la ribera, y densas colonias de cortadera cabeceaban al viento. Agua arriba, los viejos sauces de Patton’s Hard despedían una luz interior.

Se sentaron a una mesa redonda bajo la marquesina del bar Belle y una guapa camarera con aspecto retro años cuarenta y una figura a juego con la época les tomó nota (cerveza, cerveza, nachos y una botella de chianti) y sonrió a Lemon al alejarse. Boonie levantó una mano.

—Alto. No más rollos estrambóticos hasta que me haya bebido una Beck’s.

Y allí se quedaron, esperando en incómodo silencio, que fue interrumpido un minuto después por el tono de un móvil. Hubo un instintivo revuelo de manos buscando en bolsillos hasta que Nick sacó el suyo.

Kate

—Uf, soy hombre muerto —dijo.

El teléfono siguió sonando, insistente y molesto. Nick tenía una jaqueca espantosa, y la fisura en su… ¿cómo se llamaba?, ¿cresta supraorbitaria?, pues eso le dolía también. Quizá no había sido una gran idea coger el alta sin avisar a Kate. Y lo que Kate tendría que decir al respecto cuando se enterara podía dejarlo estéril de por vida. Dentro de un instante lo iba a saber.

—Hola, Kate…

—¿Dónde estás?

—Pues en el bar Belle, con…

—Dentro de veinte minutos estoy ahí.

—Vale, cariño, oye, estaba a punto de llam…

Kate había colgado.

Nick dejó el móvil en la mesa. Los otros dos se miraron entre sí y luego a Nick.

—¿Kate? —preguntó Lemon.

Nick asintió. El silencio que siguió fue de conmiseración. La camarera llegó con las bebidas y Nick se sirvió vino y tomó un buen trago.

—Deberíamos haberla avisado, ¿no? —dijo Boonie.

—Viene hacia aquí.

Boonie dio un respingo.

—Mierda. ¿Ya mismo?

—Tardará veinte minutos.

—Me va a desollar vivo. Me dijo que no te llevara a ninguna parte. Soy hombre muerto.

Lemon lo miró con una sonrisa que era todo sarcasmo.

—Tiene tiempo, agente. Si se larga ahora, yo creo que llega a la frontera canadiense.

Boonie hizo oídos sordos, cogió su botella de Beck’s, echó un buen trago y la dejó sobre la mesa con un suspiro exangüe.

—A ver, ¿qué es lo peor que podría pasar?

—Que fuera yo en lugar de usted —dijo Lemon.

Boonie bebió otra vez y se recostó en la silla.

—Muy bien. Tenemos veinte minutos. ¿Podéis contarme en veinte minutos eso que queríais decirme?

Lo consiguieron. Eso sí, tuvieron que pedir a Boonie que no los interrumpiera más; Boonie logró aguantarse y de ese modo llegaron al final de la historia. O lo que era el final hasta el momento.

Boonie había pedido otra Beck’s, pero lo único que estaba haciendo era mirar la botella. Los otros dos no se esperaban lo que iba a venir.

—Nick, ¿alguna vez te he contado lo que me dijo Charlie Danziger hace un tiempo?

—No. ¿Qué te dijo?

Boonie miró en derredor. Empezaba a llegar gente, el típico público alegre y chispeante vestido de Hilfiger y Armani. Las cálidas luces del barrio conocido como The Chase empezaban a asomar entre los árboles de las colinas que se sucedían hasta el pie del Tallulah’s Wall. Al otro lado del Tulip, en la ribera oriental, el tráfico en Long Reach Boulevard era incesante. Un tranvía azul y dorado de la línea Peachtree traqueteaba en esos momentos por el Armory Bridge, reluciente al sol de la tarde.

Pese al lío mental que lo acuciaba, Niceville le pareció a Boonie un lugar sumamente agradable en aquella soleada tarde. Cuando volvió a hablar lo hizo en voz baja, solo para ellos.

—Danziger. Ya sabes que Charlie era todavía sargento de la estatal cuando la madre de Kate resultó muerta en aquel accidente en la autopista. De eso hará seis o siete años…

—Siete.

—Bien. Charlie fue uno de los primeros agentes en acudir al lugar del siniestro. La madre de Kate… ¿cómo se llamaba?

—Lenore.

—Ah, sí. Charlie dijo que Lenore aún estaba viva. Se dio cuenta de que no iba a poder sacarla del coche sin matarla, así que se metió dentro no sé cómo y la tuvo abrazada mientras llegaban los bomberos y las ambulancias. Había sangre por todas partes. La mujer estaba agonizando. Charlie no podía hacer otra cosa que estar allí y, bueno, tratar de serenarla un poco. Darle su apoyo moral.

—Charlie es buena persona —dijo Nick—. Los de Asuntos Internos lo jodieron bien. Quiero decir bien jodido.

Se produjo un silencio mientras los dos policías se preguntaban cómo podían mirarse al espejo sus colegas de Asuntos Internos. Lemon, exmarine, sabía por experiencia lo que era ser víctima de la implacable policía militar, pero no dijo nada.

Pasados unos segundos, Boonie continuó:

—En fin. La madre de Kate estaba conmocionada, iba a perder el conocimiento de un momento a otro. Charlie, metido allí dentro, abrazándola e intentando que no se fuera, que no se moviera. Pero la mujer estaba en estado de shock, Charlie se daba perfecta cuenta. Entonces ella abrió los ojos, lo miró y dijo: «Ella utiliza los espejos».

Nick se lo había oído contar a Kate, la noche de… la noche del espejo. Pero dejó que Boonie lo explicara. Eso parecía hacerle bien.

—«Ella utiliza los espejos». Lo dijo un par de veces, como si supiera que no iba a sobrevivir y quisiera que Charlie lo recordara. Dos o tres minutos después, justo cuando bomberos y ambulancias estaban llegando, Lenore pasó a mejor vida. Charlie, que seguía con ella en brazos, dijo que jamás olvidaría la forma en que ella lo miró. Lo que tú decías, Nick: Charlie es una buena persona.

Se produjo un largo silencio.

Boonie pareció volver en sí con la brusquedad con que un perro se sacude el agua.

—Bien, resumamos —dijo—. Y esta vez no me interrumpáis vosotros.

Se sentó hacia el frente, extendiendo las manos sobre el mantel. Luego inspiró hondo y expulsó el aire.

—Muy bien. Esa Glynis Ruelle vive en el espejo que tienes en el armario del piso de arriba, Nick. Sí, ya sé, es un portal, o como quieras llamarlo, pero en el fondo se reduce a eso. El espejo es muy antiguo, antiguo de verdad. Su origen se remonta a 1790, en Irlanda. Pensamos que Glynis murió en los años treinta, pero como los archivos se quemaron en 1935, no podemos estar seguros. De alguna forma, ignoro cuál, desde el interior del espejo Glynis puede hacer que pasen cosas en el mundo exterior. «Ella utiliza los espejos». Glynis tiene manera de saber qué es lo que hacía desaparecer a gente (Delia Cotton, el padre de Kate, ese Gray Haggard cuyos fragmentos de metralla encontraste tú en el suelo del comedor de la casa de Delia), de modo que recluta a Merle Zane para que le eche una mano, digámoslo así. Lo mantiene en un limbo entre la vida y la muerte para que él pueda hacer… «algo»… en Sallytown. Algo relacionado con un tal Abel Teague, pariente lejano de Rainey. Teague le había complicado la vida a Clara Mercer, que era la hermana pequeña de Glynis Ruelle. ¿Qué tal voy?

—Estupendamente —dijo Lemon—. Pero hay que añadir el hecho de que Abel Teague se valió de métodos realmente canallescos para hacer que mandaran a la guerra al marido de Glynis Ruelle y al hermano de este, y que cuando Ethan regresó del frente, lisiado, Abel Teague contrató a un pistolero (de apellido Haggard, por cierto) para que lo matara el día de Nochebuena de 1921.

Nick no dijo nada. Tenía la vista fija en su vaso, recordando cosas.

Boonie bebió un poco y prosiguió.

—Gracias. Sí, eso también. O sea que Glynis tiene motivos de sobra para odiar a Abel Teague. Y Merle Zane logra su objetivo, aunque no sabemos qué pasó exactamente; por lo que decís, probablemente hubo un tiroteo durante el cual a él lo mataron, por segunda vez (eso explica los fragmentos de tierra en la espalda de su camisa; sí, sí, habéis oído bien), y de repente vuelve a ser un muerto que quedó recostado en un pino perdido entre los montes Belfair.

Boonie hizo una pausa. Bebió. Los otros bebieron también.

—Lo siguiente es que una especie de espíritu aparece delante de vuestra casa, Nick. Kate piensa que es su padre desaparecido; abre la puerta y ve como una nube negra, y entonces el espejo se ilumina y Glynis Ruelle sale de él y pisa la alfombra de vuestro salón diciendo algo como: «Detente, Clara, Abel Teague ha muerto», imagino que porque Merle Zane consiguió matarlo en aquel duelo; quizá deberíamos mandar a alguien a Sallytown para que averigüe si el cadáver de Teague está tirado en alguna zanja… En fin, Clara se detiene, la cosa negra se marcha y tú y Kate quedáis cegados por una luz verde; luego la luz se apaga y Clara y Glynis ya no están; se encienden las luces otra vez y Kate pone el espejo boca abajo en la alfombra. ¿Lo he entendido más o menos bien?

—Sí —respondió Lemon, consciente del silencio de Nick.

—¿Y eso lo vio con sus propios ojos? —le preguntó Boonie a Lemon.

—No, pero mantuvimos contacto telefónico durante parte del proceso. Yo me encontraba en casa de Sylvia Teague, trabajando en su ordenador…

—Ya, mirando archivos de Ancestry. O sea que la cosa negra, esa aparición en la puerta, solo la vieron Nick y Kate.

—Así es —dijo Nick volviendo.

Boonie se quedó un momento callado.

—Muy bien, no te ofendas, Nick, pero… ¿has pensado que esto quizá podría ser consecuencia de la guerra?, ¿estrés o algo parecido?

Nick intentó no irritarse por eso, ya que él mismo había considerado dicha posibilidad.

—Se me había ocurrido. Pero ¿y Kate? Y, aun así, nada de eso cambiaría lo que le pasó a Rainey Teague. Todo el mundo lo vio. No, Boonie, créeme. Lo he intentado. Estamos atados a esta maldita cosa.

—Es cierto que en el mundo ocurren cosas raras —indicó Lemon.

Boonie, a quien el otro empezaba a caerle mejor, sonrió y dijo:

—Pero nada comparado con esto.

—¿Y el mundo entero? La materia de que está hecho. Hace poco leí un libro sobre física de partículas. Mecánica cuántica y todo eso. Lo que estamos mirando ahora mismo, los tres, me refiero al río que pasa, no es más que un campo de energía. Sí, sí, ya lo sé, pero es verdad…

—En mi unidad —intervino Nick— había un tío que llevaba escrito en el casco: «Dios creó el universo de la nada, y si uno se fija bien, se nota».

Lemon asintió con la cabeza.

—A eso me refería exactamente. Bien, pues si todo esto no es más que un campo de energía, puede que haya algún sitio donde ese campo energético se pueda… doblar. Deformar.

—¿Como pasa con imanes y limaduras de hierro? —dijo Boonie.

—Sí, por ahí va la cosa. O como la gravedad. Las cosas pesan porque la Tierra tira de ellas, nada más. Incluidos nosotros mismos. Lo que pasa es que no se ve. Se me ocurre que en Niceville puede haber algo de eso.

Boonie soltó un bufido.

—¿El qué? ¿Como Crater Sink?

Lemon estuvo a punto de decir: «Pues sí, exactamente», pero en ese momento vieron entrar en el aparcamiento un inmenso todoterreno negro. Kate iba al volante.

—Ahí llega —dijo Boonie.

—Sí —convino Lemon—. Bueno, ¿qué opina?

Boonie vio a Kate bajar del vehículo y buscar con la vista entre la gente congregada en el Pavilion.

—Pues opino… —respondió Boonie mientras Kate establecía contacto visual y se dirigía hacia ellos—, opino que es plausible, sí. Que Dios me ampare. Ahora bien, no tengo ni puta idea de qué se puede hacer al respecto.

—Yo no creo que nadie pueda hacer nada… salvo mantenerse al margen —dijo Nick—. Es posible que haya una explicación racional, quién sabe. Puede que Lemon tenga razón y exista una fuerza que deforme o que… doble la realidad. Aquí en Niceville, quiero decir. ¿Sabéis cuál es mi conclusión? Pues a tomar por culo. Así, tal cual. A tomar por culo y mañana será otro día. En vista de que no podemos hacer absolutamente nada, se trate de lo que se trate, a tomar por el culo y mañana será otro día.

—Y ¿qué hacemos con Merle Zane?

Se pusieron los tres de pie cuando Kate asomó la cabeza por los escalones que subían hasta la terraza. Nick le dedicó una sonrisa, pero estaba hablándoles a ellos.

—Mételo bajo tierra, Boonie. Entiérralo, pon una losa bien grande encima y olvídate del asunto.

Kate no sonreía, ni mucho menos.

Se quedó allí de pie, mirándolos lentamente por turno a los tres, antes de volver a Nick e invertir unos segundos en la fría evaluación de su estado de salud.

Nick esperó la sentencia.

Boonie y Lemon se prepararon para lo peor.

Kate soltó un larguísimo suspiro.

—Nick, eres un capullo integral.

—Y que lo digas —dijo Boonie—. Yo he intentado impedírselo.

Ella lo fulminó con una mirada.

—Y tú, Boonie, mientes más que andas.

—Eso sí que es verdad —replicó Nick.

Lemon intervino:

—Eh, que yo solo soy un inocente espectador.

Kate meneó la cabeza y suspiró ruidosamente.

—Creo que necesito un trago —dijo.

Tras una oleada de alivio general, todos volvieron a respirar con normalidad. Como ella bebía chianti y había una botella sobre la mesa, no hacía falta más que otro vaso, y Lemon se levantó a buscarlo. Kate tomó asiento frente a Nick, a la derecha de Boonie. Este abrió la boca para expresar una disculpa, pero ella se lo impidió con un gesto de la mano.

—No hace falta, Boonie. De todos modos imaginaba que no sería fácil tenerle encerrado en el hospital. Nick los odia; dice que en los hospitales se muere la gente.

—Y es verdad. Estás hecha polvo, cariño —dijo Nick.

—¿Que si lo estoy? Total y absolutamente. He hecho un curso acelerado de crianza de hijos en el mundo real. Y, por lo visto, además de tonta, soy muy crédula.

Nick miró a Boonie y luego otra vez a ella.

—¿Rainey?

—Sí. Y Axel. Han estado haciendo novillos, Nick. Salían del colegio antes de la hora. Según parece, desde la primera semana de clases. Y creo que han entrado en el correo electrónico de Beth, porque es probable que estén enviado mensajes falsos como tapadera…

—¿Están falsificando correos? —dijo Nick—. Pero si son muy jóvenes para hacer de piratas inform…

—No creas —replicó Boonie.

—Es verdad —dijo Kate—. Se pasan todo el rato con el iPad de Axel. Saben más de internet que el mismísimo Mark Zuckerberg. Y nos han mentido a los dos respecto a Coleman, Owen y Jay. Resulta que esos chicos no los han estado siguiendo ni se han metido con ellos. Eso del Zombi y el hijo del Matapolis es inventado. Bueno, hay los conflictos típicos, cosas de chicos. Pero Rainey y Axel nos han estado colando trolas (a Beth, a ti y a mí) una detrás de otra.

—Que es lo que hace la mayoría de los chavales —intervino Boonie.

Había criado él solo a dos hijas; una de ellas estaba felizmente casada y la otra, felizmente metida en la Armada. Ayudarlas a conseguir lo uno y lo otro le había costado casi la vida.

Kate suspiró de nuevo y miró a Lemon cuando este volvió con el vaso. Lemon sirvió vino y le pasó el vaso a Kate.

—Gracias, Lemon. Les estaba hablando de Rainey y Axel. Parece ser que se saltan clases a menudo. Falsifican notas y correos electrónicos para poder hacer novillos.

—Y ¿adónde van? —preguntó Lemon.

Kate miró río arriba hacia Patton’s Hard.

—Creo que pasan bastante tiempo por ahí —dijo señalando con la cabeza—. Bajo los sauces.

—Si estuvieran faltando a clase desde hace tiempo —replicó Nick—, Alice nos lo habría advertido.

Kate tomó un sorbo, sostuvo el vaso frente a ella y miró ceñuda su propio reflejo.

—Esa es otra cosa que me tiene preocupada. Parece ser que Alice Bayer está desaparecida. Hablé con su sustituta, Gert Bloomsberry, una mujer horrible. Le encantó decirme que Alice no ha pisado el colegio en las últimas dos semanas. Según ella, se habrá marchado a ver a alguna amiga…

Eso sorprendió a Nick.

—¿Quién, Alice? Ella no se escaquearía por nada del mundo. Imposible. Aguantó a Delia Cotton durante diez años, imagínate, sin fallar un solo día.

Kate estuvo de acuerdo, y lo expresó con vehemencia.

—Uno de los profesores fue a casa de Alice. El coche no estaba y había una nota en la puerta que decía que se había marchado a Sallytown y volvería pronto. El hombre llamó, pero no había nadie en casa. En su teléfono siempre sale el contestador automático.

—Esto no me gusta —dijo Boonie.

—Ni a mí —confirmó Nick.

—Entonces tampoco os va a gustar esto.

Kate sacó de su maletín la nota que le había escamoteado a Gert Bloomsberry. La puso sobre la mesa para que todos pudieran leerla.

Lemon se inclinó y cogió la nota.

—Creo que ya sé lo que pasa —dijo, y los demás quedaron muy asombrados—. Cuando todavía estábamos intentando entender lo que había pasado, Nick y Kate me pidieron que investigara el ordenador de Sylvia para ver si había algo que nos sirviera de pista. Fui a…

—¿Cómo entró? —preguntó Boonie—. La puerta tiene una cerradura de seguridad.

Nick y Kate lo miraron. Boonie se encogió de hombros al instante.

—Estuve tomando una copa con Mavis Crossfire. La casa de los Teague en Cemetery Hill está en su zona. Ahora que no vive nadie allí, Mavis suele ir de vez en cuando para ver que todo esté en orden.

—Y la casa está bien —dijo Lemon, con cierto retintín—. Yo tengo el código. De vez en cuando voy a cuidar el jardín. Si ve que está mi camioneta, Mavis entra a tomar una cerveza. El caso es que esa nota… Sylvia tiene un archivador donde guarda notas, en un estante de su despacho. O lo tenía la última vez que estuve yo allí.

Boonie no lo veía claro.

—¿Para qué iba a guardar notas viejas?

Kate conocía la respuesta.

—Ese papel es caro. Sylvia tenía dinero, pero para cosas así era muy comedida. Y como podéis ver, era supermeticulosa con su caligrafía. Si cometía un error, empezaba de nuevo, pero conservaba la nota antigua por si necesitaba utilizar el reverso para alguna cosa.

Lemon tenía la nota en la mano.

—En esta no veo nada raro.

—Pero sí lo hay —dijo Kate—. Viniendo hacia aquí lo he estado pensando. No hay fecha. Sylvia siempre ponía la fecha debajo de su firma. Si os fijáis bien, se ve que la nota ha sido recortada. Hay una marca de tijeras. Alguien cortó el trozo donde iba la fecha. Sylvia debió de cometer un error al ponerla, de modo que apartó la nota y sacó otro papel. Ya sabéis lo que eso significa, ¿no? ¿Nick? ¿Lemon?

—Claro —respondió Lemon—. Eso es que Rainey ha entrado en su antigua casa. Probablemente con Axel. Habrán averiguado el código…

—Yo lo tengo escrito en mi agenda —dijo Kate—. Supongo que también me habrán hurgado el bolso.

Nick se puso de pie, colérico, el gesto duro y la tez pálida.

—¿Y los chicos dónde están ahora?

Kate se recostó en su asiento con una expresión de franca preocupación en la cara.

—No lo sé. Rainey no contesta al móvil. Axel tiene el iPad desconectado. He llamado a Beth a la consulta de la audióloga y dice que ella tampoco sabe nada. He probado en internet con el GPS del móvil de Rainey y no funciona. Su teléfono es un Motorola, o sea que la única forma de anular el GPS es quitando la batería. Tampoco están en casa. No tengo ni idea de dónde pueden haberse metido. Mientras yo hablaba con Coleman, se bajaron del coche. A lo mejor ahora mismo están en casa de Sylvia.

—¿Le has contado a Beth toda la historia?

—No. Solo le he explicado que estaban haciendo novillos. Beth no puede marcharse de la consulta hasta que terminen con lo del audímetro. Ha dicho que se reunirá con nosotros lo antes que pueda.

—Bien, pues vamos tú y yo a…

Varias cosas sucedieron a la vez.

El busca de Nick pitó.

El de Boonie también.

Y luego el móvil de Nick.

Nick miró primero el busca.

911TIG

El 911 era el código que requería llamada inmediata, y TIG era Tig Sutter, su jefe en la BIC. Boonie estaba hablando ya por su móvil. Un momento después, Nick se comunicaba con Tig Sutter. Hubo un intenso y escueto intercambio. Kate y Lemon se miraron.

—No son los chicos, Kate —aseguró Lemon—. Tranquilízate.

Nick habló por el móvil con frases cortas y rápidas, y luego desconectó su aparato, casi al mismo tiempo que Boonie hizo lo propio con el suyo.

—Deitz —dijo Boonie mirando a Nick—. Va a bordo de un Lexus azul oscuro. La policía de Niceville lo sigue. Están en la parte norte. ¿Te vienes?

Nick miró a Kate.

—Acabas de salir del hospital —dijo ella—. ¿De veras estás en condiciones de ir?

Nick se tomó muy en serio la pregunta.

—Sí, Kate. Si no lo estuviera, no iría. Sería injusto para el resto de los agentes.

—Entonces ve —respondió Kate—. Lemon, Beth y yo buscaremos a los chicos.