Un chaval que no suele caer bien
Después de almorzar con la familia (no hubo cóctel mimosa para Rainey ni para Axel), Reed volvió a su piso dispuesto a esperar un veredicto sobre su carrera que podía tardar semanas en llegar.
Aunque Beth pretendía ir al Regiopolis con Kate y los chicos, alguien había cancelado su visita con la audióloga de Hannah (la lista de espera era larga), de modo que Beth tuvo que llevar a la niña a que le ajustaran el audífono, cosa que por lo visto requería tiempo y paciencia. Kate, por tanto, acompañó a los chicos en coche al Regiopolis para que Rainey y Axel pudieran asistir al resto de las clases del jueves por la tarde.
Kate frenó su Envoy a unos metros de la verja del centro y apagó el motor. Al final de la reja de hierro forjado rematada con puntas de lanza que delimitaba el recinto, la escuela asomaba entre los sauces y los robles que poblaban los jardines, un inmenso castillo de piedra arenisca roja de estilo románico. Había chicos tumbados en el césped y al pie de los árboles, y en el campo de juego estaba en marcha un partido de flag football.
Rainey y Axel permanecieron en el asiento de atrás, contemplando los terrenos de la escuela, pálidos y con cara de preocupación. No parecían dispuestos a bajar del coche.
—Mirad, chicos, quizá sería el momento de ir a hablar con el padre Casey, ¿no os parece?
Rainey, cabizbajo, con la cara semioculta tras sus largos cabellos, negó enfáticamente con la cabeza.
—No, Kate, por favor.
Axel no dijo nada.
Parecían agobiados y asustados.
Axel estaba mirando por la ventanilla a unos chavales que jugaban. Kate reparó en uno pelirrojo que corría con la pelota perseguido por varios rivales. Se oían los gritos y las risas.
—Ese que lleva la pelota es Coleman, ¿verdad?
Los dos chicos dieron un respingo al oír su nombre.
—Sí —respondió Axel—. Hasta las tres menos cuarto no tienen latín.
—Esperad aquí.
Kate abrió la puerta. Rainey protestaba (a gritos), mientras que Axel parecía preocupado, casi con sentimiento de culpa.
Pero Kate cerró la puerta del coche, cruzó la verja y caminó con paso decidido hacia el campo de juego, serpenteando entre los chicos tumbados en el césped, con la vista fija en el chaval alto y pelirrojo. A su espalda pudo oír, cada vez más flojo y más lejos, que Rainey y Axel la llamaban. Pero ella siguió adelante.
Cuando estuvo a unos diez metros, y con aquella voz que Nick había descrito como «la de dirigirse al jurado», dijo:
—¡Coleman! ¡Coleman Mauldar!
El partido se interrumpió a trompicones, los chicos la miraban extrañados. Kate vio que estaban también Jay Dials y Owen Coors, los dos delgados y fuertes, de ojos claros y pelo largo, como la mayoría de los alumnos del Regiopolis.
¿El secreto de la felicidad?
Familia rica, buenos genes y más potra que suerte.
Coleman le lanzó el balón a Jay Dials, dijo algo en voz baja y cruzó el campo hacia el imponente sauce donde Kate se había detenido.
El resto de los chicos volvió al partido, faldones de camisa volando, voces agudas y estridentes en el aire.
A la luz de la tarde era imposible no apreciar lo bien parecido que era Coleman, con sus ojos verde claro y aquella cascada pelirroja, la camisa blanca abierta dejando ver un pecho recio y bronceado donde se apreciaban los músculos, así como su sonrisa fácil, apenas ligeramente cauta.
—Hola, señora Kavanaugh. ¿Cómo está usted?
—Coleman, ¿puedes contestarme una pregunta?
—Lo intentaré —dijo él perdiendo parte de la sonrisa.
—Eres más alto y más grande que yo. ¿Cuánto?
Al chico no le gustó nada la pregunta.
—¿Cuánto? Pues… no sé.
—Yo mido un metro sesenta y peso cincuenta y dos kilos. ¿Qué pensarían esos chicos de ahí si me tumbaras de un puñetazo?
—¿Tumbarla de un puñetazo? ¿Quién, yo? —dijo Coleman retrocediendo; la sonrisa se había esfumado por completo—. Pero… pero si yo nunca le pegaría a una ch… a una mujer.
—¿No?
La expresión de él fue ahora más dura.
—No. Nunca.
—¿Por qué?
—¿Que por qué?
—Sí. ¿Por qué no le pegarías nunca a una mujer?
Ambos hablaban suavemente, y los murmullos y susurros que el viento sacaba a las ramas eran lo bastante fuertes para que su conversación no saliera del propio ámbito del árbol. El aire transportaba fragancias a hojas nuevas y a hierba recién cortada.
—Pues porque… no está bien. No sería justo.
—Ah, ¿y por qué no?
—Porque… son cosas que no se hacen. Nunca se debe pegar a una mujer. Y porque yo soy más grande y más fuerte que usted. Además, todos los chicos pensarían que… que yo soy un…
—¿Capullo?
Coleman no reaccionó enseguida.
—Mire, señora Kavanaugh, me parece que ya sé a qué viene esto. Es por Rainey y Axel, ¿verdad?
—Sabes muy bien lo que han tenido que pasar, ¿no? Rainey perdió a sus padres, lo raptaron unos desconocidos, estuvo un año en el hospital. Y en cuanto a Axel, no dudo de que habrás oído las noticias: su padre es un hombre malo, y ahora anda suelto haciendo sabe Dios qué. Axel le tiene terror, desde pequeño. Lo último que necesita es que venga otro macho grandote y lo muela a golpes. Pero tú, la semana pasada, te liaste a puñetazos con Rainey, y luego ayer a Axel le diste una paliza ahí mismo, cerca de la capilla.
Ahora Coleman sí reaccionó enseguida.
—Pero, señora Kavanaugh… fue Axel el que me provocó. Empezó a darme manotazos y, como no paraba, tuve que frenarlo yo y…
Kate había levantado una mano para hacerlo callar, estaba blanca de ira.
—Coleman, los dos sabemos lo que está pasando entre vosotros y esos chicos. Parece que no tenéis alma para dejarlos tranquilos. Tú, Owen y Jay les habéis puesto motes…
—¿Motes?
—No te hagas el despistado, Coleman. Rainey es «el zombi» y Axel, «el hijo del Matapolis» o algo por el estilo.
La cara de Coleman estaba experimentando toda suerte de alteraciones, más colorada cada vez.
—Señora, en serio, no sé de qué me está hablando. Ni Owen ni Jay ni yo… nunca les hemos dicho nada semejante a esos chavales.
—¿Dónde estuviste ayer por la tarde?
El gesto de Coleman se serenó un poco.
—Ayer por la tarde… ¿hacia qué hora?
—Miércoles. Ayer. Después del colegio.
—Después de las clases tuvimos entrenamiento. El domingo los Blue Knights jugamos contra los Falcons del Sacred Heart. La semana pasada nos metieron una goleada, y el padre Robert se ha empeñado en hacernos repasar todas las tácticas.
—¿No los seguisteis al salir de aquí? ¿No los insultasteis?
—Que no, señora. Le digo que no.
—Lo niegas, ¿eh?
—Oiga, señora Kavanaugh… no entiendo nada, de verdad. No sé a qué viene todo esto ni lo que le habrán contado ellos.
—¿Me estás diciendo que no los seguisteis ayer por la tarde, tú, Owen y Jay?
—Sí, eso digo.
—¿Puedes demostrarlo?
Coleman empezó a ponerse gallito.
—Sí, puedo. En cada entrenamiento pasan lista, como en el ejército. Estábamos los tres allí. Owen, Jay y yo. Tiene que constar en la hoja de asistencia. Podemos ir a hablar con el padre Robert. Ahora está en su despacho.
Dio media vuelta y echó a andar, furioso y altivo. Kate lo llamó.
—No… Espera.
Coleman se detuvo, volvió la cabeza y la miró visiblemente enojado.
Kate se le acercó.
—Me estás diciendo la verdad, ¿eh?
—Se lo prometo. Por la santísima Virgen María.
Kate no quería ponerse a desgranar las alegaciones de Axel y Rainey delante del chico.
Pero la abogada que había en ella estaba convencida de que el testigo decía la verdad.
—Entonces te pido disculpas. Lamento mucho haberte acusado.
Coleman se calmó.
—¿Rainey le ha dicho que los siguieron ayer por la tarde? ¿Unos chicos del Regiopolis?
—Lo dijo Axel.
—Entonces preguntaré por ahí. Porque si alguien ha hecho eso, está muy mal.
—¿No niegas haberte metido con ellos? ¿Haber buscado camorra, pegarles, burlarte de ellos?
—No, eso no lo puedo negar —dijo Coleman—. Con ellos, la cosa empieza más o menos bien. Pero luego se… se lía todo. Sobre todo por culpa de Rainey. Axel, más que nada, sigue la corriente. Él siempre apoya a Rainey. Y los chavales digamos que lo admiran por eso. Es luchador, planta cara. Pero Rainey… Rainey sabe cómo hacerte explotar, eso se le da muy bien. Sabe cómo pincharte donde más duele. Rainey me dijo que yo nunca llegaría a nada, que siempre sería lo que soy ahora, un burro, el típico cachas de un colegio cualquiera en un pueblo de mala muerte, y que de mayor no pasaría de vender coches en algún concesionario, y encima alcoholizado… —Coleman calló de golpe. Endureció el gesto—. Es lo que le digo. Rainey sabe dónde pincharte.
—Ya sé que es un chico difícil. Tiene muchos motivos para serlo. Con Axel ocurre igual. Y tú aquí, en el Regiopolis, eres un líder. Deberías… deberías ayudarlos. Y lo mismo Owen y Jay. Necesitan buenos modelos que seguir, chicos de su edad. Mira, Coleman, este colegio se basa en la lealtad mutua. Pero con tu actitud te decepcionas a ti mismo y los decepcionas a ellos. Y al colegio también.
Kate era consciente de estar perdiendo fuerza y convicción con cada frase. Sus palabras estaban preñadas de duda.
—Bueno, Coleman. Hemos hablado y pienso que tal vez me he equivocado contigo.
—Gracias. Perdone que me haya puesto así. Mi padre siempre me está pidiendo que demuestre que no soy un… Oiga, no se lo dirá a mi padre, ¿verdad? Porque últimamente no sé qué le pasa, pero está que se sube por las paredes, y yo prefiero no hacerlo enfadar cuando está así.
—No. Si no puedo hacer que hables aquí y ahora, lo dejaré correr. No voy a comentarle esto a nadie.
Coleman la estaba mirando, y su cara registraba sentimientos diversos. Kate empezó a pensar que el chico aún tenía salvación. Lo que más le preocupaba ahora eran Rainey y Axel.
—¿Nick está enfadado? —dijo Coleman—. ¿Va a venir a por mí?
Kate salió de su ensimismamiento.
—Naturalmente que no, por Dios. Ni siquiera sabe que he venido, y no lo sabrá. Pero, aunque se enterara, él no vendría a ajustarte las cuentas. Nick opina que esto es algo entre tú y los chicos, que sois vosotros los que tenéis que hacer un pacto.
Coleman se la quedó mirando, con gesto solemne.
—Vale —dijo, pasados unos largos segundos.
—Vale ¿qué?
—Que vale, que intentaré ayudarlos, a los dos.
—¿Lo intentarás? ¿Sí?
Kate le miró a los ojos y de repente se solidarizó con él. Tener por padre a Little Rock Mauldar… Conocía bastante bien a aquel hombre, y le gustaba muy poco.
—¿De verdad intentarás ser más amable?
—De verdad. En realidad, ya lo he intentado, y con Axel no pasa nada (mientras no esté Rainey cerca), pero Rainey no es un chaval que caiga bien, se lo aseguro. Como le digo, tiene muy mala espina, las cosas que dice y cómo las dice… Y a los más pequeños y a los nuevos tampoco es que los trate muy bien, que digamos, siempre se mete con ellos. A veces dice unas cosas muy raras. Pero tiene usted razón. Axel y él han sufrido mucho. El padre Casey dice que intentemos no atosigarlos. O sea que me esforzaré, señora, se lo prometo. Y si los otros ven que yo cambio (respecto a Rainey), Owen y Jay y los demás harán lo mismo. De hecho, Axel les cae bien a todos.
Kate se lo quedó mirando unos segundos más, y de repente pensó que iba a echarse a llorar.
—Te creo, sabes. Y te estoy agradecida.
Coleman le sonrió adelantando una mano. Ella se la estrechó y le devolvió la sonrisa con la sensación de que el corazón le pesaba mucho menos.
Coleman volvió corriendo al campo de juego. Ella se quedó un rato mirando jugar a los chicos, y deseó que Rainey pudiera disfrutar haciendo lo mismo.
«A los pequeños y a los nuevos no es que los trate muy bien».
«Tiene muy mala espina».
«No es un chaval que caiga bien a la gente».
A Kate no le había sido fácil que Rainey le cayera bien.
Quizá había algo más. Quizá convendría hablarlo con los chicos. Sí, ahora mismo; ir a alguna parte donde pudieran hablar con franqueza. Pero cuando llegó al todoterreno, Rainey y Axel se habían marchado.
Tras una larga y cada vez más frustrante búsqueda por el recinto del colegio, Kate fue a ver si Alice Bayer estaba en Administración, pero la que atendía la ventanilla no era Alice.
La mujer le dijo que no, que aquel día no había visto entrar a Rainey ni a Axel, y añadió que últimamente se marchaban los dos temprano un par de días a la semana. Pero no pasaba nada porque habían traído una nota.
¿Una nota?
Kate pidió verla.
Primero la mujer le puso mala cara e hizo una mueca de desagrado, pero finalmente abrió un archivador y, tras hurgar dentro unos segundos, extrajo un papelito y se lo pasó a Kate por la rendija inferior de la ventanilla.
Era una nota escrita a mano en tinta de color verde, con pluma estilográfica, en cartulina de un tono crema claro.
Ruego permitan salir temprano a mi hijo Rainey durante unos días. Me está ayudando en un proyecto.
Les quedo muy agradecida.
Atentamente,
Sylvia Teague
Kate conocía bien aquella letra. Era sin duda la de Sylvia Teague, tan pulcra y clara como siempre, y escribía en tinta verde con la Montblanc que había heredado de Johnny Mercer, un pariente lejano.
Kate se recompuso.
—¿El padre Casey ha visto esta nota?
La secretaria negó con la cabeza.
—No creo —dijo—. Quiero decir, no pensé que hiciese falta, tratándose de una cosa rutinaria. Asistencia y archivos, ese es nuestro cometido. Además, la nota es de su madre, no hay duda.
—No es de la madre de Axel, porque la madre de Axel es Beth Walker, mi hermana. ¿Por qué dejan que Axel se salte clases también?
La secretaria adoptó un aire glacial. A Kate le sorprendió que no se formara hielo en el cristal que las separaba.
—Axel nos dijo que su madre trabaja en Cap City, en la oficina del FBI. Yo pedí algún tipo de confirmación por parte de ella, vía correo electrónico o por teléfono, y al día siguiente recibí un correo en que ella nos daba autorización para dejar salir a Axel, siempre y cuando fuera acompañado de Rainey. Por aquí lo debo de tener… Espere un momento… Sí, aquí está.
Rebuscó en una carpeta con el membrete LISTA DE PERMISOS, y luego puso el papel frente a la ventanilla para que Kate pudiera leerlo.
De: Beth_walker12@mail.com
Para: asistencia@regiopolis.org
Sí, he dado permiso a Axel para que salga antes de la escuela, a condición de que vaya en compañía de Rainey Teague. Llámenme por favor al 918-347-6021 si necesitan alguna aclaración.
Elizabeth Deitz
—¿Llamó usted a ese teléfono?
—Por supuesto. Me salió el buzón de voz y dejé un mensaje.
—¿Contestaron?
—Seguro que sí, de lo contrario no habríamos permitido que los chicos salieran antes de terminar el horario lectivo. Y, además, esa nota lleva la firma de la madre de Rainey, de eso sí estoy segura.
—¿Cómo puede estarlo tanto?
La secretaria empezaba a perder la paciencia.
—Porque tenemos registrada su firma, ¿sabe usted? Alice es muy estricta con los permisos, e insiste en que los padres vengan personalmente a registrar su firma en un formulario especial. Porque, si lo enviáramos a casa, los alumnos, los más pillos, firmarían ellos mismos, y hasta ahí podíamos llegar.
—¿Tiene archivada la firma de mi hermana?
—Pues aún no. Axel ha empezado este trimestre. Su hermana (supongo) habrá tenido otras cosas en que pensar. No ha venido todavía a echar una firma. Digo yo que será por los problemas en que se ha metido su marido.
La última frase tenía todos los visos de un comentario malicioso. Kate miró detenidamente a su interlocutora tras el cristal. Era la típica administrativa virgen y primorosa, una mujer con aspecto de batido de crema, labios rojo cereza, pelo ensortijado y ojillos negros parapetados tras unas gafas redondas sin montura. Siempre cauta, siempre a la defensiva.
—Disculpe —dijo, con cierto retintín—. Creo que no nos han presentado. ¿Le importaría decirme por qué le interesa todo esto?
Kate no le dio un bofetón, claro que de todos modos había un cristal de por medio.
—Soy Kate Walker, quiero decir Kate Kavanaugh. Soy la tutora de Rainey. Y Axel, su madre y su hermana están viviendo con nosotros. Todos los datos están en ese libro que tiene ahí detrás, si quiere comprobarlo. ¿Está usted al corriente de que nadie conoce el paradero de la madre de Rainey?
La mujer negó con la cabeza, haciendo titilar las lentes gemelas de sus gafas al resplandor de la lámpara de mesa.
—Bueno, querida, pero en alguna parte tiene que estar, porque cuando a Rainey le pedimos una nota de su madre para poder salir antes del centro, el chico vino al día siguiente con ese papel que tiene usted en la mano. Como le he dicho, verifiqué que la firma fuese auténtica y…
—Perdone, no sé cómo se llama usted.
—Oh —dijo la mujer, con afectación—, qué descuido por mi parte. Me llamo Gert Bloomsberry. Trabajo en el Sacred Heart y estoy aquí de manera provisional.
—Entiendo, señorita Bloomsberry. ¿Y Alice, está por aquí?
Gert dudó un instante y luego se acercó al cristal y habló en tono conspiratorio:
—Oiga, esto no se lo cuente a nadie, ¿eh? Verá, Alice no viene al centro desde hace dos semanas, por eso estoy yo aquí. Nos envió un correo para decir que se ausentaría y que no nos preocupásemos. Le quedaban unos días de baja.
—¿Tiene aquí ese correo electrónico?
La mujer miró mal a Kate.
—Naturalmente. Pero se trata de correspondencia personal y no estoy autorizada a…
—Alice vive en The Glades. ¿Ha subido alguien para ver si se encuentra bien?
—Sí, por supuesto. Tiene una casita muy mona en Virtue Place. Bueno, en fin, el padre Bernard pasó por allí camino del aeródromo. Vio luz encendida y todo parecía estar en orden. Llamó a la puerta, pero no le abrió nadie. El coche de Alice no estaba, y en la puerta había una nota: «He ido a Sallytown. Volveré pronto».
—¿La nota estaba firmada?
—El padre no me lo dijo.
—¿Han llamado a la policía?
Gert se asustó nada más oír esa palabra.
—¡Cielos, no! ¿Por qué? Todos pensamos que habrá ido a ver a alguna amiga.
—A ver si lo entiendo. No se sabe nada de Alice desde hace dos semanas, descontando un correo, ¿y lo único que han hecho es enviar a una persona que se limitó a leer una nota pegada a la puerta? ¿Y si resulta que está dentro, tal vez muerta? ¿Cómo es posible que se lo tomen con tanta calma?
—Por Dios, señora Kavanaugh, hay que ver lo nerviosa que se pone por nada.
Kate estuvo a punto de estampar un puñetazo en el cristal.
La mujer, ajena a todo, siguió hablando mientras se contemplaba las manos apoyadas sobre la mesa.
—No, Alice Bayer es muy querida por todos. Pensamos que tiene perfecto derecho a un poco de diversión en la vida. Trabaja muy duro, ¿sabe usted? Todos cuantos la rodean admiran cómo lleva este departamento, el interés que se toma por los chicos. Se sabe el nombre de todos ellos, los sitios donde les gusta ir a pasar el rato, como Patton’s Hard. Ya sabemos que ese es un mal sitio, con el río al lado y los remolinos y demás, pero allí es donde van todos cuando hacen novillos, incluidos Rainey y Axel. Y cuando empiezan a saltarse clases, bueno, más de una vez Alice ha ido hasta allí en su coche y los ha traído de vuelta tirándoles de la oreja. A eso lo llamo yo ojo por ojo…
—¿Cómo sabe que Rainey y Axel van a Patton’s Hard?
Patton’s Hard era un parque de kilómetro y medio de largo paralelo al río Tulip. Los sauces que allí había eran los árboles más antiguos de todo Niceville. Era una zona húmeda, oscura y peligrosa. Desde niñas, Kate y Beth siempre habían detestado Patton’s Hard.
—Pues porque se lo contaron a los otros. Iban fanfarroneando de haber estado allí delante de los más pequeños. Ya sabe, los Chaquetas Verdes. Dicen que se han construido una especie de fuerte. Y a los pequeños les contaron historias de los fantasmas que habitan en Patton’s Hard, al pie de los sauces; los desafiaban a acompañarlos. El padre Casey tuvo que…
Si hubo más, Kate no se enteró, porque había dado media vuelta, camino de su coche.
La nota se la guardó en el bolsillo.