El escandaloso precio de la rúcula
Hacia el mediodía del mismo jueves en que el señor Endicott estaba analizando alternativas en su suite del Marriott, el dolor sacó a Nick de las tinieblas. Fue vagamente consciente de anteriores períodos de conciencia ocurridos de manera aleatoria a lo largo de una larga y complicada noche, imágenes fragmentadas de médicos que lo miraban con mala cara bajo una fría iluminación azul, y de dos gordas enfermeras hablando a cada lado de su cuerpo desnudo, en italiano, sobre el escandaloso precio de la rúcula.
Este último despertar a una luz lechosa que entraba por una ventana le pareció bastante normal, como si hubiera salido de un sueño profundo.
Abrió un ojo y se encontró a Kate mirándolo, pálida y demacrada.
Kate le sonrió, se inclinó sobre él y le dio un beso en la mejilla. Olía de fábula. Nick esperaba oler bien también, pero lo dudaba mucho. Kate se recostó de nuevo en la silla, sin soltarle la mano.
—Ahora tendrías que decir eso de «¿Dónde estoy?».
Nick intentó sonreír.
Le dolió, pero lo hizo.
—¿Dónde estoy?
—En el Lady Grace. Es jueves, mediodía. Ayer tuviste un accidente. Dicen que estás bien, en general. No sé cómo, no tengo ni idea, pero eso es lo que han dicho. El ojo lo tienes bien, le han puesto un vendaje para proteger el hueso de alrededor. Te rompiste una cosa que se llama cresta supraorbitaria. Estás grogui porque te sedaron, simplemente. No había más remedio. Te agitabas mucho y no había forma de hacerte radiografías. También tienes una herida en los nudillos de la mano derecha, que según los médicos (yo también lo creo) te hiciste probablemente antes del accidente.
Nick levantó la mano derecha.
Tenía los nudillos muy hinchados y en el dorso de la mano un gran cardenal.
—Creo que le di un puñetazo a Byron en la nariz.
—Es lo que yo pensé. Bien hecho, Nick.
—¿Qué aspecto tengo?
—De un boxeador malherido.
—¿Tan mal estoy?
—No, hombre. Ya te lo he dicho antes, en general estás bien. Los médicos opinan que estás hecho de roble macizo. En las radiografías no se ve nada. Ellos dicen que cualquier otro se habría roto una costilla o partido el pescuezo. Tú no.
Esto lo dijo Kate con un estremecimiento, pero se sobrepuso.
—Tienes muchos amigos en Niceville, Nick, para ser un «forastero» que solo lleva tres años en la ciudad. Tu socio, ese Beau Norlett tan simpático, ha estado aquí hace un rato, pero ha tenido que marcharse. También han venido Tig Sutter, Jimmy Candles, Marty Coors, Mickey Hancock. Lemon Featherlight estuvo ahí fuera, en el pasillo, charlando con Rainey. Mavis Crossfire telefoneó interesándose por tu estado. Y en el vestíbulo he visto a Charlie Danziger y estaba preguntando por ti.
—Pues donde está Danziger suele rondar también Coker.
—No. Coker y el resto de la policía del condado andan buscando a Byron. No solo ellos, también buena parte de la BIC y muchos de la estatal.
—Vaya. Quizá debería haberle atizado más fuerte.
—Quizá sí. Oye, simple curiosidad, ¿y por qué le pegaste? Quiero decir, aparte de porque sea un matón y un imbécil y de que se merezca todas las palizas del mundo. No soporto a los tíos agresivos, los odio.
Nick se lo explicó sin entrar en mucho detalle.
—¿Y entonces se cruzó el ciervo?, ¿mientras todo el mundo te estaba chillando?
—Más o menos, sí.
Kate sonrió; los ojos le brillaban por las lágrimas que pugnaban por salir.
—Podrías haber muerto, Nick. Bobo, más que bobo. ¿Y qué sería de mí entonces?
Nick puso una mano encima de la de Kate. No dijo nada, simplemente la dejó allí hasta que ella terminó de llorar un poco. Kate cogió un pañuelo de una caja que había en la mesita junto a la cama, se secó los ojos, se frotó la nariz e hizo una pelota con el pañuelo.
—Fuera, en el pasillo, hay gente que quiere verte.
—¿Rainey?
—Y Axel y Hannah. Y Beth. Y Boonie Hackendorff. También está Reed…
—¡Reed! ¿Cómo se encuentra?
—Bien. Bueno, quiero decir físicamente. Por lo demás, está hecho polvo. Marty Coors lo ha suspendido de sus funciones hasta que concluya la investigación.
—¿Conserva la placa y el arma?
—Sí, pero de momento no tiene ningún cometido.
—¿Se puede saber qué pasó?
—¿No lo sabes?
—No. Poco después del choque Boonie me dijo que había muerto gente, pero no sé más.
Kate se lo contó todo, incluida la carnicería final. Ocho muertos, que pronto iban a ser nueve porque había una víctima con pie y medio en el otro mundo, y trece heridos, de ellos cuatro de gravedad. Los de traumatismos habían sido llevados a Sorrows, en Cap City. Los demás, incluidos los muertos del depósito, estaban también en el Lady Grace.
Nick la escuchó con atención, viendo pasar mentalmente toda la película.
—Y esos camioneros, ¿qué se pensaban?, ¿que aquello eran las 500 millas de Indianápolis? ¿Cómo se les ocurre arrimarse a la autopista como si estuvieran mirando una maldita carrera? Qué estúpidos, por Dios.
—Tienes razón. La culpa no fue de Reed. Los hombres que iban en el Viper le estaban disparando, y Reed pensó que igual que le disparaban a él podían hacerlo contra la gente que había salido del Super Gee. Marty Coors le estaba diciendo que se apartara del Viper y, de repente, el Viper frenó en seco. Reed intentó esquivarlo, pero no tuvo tiempo…
—A más de trescientos por hora no hay mucho margen de maniobra.
—No, claro. Pero ya sabes lo que pasa. Mueren civiles durante una persecución policial, aunque sea por su culpa, y le toca pagar el pato a alguien de uniforme.
—¿Y esos tipos a los que perseguía?
Kate hizo una mueca.
—¿Los hermanos Shagreen? Como dices tú muchas veces, la mejor noticia es que están muertos. Uno de ellos, creo que se llamaba Dwayne Bobby, vivía aún a medianoche, pero dudo mucho que nadie se tomara grandes molestias por alargarle la vida. Murió hacia las dos de la madrugada. Es posible que una de las enfermeras de quirófano pisara el tubo del oxígeno para ayudarle. A propósito, no están abajo en el depósito con los buenos. La policía estatal los tienen metidos en un camión frigorífico para carne.
—Entre esos camioneros muertos, ¿había alguien conocido?
—El hermano de Billy Dials.
—No me digas. ¿Mikey?
—Sí. Murió. Y no al momento. Fue duro. Billy está muy afectado. Él y Mikey se llevaban muy bien.
—¿Alguien más?
—Nadie que conozcamos, por suerte. ¿Le digo a Rainey que pase? Está bastante nervioso. Por ti, quiero decir. Y últimamente no lo está pasando bien en la escuela. Ahora es Axel quien se ha contagiado.
—¿Contagiado?
Kate le explicó el acoso de que estaban siendo objeto, le habló de Coleman y lo que ella llamaba sus «compinches».
—¿El hijo de Marty está metido en esto?
—Según Rainey y Axel, sí.
—Pues dile que entre, claro. Y si está Axel, que pase también.
—Solo dejan entrar una persona a la vez.
—Ah. Pues empecemos por Rainey.
Mientras Kate se levantaba e iba hacia la puerta, Nick intentó incorporarse un poco en la cama. Rainey entró vestido con el uniforme del colegio y el gesto angustiado. Kate lo hizo detrás de él, visiblemente inquieta.
Nick saludó al chico con una sonrisa y Rainey le tendió formalmente la mano. No habían llegado aún a la fase de abrazos; tal vez no llegaran nunca, aunque Nick estaba dispuesto a intentarlo. Rainey lo miró fijamente mientras se estrechaban la mano, como si buscara alguna señal.
—Dios mío —dijo, un momento después—. Tienes una pinta horrible.
—Hombre, gracias —respondió Nick con una sonrisa (no se había mirado aún al espejo e ignoraba que su sonrisa daba casi miedo)—. Tú también tienes buen aspecto.
—¿Cómo fue?
—¿El choque?
—Sí. Quiero decir si fue muy horroroso.
—No. Más bien… liado. Un follón de cosas, todo a la vez.
—Kate me dijo que se os cruzó un ciervo.
—Sí. Un macho, para ser exactos.
—¿Y en el choque murieron esos dos agentes?
—Sí —dijo Nick apartando de sí la imagen.
—El ciervo ese, ¿estaba en medio de la carretera?
—Yo en ese momento no miraba, pero lo dudo. Seguramente iba correteando por el arcén o intentaba atravesar el carril. Un ciervo, cuando cree que lo están persiguiendo, suele correr un trecho en línea recta y luego torcer bruscamente, a derecha o izquierda. Son veloces y ágiles. El perseguidor, que puede ser un coyote o un puma, normalmente se queda con un palmo de narices y adiós ciervo. Pero cuando lo que persigue al ciervo es un coche, en caso de que el animal tuerza a la izquierda, lo que hace es ponerse justo delante del morro.
Rainey pareció meditarlo, procesar los datos.
—Tú estabas con el papá de Axel, en el furgón. Todos dicen que escapó.
Nick asintió con la cabeza, repentinamente cansado.
—Así es.
—Axel tiene miedo de su papá, ya sabes.
—Sí, Rainey. Lo sé. Hablaré con él.
Rainey vio que Nick estaba como ausente y miró rápidamente a Kate, que asintió con la cabeza.
—¿Vendrás a casa pronto?
—Eso espero.
—Bien.
A Nick no se le escapó la expresión del chico.
—Kate me ha dicho que tú y Axel estáis teniendo problemas en el cole. Con Coleman y los otros, Jay y Owen, creo. Cuando me dejen salir de aquí, iré a hablar con Little Rock. Y con el capitán Coors, que es amigo mío. Él le ajustará las cuentas a Owen, ¿entendido?
Rainey meneó la cabeza.
—Aún será peor —dijo—. El padre Casey ya ha hablado con ellos. Eso los pone furiosos. Y luego van diciendo por ahí que Axel y yo somos unos chivatos. Y unos nenazas. —Hizo una pausa—. Lo que me gustaría es…
—¿Qué, Rainey?
—¿No podemos hacer algo nosotros, Axel y yo? Lo hemos estado hablando…
Nick miró hacia Kate y luego nuevamente a Rainey.
—¿Como qué? —dijo—. Axel tuvo una pelea con Coleman. Y tú igual, la semana pasada. ¿Qué quieres, pelearte otra vez con él?
—Eso ya lo hemos probado, y ya ves lo que pasó. A mí me zurraron bien. Y lo mismo a Axel. Coleman es demasiado fuerte.
—Él debería haberlo evitado, Rainey —intervino Kate—. ¿No es tan buen deportista? ¿Y no dicen que lo que más cuenta en Regiopolis es el juego limpio?
—Menos para nosotros —balbució Rainey.
Nick sintió curiosidad.
—Vale. Descartado pelearse con él. ¿Qué vais a hacer, entonces?
—Axel propone que le digamos que el padre de Axel se escapó para venir a matar a Coleman.
Nick y Kate entendieron su reacción, pero el odio con que Rainey lo había dicho los estremeció a ambos.
—No creo que la solución sea amenazar a un chaval con que lo asesinarán, Rainey.
El chico no respondió enseguida.
—Quizá lo podrían secuestrar, como a mí. Solo que a él no lo harían volver.
Se hizo el silencio mientras Nick y Kate trataban de ver el modo de salir del atolladero.
—Rainey —intervino Kate—, ya sé que Coleman es mala persona, pero esas cosas no se las deseamos a nadie.
—A mí me pasó.
—Claro que sí —dijo Nick—. Y es horrible. Y algún día descubriré quién te secuestró y se lo haremos pagar, ¿a que sí?
—Nick —dijo Kate previniéndole, pero Rainey se adelantó.
—Podríamos hacer que Coleman se mirara en el espejo.
—¿En el espejo?
A Kate le subió el corazón a la garganta. Rainey se volvió y la miró de hito en hito.
—Lo recordé el otro día. El espejo del escaparate, en la tienda de Moochie. Yo lo estaba mirando el día que pasó…
—El día que pasó ¿qué? —preguntó Nick con tiento.
—El día que me raptaron. Yo estaba en la acera, delante de la tienda, mirando el espejo que había en el escaparate, aquel espejo dorado con un marco lleno de cosas retorcidas. Es un espejo muy antiguo. Podríamos averiguar dónde está y hacer que Coleman lo mire. A lo mejor desaparece también.
Ambos se quedaron mirando al chico. Y ambos estaban pensando exactamente lo mismo, porque el espejo, aquel mismo espejo antiguo que estuvo en el escaparate de Moochie, se hallaba ahora escondido en el armario de la ropa de cama que había en el pasillo de su casa, junto al dormitorio grande, envuelto en una manta azul. Seguía donde lo habían guardado hacía seis meses. Nick lo sabía porque de vez en cuando iba a comprobar que estuviera allí, como quien comprueba si un arma está cargada. ¿Lo habría descubierto Rainey?
Kate se disponía a hacerle justamente esa pregunta, y Nick a impedírselo, cuando alguien llamó a la puerta. Kate abrió y allí estaba Reed Walker con su uniforme de la policía estatal, la mar de elegante y atildado y con gesto serio, el sombrero Stetson en una mano y el pelo negro y espeso muy corto.
—Siento interrumpir, Kate. Ya sé, ya sé, una visita cada vez, pero es que acaban de llamarme y tendré que irme pitando. Quería ver a su Excelencia…
Nick admiraba a su cuñado, aunque pensaba que si Reed seguía pilotando un Ford Interceptor difícilmente iba a llegar a cumplir los sesenta. Le sonrió al tiempo que se incorporaba un poco. Reed se acercó a la cama, apoyando una mano en el hombro de Rainey.
—Joder, Nick, qué pinta.
—¿Peor que un boxeador derrotado?
Reed enseñó los dientes con una sonrisa sarcástica que arrugó su rostro enjuto. Rainey, que en lo tocante a Reed parecía afectado por el síndrome del culto al héroe, intervino para preguntarle acerca de la persecución por la autopista, y quiénes eran aquellos tipos que iban en el Viper negro, y si lo de la matrícula, HARLEQUIN, era alguna pista.
Reed consiguió pararle los pies contándole lo sucedido a grandes rasgos, sin mencionar lo terriblemente deprimido que se sentía en aquellos momentos.
Rainey escuchó con gran atención y luego volvió sobre los malos del coche negro.
—Pero ¿esos quiénes eran?
—Dos fanáticos. Poder blanco. Motoristas forajidos. Dwayne Bobby Shagreen y Douglas Loyal Shagreen. Ambos tenían varias órdenes de arresto en diversos estados del sur.
—Y ¿dónde están, ahora?
Reed dudó un momento.
—No sé, Rainey. Están muertos.
—Ya, sí, pero ¿dónde?
—Pues en un camión frigorífico, junto al cuartel general de la policía en Gracie. ¿Por qué?, ¿es que quieres ir a verlos?
A Rainey se le iluminó la cara.
—¿Podría? ¿Puede venir también Axel?
Kate, viendo que Reed había ido demasiado lejos, intervino:
—No, no puedes. Y Axel tampoco.
Reed miró al muchacho con una sonrisa.
—Yo pude verlos, chaval. Dos fiambres la mar de feos. Te aseguro que tendrías pesadillas. Bueno, yo seguro que las tendré.
Miró a Nick.
—Bueno, al cuerno con los Shagreen. ¿Tú cómo estás? —Echó un vistazo a la hoja de seguimiento de Nick y la sonrisa se desvaneció de sus labios—. Aún no hemos atrapado a Deitz —dijo, una vez que Nick le hubo contado rápidamente lo ocurrido a bordo del furgón—. No hay rastro de él.
—Eso es que alguien le echa una mano —respondió Nick.
—Seguro, teniendo en cuenta el disfraz que llevaba puesto. Si no me han informado mal, también tiene la nariz rota…
Nick miró de reojo a Kate, que se encogió de hombros y rio.
—Digamos que se la arreglé un poquito.
—¿Estaba esposado?
—Sí.
—Uf. ¿Había cámara dentro del furgón?
—Sí.
—¿Y le atizaste igual?
—Sí.
—¿Por qué?
—Me pareció justo hacerlo.
—Oye, ¿por qué hablas como el tipo ese, Spenser, el de las novelas de Robert Parker?
—No me había dado cuenta.
—Ya.
—Podríais representar este numerito en Las Vegas —dijo Kate—. Os haríais ricos los dos.
—Me ha dicho Kate que Marty te ha puesto a trabajo de mesa.
El gesto de Reed Walker se ensombreció de nuevo.
—De mesa, nada. Estoy suspendido. Cobrando todo el sueldo, pero que no vaya a trabajar hasta que él me llame.
Se hizo el silencio.
Todos los que conocían a Reed Walker sabían que su vida giraba en torno a su trabajo, conducir su coche, un Jensen Interceptor. Sin ese núcleo, sin ese centro de gravedad, ¿qué iba a hacer Reed?, ¿salir volando al espacio sideral?
Reed intentó olvidarlo y le dedicó una sonrisa a Nick.
—Bueno, ¿piensas seguir aquí tumbado toda la semana lamentándote de haber metido la pata, o te levantas y te pones a buscar a Deitz? Digo yo que como se dedicó bastante tiempo a zurrar a Beth, tú y yo tenemos un interés compartido…
La irlandesa que había en ella hizo reaccionar a Kate.
—¡Reed! Nick no va a ninguna parte.
—¿Llego en mal momento? —dijo una voz lacónica con acento texano desde la puerta.
Todos se volvieron al unísono, y allí estaba Boonie Hackendorff, llenando el hueco con su corpachón e impidiendo que entrara la luz del pasillo.
—Me temo que sí —dijo Kate, todavía encendida.
—Estupendo.
Boonie franqueó ligeramente el umbral con una gran sonrisa en los labios, trayendo consigo aquel aroma a limón, caramelos de menta y canela, y un notable tufo a puro habano.
—Odio entrar de tapadillo en una habitación. Prefiero las entradas triunfales.
—Vale —dijo Kate—, pues veamos qué tal se te da hacer mutis. Nick solo puede recibir una visita cada vez. Esto ya parece un desfile.
—Verás, Kate —intervino Reed—. Es que Boonie tiene que hablar con Nick. Beth está fuera, con los críos. ¿Qué tal si vamos a picar algo y dejamos que estos dos charlen un poco?
Miró a Rainey, que estaba como ausente. El muchacho volvió en sí y dijo:
—Por mí vale. ¿Podré tomar un mimosa?
Reed se lo quedó mirando.
—Eso me preocupa en más de un sentido, chaval.
—Sí, Rainey, podrás tomar un mimosa —dijo Kate cogiéndole la mano para hacer que se levantase—. Pero a condición de que tu tío tome un shirley temple.
Se acercó a la cama, le dio un beso a Nick que este notó incluso en las rodillas, recogió sus cosas y lanzó una mirada asesina a Boonie Hackendorff.
—No se te ocurra llevarte a mi marido a ningún lado, Boonie. ¿Está claro?
Y se marcharon.
Boonie y Nick se quedaron un rato callados pensando en Kate y en su manera de hacer las cosas.
—¡Menuda chica! —dijo Boonie después—. ¿Te has fijado que dice «¿Está claro?» igual que el tío aquel en El golpe?
—¿Quieres decir el grandullón, Doyle Lonnegan?, ¿el gángster irlandés que tenía acojonado a todo el mundo?
—Robert Shaw.
—Robert Shaw, exacto. Pues ahora que lo dices, es verdad.
—Considérate advertido. Bueno, ¿cómo te encuentras? ¿Te ves capaz de moverte un poco?
—¿Qué es lo que estás tramando?
—¿Crees que podrías llegar hasta el depósito de cadáveres?
—¿Tan mal aspecto tengo?
Boonie abandonó su buen humor.
—No, hombre. Lo digo por… Mira, tengo un problema y no quiero endosárselo a Washington, ni siquiera al resto de mi gente en Cap City.
—Y ¿por qué a mí?
—Nick, cuando estuviste en la guerra seguro que viste muchos cadáveres. A lo mejor incluso viste cosas muy raras…
Nick lo miró de soslayo.
—Qué quieres. De eso va la guerra, se trata de ir amontonando cadáveres. Después te dan unas galletitas.
Boonie puso cara de compungido.
—Nick, por Dios. No era por faltarte al respeto. Te estoy haciendo una pregunta seria. Ya sé que quizá no quieres hablar de estas cosas, pero no se me ocurre a quién más preguntárselo.
—¿Es por algún cadáver en concreto?
Boonie se miró las manos antes de responder.
—Sí. Verás, nadie, al menos de momento, nadie puede saber que estoy pidiéndote que intervengas. Es por el típico conflicto de jurisdicciones, ya me entiendes. Habría lío con Washington, puede que incluso con la estatal. No lo digo por Marty Coors, no. Ni por Mickey Hancock… Además, hay… hay ciertas cosas, detalles que no quiero que conozca nadie más. Sé que puedo confiar en que tú no dirás nada, pero del resto de mis hombres no estoy tan seguro. Si no llevo este asunto bien, se acabó mi carrera profesional, así de claro. Bueno, a lo que iba, ¿podrás moverte?
—Yo bajo esas escaleras como me llamo Nick.
Boonie estaba decidido, pero parecía inquieto.
—No te me desmayes, ¿eh? No te dará un ataque o algo, ¿no? Porque, si pasa algo, seguro que Kate me…
—Tranquilo. Te prometo que no me moriré por el camino.
Boonie asintió, convencido solo a medias.
—¿Podemos intentarlo ahora? Tengo a un hombre esperando fuera con una silla de ruedas. Puedes conducir tú…
Nick se había puesto ya de pie, calzado unas zapatillas y agarrado un grueso albornoz azul. Se lo anudó a la cintura y por un momento se puso blanco, pero recuperó ligeramente el color y dijo:
—Vamos.
Boonie caminó hacia la puerta.
—Avisaré al de la silla…
—Boonie, como metas una silla de ruedas en este cuarto, te aplasto la nariz como a Byron Deitz. ¿Está claro?
—Está claro.