¿Que el amor es ciego? Bueno, eso se cura
con unos cuantos años de matrimonio
Mientras Beau Norlett y Nick Kavanaugh iban en coche hacia el Marriott, la mujer de Nick, Kate, y la hermana de esta, Beth, se encontraban en el invernadero acristalado de la vivienda que Kate y Nick tenían en Garrison Hills, un barrio de casas antiguas de estilo colonial con galerías de hierro forjado y jardines enclaustrados. Era un bonito día de primavera y estaban solas. Los hijos de Beth, Axel y Hannah, de ocho y cuatro años, dormían a pierna suelta en uno de los cuartos de invitados.
Visto a través del cristal emplomado del invernadero, el jardín, que descendía suavemente hacia un bosquecillo de pinos y sauces, estaba alegremente salpicado de margaritas, hortensias y rosas silvestres. La suave luz moteada hacía cabriolas en los cristales y el césped, así como en el rostro ojeroso y cansado de Beth.
Aunque solo era cuatro años mayor que Kate y tenía su misma piel pálida y el fenotipo «irlandés moreno» de su hermana, en los últimos años su semblante se había endurecido y su mirada era siempre cauta y recelosa. Kate estaba tomando un té helado, pero Beth iba por su cuarto whisky con hielo. La melena pelirroja le caía lacia sobre las pálidas mejillas mientras miraba fijamente hacia la gruesa luna de la ventana, con los nudillos blancos de tanto apretar la copa en la mano.
—Empezó por el aire acondicionado…
—¿La pelea?
Beth miró a Kate con una sonrisa irónica.
—De pelea, poca. Me lleva sesenta kilos de ventaja. Hacía mucho calor en casa, los críos lloriqueaban, y Byron estaba que se subía por las paredes por algo que había pasado en el trabajo; algo relacionado con ese atraco al banco de hace unos días.
—¿Qué fue lo que dijo?
—Pues que los ladrones se habían llevado toda la nómina de la gente que trabaja en Quantum Park, que la culpa de todo la tenía Thad Llewellyn, y que como BD Securicom era la empresa responsable de la seguridad en Quantum, a él le iban a apretar las clavijas a base de bien. Intenté hacerle ver que eso no era verdad, pero no quiso escucharme. Dijo que yo no tenía ni puñetera idea de lo que estaba hablando, que nunca me enteraba de nada y que me callara la puta boca.
—¿Delante de Axel y Hannah?
—No. Estaban cada uno en su cuarto. Pero seguro que lo oyeron. Cuando Byron se pone en ese plan, lo oyen hasta en Cap City. No era la primera vez que pasaba.
—Pero anoche fue diferente…
Beth suspiró. Tomó un sorbo de whisky.
—Diferente, no. Es como si de pronto hubiera pensado: «Basta». No sé, quizá fue el calor. Se me acabaron las ganas de intentar que se tranquilizara.
—Byron te pegó.
No era una pregunta.
Beth asintió.
—No es la primera vez, pero podría ser la última.
—Beth, ¿tú tienes dinero propio?
Beth asintió sin levantar la cabeza.
—¿Dónde? Porque si está convencido de que no vas a volver, Byron es de los que expurgan las cuentas bancarias y esconden las acciones.
Beth miró a su hermana.
Sus ojos eran más verdes que los de Kate, y con las lágrimas brillaban como esmeraldas. Tenía un cardenal reciente en el pómulo izquierdo, una fea mancha entre morada y verde con un arañazo sanguinolento en el medio. El anillo del FBI, le había explicado Beth a su hermana mientras esta le curaba la herida.
—¿Tú crees que Byron haría eso? ¿En serio? ¿Y los niños?
—Beth, mi especialidad es la familia. Ocurren casos así cada día. Mira, precisamente el viernes pasado cerré el caso de un tal Tony Bock, una auténtica sanguijuela. El tipo se pasó un año entero atormentando a su exmujer y luego…
—¿Tony Bock?
—Sí. ¿Por qué? ¿Lo conoces?
El rostro de Beth denotaba desconcierto.
—Más o menos. El motivo de que Byron estuviera tan furioso anoche era que el aire acondicionado había dejado de funcionar de golpe. La Comisión de Servicios Niceville nos envió a un operario; se llamaba Tony Bock.
—Bajo de estatura, cuadrado, cara de sapo. Pelo negro, cutis con problemas.
—No sé, muy guapo no era, desde luego. Pero se llamaba Tony Bock, eso seguro. Qué curioso, ¿verdad?
—Bock trabaja en Servicios Niceville, eso me consta. Es un mal tipo, Beth. Para tu información.
—Vale, tomo nota por si lo viera otra vez, que no tengo intención.
—Bueno, a lo que iba. Tíos como ese Bock y tu marido, gente capaz de partirte la cara a puñetazo limpio (Toni Bock también zurraba a su mujer), ¿qué les impide dar un paso más y coger todo tu dinero?
Beth se tocó el cardenal y dio un pequeño respingo cuando la yema del dedo rozó la piel. La noche anterior, mientras Nick calmaba y acostaba a los niños, Kate había hecho varias fotos de la cara de Beth con su cámara digital. Luego la había llevado al dormitorio y le había exigido que le enseñara el resto del cuerpo. Cuando lo vio, fue como una descarga de pura ira. Era evidente, a juzgar por la cantidad de moratones que Beth tenía en la piel, que a Byron se le había ido la mano anteriormente. Y a menudo. Kate hizo fotos también de todo aquello, mientras se ponía a pensar en una manera de asesinar a Byron que no le supusiera una cadena perpetua.
«A Nick seguro que se le ocurriría algo, y tan feliz de ayudar», pensó entonces.
En el invernadero, mirando el rostro de su hermana suavemente iluminado por el sol matinal, Kate seguía pensando en ello. Algo debió de notársele en la cara, porque Beth esbozó una sonrisa.
—No, guapa, no podemos matarle —dijo.
—¿Era tan obvio?
Beth consiguió reír.
—Kate, Reed y yo siempre hemos pensado que se puede matar si uno lo quiere.
—Pues Byron tiene suerte de que Reed no le haya matado. Me consta que Nick también tenía ganas. Pero tú siempre les has parado los pies.
Beth desvió la vista. Y luego añadió:
—Reed no solo le habría dado una paliza y listo. Lo habría dejado muy malherido. Tanto como para perder su empleo; si es que no lo mataba literalmente. Ya sabes el mal genio que tiene. Y Nick, bueno, está igual de loco, solo que él lo controla un poco más, quizá por haber estado en la guerra. Además, los maltratadores que reciben ese tipo de palizas tarde o temprano buscan la manera de pagarlo con la mujer o los hijos, ¿no es así?
—Si están muertos, no.
—Pero hablamos de la vida real, Kate. No puedes matarlos porque entonces vas a la cárcel. Además, yo pensaba… pensé que Byron cambiaría. Hace tiempo lo quería mucho. Lo veía siempre tan… desdichado, tan hecho polvo, que me daba pena.
—Desdichado, sí —dijo Kate ladeando la cabeza—. Y para pena la que siente él de sí mismo, pena de tener que lamentar lo que ha hecho. Pero luego se cabrea contigo otra vez por hacerle sentir así. Mira, Beth, él no va a parar a menos que alguien se lo impida. Son así, los hombres de ese tipo. No puedes volver con él de ninguna manera. Quítatelo de la cabeza.
Beth se había echado a llorar otra vez, en silencio, con sollozos que le sacudían todo el cuerpo. Trató de dominarse.
—Ya lo sé. Pero aquí no podemos quedarnos.
—Claro que sí. Esta casa es demasiado grande para Nick y para mí.
—¿Y Rainey Teague? ¿No iba a venir a vivir con vosotros?
—Es verdad. Seremos tres.
—Pues a eso me refiero. Bastante tienes con un nuevo inquilino. Pobre chico. Raptado, traumatizado y huérfano. ¿Y ahora meter aquí a otros tres fugitivos de la vida? Ya puesta, podrías montar un asilo para niños maltratados y así haces el completo.
—Tengo bastante con la familia, Beth.
—Rainey no es de la familia.
—Lo será. Mira, hay cinco dormitorios y cuatro cuartos de baño. Aparte de la cochera en la parte de atrás, que tiene cocina propia, además. Papá hizo reformar esta casa para una familia numerosa; si quisieras, podrías instalarte en tu antigua habitación.
Beth cambió la expresión.
—Papá… No acabo de creerme que ya no esté.
Kate tomó aire, alterada también.
—No es que no esté, Beth, solo ha… desaparecido. Y hace apenas unas horas. Yo hablé con él ayer. Se suponía que iba a venir a vernos.
—Ya. Y no se ha presentado.
—Tienes razón, sí. Pero a lo mejor se retrasó porque quería investigar alguna cosa…
—Sí, claro. Investigar ¿qué?
La respuesta de Kate fue muy cauta.
—Yo le había pedido que echara un vistazo a… a ciertas cosas de la familia. Puede que lo esté haciendo en este mismo momento; cuando se pone a trabajar, pierde la noción del tiempo. Solo han sido unas horas, Beth.
Kate no pensaba decirle nada a su hermana sobre lo que la policía había encontrado en el despacho de Dillon Walker en el Instituto Militar Virginia. Bastantes problemas tenía ya Beth. Ahora no era el momento. Su hermana rompió a llorar de nuevo, sin poder remediarlo.
—Pero entonces ¿dónde está? ¿Por qué ha desaparecido? Le llamas al móvil y no responde. ¿Por qué no llama él? Eso es muy raro en papá. Lo sabes muy bien, Kate. Yo no entiendo nada… ¿Y qué dice Nick de este asunto? ¿Y Reed? ¿Están haciendo algo o no?
—En el Instituto hay un tal inspector Calder que está haciendo averiguaciones. Nos llamará en cuanto lo localice. Y, si no, lo hará Reed. Mientras tanto, tú te quedas aquí.
Beth se incorporó y cuadró los hombros.
—Ni hablar. Soy mayorcita. Tengo dos hijos. Puedo apañármelas sola. Iremos a un hotel.
—Ya, ¿y si Byron se presenta en el hotel? Porque seguro que lo hará. Entonces ¿qué?
—Mira, Kate: Nick no puede quedarse en casa y hacerme de guardaespaldas. Tiene trabajo. Y Reed igual. Y tú, para el caso.
—Eso ya lo arreglaremos. Nick no es el único que tiene un arma en esta casa.
—¿Tú tienes un arma?
—Sí, una pistola Glock, y sé manejarla.
—¿Está cargada?
—Según Nick, una pistola sin cargar es como un pisapapeles. Bueno, mira, Nick piensa ir a ver a Byron más tarde, así que tu marido no va a ser un problema como él quiere hacerte pensar.
—Byron se pondrá furioso con Nick. Le atizará.
—Que lo haga. Así probará un poco de su propia medicina. Si realmente agrede a Nick, o lo intenta, Nick lo mandará al hospital y después lo esposará por agresión a un agente de la ley; Byron irá a la cárcel por eso, y por malos tratos contra ti. Tengo pruebas en la cámara digital. Igual lo mandan a la penitenciaría del condado. Me gustaría verlo en compañía del personal que hay en Twin Counties. ¿Ex agente del FBI? ¿Maltratador? Seguro que lo acorralan en un trastero y se dan un guateque con él. Suerte tendría si no lo capaban.
Esto lo dijo sin alzar la voz, sin la menor inflexión ni asomo de melodrama.
Beth se la quedó mirando, pasmada.
—Ha ocurrido alguna vez —dijo Kate—. Pregúntale a Nick.
—Santo Dios. Estás furiosa, ¿verdad?
—Pues sí. Y tú deberías estarlo también.
Beth suspiró y se recostó en el sofá, dándole un trago al whisky.
Se produjo un silencio.
Kate bebió un poco de té y se fijó en que el rostro de su hermana perdía un poco de dureza, dejando asomar algo de su antiguo yo.
—Byron intentaba matarte, Beth. Confío en que lo entiendas. Tal vez no matarte físicamente, sino a ti, como persona. Lo que quiere la gente como él es chuparte el alma.
Beth dejó escapar otro trémulo suspiro, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Siempre he pensado —dijo un momento después— que Byron tenía un espacio vacío en su interior, un vacío que trataba desesperadamente de llenar, y yo no era capaz de ayudarle por mucho que lo intentara.
Kate se inclinó hacia delante, apoyó suavemente una mano en el brazo de su hermana y le dio un beso en la mejilla lastimada. Luego se apartó, sonriendo con afecto.
—Qué mierda, todo este asunto —dijo.
Sonó el teléfono.
—Hola, Kate. Soy Reed. ¿Te has enterado de lo de Byron?