Un crimen fructífero y venturoso se denomina virtud.
Séneca
CREENCIAS
—¿Está segura de que no quiere un conductor, señorita Churchward?
—Gracias, sargento. No, no iré muy lejos.
Sonrió con simpatía y subió al turismo. Como todos los automóviles de Todos Santos, era propiedad de la empresa. Era absurdo que hubiera vehículos particulares. Resultaba más barato mantener una flotilla y prestar los coches a los residentes.
En teoría, ni un solo coche estaba reservado para un residente determinado. En la práctica, ciertos vehículos de especiales características estaban a disposición de algunos miembros de la jefatura, y Barbara consideraba «suyo» aquel Alfa Romeo deportivo. Ajustó los asientos y espejos con sumo cuidado, después tocó un interruptor en el interior del compartimiento para guantes.
Comprobación del relais. ¿MILLIE?
RECIBIDO. RELAIS EFICAZ.
El alcance del emisor-receptor implantado en Barbara era bastante reducido, pero el automóvil poseía un potente dispositivo repetidor, excelente siempre que se encontrara en un lugar «visible» para la gran antena que coronaba Todos Santos. Satisfecha ya, Barbara comprobó los indicadores. Puso en marcha el coche y prestó atención al motor. Finalmente creyó estar preparada para enfrentarse al tráfico de Los Angeles y arrancó.
Fue ascendiendo la espiral hasta llegar a la parte superior de la rampa, y salió al prado que rodeaba Todos Santos. Eligió una ruta que atravesaba una zona agreste. En realidad no podía hablarse de zona «agreste». La desagradable tonalidad parda que tenía el chaparral nativo del sur de California durante buena parte del año no había sido del agrado de los residentes, y después de cierta experimentación, los agrónomos de la empresa plantaron unos arbustos que conservaban el verdor con un mínimo de riego artificial. Resultaba placentero conducir a través de aquella zona, que parecía gustar enormemente a ciervos, conejos y coyotes.
Los muros de la ciudad se elevaban por encima de Barbara. Al llegar al límite del parque, Barbara comprobó que ya no quedaba rastro de los piquetes de Los Angeles. Stevens y Planchet habían actuado con gran rapidez, una vez alcanzado el acuerdo básico. En lo alto, no obstante, seguían ondeando las pancartas de los residentes. ATRIBÚYALO A LA EVOLUCIÓN EN ACCIÓN.
Enlace con Bonner.
—Aquí estoy. Bastante ocupado.
—Sólo una indicación. Esas pancartas deben desaparecer. No contribuyen a mejorar nuestras relaciones con Los Angeles.
—Creo que tienes razón. Me encargaré del asunto. ¿Algo más?
—En estos momentos no. Adiós.
El edificio de apartamentos era de estilo español moderno, recubierto de mosaico en su mayor parte, construido sobre un aparcamiento subterráneo y alrededor de un patio enladrillado. Había un espacio para aparcar delante mismo de la entrada principal, y Barbara no tuvo necesidad de bajar por la estrecha rampa.
Un pasaje de gruesos arcos conducía al patio interior. A diferencia de la gran mayoría de edificios de este tipo, la piscina se hallaba en un área separada, de modo que el suelo de ladrillos del patio interior daba sensación de frescura y resultaba acogedor; bastante más que si hubiera sido una mera ostentación de cemento y agua con cloro. El piso de Genevieve Rand se encontraba en la segunda planta, al final de un tramo de escalera y a lo largo de una terraza con barandilla de hierro.
Barbara tocó el timbre, y le preocupó que no hubiera respuesta.
Confírmame la hora de la cita.
MILLIE tampoco respondió.
Bah. Fuera del alcance. Demasiado hormigón entre este lugar y el coche. Bueno. Seguiré llamando, sé que…
Se abrió la puerta. Barbara y Genevieve se contemplaron apreciativamente. No está nada mal, pensó Barbara. Se conserva guapa y atractiva. Quizá pesa un poco más de la cuenta, pero lo mismo le ocurre a Delores. A Tony le deben gustar así.
—Barbara Churchward. Teníamos una cita…
—Sí. Yo… creo que no tenemos mucho de que hablar.
—Vengo de muy lejos. Podría escuchar lo que tengo que decirle. —Está francamente nerviosa. ¿Porque buscan a Tony? ¿Habrá policías dentro? Podría ser, deberé tener cuidado con mis palabras…
—Sí, ¿quiere pasar? —Genevieve se apartó, y cerró la puerta en cuanto Barbara entró.
El piso estaba bien cuidado. Elegante mobiliario. Plantas. Ligeras pinceladas de color acá y allá, todo de muy buen gusto. Una puerta abierta daba acceso a un pasillo, cuyo final daba paso a otra habitación, más amplia aunque no tan ordenada, con libros, juguetes y una cesta de costura visible en una gran mesa de pulida superficie.
—Muy bonito —comentó Barbara.
—¿Le apetece algo? ¿Jerez? ¿Café?
—Nada, gracias.
Genevieve señaló una silla. Se movió de un lado a otro, muy nerviosa, hasta que Barbara se sentó.
—¿Qué puedo hacer por usted?
Barbara tomó una repentina decisión. No podía hablar en el piso, no hasta que averiguara qué era lo que le producía aquel efecto extraño.
—Me gustaría que me acompañara a Todos Santos.
—Oh. ¿Está… está Tony allí?
—No podría asegurárselo. Pero antes de desaparecer tenía proyectada una cita con usted.
—Sí, es cierto.
—En realidad, Tony quería que yo fuera en su lugar, incluso antes del gran alboroto con la policía.
—Ya. Así que usted es…
Barbara se echó a reír.
—¡Santo cielo, no! Oh, me gusta Tony, pero no, no estamos comprometidos. No, señora Rand. La cuestión es que él me pidió que… bueno, que negociara con usted. Al parecer no tenía excesiva confianza en sí mismo.
—¿Negociar? ¿Para qué?
—Para que usted se reuniera con Tony, si es que deseaba hacerlo. Como es lógico, hay ciertos problemas en estos momentos. Lo discutiríamos mejor allí…
Genevieve no contestó.
Ja, pensó Barbara, todavía deseas vivir con Tony, si es que juzgo bien las expresiones. También estoy segura de que no estamos solas. Si queremos hablar, tendremos que salir de aquí.
—Me gustaría mucho que me acompañara. Podríamos llegar antes de una hora, y hay mucho de que hablar. —Barbara se levantó y se dirigió hacia la puerta—. Por favor…
—Ya basta.
Era una voz masculina. El hombre acababa de salir de un armario empotrado. Barbara se volvió para mirarle.
—Caramba, agente, ¿no estaba incómodo ahí dentro?
Genevieve se rió histéricamente.
—¡Agente! No es un policía, es un…
—Cállate.
La burbuja de diversión de Barbara estalló y desapareció. ¿No era de la policía?
Había otras personas. Una mujer moderadamente atractiva, pero demasiado alta, salió del cuarto de juegos. Otro hombre apareció en una puerta lateral del mismo vestíbulo. Empuñaba con ambas manos un tipo de arma de fuego provista de un grueso cañón. Barbara había visto una igual en otra ocasión, pero no recordaba dónde. ¿En manos de un guardián del coronel Cross? No tenía importancia. Se trataba de una metralleta, por lo que era indudable que se enfrentaba a gente desesperada.
¡MILLIE!
Nada.
¡Malditas paredes de hormigón!
—¿Qué desean?
—A usted, señora Churchward.
—Señorita —respondió automáticamente.
—Traidora —dijo la mujer. Se situó muy cerca de Barbara—. Cerda.
—Leona —dijo el primer hombre—. Ya basta.
—¿Por qué soy una traidora? —preguntó Barbara. Si lograba entretenerlos hablando…
La mujer la golpeó duramente en la boca. Barbara se echó hacia atrás, con la respiración contenida. Leona volvió a golpearla, primero con el puño, luego con ambos lados de la mano.
—¿Lo entiendes ahora? —preguntó Leona—. No eres nada, cerda. Nada. Harás lo que nosotros queramos, y hablarás cuando se te pregunte, y serás una chica educada. ¿Comprendido?
Barbara escupió los fragmentos de un diente roto, y notó que la saliva, mezclada con sangre, resbalaba por su barbilla. Aquella mano tan dura la golpeó de nuevo.
—Te acabo de hacer una pregunta, cerda.
—Comprendido.
—Muy bien. Saquémoslas de aquí —ordenó uno de los hombres.
Leona tenía en las manos una capucha negra. Tapó con ella la cabeza de Barbara. Después la cogió del brazo y tiró de ella. Barbara tropezó con algo. Todo un lado de su cara latía fuertemente, y le resultaba difícil respirar con la capucha puesta. Tenía la nariz tapada, y no dejaba de tragar sangre con sabor a sal.
—Y guarda silencio, ¿entendido?
—Entendido.
Algo agarró su pecho izquierdo y lo retorció de un modo horrible. Barbara jadeó de dolor.
—No he dicho que puedas hablar. Cierra el pico y sigue andando.
La mano volvió a retorcerle el pecho. Barbara tropezó y estuvo a punto de caer. La mujer la sostuvo y Barbara creyó que iba a desmayarse. La llevaron a rastras hasta que recuperó el equilibrio.
¿MILLIE? MILLIE… MILLIE… ¡Por Dios! ¿Dónde estás? MlLLIE…
RECIBIDO.
¡Oh, gracias a Dios! Grabación. Alerta a Seguridad. Enlace con Art Bonner.
—¿Qué ocurre?
—Me han secuestrado. Situación actual: apartamento de Genevieve Rand.
—¡Salimos hacia allí!
—Estoy bajando escaleras. A ciegas. Las escaleras están encaradas al norte, giramos a la derecha, otra vez a la derecha. Están obligándome a dar vueltas, no sé por dónde voy. Volvemos a bajar, supongo que al garaje subterráneo. Art, tengo miedo.
Nada.
—¡Art!
—Entra en el coche y túmbate en el suelo. Así. Quieta ahí.
MILLIE… Art… el que sea…
Nada. ¡Dios! Resiste, nada de pánico, me encontrarán. Art se encargará de eso. Y entonces esa zorra sádica se acordará de mí. Seguramente es lesbiana. ¿Qué le asustará más? Tal vez los ratones. La encerraré en una caja llena de ratas. Y arañas, también. Todo lo que no le guste. MILLIE…
Oyó el ruido del motor. El coche empezó a moverse. Parecía avanzar con gran lentitud, girar con gran lentitud, maniobrar con gran lentitud… El vehículo se ladeó bruscamente y siguió avanzando.
Está subiendo la rampa del aparcamiento. MILLIE.
RECIBIDO.
—Te habíamos perdido, preciosa. Escucha, continúa intentándolo.
—Me han metido en un coche. Nos alejamos. Lejos de mi coche. Lejos del repetidor.
—Sigue explicándonos la ruta que seguís. No dejes de transmitir.
—Estoy asustada… Giramos a la izquierda al llegar a la parte superior de la rampa. Ahora avanzamos, con más rapidez. No hay cambio de velocidades. Automóvil eléctrico. Nos desplazamos suavemente. Buena suspensión, creo. Giramos a la derecha… ¿sigues ahí?
—Todavía te oigo. Sigue hablando.
—Continuamos. A la derecha. Cuesta arriba. Cuesta arriba y giramos. ¡El acceso de una autopista! Nos nivelamos. Aceleramos. Estamos en una autopista. Art…
Nada.
¡Dios mío!
MILLIE. MILLIE. MILLIE…
—La entrada de la calle Montana —dijo Bonner.
—Sólo hay un acceso en ese punto, y va hacia el sur —dijo el coronel Cross—. Pasarán cerca de nosotros en 1.5.
—Debemos localizarlos —dijo Bonner.
Cross asintió vigorosamente.
—Quiero que todos los coches provistos de repetidor se dirijan a esa autopista. Que patrullen en ambas direcciones y sintonicen la frecuencia de la señorita Churchward. MILLIE les informará en cuanto reciba alguna señal.
—De acuerdo —contestó el teniente Blake. Habló en voz baja ante un microteléfono.
Bonner descolgó su teléfono.
—Sandra, localiza todos los transmisores-receptores que tengamos y ordena que los lleven a los coches que no disponen de unidades repetidoras. Quiero cubrir la ciudad de repetidores. Informa a Seguridad en cuanto los vehículos estén dispuestos para salir. Si utilizamos suficientes coches, uno de ellos tendrá que oír a Barbara…
—Ya había pensado en eso, Art —dijo Wyatt—. Lo están haciendo. ¿Algo más?
—No, el coronel Cross está conmigo y dirige la maniobra. Estamos utilizando muchos guardias. Anula todos los permisos y convoca a todos los agentes que no están de servicio.
—También eso está hecho, jefe. Yo me encargo de la rutina, y de la ciudad. Usted busque a su dama.
—Sí. Gracias. —Bonner colgó.
MILLIE.
RECIBIDO.
¿Alguna noticia de la señorita Churchward?
NINGÚN CONTACTO CON CHURCHWARD.
Aguza el oído.
INSTRUCCIÓN NO COMPRENDIDA.
Tony Rand pasó corriendo junto a Delores, sin verla y sin aguardar a que le anunciaran. Entró en el despacho de Bonner como si fuera un toro furioso.
—Art, acabo de enterarme…
Fue entonces cuando lo comprendió. Hasta entonces sólo se había sentido preocupado. Ahora notaba una fría mano en sus entrañas. Bonner, el coronel Cross y el teniente Blake estaban sentados, con aspecto sombrío, sin hacer nada.
Sin hacer nada. Lo que significaba que no había nada que hacer. Ya habrían pensado en todas las medidas evidentes…
—¿Es cierto que se han llevado a Djinn? —preguntó Tony.
El coronel Cross miró a Bonner, y asintió.
—Sí. Nuestros agentes acaban de llegar al piso de la señora Rand. Ni ella ni el chico están allí.
—Zach está con su abuela —dijo Tony—. Hablé por teléfono con él, antes de la fuga de la cárcel, y me dijo que estaría con su abuela durante dos semanas.
—Eso aclara lo del chico —dijo Cross—. Y por supuesto la señora Rand puede haber ido voluntariamente con los secuestradores…
—Mierda —contestó Tony.
Cross reaccionó con indiferencia.
—Secuestraron a Barbara en el piso de Genevieve Rand —dijo Bonner—. Es evidente que estaban esperándola. Y Genevieve se ha comportado de un modo muy amistoso con el profesor Arnold Renn…
—Ella no les ayudaría a secuestrar a Barbara —dijo Tony—. Puede ser una mujer poco convencional, pero no está tan chiflada.
Bonner extendió las manos.
—Sea como sea, la situación no cambia —dijo Bonner—. Acompáñanos. Siéntate y espera.
—Deberíamos hacer algo…
—De acuerdo. ¿Qué? —preguntó Bonner—. Te explicaré lo que estamos haciendo en estos momentos. Quizá se te ocurra algo más.
Rand experimentó una repentina oleada de esperanza, pero cuando Bonner terminó de hablar, no supo qué añadir.
—Central, aquí Uno Cero Nueve. Recibimos una emisión débil de Preciosa. Repito, recibimos una emisión débil de Preciosa. Nuestra situación es 18 400 Staunton Avenue. No tenemos antena direccional, pero podemos circular hasta que la señal sea máxima. ¿Instrucciones?
—No se hagan matar, Uno Cero Nueve. Los Playmates no deben verles. No queremos que los Playmates sepan que tenemos medios para localizarlos. Repito, mantengan su vehículo fuera de la vista y permanezcan ahí. Continúen atentos a las transmisiones de Preciosa. Intentaremos enfocar una antena en dirección a su vehículo para que Preciosa pueda comunicarse directamente con nosotros. ¿Han comprendido?
—Entendido. Así se hará. Uno Nueve Cero corta comunicación.
—¿Qué demonios hacen sus hombres? —preguntó Bonner.
—Tómeselo con calma —dijo el coronel Cross—. Y deje de meterse con nosotros. Estamos enviando coches a la zona, entre ellos el de Churchward. Hemos tenido comunicación con ella, y no estaba en movimiento. Llegar hasta ella es un mero problema de tiempo. Por amor de Dios, jefe, mantenga la serenidad.
—Sí, de acuerdo, lo intentaré.
—Y respecto al otro asunto… ¿Pido ayuda?
—No, coronel. No, a menos que crea que debe hacerlo.
—Preferiría que resolviéramos nosotros el problema —dijo Art Bonner.
Amos Cross sonrió.
—Estoy de acuerdo. Pero le advierto que el cuerpo especial de la policía de Los Angeles es uno de los mejores del mundo. Todavía no han perdido una sola víctima.
—Y usted no cree que los nuestros puedan hacerlo.
—Si pensara así, insistiría en que llamáramos a la policía de Los Angeles —dijo Cross—. Nuestros hombres son inteligentes. Pero naturalmente no tienen la misma experiencia en estas situaciones que las dotaciones regulares de un cuerpo de choque.
¿Cómo iban a tenerla? En toda la historia de Todos Santos no existía un solo caso de criminales con rehenes como protección. ¿No me equivoco al correr riesgos? ¿Con Barbara y Genevieve?
—Tony, tú tienes que tomar la decisión. ¿Debemos recurrir a la policía de Los Angeles?
Rand parecía indeciso.
—El coronel Cross es el experto, no yo. Aprobaré la decisión que toméis los dos.
Dejándome la responsabilidad como siempre, pensó Bonner. Qué le vamos a hacer.
—¡Art! ¡MILLIE, contéstame! ¡Art!
—Gracias a Dios. Estoy aquí, pequeña. ¿Te encuentras bien?
—No demasiado mal. Son un poco rudos, pero ya me he acostumbrado. No sé dónde estamos…
—Casi te hemos localizado. Por eso puedes oírnos. Tenemos un repetidor cerca de ti. En cuanto otros dos coches lleguen a la zona, formaremos un triángulo y te localizaremos. Una pregunta. ¿Debemos recurrir al cuerpo especial de la policía de Los Angeles, o actuamos nosotros?
—Sólo vosotros. Por favor. He mantenido la cordura pensando lo que puedo hacerle a estos… ah… Dios mío…
—¡Barbara!
—Puf. Hacen sufrir… Intentaré dominarme. Necesitas que mantenga la transmisión para poder localizarme, ¿no? Lo intentaré. Uno. Dos. Tres. Cuatro…
—Coronel, disponga sus tropas. La situación es mala.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rand—. ¿Has oído algo? ¿Está bien Djinn?
—No lo sé, Tony —dijo Bonner. Levantó la mano, con la palma hacia fuera—. No me distraigas. Coronel, avíseme en cuanto sus hombres estén listos. Tendrán que entrar rápidamente…
—Túmbate, zorra.
¡Oh Dios, otra vez no!
—La otra vez me ha hecho daño. Yo…
—Cierra el pico, o te dejaré con Leona.
—Es la revolución. Ya se acerca, y no podréis hacer nada. Acabaremos con el estado empresarial. Morirá, simplemente, en cuanto la gente averigüe que no tiene que someterse, que no tiene que tolerar a las grandes empresas para poder comer… —La conferencia fue apagándose. Los brazos del secuestrador rodearon y estrujaron a Barbara.
—¿Dónde están ahora? ¿Puedes localizarlos a todos?
—Hay cuatro hombres y una mujer. Un hombre está en el lavabo conmigo. Aquí no creo que haya armas. Puedo ocuparme de éste si los otros no intervienen. No sé dónde tienen a Genevieve.
—¿Estás segura de que Genevieve no es uno de ellos?
—Sí. Muy segura. Ellos… le han hecho daño. Y no sé dónde está, no sé dónde están los otros. Yo…
—¿Qué hace ese hombre contigo, en un lavabo?
—Art, ¿qué narices piensas que está haciendo?
—Perdona. Resiste. Ya casi estamos listos…
Piensa en otra cosa. En cualquier cosa. Barbara se acordó de su amiga Jeanine, que estudiaba Zen. El dolor exige aceptación, atención, pensar en él, convertirlo en parte de ti misma hasta que sea una cosa normal, no especial, y entonces no hay dolor, pero no da resultado…
—Ja, te está gustando, ¿eh, guapa? Esto sería mucho más…
De la habitación contigua llegó el ruido de algo que se astillaba violentamente.
—¿Qué demonios ha sido eso?
—QUIETOS TODOS. SI MUEVEN UN DEDO LES VOLAREMOS LOS HUEVOS.
—Mierda… ¿qué pasa? —El hombre intentó levantarse.
Barbara logró liberar una pierna y le dio un fuerte rodillazo al hombre que tenía encima. El hombre chilló y agitó los brazos en la oscuridad, desesperado. Sus chillidos llamaron la atención de los guardianes.