XVI

Cuanto más complejidad tecnológica hemos logrado, tanto más destructivos nos hemos vuelto… Los humanos son destructivos en proporción a la abundancia de que gozan; ante una situación de infinita abundancia reaccionan de un modo infinitamente destructivo.

Wendell Berry, autor de A Continuous Harmony

¡SALVAD AL MINOTAURO!

—¡Déjenme pasar, demonios! —gritó Tony Rand—. ¿Quién es el oficial de guardia? —Esta vez, no. Esta vez, no. Las palabras vibraban en su cabeza como el tictac de un reloj. No sabía qué hacer con las manos, y empezó a patear de impaciencia. Esta vez, no. ¿Por qué no abrían? Esta vez no moriría nadie…

—Capitán Vito Hamilton. Mis excusas, pero tendrá que esperar un momento… Ah. Identificación positiva. Ahora abriré la puerta, señor Rand.

Se abrió la puerta. Rand entró corriendo en la sala de control de Seguridad. La silenciosa calma de los hombres uniformados atentos a su trabajo le calmó también a él, un poco… aunque había indicaciones de que los guardianes daban gran importancia al problema. El capitán Hamilton se encontraba de pie, no repantigado en un cómodo sillón. Y muchas pantallas que captaban la periferia habían duplicado su dotación.

Una pantalla mostraba un mapa de las zonas subterráneas de servicio, con luces rojas intermitentes que avanzaban por un túnel. Debajo había otra pantalla completamente oscura. Rand se acercó y miró el apellido del teniente que estaba sentado ante la pantalla.

—¿Qué ocurre, Blake?

Blake no se volvió.

—Pintura. Han pintado la cámara con un aerosol antes de que supiéramos que habían entrado.

—¿Cómo han entrado?

—Por lo poco que sabemos, abrieron un boquete en una pared que separa los desagües del acceso al túnel 4-B.

Rand se mordió el labio en silencio. La detección debió producirse en los desagües, mucho antes de que los intrusos se acercaran al 4-B.

—Necesito un teclado libre.

—Use éste —dijo un guardián. El agente se levantó para ceder la silla a Tony.

Rand marcó códigos de registro. INFORMACIÓN INEXISTENTE, contestó la pantalla. INFORMACIÓN INEXISTENTE. INFORMACIÓN INEXISTENTE.

—Bien, aquí tenemos un problema —murmuró Tony—. La información de detección no ha sido registrada. ¿Cuántos intrusos?

—Cinco, creemos —dijo el capitán detrás de Rand—. MILLIE lo ha deducido a partir del sonido. Cinco. Una mujer, y dos de ellos llevan un objeto pesado.

—Parece que actúan en serio. Debo entender que no los han visto.

—Sólo a uno. Han vuelto a estropear buena parte de nuestro material electrónico. Y parecen conocer con exactitud la localización de las cámaras. Ah. Ahí están. Fíjese.

Una pantalla mostraba una puerta cortafuego que estaba abriéndose. Entró una imprecisa figura. Una forma abultada, redondeada, con una gran trompa… ¡Alienígenas a bordo de una nave espacial! La figura avanzó directamente hacia ellos, se tapó la cara con un brazo, y apuntó un objeto a la cámara. La pantalla se oscureció.

—Otra vez igual, sabía exactamente la localización —dijo Hamilton.

—Sí —murmuró ásperamente Rand. La localización exacta. Pero esta vez…—. ¿Quién está al mando de la operación?

—Yo he estado al mando, con Sandra Wyatt en el despacho del señor Bonner. Bonner debe estar llegando a su puesto.

Tony cogió un teléfono.

—Póngame con Bonner… —Aguardó—. ¿Art? Tony Rand, Estoy en Seguridad. Déjame encargarme de esto.

Hubo una significativa pausa.

—De acuerdo. ¿No te importa que te mire por encima del hombro?

—Si te digo que no, lo harás igualmente. No importa. Gracias.

—Bien. Informaré a Hamilton. Si necesitas ayuda, grita.

—La comunicación se cortó.

Rand sonrió vagamente, y volvió a contemplar la pantalla.

—Gases repulsivos. En el túnel 4, en todas las cámaras —dijo Rand—. Y envíe gente a… —Meditó un momento, mientras evocaba la red de túneles—. A 5-C. Que vayan hacia el Oeste por el 5 y hacia el norte por el 6. Deben cerrar manualmente todas las puertas cortafuego, e informar telefónicamente conforme las vayan cerrando. Por teléfono, no a través de MILLIE. Y quiero que un hombre siga su avance en un mapa de papel. ¿Comprendido?

—Sí, señor —contestó Hamilton, con voz débil—. ¿Piensa que MILLIE está manipulada?

—Sé perfectamente bien que MILLIE está manipulada —dijo Tony.

Notó que se le hacía un nudo en el estómago al pensar en lo que acababa de ver. Conocían la situación de las cámaras. Conocían el espesor de la pared que separaba las cloacas de 4-B. Y MILLIE no recordaba que debía vigilar el tráfico en esas cloacas. Pocas personas sabían esos datos y estaban capacitadas para alterar la programación de MILLIE. Alguien era un traidor… probablemente un miembro de la sección de Tony. Buscó algo en los bolsillos de sus pantalones.

—Hamilton, necesito una carpeta. La dejé en la caseta del guardián de las galerías comerciales, en un armario. Aquí tiene la llave. Envíe a un hombre y que se dé prisa.

Hamilton se dispuso a cumplir las órdenes, pero Tony no le hizo caso. Nadie, aparte del mismo Rand, conocía bien las nuevas defensas. Tony solicitó determinados datos, y comprobó que estaban archivados sin haber sufrido manipulaciones. Los intrusos no habían elegido la ruta; ésta les había sido impuesta por lo que sabían y por lo que no sabían.

Volvamos al programa de seguimiento, pensó Tony. ¿Qué estarán haciendo esos criminales?

—Probemos esto.

Empezó a teclear órdenes. El estribillo brotó en su mente. Esta vez, no. Esta vez, no.

El capitán Hamilton se sorprendió al ver que el ingeniero jefe lucía una sonrisa.

Los cinco estaban sudando en sus trajes de buceadores. Uno de ellos acercó la mano a la cremallera. El hombre que había a su lado le dio un manotazo y le miró coléricamente desde detrás de la trompa de su careta. Todos avanzaban a buen ritmo, incluso los dos rezagados que arrastraban un bulto. Los dos últimos se detuvieron, aturdidos y jadeantes; después prosiguieron la marcha. Su respiración era estertórea, y tropezaban frecuentemente.

—Respiración Cheyne-Stokes, ¿no? —Rand sonreía sardónicamente—. Empezarán a derrumbarse en cualquier momento.

—¿Qué les ha hecho? —preguntó Blake.

—Bueno, supuse que la siguiente cuadrilla de invasores vestiría trajes de buceador o algo parecido, en previsión de que usáramos gas otra vez.

—¿No lo estamos haciendo? ¿Hemos obedecido la orden del tribunal?

Rand asintió. Esta vez, no. Esta vez, no…

—Pero… señor, tenía la impresión de que aún conservábamos los gases bélicos.

Rand asintió, feliz.

—Como todo el mundo. —Y no es extraño, puesto que yo mismo hice correr el rumor—. Así pensaron los intrusos. Y se han metido en los túneles, cargados de aparatos para interferir nuestros dispositivos electrónicos de detección, cargados de bombas o lo que sea… Demasiadas cosas. Jamás he tenido noticia de que un criminal llevara una unidad de aire acondicionado para cometer un allanamiento de morada.

—Yo tampoco —dijo Blake. Miró al capitán Hamilton.

—Pues bien —dijo Tony—. Puse placas calefactoras de cuarzo a lo largo de esos túneles para aumentar el efecto. Ahora inyectaré aire procedente de los permutadores térmicos de las turbinas en el dispositivo de ventilación de los túneles… Demonios, ojalá funcionaran las cámaras. Me gustaría ver si los intrusos se desabrochan los trajes. —Tony acentuó su sonrisa, disfrutando plenamente. ¡Esta vez, no!—, al menos puedo hablarles. Están llegando a otra zona interesante…

—Obra reciente —dijo el líder—. Buscad una obra nueva.

—¿No te jode? ¿Y cómo lo hacemos? —preguntó Sherry. Era una musculosa mujerona, enorme aunque no llevara el equipo puesto. Y estaba jadeando, penosamente—. Todo es obra nueva. ¿Y ahora qué hacemos?

En ese momento la voz del Mago de la Corte retumbó sordamente en el túnel.

—VOLVED A VUESTRAS VIDAS ANTERIORES. NADIE EXCEPTO EL INMORTAL CTHULHU PUEDE PASAR DE AHÍ.

El cabecilla sacudió la cabeza, y la trompa de su careta se movió de un lado a otro como el hocico de un oso hormiguero.

—¡Vete a la mierda! —gritó. Y dirigiéndose a sus compañeros añadió—: Esperemos que sea aquí. Poned varias cargas y retroceded. —Miró su reloj—. No disponemos de mucho tiempo.

Rand escuchó las palabras de los extraños y murmuró tacos.

—¿Dónde planean colocar las cargas? —preguntó.

—No lo sé, pero voy a retirar a mis hombres de las zonas adyacentes —dijo Hamilton.

—Sí, hágalo. Volvimos a enyesar todas las paredes de ahí abajo. Con un poco de suerte reventarán la pared que no les interesa. O varias paredes que no les interesan.

La explosión produjo una sobrecarga en los micrófonos, que permanecieron en silencio momentáneamente. Después se encendieron dos luces.

—Nanay. Pared nordeste —dijo Rand—. Han averiado varias líneas eléctricas. MILLIE podrá compensar el desperfecto, pero será mejor informar a los residentes…

—Ya está hecho —dijo la voz de Bonner en el altavoz—. ¿Y ahora qué?

—Debemos saber a dónde se dirigen —dijo Rand. Aguardó un instante, y sonrió tristemente—. Bien. Hamilton, quiero que sus hombres bajen al túnel 4 y cierren las puertas cortafuegos. Podemos obstaculizar su avance.

—¿Y eso les preocupará?

Rand hizo un gesto de indiferencia.

—No creía que fuera a preguntármelo.

Otra pantalla entró en acción. Una abultada figura avanzaba, con un aerosol en la mano, y de repente la pantalla se oscureció. Pero otra pantalla se iluminó al cabo de un instante. La imagen mostraba cinco perfiles: negros y sin brillo, gruesos, sin sexo, vagamente humanoides.

—¡Dios mío! —dijo la voz de Bonner—. ¿Tienes otra cámara?

—Naturalmente —contestó Tony—. En realidad, jefe, tengo tres cámaras más en ese lugar. El cinco es una zona crítica. Esta vez, no… Dios, ojalá recordara quién conocía la ubicación de las cámaras. Si tuviera un injerto…

Si yo tuviera un injerto, pensó Tony, estaría recibiendo datos falsos de MILLIE, datos enviados directamente a mi mente. Sólo por esta vez, me alegro de no tener un injerto. Así que esfuérzate en recordar: ¿era Alice quien conocía la situación de la cámara 2, túnel 5?

Los invasores proseguían avanzando por los túneles.

—¡Alma! ¡Mueve el culo, no te pares! —gritó el líder.

No hubo respuesta. La cara de Alma estaba colorada como un tomate. Tenía los ojos prácticamente cerrados, y sólo se le veía parte de los blancos. Su entrecortada respiración parecía estar a punto de interrumpirse definitivamente.

—Cristo, está lista —dijo Sherry—. ¡Déjala aquí!

—Mala puta, ella es uno de los nuestros…

—Silencio —ordenó el cabecilla—. Sherry tiene razón. Debemos continuar. Quítale el equipo y vámonos.

Reese vaciló, luego bajó completamente la cremallera. Alma podría sobrevivir, si los de Todos Santos no usaban gases neurotóxicos…

—Tienen una baja —dijo Hamilton—. Uno menos.

—Cierto —repuso Tony Rand, con enorme satisfacción—. Uno menos y cuatro que siguen. Cojan a ése y llévenlo al señor Bonner. Ah, tomen precauciones antes. Nosotros mantendremos la cámara enfocada hasta que sus hombres lleguen ahí.

—No soy un incompetente, señor Rand —protestó Hamilton.

—Y yo no tengo mucho tacto. ¿Puede usted soportarlo?

No hubo respuesta. Rand contempló el avance de los invasores por el túnel 5. La abundancia de cámaras seguidoras en el túnel permitía seguir los pasos de los intrusos, uno en cabeza, dos detrás con la pesada caja en las manos, y el último que no dejaba de dar órdenes.

La puerta de la sala de control se abrió. El guardián era en este caso una mujer, que aparentaba no haber cumplido los veinte años, tan delgada como una serpiente. Debía haber batido un récord olímpico para llegar a las galerías comerciales y volver a Seguridad, pero apenas jadeaba cuando entregó a Hamilton un sobre de color amarillo. El capitán pasó el sobre a Rand. Tony esparció las hojas sobre el escritorio con un rápido movimiento, e intentó ordenarlas mientras contemplaba tres pantallas al mismo tiempo. Fue imposible. Tenía que bajar la vista. Cogió una hoja.

—Ajá —dijo.

Nadie hizo comentarios. Tony siguió examinando las hojas, todas ellas escritas a mano y apenas legibles, hasta que encontró algo interesante.

—Bien —dijo—. Comuníquenme con el señor Bonner.

Dejó los papeles y siguió observando.

—Seguid vosotros —dijo Sherry. Su carnoso rostro resplandecía bajo la anaranjada iluminación, como si hubiera acabado de ducharse con agua muy caliente y la luz arrancara destellos de las gotas—. No puedo más.

—¡Levántate! —chilló el cabecilla—. ¡Vuélvete a poner la careta!

—¡Vete al infierno! —dijo Sherry. Pero lo dijo desde el suelo.

Gavin y Reese recogieron el equipo de Sherry. La caja parecía pesar menos.

—Ya van dos —dijo alegremente Rand. ¡Esta vez, no!—. Un cambio total. Dentro de poco los cogeremos a todos. —Y los cogeremos vivos, esta vez vivos…

Los invasores prosiguieron su avance, cruzaron puertas cortafuegos, cada vez más cerca del núcleo de Todos Santos.

—No puedes permitir que sigan por ahí —dijo la voz de Bonner.

—Sí, lo sé —respondió Rand—. Aguarda un poco. —Demonios, ¿cuándo caerán los otros? Miró a Hamilton—. Capitán, más gas. Esas máscaras no pueden ser cómodas.

—Sí, señor. —El capitán continuó observando la pantalla.

—Bien —dijo Tony—. Creo que no perderemos nada si apostamos guardianes armados en los túneles 5 y 6, en una línea paralela a estos yo-yos…

Hamilton asintió con vehemencia y dio órdenes por el micrófono de su casco.

—Bravo, adelante. Delta, adelante.

Los intrusos viraron una vez más, se detuvieron, y avanzaron resueltamente hacia la cámara de televisión. La pantalla se oscureció durante unos instantes, luego ofreció imágenes tomadas desde otro ángulo. Tony había activado la cámara de reserva.

—Maldita sea —murmuró Tony. Casi no le quedaban dudas—. ¿Art? El garbanzo negro es Alice Strahler. ¿Qué hacemos con ella?

—Aún no lo sé. ¿Estás seguro?

—Yo hice los planos. Ella sabía dónde estaba situada la cámara dos del túnel cinco. Desconocía la existencia de las placas de cuarzo, y los intrusos no han demostrado estar al corriente. Pero Alice debía introducir un programa de vigilancia, y no lo ha hecho. Y ahora han dejado inservible una cámara que ella sabía dónde estaba, y no han tocado otra cuya situación no le comuniqué. Debo efectuar otra comprobación, pero la traidora es Alice.

—Tu secretaria.

—Sí. Art, quizá su única culpa sea haber hablado con quien no debía. Es una encantadora…

—Muy bien, muy bien, la entrevistaré yo —dijo rápidamente Bonner.

Sí, pensó Tony. Pero Alice nunca había ido por ahí contando chismes, ni con tanto detalle. Mierda.

—¿Qué piensas hacer con esos tipos? —dijo de nuevo la voz de Bonner—. No me gusta recordártelo, pero se están acercando a las turbinas y a la red magnetohidrodinámica.

—Y si hacen estallar una carga en esa zona estamos perdidos. Sí, me hago cargo —dijo Rand—, ¿pero estás seguro de que ése es su objetivo? La última vez era provocar un gran incendio.

—Ah-ah. La última vez sólo querían aparentarlo. Tony, el objetivo son las turbinas. Ellos no quieren matar gente. Mala publicidad. Lo que quieren es que el funcionamiento de Todos Santos sea costoso. Créeme, van a por las turbinas.

En la pantalla, los intrusos seguían avanzando hacia las turbinas. Con gran lentitud, como si fueran tortugas afectadas por insolación, y Tony les reservaba otra sorpresa antes de que el camino estuviera despejado. Pero después…

¿Y ahora qué? ¿Aguardar? ¿Recurrir al cuerpo de choque de Hamilton? Dios sabe que sus hombres están ansiosos por intervenir… Tony levantó la cabeza, y vio que todos los presentes estaban mirándolo. Esperan mis órdenes. Mis órdenes.

¡Pres! Hasta ahora no había comprendido la experiencia que sufriste. Tony observó las pantallas. Los intrusos habían encontrado la muesca de la pared que Tony había alterado. Avanzaban hacia allí. En la pantalla superior no había rastro de los miembros de comando que se habían derrumbado. ¡Maldición! Ahora había dos preocupaciones.

—Hamilton, envíe un pelotón al túnel ocho. Al sur de las turbinas, y que permanezcan allí.

—Sí, señor.

Esta vez, no. Tony oyó que Hamilton murmuraba órdenes.

—Grupo Delta al túnel ocho. Armas automáticas. Blindaje completo mientras puedan soportarlo.

—¿Qué ocurre en el ocho? —preguntó la voz de Bonner en el altavoz.

—Tengo otra sorpresa para ellos —dijo Tony, esforzándose en reflejar confianza. Esta vez, no. Esta vez, no.

El corredor se desviaba ligeramente a la izquierda. Todo lo que había allí parecía de reciente construcción, pero la muesca no figuraba en el mapa. Y si no se fiaban del mapa, ¿qué podían hacer? Continuaron, regulando la frecuencia de sus pasos, hasta que Gavin se detuvo.

—¡Alto!

Reese y Lovin siguieron avanzando, tambaleándose a causa del peso de la caja que contenía los explosivos.

—¡Alto! —chilló Gavin. Apenas oyó su voz. Excesivas vibraciones.

Los otros se detuvieron y dejaron la caja en el suelo. Tras unos instantes para recobrar el aliento, colocaron el plástico. Lovin introdujo el cable, y todos retrocedieron dando tumbos.

La explosión golpeó violentamente sus tímpanos. Gavin llegó a la conclusión de que estaba sordo. No importaba; ningún componente del comando esperaba terminar con vida. Volvieron al lugar donde habían colocado el explosivo. Había un cráter poco profundo, pero la pared seguía allí.

Reese vociferó palabras inaudibles. Gavin sacudió la cabeza. Colocaron otra carga, esta vez de mayor potencia. De pronto, Reese se quedó inmóvil, y a continuación, en un gesto espasmódico, abrió la cremallera de su traje hasta la ingle. Gavin intentó agarrarle, pero Reese se soltó y echó a correr. Se quitó la careta, y después la capucha de su traje de buceador…

—Esa pared les ha sorprendido. —La sonrisa de Tony no ocultaba su incontrolable miedo—. Además de fortalecer la pared, coloqué discos frágiles y agua en la parte trasera, para absorber el impacto. Y las otras paredes han reflejado la onda de choque que recibían.

Los intrusos estaban retrocediendo por el corredor.

—Espero que se queden sin explosivos. ¿Aún no han localizado a los otros dos?

—El primero debe haber llegado a la enfermería en estos momentos. El segundo intentó escaparse por donde había entrado pero encontró bloqueado el camino. No hay cámaras, pero no parece moverse. Lo cogeremos dentro de unos instantes.

La toma de la cámara quedó repentinamente oscurecida por humo y polvo. La imagen reapareció poco a poco. La luz del corredor número ocho fluía a través de un agujero abierto en una pared de más de un metro de espesor. El boquete tenía el tamaño de un muslo humano.

—Otra explosión y podrán pasar —dijo Tony—. ¿Por qué hacen esto? Hamilton, sólo veo a dos de ellos.

—¿No tiene otra cámara ahí?

—Si mal no recuerdo…

Tony tocó varias teclas, y se encendió una pantalla, tercer intruso apareció claramente, encogido y apoyado una pared, con la ropa destrozada, casi desnudo. Su rostro reflejaba angustia, y se había tapado los oídos con las manos. A bastante distancia se veía una pistola.

Los dos restantes aparecieron en la pantalla. Iban corriendo, y uno pareció impresionado al comprobar el estado de si compañero. El otro apretó algo con el pulgar y se cubrió los oídos con el brazo y la mano libres. Una nube de polvo se abatió sobre los intrusos.

En otra pantalla, el boquete de la pared era de un tamaño notablemente mayor.

—Es el túnel ocho —dijo Tony. Nadie hizo comentarios. Todos sabían que el túnel ocho era una zona crítica—. ¿Ha enviado pelotón al ocho?

—Están allí —dijo Hamilton—. Dunhill, ¿están preparados?… Sí, están allí.

—Que no hagan nada de momento. Tengo un último recurso, pero es peligroso. Dardos anestésicos.

Esta vez, no… ¡Basta!

Tecleó con rapidez.

PROGRAMA INEXISTENTE. PROGRAMA INEXISTENTE.

—¡Maldita sea! —chilló Tony—. No importa, volveré a introducir el programa.

Tony tocó velozmente las teclas mientras observaba dos pantallas al mismo tiempo. Mentalmente dio las gracias a si padre por haberle obligado a matricularse en un curso de mecanografía al tacto cuando estaba en el instituto.

Uno de los intrusos atravesó el boquete de la pared. Los otros empujaron la caja por el agujero. Un segundo pasó al otro lado del muro.

—Van por las turbinas —dijo el teniente Blake—. Si consiguen llegar…

—Blake —intervino Hamilton.

El teniente guardó silencio.

¿Y qué pasará si llegan a las turbinas?, se preguntó Tony. Nadie morirá. Pero el costo… Y será un mensaje para los residentes. Hay mucha gente que os odia de corazón. No podréis seguir manteniendo la economía de Todos Santos porque nosotros destrozaremos vuestras costosas máquinas. Quebraréis. Tendréis que claudicar tarde o temprano. ¿Por qué no ahora?

¿Y bien? ¿Cómo iban a reaccionar los adinerados personajes de Zurich? ¿Cerrarían Todos Santos si la empresa aumentaba enormemente el coste de mantenimiento? No había duda, no construirían más arcologías. Ni ellos ni nadie, porque sería indudable que las arcologías eran incapaces de defenderse. Y si Todos Santos quiebra, no podrá seguir adelante. Gastos, gastos, gastos. Derechos de propiedad contra derechos humanos, dinero contra vidas, pensó sombríamente Tony, y yo estoy a favor del dinero.

¡Defenderé mi ciudad!

—¿Informaste a Alice de la existencia de esos dardos? —preguntó la voz de Bonner.

—Estoy intentando recordarlo.

El arquitecto recordó que se había vanagloriado del invento. Pero… ¿delante de quién? No importaba. Ya no había más defensas. Aguardó a que ambos intrusos se hallaran en el corredor ocho, y entonces apretó la tecla de RETORNO.

Lovin y Gavin lograron levantarse, pese a que el peso de la caja de explosivos amenazaba doblegarles… y hubo múltiples explosiones en las paredes.

Gavin se encontró en posición fetal, con la mejilla apoyada en el hirviente cemento. Sería tan fácil quedarse quieto, esperar… no tardarían en recogerle y llevarle a un sitio fresco… ¡No! Se incorporó, se dio ánimos… y vio que parecía un puerco espín, tal era la cantidad de dardos que llevaba clavados. Acabó de levantarse, sin poder contener la risa, totalmente aturdido por fatigadores venenos, adrenalina y deshidratación.

Lovin tenía idéntico aspecto cuando se levantó. Pasaron un minuto arrancándose dardos. Las puntas podían ejercer su efecto a través de la malla metálica encajada entre las gruesas capas de los trajes de buceador.

No había una sola posibilidad de que pudieran oírse. Los explosivos les habían dejado sordos, pero a pesar de su sordera percibían el estruendo de las turbinas de Todos Santos. Cogieron la caja y avanzaron inciertamente hacia el sonido.

—Llevan blindaje —dijo Hamilton—. ¿Hasta qué punto podrá resistir ese blindaje?

Tony se recostó en la silla.

—He agotado los trucos —dijo—. ¡Maldita Alice! —Miró a Hamilton—. Deténgalos.

Pero eso no bastaba, y Rand lo sabía. Esta vez, no… A Tony nunca le había gustado el lenguaje impreciso y cargado de eufemismos.

—No deje que lleguen a las turbinas. Impídalo aunque tenga que matarlos.