Percepción extrasensorial. Abrev. PES. Percepción mediante medios sobrenaturales o extraordinarios.
American Heritage Dictionary
SECRETOS
Eran más de las doce, y Cheryl había empezado a vestirse, cuando encontró la navaja. Lunan seguía en la cama, demasiado feliz para pensar en moverse, observando a la muchacha. Cheryl sacó los pantalones del periodista de entre el enredo de prendas de vestir y se dispuso a echarlos sobre la cama, pero advirtió el peso de la hebilla del cinturón.
Primero examinó la gran hebilla de ornamentado acero. Después se puso el cinturón, para probárselo. Descubrió el secreto. La hebilla se separó del cinturón y se convirtió en la empuñadura de una hoja de quince centímetros.
—No me lo habías enseñado —dijo Cheryl.
Lunan rió entre dientes.
—Ya estabas demasiado nerviosa.
Cheryl asintió.
—Me sentía… en peligro. Andar tanto desde el garaje, sabiendo que ningún guardián vigilaba. ¿Por qué dejas el coche tan lejos?
—Bueno…
—Lo sé, quieres que el coche esté seguro, ya me lo habías dicho. Pero ¿cómo puedes sentirte seguro mientras vuelves aquí? ¿Para eso llevas la navaja? ¿Una navaja?
—Aún no he tenido que usarla.
—¿Y si el ladrón lleva una pistola?
Lunan se incorporó, sonriente.
—¿Te pones nerviosa siempre que estás fuera de allí?
Cheryl le devolvió la sonrisa. No puede negarlo, pensó Lunan. No puede en absoluto. Estaba nerviosa ayer por la noche, y por eso llegó a esta situación.
—Fue como… como una aventura. Nunca había hecho una cosa igual —dijo Cheryl. Sacudió la cabeza, y sus rizos se agitaron—. Igual que en una película antigua… una película de Clint Eastwood. Enemigos que nos rodean por todas partes, y sólo un hombre fuerte que me protege.
No soy Clint Eastwood, y tampoco soy tan fuerte, pero lo aceptaré…
Habían llegado al piso a últimas horas de la tarde. Lunan le mostró las cerraduras de las puertas, el tocadiscos vulgar bien a la vista, el equipo de alta fidelidad perfectamente oculto, la escopeta que guardaba debajo del sofá, y observó las reacciones de la chica. Había supuesto que Cheryl necesitaba calmarse, pero fue al contrario. La situación excitó a Cheryl. Hicieron el amor inmediatamente. Dos veces. Y sólo salieron de la cama para preparar la cena.
Fingió que él era un gran cocinero para impresionar a Cheryl, y ésta quedó fascinada. Ella nunca había preparado una comida. El periodista sirvió la cena a tiempo, y la tomaron mientras se emitía el reportaje sobre Todos Santos.
Porque yo soy tu ardiente seductor, pensó Lunan. ¡Pobre señorita Bailey, infortunada señorita Bailey! Todos Santos no tenía sitio para conquistadores desvergonzados…
Cheryl había mostrado su desacuerdo con el mensaje que transmitían algunas imágenes. Discutieron hasta altas horas de la madrugada, y el periodista extrajo datos suficientes para iniciar otro documental. ¡Dan Rather, cuidado!
Pero la actitud de Cheryl era… sugestiva. Lunan tendría que recurrir a Bonner otra vez, y pronto. Si el resto de los residentes opinaba igual que Cheryl, Thomas Lunan quería saberlo. El siguiente paso que diera el edificio-ciudad podía hacerlo famoso. Lunan contempló a Cheryl, una chica bonita pero no hermosa, atractiva pero no irresistible, y totalmente inconsciente de que ella era la llave que abría el tesoro de las Indias…
Sólo en ese sentido, Cheryl Drinkwater era lo mejor que le había sucedido en toda su vida.
Cheryl le pasó los pantalones. Lunan se reintegró a la realidad y empezó a vestirse.
Cheryl se detuvo ante la puerta cuando ambos se disponían a salir.
—¿Qué pasa? —preguntó Lunan. La chica estaba observándolo con atención.
—Lo he pasado muy bien, Tom. Pero no creo que vuelva.
Lunan ya lo esperaba. Estaba seguro. No es muy probable que vuelvas, pensó; pero ambos hemos conseguido lo que queríamos…
—Siempre serás bienvenida.
Cheryl sacudió la cabeza.
—Lo sé —dijo Lunan—. Ha sido una aventura. No tienes necesidad de repetir una aventura. Pero es posible que cambies de opinión. —Aunque él sabía que no.
Un ángel había visitado los barrios bajos. Nada más que eso. Pero… ¿qué diversidad podía existir entre los jóvenes de Todos Santos? Cualquier hombre de Los Angeles sería una interesante experiencia para Cheryl. Ella está separada de la corriente principal. Uno de nosotros es…
Es igual, me he esforzado para que ella lo encontrara interesante. Dios sabe lo que esto ha sido para mí, y yo se lo debía a la chica, tal vez. Pero si estoy un poco avergonzado, ella nunca va a enterarse…
Barbara despertó en la penumbra. Las luces del puerto estaban encendidas, y parte de la amarillenta luz se filtraba por las cortinas de la cabina y descendía sobre la mesita, formando extraños dibujos en el plegado vestido y en las medias pantalón. Barbara se movió perezosamente, acercándose a Art, y notó que el brazo del hombre estrechaba su cuerpo.
—Tu pobre brazo debe estar dormido —musitó.
—Está perfectamente…
—¿Por qué no se nos ocurrió antes?
Art rió quedamente.
—Hace cinco años que lo pienso.
—Hum. Yo también. Pero no precisamente así…
—No. —La sonrisa continuaba en la voz de Art—. Yo me preguntaba…
—Sí. Bueno, tendremos que averiguarlo, ¿no? —Una risita—. Aquí estamos los dos, preguntándonos cómo se puede hacer el amor por telepatía, y todavía no lo sabemos.
—Podemos averiguarlo.
—O no —dijo Barbara—. Art… ¿estás seguro de querer continuar? Hemos abandonado el trabajo toda una tarde. Seguro que todos están volviéndose locos, preguntándose dónde estamos. Pero ahora sólo están extrañados. ¿Queremos que lo sepan?
—¿Te importa?
Amor mío, me importa un bledo, porque de todas formas soy una zorra sin honorabilidad. Tú eres quien tendrá motivos de preocupación.
—¿Y a ti?
—En este momento ni siquiera deseo volver.
—¡Alto ahí, señor! Eso no es un chiste gracioso.
—¿Por qué no? —La voz de Art reflejaba seriedad, un detalle ligeramente atemorizador—. Los dos somos ricos. No nos hacen falta nuestros empleos…
—¡Venga, hombre! —exclamó Barbara.
Art guardó silencio unos instantes.
—Sí. Eso es lo que Grace no entendió nunca. Que yo amara mi trabajo y sin embargo la amara también a ella…
—Ahora lo has dicho.
—¿Qué he dicho?
—Esa palabra. Amor. ¿Es amor lo nuestro, Art?
—Lo llaman hacer el amor.
—No hagas chistes, hombre. Esto es importante.
—¿Sí?
—Puede serlo.
Art no contestó inmediatamente.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—Excelente.
—Creo que estamos enamorados desde hace años —dijo Barbara—. Si amor es compartir, preocuparse y respetar.
—Hum. Amor sin intimidad.
—No nos hacía falta intimidad. Podemos tener toda la intimidad que queramos, en cualquier momento —aseguró Barbara—. Y la hemos tenido.
—Por supuesto, pero no es lo mismo, estas aventuras…
—No. —Barbara se arrimó aún más a Art.
—¡Uch! Devolver el golpe es juego limpio…
—Ahora no. Volvamos. Estarán muy preocupados por nosotros. Y tienes que planear una fuga.
—Resignación. Creo que lo que dices es razonable. Uno de los dos ha de ser sensato. ¿No te importa que de vez en cuando pierda la cabeza por ti?
—Quiero vivir en tu piso. ¿Te sentirás muy agobiado?
—Pues… podríamos quedarnos con el apartamento contiguo y unir los dos. —Una pausa, arrugas en la frente…—.Quizá. Estúdialo cuando volvamos.
—Está bien. A nuestra edad necesitamos cierta intimidad. Y de ese modo la cosa será oficial. —Barbara se sentó en la litera y empezó a vestirse.
—¿A qué viene tanta prisa?
—Cariño, no solamente estarán preocupados por nosotros, sino que…
—¿Qué?
—Me avergüenza hablar de ello, pero hay una pregunta no contestada —dijo Barbara—. Y a nuestra edad, dudo de que seamos capaces de hacer cualquier cosa tres veces en el mismo día…
»Estás engañándote. No podemos quedarnos aquí por más tiempo. —Se volvió para mirarle—. Tenemos que regresar para resolver un montón de imprevistos. Debo hablar con Rand, y comprobar si ha tenido alguna idea…
—Hay que supervisar las nuevas defensas. —Art fue incorporándose mientras hablaba—. Porque esos bastardos podrían introducirse con bombas auténticas. Y debería estar estudiando formas de sacar a Pres de California… —Art se puso de pie—. Dios sabe lo que habrá pasado desde que nos fuimos, pero MILLIE nos informará en cuanto estemos dentro de su radio de acción. A últimas horas de la noche, si tenemos suerte…
Barbara asintió solemnemente.
—A medianoche. En tu apartamento. Me habré trasladado para entonces. ¡Demonios!
—¿Qué pasa?
Barbara se echó a reír.
—Estaba intentando grabar eso.
Bonner notó que MILLIE volvía a estar con él cuando el metro fue aproximándose a Todos Santos.
¿MILLIE?
A LA ESCUCHA.
Resumen.
La información fluyó. Nada grave había ocurrido. Bonner miró a Barbara. Su compañera estaba mirando el techo con los ojos entrecerrados.
¿Citas?
NINGUNA PROGRAMADA. THOMAS LUNAN HA SOLICITADO OTRA ENTREVISTA TAN PRONTO COMO SEA POSIBLE. HA DICHO QUE ESPERARÍA EN EL BAR DE MIDGARD.
Que se fastidie. Dile a Delores que estaré ahí en seguida.
RECIBIDO.
Bonner aguardó a que los ojos de Barbara se abrieran por completo.
—¿Algo interesante?
—Me obligaste a salir con tanta prisa que olvidé una cita —contestó acusadoramente Barbara—. Hace años que no me pasaba una cosa así.
—¿Importante?
—Bien, podría serlo. Sir George Reedy.
—Ah. Bueno, ese quiere enterarse de algo. No se enfadará. O al menos no admitirá estar enfadado.
—Supongo. Ah, ya estamos. Con un poco de suerte te veré a las doce.
—Tendré un ojo abierto para esperarte.
El personal de las oficinas de Bonner había terminado la jornada, como era lógico, pero habían dejado una gruesa pila de notas en el escritorio de Art. Cinco mensajes eran de Thomas Lunan, al parecer desesperado por ver al director general. Art repasó apresuradamente el montón de notas, y las tiró a la papelera antes de acomodarse en su enorme sillón de cuero de alto respaldo y apoyar los pies en la mesa. Alargó el brazo para tocar un botón del tablero del teléfono.
Una pausa… y se oyó la voz de Delores.
—¿Jefe?
—Sí. ¿Cómo está Tony?
—Le he dado vitamina B1 y un cubo de agua. Él no se ha enterado. Increíble. Ha sobrevivido a la resaca.
—¿Está en condiciones de conversar?
—Mejor que eso. Se pone sobrio con la misma rapidez con que se emborracha. Hemos hecho apuntes sobre aquello. Por escrito. Tony tiene ciertos recelos. No quiere utilizar el ordenador.
—Excelente. Que siga así. Os visitaré dentro de una hora, más o menos, si no tenéis inconveniente.
Una vacilación momentánea.
—De acuerdo. Bienvenido. Pero que sea breve. Tony está citado con Reedy para cenar.
—… Anula la cita. Mándalo a la sauna. Adiós.
MILLIE.
SÍ.
Localiza a Thomas Lunan.
MIDGARD.
Enlace telefónico. Con el jefe de camareros de Midgard.
—Sí, señor —dijo una voz por el teléfono, al cabo de unos segundos.
—Busque a Thomas Lunan. Es un visitante, está en el bar. Dígale que venga a verme.
El vestíbulo del despacho de Art Bonner estaba a oscuras, y Thomas Lunan tropezó dos veces mientras avanzaba hacia la puerta interior, ligeramente abierta. Me sobra la cuarta copa, pensó Lunan. Al diablo con eso.
Art Bonner se hallaba cómodamente en un gran sillón de cuero. No se levantó al ver entrar a Lunan, pero señaló un armario que estaba abierto.
—Sírvase una copa.
Lunan se sirvió un poco de whisky y acabó de llenar el vaso con soda. Se sentó y alzó el vaso.
—Salud.
—Salud —dijo Bonner. Hubo un largo silencio—. Bien, ¿qué ocurre?
—He estado pensando en una forma diplomática de exponerlo —contestó Lunan—. Y no hay ninguna. Señor Bonner, ¿está planeando una fuga?
Lo he sorprendido, pensó Lunan. Le he alcanzado de lleno.
—¿Por qué me lo pregunta? —quiso saber Bonner.
—Porque es cierto —dijo Lunan—. Y no, nadie me lo ha dicho. No debe preocuparse por fallos en la seguridad. He hablado con muchísimos residentes. Ellos esperan que usted saque de la cárcel a Preston Sanders.
—¿Qué otras personas lo saben, en el exterior? —preguntó Bonner.
—Nadie, de quien yo tenga noticia. Lo que no significa que otras personas no lo hayan pensado también. Pero yo no he hablado con nadie. Quizá ha sido un error. —Lunan aguardó la respuesta de Bonner, pero sólo obtuvo una inquisitiva mirada—. Me refiero a que ustedes juegan muy fuerte, y podría interesarles mi desaparición. No soy ciudadano de Todos Santos. No creen deberme nada…
—¿A dónde quiere ir a parar? —preguntó Bonner.
—Quiero intervenir —dijo Lunan—. Quiero una exclusiva, para todo. A cambio, tendrán un reportaje como los que hago yo. Soberbio. ¿Vio mi documental?
—Sí. No nos ha perjudicado…
—Les ha venido muy bien, y usted lo sabe. Escuche, usted desea que se sepa la verdad. Sin citar nombres, naturalmente. Pero usted desea que Los Angeles reciba el mensaje…
Bonner pareció meditar.
—Tal vez.
—¿Tal vez? ¡Venga, hombre! —insistió Lunan—. ATRIBÚYALO A LA EVOLUCIÓN EN ACCIÓN. Las sociedades también evolucionan. Ése es el artículo que usted quiere publicar, ¡y yo me ocuparé de que se publique!
—Además usted estará en situación de chantajearnos.
—Podría hacerlo ahora mismo —dijo Lunan—. Una llamada telefónica y no podrán liberar a Sanders. No fácilmente, por lo menos. Pero no pretendo hacerles chantaje. Le informé sobre Renn, ¿lo recuerda? Y no tomé precauciones, porque no tengo intención de chantajearles. Ni ahora ni posteriormente. Sólo quiero el reportaje.
—Y cuando la policía le interrogue…
—California tiene vigorosas leyes que amparan al periodista, señor Bonner. Esas leyes me han protegido en otras ocasiones.
—Tal vez no baste con eso —dijo Bonner—. Tal vez nos interese que usted colabore. Que usted haga algo…
Lunan se atragantó. ¡Mierda, era lógico que Bonner pensara así!
—De acuerdo.
—Magnífico. Le avisaremos. Preocúpese de que podamos localizarle, porque no se enterará de otra manera.
—No necesito enterarme de otra manera. —Lunan alzó el vaso a modo de saludo. Sentía el deseo de ponerse en pie y entonar heroicas canciones. ¡Iba a hacerse famoso! Y ponerse a la altura de Todos Santos era la única forma de hacer tratos con aquella gente—. Eh… habrá pensado en el tema, «inmunidad»…
Bonner asintió.
—Es indudable que el fiscal de distrito le ofrecerá inmunidad frente a cualquier acción del estado de California.
—Pero no de Todos Santos —dijo Lunan.
La sonrisa de Bonner se hizo un poco más abierta.
—Sabía que era un hombre inteligente, señor Lunan. Salud.
Tony Rand salió del ascensor, y se echó hacia atrás al ver varias personas que pasaban corriendo a su lado. Escuchó un «¡Perdón!», y vio a dos adolescentes acompañados de una risueña mujer. Iban agazapados y se dirigían hacia los columpios a toda velocidad. Vestían monos de color oscuro y llevaban la cara llena de rayas negras.
Las puertas intentaron cerrarse. Tony las bloqueó y salió a la azotea. Sacudió la cabeza. Aún estaba un poco mareado después de la locura de la tarde. Pero no podía quejarse, lo normal hubiera sido que se encontrara peor. El agua, el sauna… y no lo olvides nunca, pensó.
El restaurante estaba bastante apartado de los ascensores. Tony cruzó jardines, diminutos chaparrales, un campo de fútbol… Podía estar paseando por cualquier parque; no había pistas visuales de que se encontraba a trescientos metros de altura.
La iluminación del paseo había disminuido para ajustarse al crepúsculo. Tony observó que otras formas humanas corrían o se escondían en las sombras. También vestían monos oscuros y llevaban pintura negra en la cara, y había tenues fulgores de piedras preciosas en sus pechos. Tony mantuvo las manos medio levantadas mientras pasaba por allí. No combatiente.
Estaba cerca del restaurante, cuando brotó un resplandor de color de rubí a su espalda. El rayo de luz sondeó los matorrales que había delante y a la derecha del arquitecto. Un joven que no tendría más de quince años se incorporó mientras su mono despedía aquella brillante luz. El chico maldijo horriblemente, se dejó caer en la acera móvil y contempló furioso la oscuridad. Tony hizo un gesto de comprensión al pasar junto al muchacho.
Schramm era una burbuja de vidrio que se levantaba en un rincón de la azotea de Todos Santos. Había amplios escalones en la entrada, y Los Angeles resplandecía al otro lado de la invisible pared, muy por debajo. No era lugar para las personas que sufrían acrofobia. El jefe de camareros había visto el reportaje de Lunan, naturalmente.
—¡Bienvenido, oh Mago de la Corte! —se burló mientras conducía a Tony hasta la mesa donde aguardaba sir George Reedy.
—Me gustaría meter un Volkswagen en la bocaza de Thomas Lunan —confesó Rand.
Sir George no prestó atención a las enigmáticas palabras del arquitecto.
—Vaya susto que me han dado cuando venía hacia aquí. ¡Tuve la impresión de que una banda callejera se había apoderado de la azotea!
—No debe preocuparse. Es un juego realista del club de persecución EL HOMBRE DEL TÍO SAM. Pistolas láser de baja potencia, y trajes que se iluminan al ser alcanzados. Lo organiza un diseñador de moda llamado Therri… y se considera un honor ser invitado. —Vaya, pensó Tony, Reedy continúa sin comprenderlo—. Naturalmente MILLIE y el cuerpo de seguridad están supervisando el juego.
—Pero… lo normal sería que hubieran anulado el juego durante esta situación de emergencia.
—Hum. Dudo que alguien haya pensado en eso. El juego estaba programado desde hacía varios meses. Sir George, a los copropietarios no les gusta que gente de fuera rija sus vidas.
Tony vio que había un camarero a su lado, y pidió un daiquiri. El vaso de Pimm's Cup de Reedy estaba vacío, así que pidió otro.
—¿Ha estado muy ocupado durante la última semana?
—Oh, desde luego. —La sonrisa de Reedy se apagó ligeramente—. Aunque debo admitir que las horas se hacen pesadas mientras aguardo el fin de su guerra. Los combatientes no tienen mucho tiempo para atender a un turista. Esta tarde, cuando la señorita Churchward me ha dado plantón, pensé que… iba a perder la compostura. Necesitaba esa copa.
Tony se sintió un poco violento.
—Y sin embargo no todo ha sido pérdida de tiempo. ¿Qué provocó la guerra, señor Rand? Para ser más preciso, si yo construyo una arcología en Canada, ¿cómo evitaré conflictos con el exterior?
—¿Hay grupos de la Sahyt en Canada?
—No tienen excesiva influencia. Quizá podrían adquirirla, si construimos algo similar a Todos Santos.
—Ojalá hubiera prestado más atención a mis sentimientos —dijo Rand—. La política no es lo mío. Maldita sea, ¿por qué accedí a construir Todos Santos con ese aspecto de fortaleza?
—Yo veo otras posibilidades.
—¡Maravilloso! Explíquemelas.
Sir George sonrió.
—En realidad he venido aquí para que usted me ilustre. Pero… ¿debo situar mi edificio gigante en los confines de una ciudad que ya existe? Usted no tuvo alternativa. Yo tengo una.
Había llegado la bebida de Tony, y el arquitecto bebió un poco, con precaución. Ya había perdido la cabeza una vez, y una vez al día era suficiente.
—Sí. Debería situarlo lejos. No habrá tanta impresión de competencia. ¿Qué más?
—He podido ver buena parte de Todos Santos. El dispositivo energético, el suministro de agua y alimentos, seguridad… todo ello tiende a que ustedes sean independientes de abastecimientos y fuerzas externas. ¿También pretenden lograr independencia económica?
—Por supuesto. MILLIE le habría contestado exactamente lo mismo.
—Muy cierto. ¿Y es una política sensata? Acabarán siendo una burbuja de materia extraña dentro del cuerpo de la ciudad. Es posible que la gente de Los Angeles se enfade, y que los políticos de Los Angeles se enfaden mucho más.
Tony observó al canadiense. Experiencia para construir una nave espacial, pensó. ¿Me equivoqué ahí? Aunque…
—Espere un momento. El aislamiento no es un simple capricho en nuestro caso. Fíjese en lo que ofrecemos. La gente viene a Todos Santos porque puede liberarse de lo que hay en el exterior.
—¿La actividad criminal?
—No sólo eso. Sir George, supongamos que usted no quiere aprender a cumplimentar el impreso de la declaración de renta. Supongamos que se harta de pensar qué cantidad es deducible en cuanto gasta diez dólares, sabiendo que algún arrogante hijo de perra está cobrando un sueldo bajo por supervisarlo a usted. Y conserva trocitos de papel para demostrarlo. Un juego divertido, pero ¿es obligatorio que participe todo el mundo? Algunas veces se tiene la impresión de que los gobiernos pretenden convertir en contables a todos los habitantes de la Tierra. —Sir George quiso interrumpirle, pero Rand continuó hablando—. Contables y abogados. La mitad del gobierno está formada por abogados, y cuando estos abogados dictan leyes, no las redactan en el idioma de la nación. Nadie, aparte de un abogado puede distinguir lo legal de lo ideal, y los abogados ya no distinguen lo moral de lo inmoral.
Sir George estaba asombrado.
—Nunca he tenido esas ideas.
—Mucha gente las tiene…, por lo menos eso es lo que oigo en el Comedor Común. La independencia es un factor fundamental en lo que ofrece Todos Santos.
Sir George asintió, muy pensativo.
—Pero tal vez esté en lo cierto —dijo Tony—. Tal vez no deberíamos estar en los confines de una ciudad. Construya su arcología fuera de límites urbanos… pero apresúrese a construir la red de metro, porque tendrá que comerciar con una ciudad… ¿Ha decidido dónde realizará el proyecto?
—Debo elegir entre media docena de emplazamientos. —Reedy sonrió fugazmente—. Tendré que rechazar varios. Toronto, por ejemplo. Esa ciudad posee un soberbio centro comercial subterráneo. Un proyecto como Todos Santos significaría competencia total.
Trajeron listas de platos. Tony eligió sin prestar demasiada atención a la carta; deseaba proseguir la conversación. Reparó en que tampoco Reedy había dedicado más de una mirada a su menú.
—¿Cómo construiría una arcología en Canada? —preguntó Reedy—. ¿Cambiaría el diseño?
—Por supuesto. Vivir aquí tantos años me ha enseñado muchas cosas. Además, Todos Santos no tiene la estructura adecuada para un país frío. Será preciso más aislamiento, menos terrazas… más reserva de alimentos en el invierno…
Sir George tenía aspecto soñoliento, como si no estuviera prestando atención. Su mirada se había concentrado en Tony Rand que, en aquel instante, contemplaba Los Angeles sin detenerse en ningún punto concreto.
—Su arcología no debe ser más cerrada, y no debe tener aspecto de fortaleza. Busque la ladera de una montaña que mire al sur. Un segmento esférico, hueco. Durante el invierno recibirá el máximo de luz solar. Puede revestirlo de apartamentos. Soleri ideó algo parecido hace mucho tiempo, para Siberia, pero en sus latitudes debe dar mejores resultados.
Reedy frunció las cejas, muy concentrado.
—Gracias. Pero debo tomar otras decisiones. Por ejemplo, ¿debo ofrecer independencia, como ustedes? ¿Necesito un dispositivo de seguridad tan complejo?
—No lo sé —dijo Tony—. Soy ingeniero, no ejecutivo… —Por todos los dioses, ¿está intentando contratarme? Lo parece, no hay duda. No, es imposible. Aunque…—. Escuche… ¿piensa ofrecer injertos, vínculos con ordenador, a la jefatura?
Reedy arrugó la frente.
—No había pensado en ello. Los injertos son caros.
—¿Cómo debe sentirse una persona con un injerto? ¿Qué se siente cuando puedes saber todo lo que deseas simplemente pensándolo? Una arcología es terriblemente compleja. A su lado, una de esas naves que orbitan Saturno parece un juguete de hojalata.
—Creo que lo comprendo. —Sir George sonrió lentamente. No se trataba de su acostumbrada sonrisa vaga, sino más bien de una sonrisa anticipada.
Había una nueva puerta en la pared Este del piso de Art Bonner. Bonner entró y no vio a nadie.
MILLIE. ¿Hora?
12:02:20
Posición de Barbara Churchward.
MILLIE le informó, y Art recuperó la calma. Ella estaba saliendo del ascensor, iba hacia allí. Poco después Barbara abrió la puerta.
—Hola.
—Hola. ¿Cómo estaba sir George?
—Tal como lo imaginaste. Irritado y fingiendo que no lo estaba. En realidad está agradecido. Con la información obtenida, podrá inaugurar su arcología en la mitad del tiempo que costó inaugurar Todos Santos.
—Me alegra que no estuviera demasiado molesto. —Art extendió los brazos ostensiblemente—. Parece que vivas aquí desde hace años. ¿De dónde has sacado el tiempo?
—Servicios se encargó de mi traslado. Tardaré semanas en averiguar dónde han puesto todo. ¿Cómo ha ido tu jornada?
—Lunan ha vuelto.
—¿Y?
—Sabe que planeamos una fuga de la cárcel.
—¡Dios santo! ¿Cómo?
—Tiene un contacto aquí. Cheryl Drinkwater. La chica que salía en el documental. Creo que le ha dicho más de lo que sabe.
Barbara habló en su mente: MILLIE. Datos, Cheryl Drinkwater.
Bonner intervino: MILLIE, enlace telefónico con Barbara Churchward…
—Preciosa, también he abierto expediente a Tom Lunan.
La información llegó susurrante hasta el mastoides de Barbara. Todo lo que había hasta la fecha…
—¿Él lo sabe?
—Lo supone. Es imposible que Cheryl lo sepa, pero ella debe haberle explicado el parecer de los copropietarios. Todo el mundo sabe lo del nuevo túnel del metro. Quizá Lunan ha hecho deducciones a partir de ahí. Caramba, hasta es posible que sea telépata. Una cualidad muy útil para un reportero investigador.
—¿Qué vas a hacer?
—Comprometerle. Convertirle en cómplice. Le he dicho que participará en la operación… Maldita sea, hay ocasiones en que es preciso protegerse de los amigos. Esto será suficiente. —Se despereza—. Estoy cansado.
—Lo comprendo. ¿Cómo está Tony?
—Delores le quitó la borrachera y le obligó a trabajar. No sé si Tony necesita una enfermera, pero ella es muy buena. Siempre que pueda soportarlo. MILLIE, archivo ILÍCITO.
La boca de Barbara fue abriéndose mientras escuchaba la impersonal voz de MILLIE y los datos sobre las ideas más recientes de Rand. Retrocedió hacia un sillón y se sentó. Después se echó a reír. Art le sonrió.
—Admiro la sutileza.
—Pensaba que Tony recurriría a ideas más complicadas. Delores debe ser muy exigente con él. Oye, vamos a la cama.
Art volvió a mirar la nueva puerta de la pared que hasta entonces era lisa. Incluso habían cambiado los cuadros.
—Todo ha sido tan rápido. Sí. Vamos.
—¿Demasiado rápido?
Se abrazaron.
—¿Cómo te sientes? —se preguntó Barbara.
—Medio excitado, medio temeroso. Ha pasado mucho tiempo.
—¿Por qué?
—Complicaciones. Tengo muchas complicaciones en la vida real… desde hace años…
—¿Esto? ¿Debíamos haber esperado?
—Debíamos haber empezado antes. Antes de que esos chicos murieran. Mejor tarde que nunca.
—Me pregunto qué estará pensando MILLIE de todo esto.
Lunan encontró completamente vacío el reducido local del bar. Se sentó en un taburete.
—Algo sin complicaciones. Eh… Calvados. Soda aparte —dijo.
—Ahora mismo le atiendo.
Levoy terminó de llenar un vaso con el líquido rosado y espumoso de la coctelera, lo puso junto con una copa de coñac en los receptáculos de una bandeja y dejó ésta en el distribuidor. En sus labios había una picara sonrisa.
—¿Insomnio? —preguntó.
—Sí —contestó Lunan—. Simple nerviosismo. —Cogió la copa antes de que Levoy la hubiera dejado en el mostrador. Olió, bebió—. ¿Cómo es que está tan sonriente a las dos de la mañana?
—No puedo explicárselo —dijo alegremente el camarero.
—Acabo de decir a treinta millones de personas que en Todos Santos no hay secretos.
—Bueno… no se ofenda, señor Lunan, porque usted ha hecho un buen reportaje sobre nosotros. Pero no es copropietario.
—Lo sé. Aún no le he preguntado su opinión sobre el caso Sanders.
La sonrisa de Levoy desapareció.
—He tenido la tentación de quitar el polvo a mis explosivos. Han pasado muchos años desde que juré que iba a ser un ciudadano amante de la ley y el orden, ¿sabe? Pero Sanders es un héroe, y no le están tratando como se merece. Y eso no está bien.
Lunan asintió. Ninguna sorpresa. Todos los residentes debían opinar igual…
—Será mejor que me ponga uno doble.
—No está bien. No podemos permitir… —Levoy se estremeció. Sirvió otra generosa porción de Calvados en la copa de Lunan—. Bien, dígame por qué está tan inquieto a las dos de la mañana.
—También es un secreto. Y si yo lo conociera por completo, quizá no estaría tan nervioso. O quizá sí. Tal vez sí.
—El Jacuzzi —pensó de pronto Barbara—. Así no hace falta ser joven. Es estupendo, cariño. No hay gravedad.
—Tampoco hay intimidad.
—Lunan afirma que la intimidad está anticuada en Todos Santos. Art, en el ala nordeste hay ese sitio, el Jacuzzi. Reservado para adultos. Muchos matrimonios lo visitan. Regularmente.
—No hay auténtica intimidad.
—No. Seguridad conoce el lugar. Algunos guardianes también lo visitan.
—¿Y tú?
—No. Me han invitado. Dos veces. —Barbara empezó a decir un nombre, pero calló—. Esto no me gusta.
—Podemos dejar aparte a MILLIE —dijo Art.
—Sí. Estoy revelando demasiados secretos. Pero, Art, ¿no deberíamos conocernos mejor?
—Buena pregunta. Vieja pregunta. Yo no me siento comprometido. ¿Y tú? Hemos optado por cierta intimidad, hemos hecho cambios para vivir juntos. Si el vínculo es demasiado desagradable…
—Idiota. ¡Comprometidos! ¿Estamos todavía unidos? ¡Ay! Perdona, Art.
Art contuvo la risa.
—El precio de la telepatía.
—Con telepatía podríamos intercambiar imágenes. Sensaciones. Recuerdos.
—¿Una soberbia puesta de sol? ¿Unos baños japoneses?
—La noche en que yo y tres amigos tuvimos la suerte de comer filete Wellington en Mon Grenier. No estaba en el menú. Era para una fiesta particular, y el cocinero hizo más cantidad de la precisa. Fue la mejor cena de mi vida, pero, en buena parte por haber sido totalmente accidental.
—¿Cómo transmitiría una máquina esa experiencia? Porque difícilmente puede hablarse de sensaciones. Me pregunto si alguna vez tendremos auténtica telepatía. Tony debe saberlo.
—¿Por qué Delores y tú…?
Barbara notó en su cuerpo la tensión de Art.
—Aún no lo sé. —La tensión hizo confusa la respuesta mental de Art—. Ella me dejó, simplemente, eso. Me dejó después de pensarlo.
—Olvídalo. ¿Qué piensas de las orgías, cielo?
—¿Orgías? Nunca he participado en ninguna…
—Tremendamente complicadas.
—¿Sí?
—Así me lo pareció… no, sólo participé en una. Divertido mientras sucedía, pero los participantes no estaban demasiado lúcidos y dos de ellos se empeñaron en fastidiarme después. Lamento haberlo hecho. Fue curioso.
—Con telepatía real podrías transmitirme tu estado de ánimo.
—Te lo explicaré. Imagina que estás con seis mujeres distintas.
—Creo que tú eres seis mujeres distintas.
La mesa de la habitación contigua se abrió, y del hueco brotó una bandeja. Art fue a recoger las bebidas y dio a Barbara el batido de fresa.
—Lo nuestro ya es realmente oficial —dijo—. El camarero lo sabe.
Brindaron.
—Nunca has estado casada, ¿verdad? —se preguntó Art—. ¿Por qué?
—Demasiado… Hum. ¿Con qué tipo de hombre debí casarme?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
Barbara decidió conversar normalmente.
—Si intento imaginarlo —dijo—, sólo encuentro contradicciones. ¿Un padre de familia? ¿Lograría respetarlo? ¿Un tipo ambicioso, como yo? ¿Y quién llevaría las riendas? ¿Quién se ocuparía de los niños, quién haría las compras?
—Una casa llena de criados. O el departamento doméstico de Todos Santos. Ningún niño puede estar solo o en peligro en Todos Santos.
Barbara asintió, ensimismada, y de repente miró fijamente a Art.
—¿Tendremos?
Art meditó su respuesta. Los niños adoran vivir en Todos Santos… sólo había que ver cómo había hablado Cheryl Drinkwater al referirse al centro infantil… cualquiera de los dos podría educar a un hijo, aquí, si nos separamos o si uno muere… podríamos enlazarlo con MILLIE a los… ¿ocho o diez años?
—Sí. ¿Uno?
—El hijo único suele tener problemas… no, tienes razón. Ya tenemos una magnífica familia. Ella será muy guapa. No estoy muy segura respecto al enlace con el ordenador. ¿A los quince años, quizá?
—¿Ella?… Podemos elegir el sexo.
—Podemos, pero no lo haremos. Al azar. Mañana haré que me quiten el injerto de esterilidad voluntaria.
—Ja. Entonces estamos perdiendo el tiempo en estos momentos.
Barbara abrazó a Art.
—Lo único que oigo son quejas.
—He perdido el tiempo, tienes razón. ¡Caramba, lo que he estado perdiendo!
—Me gustas.
Ambos percibieron a la vez un agudo zumbido.
Y ambos rodaron por la cama en direcciones opuestas.
—Invasores —jadeó Art, mientras corría hacia la silla donde había dejado la ropa—. ¡Lo sabía! Lo de aquellos chicos fue un simple tanteo, y ellos ni siquiera lo sabían.
—Tendremos que hablar con ellos respecto a su habilidad para escoger el momento oportuno.
—Con mucho rigor. —Art se quedó inmóvil, con los pantalones apretados en su puño—. No con tanto rigor. Maldita sea, no quiero matar a nadie. MILLIE, enlace telefónico con Seguridad. Y di a Sandra que dentro de cuatro minutos estaré en el despacho de las preocupaciones.