XII

No hagáis planes pequeños; no tienen magia para hacer bullir la sangre de los hombres.

Daniel Hudson Burnham

HORAS DE VISITA

El café irlandés aguardaba, todavía caliente, con la nata a medio deshacer. Rand había imaginado a Delores con un salto de cama, semitransparente. Pero ella vestía lo que seguramente debía denominarse pijama de anfitriona, suelto, amplio, de un naranja violento, y bastante opaco. También lucía una sonrisa de bienvenida, un detalle tranquilizador.

—Así que el señor Bonner se ha vuelto loco —dijo Delores.

—Exacto. Quiere que yo…

—Sé lo que quiere —le interrumpió Delores.

Hummm. ¿La ha llamado Bonner, o ha llamado ella a Bonner para dar parte de los recelos del Mago de la Corte? Buena pregunta. Puedo averiguarlo mediante MILLIE. O podría, siempre que a Art no le importe que yo lo sepa. MILLIE era uno de los pocos mecanismos de Todos Santos que Tony no controlaba. Al menos, por completo. Su mente acarició brevemente una idea, un medio para que MILLIE le explicara cosas que Bonner no quería divulgar…

—¿Y bien? —preguntó Delores. Sonrió a medias, una indicación de que comprendía las preocupaciones de Tony, pero también de que no estaba dispuesta a que no le prestaran atención en su propia casa.

—Delores, tú conoces a Art desde hace años. ¿Está hablando en serio? —preguntó Tony.

Delores le miró.

—Tony, no podemos dejar a Pres en Los Angeles.

Uf. Tony decidió seguir hablando con mucho tacto.

—Pres no opina así. Creo que quiere que le absuelva. Quiere que el tribunal le absuelva.

—¿Sin tener en cuenta lo que nos cuesta?

Tony se encogió de hombros.

—Quizá Pres no considera ese aspecto. Él piensa que se trata de su vida.

—Y no es cierto —dijo Delores.

Rand desvió la mirada. De repente, no deseaba mirar a Delores.

La mujer vivía entre tonos oscuros y suaves curvas. Un tapiz marrón oscuro, dos sillones anatómicos, mesas sin cantos, una enorme cama de agua repleta de gruesos almohadones… Delores había ascendido mucho en la jerarquía. Su apartamento era, al menos, como la mitad del apartamento de Tony, y no tenía que reservar espacio para trabajar.

—Considéralo así, Tony —dijo ella—. Nosotros… bueno, Johnny Shapiro alegó que Pres no había cometido delito alguno. Que Pres había cumplido con su obligación. Y ahora la juez Norton ha tomado una decisión que nos perjudica. ¿Qué significa eso?

—Bien…

—Significa que el condado de Los Angeles y el estado de California consideran que se ha cometido un delito. No hay duda posible respecto a quién lo cometió. ¿Para qué va a celebrarse un juicio?

—Maniobras legales…

—Claro. Si tenemos suerte, Pres quedará en libertad por cuestiones técnicas. ¿Crees que a él le gustará?

—No. Pero fugarse de la cárcel

—No es imposible, creo.

—No lo sé. No he pensado tanto. —Tony miró a Delores y comprobó que la mujer hablaba con total seriedad—. Será un delito mayor tanto si da resultado como si no lo da. Incluso hablar de este tema constituye un delito de conspiración…

Esta revelación tampoco desconcertó a Delores. Y era lógico. Tony no pudo contener la risa.

—¿Qué pasa?

—Bueno, supongo que Art podrá encontrar alguna persona para que nos saque de la cárcel…

—Naturalmente, y tú lo sabes. —Delores mantenía su extrema seriedad—. No has probado el café irlandés.

—Gracias.

Tony bebió despacio, después rápidamente. Un poco frío, aunque cargado, amargo y dulce. Un café irlandés tiene el mismo sabor que un filtro mágico.

—¿Cómo vamos a sacarlo de la cárcel? —preguntó Delores.

Atrapado. Pero no pueden encarcelarme simplemente por hablar de esto. La conspiración requiere una acción patente…

—Yo recurriría al ordenador.

—¿Cómo? Tengo un terminal…

Por supuesto. Y fonocaptores también. Tony terminó el café irlandés y tomó asiento. No le costó mucho tiempo obtener los planos de la nueva cárcel del condado de Los Angeles. Examinó las doce plantas y volvió al plano de la planta baja. La mitad de la superficie estaba ocupada por celdas, y la otra mitad por oficinas y salas de espera.

—Pres es un personaje importante —dijo Tony—. La planta baja. Vaya, vaya… Pres dijo que el sol daba en la pared a primeras horas de la mañana. Digamos que es el ala sudeste. Y el ordenador se halla en el piso superior, aunque en realidad no nos hace falta saberlo.

—¿Qué datos necesitas?

MILLIE no tiene muchos. Podríamos manipular a los ordenadores. Incluso podríamos utilizarlos para que Preston Sanders fuera trasladado a la cárcel de Todos Santos.

—Si alguien se diera cuenta…

—Estaríamos con el agua al cuello. Debemos engañar a un ordenador y a varios carceleros, y es bastante probable que se den cuenta de cualquier cosa que le pase a Sanders. Es su huésped más distinguido. Gracias —dijo Tony al ver que Delores le ofrecía otro café irlandés—. Podríamos introducir a cierta persona, alguien que tenga un vago parecido con Pres. Los cambiamos, y cambiamos la descripción de Pres que hay en el ordenador… Pres tiene un compañero de celda —recordó súbitamente Tony.

—Mal detalle.

—Tal vez no. Ese compañero de celda quiere vendernos cañerías.

Tony tomó un trago de café, mientras pensaba. Percibía vagamente que una mano femenina rozaba su hombro, pero su mente había olvidado a Delores, el apartamento y todo lo que no fuera la pantalla que tenía delante.

—No me gusta. Todos los que están en esa cárcel, desde el alcaide hasta el basurero, conocen de memoria la cara de Sanders. ¿Sabes por qué? No porque la hayan visto, sino porque ven televisión.

—¿No podemos ser más precavidos? Por ejemplo, buscar un sustituto que sea exactamente igual que Pres…

—Hay un problema. Se trata de un delito mayor, ¿recuerdas? Involucraríamos a otra persona en un asunto grave. Y en la jefatura de Todos Santos hay escasísimas personas que pertenezcan al credo negro. Desde luego, no tenemos por qué ser ruines.

Delores se echó a reír.

—¿Por qué no, si se puede saber?

—Al director general no le preocupa que alguien sepa que la fuga es obra nuestra. Prefiere que se sepa. Lo único que le importa es que nadie pueda probarlo ante un tribunal de Los Angeles.

—Eso facilita la tarea.

—Es posible. —Tony observó de nuevo la pantalla—. Podríamos decir al ordenador de la cárcel que abra todas las puertas de repente. Espera un momento.

Tony tocó varias teclas. Tuvo que dar tres identificaciones de seguridad, pero finalmente MILLIE decidió que Rand estaba autorizado para recibir la información.

—Exacto. MILLIE puede hacerlo. Bien. Pero no podemos contar con la cooperación de Pres. De lo contrario, nos limitaríamos a introducir un visitante, y cuando todas las luces se apagaran, este hombre sacaría a Pres entre una horda de presidiarios que escapan. Con las sirenas sonando, falsas noticias de pánico en el quinto piso y cosas similares. Escucha, podría salir bien.

Delores se sentó en el sofá cama. Estaba tomando su segundo café irlandés.

—Tony, ninguna de estas ideas es segura. ¿No es así? Y si nos cogen, no habrá remedio.

—No creo que haya un medio seguro. Además, sólo estamos charlando, ¿no?

—Por el momento.

—Sería maravilloso disponer de un plan que nos permitiera retroceder a medio camino, ¿no crees? De esa forma podríamos probar otra idea.

—¿Sí? —Delores parecía muy… precavida.

—Piensas que yo intento retroceder. No es así. Lo que podemos hacer es obligarles a trasladar a Pres. Toda la cárcel se vuelve loca, ¿lo imaginas? Las luces se encienden y se apagan. Los abastecedores sólo entregan caracoles. El agua caliente se acaba. Se dispara la alarma de incendio.

—Se abren las puertas que separan el ala masculina de la femenina…

—¡Exacto! Empieza la orgía, y se cierran las puertas de la sala de la guardia. Comienza a funcionar el aire acondicionado, y después la calefacción…

—… con olor a desinfectantes…

—Luego otra vez el aire acondicionado. La orgía es un fracaso. Hay que trasladar a todos los presos. Hacemos que otro ordenador envíe a Pres a donde nos convenga, y le rescatamos a medio camino.

—¿Crees que dará resultado?

—No lo sé. Te he ofrecido cuatro planes distintos. ¿Qué esperas del Mago de la Corte?

—¡Ajá! Yo también lo he visto.

Tony había reparado en que el televisor estaba conectado, aunque sin sonido.

—Me pregunto si ese hombre no estará en lo cierto —dijo Tony—. Somos un nuevo feudalismo. En eso estamos ahora, ¿no? Queremos liberar a nuestro súbdito de las manos del rey.

Delores asintió, y no sonrió.

—Tony, ¿qué hacen en la cárcel cuando hay un apagón?

—No lo sé. Veamos. No hay luz… no funciona el ordenador… Deben tener otros recursos en previsión de que el ordenador se vuelva loco.

—Supongo que sí.

—En ese caso, todo nuestro plan será un fracaso. Tarde o temprano nos enfrentaremos a seres humanos. En eso se equivocan los que creen odiar a los ordenadores. En realidad odian a los programadores ineficaces.

—¡No me des lecciones de filosofía, Tony! ¿Cómo sacamos a Pres?

—¿Fuerza bruta? ¿Hasta qué punto queremos ser violentos? Shapiro podría entrar con un maletín lleno de plástico. Hace estallar la pared y se van. No me necesitáis para eso. O podéis utilizar treinta hombres de seguridad… espera un momento. —Tony recurrió al plano de la planta baja de la cárcel del condado—. Por la cocina, es lo mejor. Introducimos treinta hombres por la cocina y matan a todos los que se pongan en medio. El único problema es que, si fallamos, la próxima vez tendremos que planear una fuga de treinta y una personas.

Delores le miraba con franco disgusto.

—No es necesario usar balas —dijo Tony, sin convicción—. ¿Gas? O… yo podría montar algún aparato sónico. Un amigo mío inventó algo así para una novela. Un motor de reacción montado en un camión, con altavoces detrás del motor para amplificar terriblemente las ondas sonoras y… —Calló un instante—. Sé buena chica.

AQUÍ ESTOY, JEFE —dijo MILLIE.

—Factores humanos. Fisiología. Efectos sónicos.

—TENDRÍA QUE HABLAR DEMASIADO, JEFE.

—Muéstrame la información.

Los datos fluyeron en la pantalla. Tony asintió.

—Es suficiente. Gracias.

—A SU DISPOSICIÓN.

—A nueve kilociclos —dijo Tony—. Esa frecuencia mata a todo el mundo en un radio de dos manzanas, al desgarrar las paredes de los capilares. Queremos otra cosa, una frecuencia que atonte sin matar. No sé si…

La expresión de Delores no había sufrido alteración.

—Delores, este tipo de cosas ya no se hace. No podemos atar una cuerda a las barras de una ventana y huir a caballo.

—¿Piensas inventar una nueva tecnología para poder hacerlo? Cuéntame, doctor Zarkov.

Tony bajó la mirada a su copa vacía, volvió a levantar la cabeza.

—Pon el sonido —dijo.

—¿Qué?

—¡La televisión, narices! Sé buena chica. Conecta sonido televisión.

Tony estaba viendo una puerta en una pared de cemento. El letrero, pintado cuidadosamente con un grueso rotulador, decía: ATRIBÚYALO A LA EVOLUCIÓN EN ACCIÓN.

—Lo golpearon hasta matarlo en la parte baja de las escaleras —dijo la voz de Lunan—. La víctima no ha sido identificada, pero es un hecho probado que escribió la frase poco antes de morir. Nadie sabe el porqué, aunque parece ser la primera aparición de la frase.

La cámara efectuó una larga toma de un patético bulto en las escaleras del metro. Tony reconoció la vestimenta.

—Sé buena chica. Desconecta sonido televisión.

Los ojos de Tony continuaron fijos en la pantalla, y su rostro reflejaba pesadumbre.

—¿Qué pasa? —preguntó Delores.

—Ha muerto de todas formas. No se tiró desde el trampolín. Lo recogimos y lo dejamos en el metro. Salió en Flower Street y unos ladrones lo mataron. También a él. Maldita sea. La misma noche. Maldita sea.

—¿Tony?

—Liberaremos a Pres. De cualquier forma. ¿Sabes que la alcaldía ha enviado un telegrama a la Casa Blanca? Defensa civil. Podemos dar la alerta de emergencia y tendrán que evacuar la ciudad. Soltaremos a Pres en la confusión. Pero ¿qué le diremos? ¿Qué ha sido por mi culpa? Que yo cometí un error de diseño. Que no debía consentir que me convencieran para hacer muros lisos.

—Tony, no sé de qué estás hablando.

—Muros lisos. Esos muros lisos hacen que Todos Santos parezca una fortaleza. O una prisión. O una universidad. Debí hacer otra cosa. Formas distintas. La defensa habría sido igualmente fácil, porque en cualquier caso sólo hay que defender el nivel inferior. Una pirámide, quizás. Esos condenados saltadores no vendrían en tropel a una pirámide. ¿Para qué?

—Construye una pirámide y no dispondremos de zonas verdes —dijo Delores—. Recuerdo ese argumento. Tony, tú quisiste construir una pirámide.

—Sí. Debí pelear con más fuerza.

—¿Por qué? ¿Pretendes que Todos Santos sea una barrera para la Muerte?

Rand exhaló un prolongado suspiro.

—Quizá. Quizá sí. Pero contraté a un enterrador… no, no fui yo. Fue un detalle que olvidé. Barbara Churchward contrató a un enterrador un mes después de la inauguración. Lo financió.

Delores le había cogido por los hombros y estaba intentando sacudirlo.

—Las personas mueren, Tony. Mueren.

Tony se echó a reír.

—¿Sabes qué opinaría Pres? Diría que estoy pilotando una nave espacial en mi cabeza. Diría que me limité a planear un dispositivo para tirar los muertos por las esclusas.

—¿Liberaríamos a Pres con una alerta de la Defensa Civil?

—Ah… —Cada vez era más difícil pensar. En teoría, un café irlandés era la bebida perfecta para ese tipo de trabajo. Liberaba la imaginación y no dejaba dormir—. Creo que el resto de los Estados Unidos se irritaría mucho si hiciéramos eso. Además, ¿cómo íbamos a llegar a la cárcel con el tráfico embotellado? No, bórralo.

Delores lo examinó unos instantes. Después se acercó al teléfono para pedir más bebidas. Aguardaron, y Delores siguió contemplándole.

—No hay nada bajo mi manga —dijo Tony—. Estoy falto de ideas, Delores. Lo siento.

—No pretendía agotarte —repuso ella.

Tony hizo un gesto de indiferencia.

Llegaron las bebidas. Delores le pasó una, y probó la suya. Después se colocó detrás de Tony y empezó a dar masaje a sus hombros y cuello. Delores poseía manos fuertes.

—Estás agarrotado —dijo ella. Era agradable. La tensión de Tony se fundía bajo los dedos femeninos—. ¿Es por mi culpa?

—No.

—Tenemos que idear algo. Quizá no he debido poner tantas pegas. Tony, ¿y si te pido diez métodos para sacar a Pres de esa maldita cárcel, sin hacer comentarios?

—No es eso.

—Bueno, ¿qué pasa?

Los bordes de las manos de Delores tamborilearon sobre los músculos de Tony, de un modo casi cruel, pero muy agradable. El masaje hizo vibrar la voz de Tony.

—Mi esposa ha estado a punto de seducirme.

El ritmo se rompió.

—¿Qué has dicho?

—Mi exesposa. Fui a ver a Pres, pero la hora de visita era a las cuatro. Así que dije a Genevieve que pasaría por su casa para ver a mi hijo. Llegué allí y Zachary aún no había vuelto. No sé si ella piensa que soy un necio rematado, pero podría probarlo ante un tribunal.

—Quítate la camisa y túmbate de espaldas. En el suelo.

Tony obedeció. Delores se arrodilló encima de él y le frotó la parte baja de la espalda. El arquitecto extendió los brazos y suspiró.

—Apuesto lo que quieras a que impresioné a Djinn —dijo Tony—. No sólo salí del dormitorio, sino que además aguardé en la salita. Tomé café y estuvimos hablando hasta que llegó Zach. Pero creo que él notó cierta tensión. Tiene once años, y es inteligente. Sabe que algo va mal.

Delores deslizó los dedos a lo largo del omoplato y llegó a la base del cráneo, con las yemas hundidas en la carne.

—¿Qué quiere ella?

—Quiere venir a vivir aquí. Tendrá que pasar por encima de mi cadáver. Cuando yo estaba haciéndome rico y famoso con bastante rapidez, me dejó, se llevó a mi hijo y se quedó con el dinero. Ahora no hay sitio seguro para mí… ahhh… excepto el lugar que yo construí, y perdona mi natural egocentrismo.

—¿No quiere más dinero?

—¡Que no se atreva! En el divorcio tuvo un abogado muy listo. Argumentó que gracias a ella yo había cursado estudios de ingeniería y arquitectura, y que eso le daba derecho a un porcentaje de mis ingresos mientras yo viviera. Consiguió una especie de escala móvil aplicable a la pensión. Vive estupendamente bien. No trabaja. Bueno, a decir verdad Djinn forma parte de muchos comités cívicos y asociaciones parecidas. Flirteó con la Sahyt cuando empezamos a construir Todos Santos…

—No puedo creer que una simpatizante de los ecologistas quiera vivir aquí. —Delores frotó los músculos de los hombros, primero de arriba abajo, luego de abajo arriba.

—Ah, confía en ella. No estuvo mucho tiempo con aquella gentuza.

—Tony, hay algo que no tiene sentido…

—¿Qué es?

—Si Zach tiene once años… es el tiempo que llevas tú aquí.

—Exacto. Yo acabé la carrera de ingeniero y pensé en matricularme en arquitectura. A ella no le gustó. Quería dejar de trabajar, empezar a conocer más gente. Pero se resignó durante cierto tiempo, hasta que yo tuve la oportunidad de pasar un año en Arcosanti…

—No te pagaban bien —conjeturó Delores.

—No me pagaban nada. Tuve que pagar para ir allí. Paolo nunca tenía demasiado dinero. Así que Genevieve me dejó y pidió el divorcio. Mientras los trámites avanzaban lentamente, tuve la buena suerte de conseguir un empleo en el condado de Orange. Quizá te lo han contado. Yo era un novato allí cuando los veteranos de la empresa se fueron al otro mundo en un accidente de aviación. Logré convencer a los clientes de que yo era capaz de acabar el proyecto. Y lo hice. A Art Bonner le gustó el trabajo y habló con la dirección de Romulus… —Su voz iba debilitándose, dominada por el sueño, y Tony bostezó—. Una semana después de que el divorcio fuera definitivo, encontré a Genevieve en un cóctel, y una cosa llevó a la otra. —El arquitecto se agitó al recordar—. Teníamos muchos problemas, pero la incompatibilidad no era uno de ellos.

Delores siguió dejándole hablar mientras golpeaba su espalda.

—Zach ni siquiera es mío —dijo Tony—. Bueno, es mío. Los grupos sanguíneos concuerdan, y de todas formas basta mirarle para darse cuenta. Pero legalmente fue concebido fuera del matrimonio, y no tengo derecho a reclamar a mi hijo.

—Me sorprende que no volvieras a casarte.

—Delores, la mañana posterior a la concepción de Zach, un grupo de personas del Club Sierra se presentó en el apartamento de Djinn para celebrar una reunión de urgencia. La urgencia era Todos Santos. ¡Y el miserable presidente de la organización local tenía una llave del piso! Me fui despotricando, y no contesté una sola llamada telefónica. Zach tenía seis meses cuando me enteré de su existencia. ¡Hey, qué bien me siento! —Pero hablar de Djinn no me tranquiliza, pensó Tony. Caramba, ella ha estado a punto de engatusarme hoy mismo. ¿Seguirá siendo tan…? Oh, mierda.

—Quítate los pantalones.

Tony estiró el cuello para mirar por encima del hombro.

—No me digas que tengo tensas las piernas. O que…

No se preocupó en completar la frase. Delores se estaba quitando la chaqueta del pijama. Tony dio la vuelta.

—Espero recordar cómo se hace esto —dijo.

Delores no tenía un solo centímetro de palidez en la piel, ninguna marca dejada por un traje de baño. O tomaba el sol desnuda en la terraza, o no tomaba nunca el sol. Su piel era suave y cálida al tacto.

Delores rió en voz baja.

—¿Quieres rascarme la espalda?

Cualquier excusa es buena para tocarte, pensó el arquitecto. ¿Debo decirlo?

—Cualquier excusa es buena para tocarte —dijo, y con las yemas de los dedos describió grandes y sensuales círculos. A Djinn siempre le había gustado esta caricia. Santo cielo, vaya momento para recordar a Genevieve. Pero es la única mujer con la que he tenido intimidad. Intimidad como contrario de… ¿qué? ¿Esto es intimidad?

Hicieron el amor otra vez, y en esta ocasión fue mejor. Bien la primera vez, mejor la segunda… ¿Hasta cuándo podrían seguir así? Delores dejó a Tony tumbado de espaldas, probó su café irlandés y pidió otros dos al ver que estaban fríos.

Cuando aparecieron los cafés, la mesa emitió un sonido de campanas para anunciarlo. Tony se echó a reír y fue incapaz de contenerse. ¿Acaso a Todos Santos le complacía que Rand y Delores —el Mago de la Corte y el Custodio del Sello Real— estuvieran enamorados? Seguramente.

Bebió un poco de café, contempló la espalda de la mujer, y pensó que era maravilloso vivir.

—¿Dónde la conociste? —preguntó Delores en voz baja.

—En la clase de álgebra del décimo curso de… ¿Eh? ¿A quién te refieres?

—No importa.

El cielo tenía el tono grisáceo del amanecer. Habían terminado otra ronda de bebidas. Delores aún no había vuelto a mencionar a Preston Sanders, y Tony Rand no tenía sueño.

—Fijemos algunas normas —dijo el arquitecto—. Primera, queremos algo que nos permita la retirada. Segunda, no nos importa utilizar material de Todos Santos, si es preciso, siempre que podamos demostrar que lo habían robado. Tercera, comprometeremos al mínimo número de personas posible. Sólo intervendrán personas próximas a dirección.

Delores asintió. En ningún momento pareció sorprenderse de las palabras de Tony. Y entonces fue cuando el arquitecto se dio cuenta. Su aventura amorosa había empezado hacía varias horas, y continuaba por buen camino, pero se había originado en el instante en que Delores llegó a la conclusión de que Tony Rand debía librarse de su depresión… de algún modo.

Y esto sigue siendo un delito de conspiración.

Maldito Lunan. ¿Un mago residente? Cualquiera que hubiera visto el programa sabría quién había planeado la fuga de la cárcel. Aunque… ¿y si dejo de hacer planes ahora mismo? ¿Y si mantengo cerrada la boca?

Estaba en la cama, con las piernas cruzadas, mirándose los pies. No tenía que volverse. Sabía que Delores aguardaba, también con las piernas cruzadas, seria, a la espera.

Maldita sea, nadie puede ordenar a un genio que idee nuevos inventos. Nader lo intentó con General Motors. La empresa produjo un automóvil que no arrancaba si el cinturón de seguridad no estaba abrochado, y algunas veces ni siquiera así. Una mujer fue violada por cuatro hombres porque no tuvo tiempo para poner en marcha el coche y alejarse, y Djinn estuvo a punto de pasar por idéntica experiencia con un ladrón de bolsos; de no haber sido porque llevaba un aerosol para limpieza de inodoros… ¡puf!

Lo único que debo decir es que…

—Tengo parte de una respuesta —dijo, y ya se había comprometido. La luz del alba mostró la alegría de Delores, que estaba guapísima—. Debo comentarlo con alguien. Y debo conocer el lugar donde está Pres. Al milímetro. Mi problema es el siguiente: ¿tengo que comprometerte? Serías cómplice de la conspiración.

—¡Vamos, Tony! —Apoyó las manos en las de Tony—. Colaboro. ¿Qué haremos?

Tony se lo explicó. Delores empezó a reír, y él hizo lo mismo.