XI

Es más fácil para un hombre ser leal a su club que a su planeta; los reglamentos son más breves, y él conoce personalmente a los otros miembros.

E. B. White

CONSPIRACIONES

La pantalla de televisión Videobeam de Tony Rand cubría buena parte de una pared. Su tamaño permitía la contemplación de películas como 2001: Una odisea del espacio, cosa que sólo podía hacerse con muy escasos televisores. Tony jamás usaba el equipo para ver películas bélicas o conciertos de rock. Tales espectáculos resultaban excesivamente intimidantes en aquella enorme pantalla.

Tony estaba en la cama, con el panel de la cabecera levantado. El desproporcionado rostro que se cernía sobre él tenía un aspecto enjuto y codicioso, igual que Cassius.

—Lo que he encontrado —decía aquel rostro— es una sociedad feudal. Pero al hablar de feudalismo no me refiero a ballestas y armaduras. Todos Santos no es un lugar simplemente moderno, se halla a la vanguardia de la tecnología. Las fibras de carbono de esas paredes fueron precipitadas en un laboratorio orbital, y es imposible obtenerlas como no sea en caída libre. El mismo concepto arcología tan sólo tiene unas décadas de antigüedad. Cuando Paolo Soleri empezó a escribir sobre arcologías, la idea parecía ciencia ficción, a pesar de que Soleri era alumno de Frank Lloyd Wright.

Tony Rand inclinó la cabeza para mostrar su acuerdo. Cuando Paolo Soleri inició la construcción de Arcosanti, la maqueta de su nueva ciudad, en el desierto de Arizona, los periodistas quedaron intrigados… pero no tomaron muy en serio al arquitecto. Cuando no hubo duda de que Soleri estaba construyendo su ciudad, de que la obra avanzaba año tras año, muchos periodistas pensaron que Soleri era un simpático excéntrico, brillante pero loco. ¡Al menos así pensaba Genevieve! La decisión de Tony de pasar un verano trabajando gratis para Soleri («No puede tardar mucho en terminar, lleva veinte años trabajando, Djinn, es mi última oportunidad…») puso fin a su matrimonio…

—Todos Santos es moderno, indudablemente —continuó Lunan—. Corporación Romulus, constructora de la Caja, emprendió hace años la tarea de remolcar icebergs de la Antártida para suministrar agua a Los Angeles.

La pantalla, ocupada hasta entonces por Lunan, pasó a reflejar el puerto de Los Angeles, una toma panorámica del iceberg, un primer plano de varios esquiadores, una vista de Isla Catalina, arenosas playas, palmeras…

—Tal vez más que moderno —dijo Lunan—. Cientos de residentes de Todos Santos trabajan en Los Angeles sin salir jamás de su hogar. Dos residentes trabajan nada menos que en Houston, Texas, y otro gobierna máquinas que están en… ¡la Luna!

Cambió de nuevo la escena, y apareció un sonriente hombre de pelo oscuro, muy corpulento. Rand lo conocía, pero no logró recordar su nombre.

—El señor Armand Drinkwater —prosiguió la voz de Lunan— es un experto fresador…

—Mecánico experimental —corrigió Drinkwater. Su voz retumbaba.

—… de la empresa Konigsberg, dedicada a la fabricación de instrumental médico. Los instrumentos que utiliza este hombre no existían hace cinco años, Armand, tengo entendido que usted suele trabajar desnudo.

—Así es. Quizá sea una reacción exagerada, pero anteriormente debía vestir bata blanca y gorro para trabajar con el máximo de limpieza, y aquello me ponía enfermo. Las autopistas también me ponían enfermo.

—¿Y ahora?

—Sonrío mucho. Ah, ¿se refiere al horario de trabajo? Mi contrato dice que debo estar a las nueve en el trabajo. Perfecto. Me levanto a las nueve menos diez. Eso me da tiempo para tomar café. Harriet acostumbra a prepararme un bocadillo de huevo y tocino alrededor de las nueve y media, y me lo como mientras trabajo. Cuando salgo a comer, dispongo de una hora entera. Tomo baños de sol en la terraza. Acabo a las cinco, y estoy en casa a las cinco. Puedo tomar un trago si me apetece, y no precisamente para olvidar las penas del tráfico.

La imagen se fundió y dio paso a una toma de Drinkwater ante un tablero de mandos y una mesa de trabajo. Una serie de pantallas de televisión formaban una especie de herradura en los bordes de la mesa. En el centro había un par de gruesos guantes suspendidos de unos brazos articulados provistos de acoplamientos universales, algo parecido al instrumento típico de un dentista antiguo. De los guantes salían cables que estaban enchufados en el tablero.

—Por deferencia a nuestros videoespectadores, Armand se ha vestido para trabajar esta mañana —dijo la voz de Lunan.

Drinkwater, con un traje de baño oscuro que se confundía hasta ser imposible verlo, con la piel del operario, se puso los guantes. Sus manos ejecutaron precisos movimientos. Una forma compleja tomó forma en una de las pantallas que tenía delante.

—Fundamentalmente hago originales —dijo Drinkwater—. Pero esta pieza es el prototipo para una cadena de producción. Todo lo que hago queda grabado, y cuando la pieza quede bien, los ordenadores continuarán el proceso y fabricarán cien piezas como ésta, repitiendo los mismos movimientos que yo haga. Cobro derechos de patente.

Drinkwater cogió un micrómetro. Un instrumento similar apareció en la pantalla, y otra pantalla señaló diversas medidas. El operario mostró su satisfacción.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Lunan.

—Una bomba para una máquina corazón-pulmón —explicó Drinkwater—. Creo que este lote se exportará a África. —Los guantes se movieron ligeramente, y la figura que había en la pantalla giró—. Es un trabajo bastante delicado. Dudo que fuera capaz de hacerlo si tuviera que pasarme el día al volante para llegar al taller. —Sonrió—. Sé que no disfrutaría tanto.

La cámara volvió a ofrecer imágenes en directo. Lunan entrevistó a Drinkwater.

—Tengo entendido que le gusta estar aquí —dijo el periodista.

—No es que me guste. Adoro estar aquí.

Tony Rand sonrió. La escena varió.

—Conozcan a Rachael Lief —dijo Lunan—. La señorita Lief es conductora de bulldozer. —Lunan hizo una pausa para que sus palabras surtieran efecto—. Como ven, Rachael no tiene el aspecto de un típico conductor.

Y así era. Tony recordó la ocasión en que conoció a la mujer: más bien bajita, no especialmente guapa, de aspecto distinguido, menuda de cara y con unos penetrantes ojos negros. Pero su voz era tan agudamente chillona que todo el mundo temía oír ruido de vidrios rotos cuando hablaba.

—Además —dijo Lunan—, no todos los conductores de bulldozer trabajan en la Luna.

Las cámaras acompañaron a la mujer mientras entraba en otra sala, donde había una réplica de un enorme tractor oruga rodeada de pantallas de televisión. En una pantalla se veía a un astronauta que ocupaba el asiento del conductor y miraba con impaciencia a la cámara. Un desierto, casi desprovisto de color, se veía por detrás de su hombro izquierdo.

—Vaya horas de llegar —dijo el astronauta.

—Hemos tenido trabajo. —Rachael ocupó el asiento del conductor y asió los mandos—. Le relevo.

Hubo una pausa.

—Tenían trabajo, ya… Bueno, me doy por relevado. Gracias.

El bulldozer avanzó por la desnuda superficie lunar. Lunan alternó las imágenes: Lief moviendo los controles en Todos Santos, lo que la mujer veía en la pantalla de control, y una toma del televisor visto desde detrás de la operaria.

—Como ven —dijo la voz impersonal de Lunan—, el trabajo no es fácil. Cuando Rachael da una orden, transcurre un segundo hasta que la señal llega a la Luna, y otro segundo para que la información vuelva aquí. Un trabajo tan delicado exige un gran gasto en ordenadores, pero vale la pena. Conozcan al coronel Robert Boyd, comandante de la base lunar.

»Coronel Boyd, ¿es útil que los operarios de las máquinas estén en la Tierra?

—Por supuesto. Cuesta mucho mantener astronautas en la Luna. De este modo es como si tuviera aquí una dotación cuatro o cinco veces más numerosa, pero sin necesidad de alimento o dar oxígeno a los hombres.

—Aplicaciones de alta tecnología —dijo Lunan—. En Todos Santos abundan.

Las imágenes mostraron a otros residentes de Todos Santos: montadores electrónicos, personal de un complejo laboratorio químico, un hombre que hacía complicados esquemas mediante una mesa de dibujo controlada por ordenador, más operarios de waldo… A continuación aparecieron niños en el árbol del centro infantil, gente que jugaba en la azotea o nadaba en las piscinas…

—Hay otras cosas aparte de trabajo —dijo Lunan—. También se divierten mucho. Como hemos visto, el feudalismo industrial puede ser entretenido. ¿Pero por qué los residentes de Todos Santos están tan contentos? No puede ser únicamente porque se han librado del tráfico.

La cámara volvió a mostrar a Lunan, de pie ante una serie de pantallas de televisión que exhibían una asombrosa diversidad: gente repantigada en terrazas, gente que trabajaba, gente que andaba por los pasillos. Policías uniformados contemplaban las pantallas, algunos en indolentes posturas, otros observando atentamente los monitores.

—También la tecnología de seguridad es moderna en Todos Santos —comentó Lunan.

Tony Rand lanzó una maldición. ¡Fuera cual fuera la información de Lunan, aquello superaba su valor!

—¿Quién demonios le habrá dado permiso para…? —Tony observó las imágenes con más atención—. Hijo de puta. Es un montaje. Rematadamente bueno, eso sí. ¿Quién le habrá descrito la sala de seguridad? —Incluso estaba la gráfica donde anotaban las reacciones de los aspirantes a suicida.

—Los únicos lugares donde los residentes de Todos Santos no están sometidos a vigilancia total son sus apartamentos. Los guardianes poseen medios para espiar esos lugares, pero no lo hacen a menos que alguien lo solicite, o cuando hay sobradas razones para sospechar que un residente está en peligro —dijo Lunan. Drinkwater apareció de nuevo en pantalla.

»¿Le preocupa que la policía esté espiándole cuando se supone que no debe hacerlo?

—¿Por qué? —Drinkwater hizo un gesto de indiferencia—. A veces pienso en eso. Hacemos chistes sobre lo que pueden saber los guardianes, sobre lo que nos han visto hacer. Pero lo importante es que son nuestros guardianes. Nuestros amigos.

—Usted adora estar aquí —dijo Lunan—. ¿No le fastidia nunca tanta vigilancia?

—Lo que me fastidiaría mucho es que hubiera fallos en la vigilancia —contestó Drinkwater—. Esos cerdos de la Sahyt pusieron LSD en nuestra comida, hace algún tiempo. A cuatro residentes tuvieron que internarlos porque no podían dejar de reír. Si no hubiera sido por un camarero, que conocía los efectos y los convenció para que no tomaran más, habríamos perdido varios copropietarios.

—Usted acusa a la Sahyt. ¿Está seguro? —preguntó Lunan.

—¿Quién más podría ser? No dejan de dar la lata.

La imagen mostró las galerías comerciales, con la caseta de un guardián bien visible en primer plano.

—¿Siempre ha pensado lo mismo de la policía? —preguntó la voz de Lunan.

—¡Qué va! —Drinkwater se echó a reír—. Cuando yo era niño, mis padres me contaron ese rollo de que «el policía es tu mejor amigo», pero no me costó mucho averiguar que era una mentira. Uno se pone en plan amistoso con los polizontes, pero más que nada para convencerlos de que no te pongan una multa, ¿eh? No te gustan. Mire, supongamos que usted es un buen ciudadano. Nunca se ha metido en problemas. Sale de juerga con sus amigos, toma una copa de más y vuelve a su casa. No hay ningún accidente, pero usted no va muy recto, y los agentes le ven. ¿Qué ocurre?

—Me ponen una multa…

—Usted no tartamudea. Pero le detienen —dijo Drinkwater—. Aquí, no. Aquí la policía trabaja para nosotros. Si estoy borracho como una cuba y me pierdo, los guardianes me acompañan hasta mi apartamento.

Una atractiva joven apareció a la derecha de la pantalla. Se dirigía hacia la caseta del guardián.

—Grabamos estas imágenes ayer —dijo Lunan—. Conozcan a Cheryl Drinkwater, la hija de Armand. A diferencia de su padre, Cheryl creció en Todos Santos.

La joven sonrió con simpatía al guardián.

—Había quedado con mi padre, pero llegaré tarde —dijo Cheryl—. No sé dónde está.

Cheryl entregó su placa de identidad de Todos Santos. El guardián devolvió la sonrisa e inclinó la cabeza en señal de comprensión mientras introducía la placa en una ranura del tablero.

—El señor Drinkwater está en la zona reservada del nivel cuarenta —dijo el guardián—. ¿Quiere telefonear?

—No. —La sonrisa de Cheryl fue aún más amable—. Dígale que me retrasé una hora.

—Así lo haré. Buenas tardes.

La cámara se alejó rápidamente hasta enfocar a Thomas Lunan, que se hallaba de pie en una terraza muy distante, desde la que se divisaba la caleidoscópica zona comercial. Tanto Cheryl Drinkwater como el guardián eran puntos casi invisibles. A continuación apareció una calle de Los Angeles: varios coches policiales, desplegados alrededor de una casa; agentes con rifles, pistolas y escopetas, amparándose tras los vehículos mientras un oficial daba órdenes con el megáfono que llevaba en la mano. Las armas despidieron una lluvia de balas. La imagen se desvaneció gradualmente. Un avión comercial secuestrado. Escenas de John F. Kennedy en la plaza Dealy. Reagan saliendo del Hilton de Washington, y finalmente un agente federal armado con una ametralladora. A continuación un montaje de diversas escenas de enfrentamientos entre policía y civiles. Viviendas robadas, asaltos, atracos a mano armada. Por último la cámara se acercó a Todos Santos, pasó al interior, y volvió a enfocar a Thomas Lunan.

—No hemos sido justos, por supuesto —dijo Lunan—. Los encuentros con la policía fuera de Todos Santos no siempre son desagradables, y en la Caja se han producido asesinatos. El año pasado un hombre mató a su esposa y a dos niños con un cuchillo de cocina.

Claro, pensó Tony. Pero Marlene Higgins sobrevivió el tiempo suficiente para apretar el botón de alarma, y los guardianes lograron salvar al tercer hijo del matrimonio, que se había escondido en un armario.

Pero aquellos chicos con las cajas de arena… ¿cómo podía yo haber salvado a aquellos chicos?, se preguntó Tony. Y Pres… La juez Norton había dado a conocer su decisión después de la presentación de las pruebas, con más prisas de las esperadas. Preston Sanders sería enjuiciado por asesinato. Maldita, pensó Tony. Dos veces maldita…

Tony se levantó para coger una cerveza de la nevera. Cuando regresó, Lunan estaba disertando.

—Las sociedades feudales siempre son complejas: todos sus miembros tienen derechos, pero pocos tienen los mismos. Ni siquiera se simula igualdad, ni de derechos ni de obligaciones y responsabilidades.

»No obstante hay fidelidad por ambas partes. El residente de Todos Santos debe, y así se le exige, ser fiel. Pero a cambio, Todos Santos ofrece protección. Los contables de Todos Santos negocian los impuestos sobre la renta en provecho de la Caja. Diversos comités analizan los artículos de consumo…

Naturalmente, pensó Tony Rand. Todavía me enfurezco cuando pienso en aquellas toallas de papel. Excelente calidad, pero con las perforaciones tan separadas que usabas dos cuando una era suficiente. Y yo no logré recordar la marca hasta que el comité de evaluación les puso la etiqueta «robo»…

—La fidelidad tiende a ser personal en Todos Santos —dijo Lunan.

La imagen se desvaneció y apareció el despacho de Art Bonner. El periodista comentó apasionadamente los lujos que Todos Santos concedía a su director general. Armand Drinkwater intervino de nuevo.

—Armand, ¿envidia la posición del señor Bonner?

—¿Qué dice, hombre? ¡No! Sólo tengo un jefe. El señor Bonner trabaja para todos.

—Fidelidad y protección —dijo Lunan—. Los vínculos del Juramento de Fidelidad son mutuos. La tendencia en los Estados Unidos ha sido cortar todos los vínculos; y por eso los individuos están solos. El ciudadano contra la burocracia, contra «ellos», pero no hay una cabeza visible y nadie es capaz de definir quiénes son «ellos». En Todos Santos, «ellos» es Art Bonner, y si a usted no le gusta su labor, tiene la posibilidad de comunicárselo.

Nueva escena: el Comedor Común. Varios residentes rodeaban a Art Bonner, pero Tony había reparado en los bajos techos, que aún parecía más bajos vistos en el televisor. Deberían ser más altos, maldita sea…

Sonó el teléfono. El aparato de Tony bajaba el volumen del televisor en cuanto alguien lo descolgaba.

—Rand…

—Art Bonner. ¿Te ha llamado sir George Reedy?

—No. Ojalá fuera así, quería hablar con él.

—Le he preparado un recorrido por Seguridad y por las plantas de energía. Tony, si te ruega que le acompañes por esas zonas, excúsate como puedas, por favor.

—De acuerdo. ¿Por qué?

—Caramba, Tony, ¿nos interesa que un forastero conozca nuestras defensas?

¿Sir George Reedy, un espía de la Sahyt? Es ridículo. Aunque también los paranoicos tienen enemigos.

—Muy bien, Art. ¿Algo más?

—Sí. ¿Has…? —Bonner se interrumpió, calló para meditar. Muy raro. Art jamás hacía esas cosas—. Ya conoces la decisión del tribunal.

—Naturalmente.

—¿Has visto el reportaje de Lunan?

—Sí…

—Me ha hecho pensar —dijo Bonner—. Nunca había imaginado este lugar como una sociedad feudal, pero es posible que Lunan tenga razón. Tony, no hemos cumplido nuestras promesas. No con Sanders.

Tony no dijo nada.

—Y es hora de cumplirlas —continuó Bonner—. Tony, no creo que nuestros representantes legales obtengan la libertad de Pres. Johnny Shapiro me ha dicho hoy que la mejor táctica legal sería suplicar culpabilidad de un delito menor…

—Pres no lo aceptará —opinó Tony.

—Lo sé. Aunque lo aceptara, no puedo permitirlo. Y aun suponiendo que obtengamos un veredicto de inocencia, Pres habrá pagado un precio excesivo. Eso no es justicia.

—No, no lo es —dijo Tony—. Pero es la ley.

—Además es mala propaganda —comentó Bonner—. No me refiero en cuanto a beneficios. Me refiero al mensaje que transmite a cualquier persona que esté planeando otra incursión con bombas de verdad. Es preciso que el mundo sepa que sabemos cuidarnos. Bien. Quiero que idees un medio para sacar a Pres de la cárcel.

—¿Eh?

—Lo que oyes. Planea una fuga. No quiero que haya heridos, y no quiero que la policía de Los Angeles pueda demostrar que la fuga es obra nuestra. Pero no me importa que sepan que es obra nuestra.

—Art, has perdido el juicio…

—Tal vez —dijo Bonner—. Pero estudiar el problema no te hará ningún daño.

La comunicación se cortó. Algunas veces Bonner olvidaba decir que había terminado de hablar.

¡Oh, dioses!, pensó Tony. Fue a la cocina a buscar otra cerveza, lo pensó mejor, y llamó por teléfono para pedir un whisky. Cuando observó de nuevo la pantalla, vio su cara. Lunan estaba comentando algo sobre el «Mago de la Corte».

El Mago de la Corte. Tony no estaba seguro de que ello le complaciera. Llegó su bebida, y la acabó de un trago. Decidió no pedir más. Una fuga. ¿Estaba Bonner hablando en serio? Seguramente. Art sabía que Tony tenía mucho trabajo pendiente. Debía instalar un dispositivo de seguridad completamente nuevo. El ala en construcción, los diseños del proyecto de expansión…

Lunan seguía hablando de feudalismo. Se refirió a la mentalidad de cerco, y al aspecto de fortaleza que tenía la Caja. Interesante tema, y Tony lamentó no tener tiempo para pensar en él. Diversas ideas zumbaban en su cabeza. Fuga. Feudalismo. Si Lunan tenía razón, ¿hasta qué punto era culpable el diseño? Las corporaciones eran feudales, fueron inventadas en la época feudal. El Alcalde y la Corporation de Londres…

Y no había duda de que Todos Santos parecía una fortaleza. Igual que cualquier arcología. Sí, el Arcosanti de Paolo recordaba muy poco a una fortaleza, pero era únicamente la primera fase, el minúsculo centro de mesa que Soleri pudo completar. La maqueta completa de Arcosanti comprendía una inmensa ciudad circular de treinta niveles que rodeaba la parte ya construida, y aunque Soleri planeó la utilización de vidrio, estructuras al aire libre, contrafuertes y balcones, la obra habría tenido el aspecto de una fortaleza si se hubiera completado.

Naturalmente Soleri no completó la construcción. No quiso hacerlo, porque deseaba realizar el diseño envolvente, y no tuvo medios, no los suficientes para construirlo. Nunca hizo los planos definitivos. Pero Tony Rand, arquitecto e ingeniero, con la experiencia adquirida tras su colaboración con Soleri y la considerable fama que obtuvo al construir el nuevo edificio Imperial County, destinado al complejo gubernativo-universitario, no, pudo permitirse el lujo de aguardar a que los medios le llegaran. Tony construyó Todos Santos, y lo inauguró para su ocupación, y lo hizo con materiales auténticos, y con un presupuesto estricto que no permitía excesivos adornos.

Quizá, sólo quizá, pensó Tony, podía haber prescindido de esos muros verticales. Pero ¿cómo? Queríamos la máxima superficie de parques. Y siempre sin salirse del presupuesto. Y había que construir la arcología, con la mano de obra disponible y…

En cuanto a los habitantes de Los Angeles… ¿interpretaban como un rechazo los elevados muros, según Lunan señalaba? Con una forma distinta, tal vez no habrían muerto dos inocentes.

¿Y si no hubiéramos podido defender el lugar? Además, la Sahyt tampoco sentía demasiado afecto por Soleri.

Propaganda comercial. Tony sacudió la cabeza.

—Sé buena chica —dijo en voz alta.

PREPARADA —respondió el contralto de MILLIE—. HAY UN RECADO DE SIR GEORGE REEDY PARA USTED.

—Después. Háblame sobre CONSPIRACIÓN.

—¿CONTEXTO?

—Legal.

—CONSPIRACIÓN. DERECHO PENAL. UNIÓN O ALIANZA DE DOS O MÁS PERSONAS FORMADA CON EL PROPÓSITO DE PERPETRAR, MEDIANTE SU ESFUERZO SOLIDARIO, ALGÚN ACTO ILÍCITO O CRIMINAL, O ALGÚN ACTO INOCENTE EN SÍ MISMO, PERO QUE LLEGA A SER LEGAL CUANDO SE EJECUTA MEDIANTE LA ACCIÓN CONCERTADA DE LOS CONSPIRADORES, O CON EL PROPÓSITO DE EMPLEAR MEDIOS CRIMINALES O ILÍCITOS PARA LA EJECUCIÓN DE UN ACTO QUE POR SÍ MISMO NO ES LICITO.

»LA ESENCIA DE UNA CONSPIRACIÓN ES UN ACUERDO, Y AL MENOS UNA ACCIÓN PATENTE, PARA COMETER UN ACTO ILEGAL…

—Es suficiente. Gracias.

—A SU DISPOSICIÓN.

Bien, aún no hemos conspirado, pensó Tony. Todavía no. Pero…

Demonios, tengo que comentar esto con alguien. Hay un problema de seguridad… Alguien debería saber que Bonner me pide que planee una fuga de la cárcel. ¿Quién? La pega de ser un solitario es que estás solo…

Meditó un instante más, luego descolgó el teléfono. El sonido de la televisión descendió considerablemente. Tony marcó medio número, colgó, pensó de nuevo, marcó otra vez. El teléfono sonó seis veces, y ya estaba a punto de colgar cuando…

—¿Hola?

—¿Delores? Tony Rand.

—Hola, Tony. —Había una pregunta en la voz de Delores. ¿Qué diablos quería Tony?

—¿Has visto el programa de Lunan? —preguntó Tony.

—Una parte…

—Estupendo. Escucha, tu jefe se ha vuelto loco, y necesito hablar con alguien —dijo apresuradamente Tony. Suéltalo ya, pensó.

Hubo una larga pausa.

—Bueno. Tony, estoy chorreando, acabo de bañarme. Ven a verme dentro de veinte minutos, ¿de acuerdo? Hablaremos del asunto. Estoy segura de que el señor Bonner sabe lo que hace…

—Yo también pensaba así, hasta ahora.

—Oh, vamos. Bueno, ¿te preparo café o prefieres algo más fuerte?

—Gracias. Eh… las dos cosas. Café irlandés.

Una ligerísima pausa, en la que Rand comprendió repentinamente que el camarero enviaría un par de bebidas a la habitación de Delores. Y los guardianes sabrían que él estaba allí. No había intimidad en Todos Santos. Hacía años que Tony no reparaba en ello, pero el programa de Lunan…

—Ya está —dijo Delores, y colgó.

Veinte minutos.

—Sé buena chica y llámame dentro de un cuarto de hora —dijo Tony en voz alta, usando la variación de voz que MILLIE conocía.

—ESO ESTÁ HECHO, JEFE. TENGO RECADOS…

—Dámelos.

—DE SIR GEORGE REEDY. «ME GUSTARÍA VOLVER A VERLE PARA DISCUTIR DETALLES DE MI NUEVA ARCOLOGÍA. SÉ QUE ESTA OCUPADO DEBIDO A CIERTAS EMERGENCIAS. ¿TIENE TIEMPO PARA CENAR CONMIGO MAÑANA POR LA NOCHE?».

Rand frunció el entrecejo. Todo sucedía de repente… pero debía buscar la ocasión para pulsar el pensamiento de Reedy.

—Dile a sir George que a las seis en punto, en Schramm, si le parece. Exprésalo mejor.

—LO HARÉ.

—Gracias.

—A SU DISPOSICIÓN.

Lunan había introducido la cámara en su propia casa, en Santa Mónica. Era el reportaje más increíble que había visto Rand. Pero tenía lógica dentro del contexto general, porque Lunan hablaba de temor y de mentalidad de cerco. El periodista mostró excelentes cerraduras, un tocadiscos de mala calidad, visible desde una ventana, y otro equipo estereofónico oculto, y el lugar vulgar donde escondía su automóvil. Jesús, pensó Rand. Si era cierto que las cosas iban tan mal fuera, ¿por qué revelaba Lunan todos sus secretos? ¡Debe estar pensando cambiar de sitio mañana mismo!

¿Y Zach? Mi hijo está creciendo ahí, en lugar de aquí, que es donde le corresponde. ¿Y Genevieve? ¿Merece eso? Oh, demonios…

Lunan estaba otra vez con los Drinkwater.

—No comprendo cómo pueden vivir así —estaba diciendo Cheryl—. Nadie puede vivir así.

Nueva imagen de Los Angeles, donde una mujer opinaba:

—No comprendo cómo pueden vivir así. Sabiendo que siempre te están vigilando… Sí, voy de compras a Todos Santos…

Aparecieron las galerías comerciales del edificio-ciudad, una cinta deslizante rápida, otro calidoscopio; niños con una cuerda de papel higiénico (Tony sonrió, porque le hacían esa broma al menos dos veces al año); y de nuevo Cheryl, riendo.

—No, claro que no. Nadie se agacha. Bueno, los de Los Angeles sí…

No está mal, pensó Tony. No está nada mal. Se vistió velozmente, esforzándose en hacer caso omiso del nudo que tenía en el estómago. Quería hablar, demonios. Pero sus glándulas le decían que deseaba algo más, y quizá… quizás él…

—… mentalidad de cerco —estaba diciendo Lunan—. Todos Santos siempre se ha considerado separado de Los Angeles. Aunque no todo el mundo opina así…

Corte para dar entrada a Barbara Churchward, ataviada con elegante vestido hecho a medida y un llamativo pañuelo de seda en el cuello, irradiando feminidad y eficacia.

—Buena parte de nuestros préstamos para el desarrollo van a manos de forasteros —dijo Barbara—. Naturalmente, el objeto mayoritario de estos préstamos es permitir a esos forasteros que vengan aquí. Pero, sí, dependemos mucho de Los Angeles en cuanto a productos y servicios que sería absurdo fabricar o prestar aquí. —Hizo una pausa, como si pensara. El público supondría que estaba pensando. ¿Y Lunan?—. Por ejemplo: recientemente, un laboratorio de Todos Santos precisó en el curso de una semana hojas de plexiglás, varios tamaños de argollas, tres tipos distintos de brocas, cola de silicona, tubos de vidrio, una batería de elementos secos, cable aislado, tres lentes, dos espejos muy pulidos… Podría continuar, pero creo que ya me comprenden. Sólo una gran ciudad puede tener esos materiales en existencia y allí es fácil obtenerlos.

—De manera que dependen de Los Angeles —dijo Lunan. Churchward sonrió.

—Digamos que gastamos mucho dinero en Los Angeles, seguramente más dinero del que la mayoría de habitantes de Los Angeles piensa. Podríamos recibir los productos de otra ciudad. Pero preferimos no hacerlo.

Barbara siguió hablando, pero Tony no prestó atención. Veinte minutos, había dicho Delores. Y la espera era ardua. ¿Sería útil una ducha fría? Maldita sea…

—… y últimamente hay cierto malhumor —dijo Lunan—. Simbolizado por una frase que parece haber calado hondo en Todos Santos. —La cámara enfocó un letrero pegado en la puerta de un ascensor—. «ATRIBÚYALO A LA EVOLUCIÓN EN ACCIÓN».

»Puesto que en Todos Santos nada sucede sin la aprobación, al menos tácita, de Bonner y los suyos —dijo Lunan—, podemos suponer que la dirección de Todos Santos está de acuerdo con este sentimiento. No he podido descubrir el origen de la frase…

¡Por todos los dioses!, pensó Tony. La he visto pegada en algunos sitios. Lunan le da apariencia universal, pero no es así, no es así. Demonios, ¿cuándo fue la primera vez que la oí? En alguna parte. La noche que Pres tuvo que matar a esos chicos… Sí, aquella noche, pero no en aquel momento; antes. El saltador. ¡Yo lo dije! ¿Cómo habrá llegado al público?

ESTOY LLAMANDOLEEEEEEEE —trinó MILLIE—. LAS DIEZ Y CUARTO DE LA NOCHE.

—Gracias, preciosa —dijo Tony—. Sé buena chica.

—PREPARADA.

—Rand en 234, nivel 28 —dijo Tony.

—¿POR CUANTO TIEMPO, JEFE?

—Por tiempo indefinido —contestó Tony, y notó que el estómago volvía a encogérsele. Ah, demonios.