V

Por consiguiente debemos conquistar, ya que nuestra causa es justa…

Francis Scott Key

DECISIONES SUPERIORES

Tony Rand no sabía qué hacer. Habría películas, bien en los cines o en su televisor… o podía leer algunos artículos técnicos de los muchos que llenaban su desordenado espacio de trabajo… Pero no tenía sueño ni se sentía con ganas de trabajar.

Le habría gustado ver como se desarrollaba la reunión de Art Bonner y sir George, pero Art le había llamado estorbo con suma claridad. Negocios. Muy bien. Art no era ingeniero, aunque solucionaba problemas para que el trabajo real de Todos Santos pudiera proseguir. Tony continuaba molesto.

Marcó su nivel, el 100, y se agarró para resistir la aceleración. Había ascensores lentos y rápidos; con el tiempo se aprendía a distinguirlos. Art encuestaba regularmente a los residentes. A algunos les fastidiaba tener que esperar un ascensor, otros odiaban las aceleraciones. No fue difícil cambiar las velocidades para complacer a los usuarios.

Hummm. Delores había parecido alegrarse al verle la última vez que visitó a Bonner en su despacho. Ella estaría levantada, era temprano. ¿Por qué no le hacía una visita? Pero ¿con qué excusa? ¡Maldita sea! ¿Por qué no sé dar conversación a las chicas? Ni siquiera con mujeres conocidas, como Delores, podía cambiar el tipo de relación, de laboral a social. ¿Tenían el mismo problema otros hombres?

Rand llegó a la conclusión de que quizá Delores no quisiera verle, puesto que era tarde y no estaban citados. ¿Qué mujer podía recibirle a aquellas horas?

Genevieve. Genevieve se alegraría…

Tony se enamoró de ella hacía tiempo. Y seguía enamorado cuando ella se fue. Para ser sincero, él no había sido un buen marido. Demasiado concentrado en el trabajo, irritable cuando le interrumpía, poco deseoso de salir con ella, brusco con sus amistades; y además se alegraba cuando ella decidía no acompañarle a las asambleas, alegando aburrimiento.

Hubo muchas señales de peligro. Tony lo comprendía ahora, al rememorar el último año de su matrimonio; pero entonces no vio las señales.

Si las hubiera visto, pensó. Si hubiera reparado en el descontento de Djinn, habría hecho algo. Lo habría intentado. Intentado… ¿qué?

Se pondrá contenta si la llamo. La invitaré a visitarme. Que venga con Zach y se quede varios días. Le gustará estar aquí, y además se sentía satisfecha cuando se interesaban por ella, caramba. ¿Sigo enamorado de Djinn?

El ascensor se detuvo en el piso de Rand. Pensar en su vacío apartamento le era desagradable; muy desagradable. Tony sacó su estuche electrónico de bolsillo —calculadora, teléfono, terminal de ordenador, despertador y calendario; un invento que Tony pensaba comercializar en cuanto tuviera tiempo para perfeccionarlo— y lo enchufó en un panel situado cerca de la cabina del ascensor.

El teléfono de Genevieve sonó veinte veces y no hubo respuesta.

¿Y ahora qué? El apartamento seguía vacío. Maldita sea, tenía que haber alguien que se alegrara de verle…

Sanders. Pres estaría de guardia, y un poco de compañía no le vendría mal. A Pres no le gustaba estar por las noches en el despacho de las preocupaciones. Rand entró de nuevo en el ascensor y apretó el botón del nivel de Operación.

Los saltos de los esquiadores volvían a ocupar la pantalla en el despacho de Preston Sanders.

—Buenas noches —dijo Tony—. ¿Por qué no te dedicas a ver las reposiciones del programa de Mary Tyler Moore? ¿O al menos a las noticias?

—Veo las noticias —contestó Sanders—. Y generalmente hago algún trabajo cuando estoy de guardia en el despacho de las preocupaciones.

—Esta noche hay calma —dijo Rand—. Ah, se ha producido algún problema en el suministro de agua en 44-oeste. ¿Por qué no avisas a Mantenimiento?

Sanders se echó a reír.

—Resolví ese problema hace una hora. ¿Cómo ha ido tu cena? ¿Alguna conclusión sobre injertos y genios?

—No he resuelto nada. La mejor forma de averiguarlo sería que yo mismo tuviera un injerto.

—Claro. Mañana mismo.

Un estridente sonido frustró la conversación. Una luz roja destelló sobre la pantalla y el esquiador desapareció en pleno salto, siendo sustituido por un guardián, un capitán de pelirroja barba.

—Intruso en zona C 18-norte.

Tony se quedó unos instantes sin respiración. ¿Ladrones en el edificio?

Sanders examinó automáticamente la maqueta holográfica. Tony Rand no se preocupó. El ala norte estaba incompleta en gran parte: no había nada excepto vigas maestras y armazones, y los delgados paneles que habían sido levantados para guardar las apariencias y en provecho del control ambiental. Pero dos importantes conductos de hidrógeno y el metro de Santa Barbara entraban casi al nivel del suelo en el ala norte.

Un punto rojo brilló intermitentemente en la maqueta holográfica. El nivel 18, y precisamente en la zona inacabada.

—Imagen —ordenó Sanders.

—Ahora mismo, señor —dijo el guardián. La pantalla volvió a fluctuar antes de mostrar una sombría figura en un angosto pasadizo—. Él no sabrá que lo hemos localizado.

Rand se acercó al otro lado del escritorio para mirar por encima del hombro de Sanders, con cuidado para no molestarle. No había luz suficiente para captar detalles.

—Siga así un momento, Fleming. ¿Qué es lo que lleva? —preguntó Sanders.

—No puedo distinguirlo —contestó el capitán Fleming—. No tenemos historial de ese hombre. Debe tener una placa, o no estaría ahí.

—Y se deshizo de la placa antes de entrar en esa zona. Perfectamente —dijo Sanders.

Rand notó que gotas de sudor aparecían en su frente, y un frío nudo empezó a formarse bajo su cinturón. No se trataba de un niño extraviado. Y si él mismo percibía la tensión, ¿cómo se sentiría Sanders? El hombre negro parecía estar bastante tranquilo.

—¿Un jovencito que ha salido a divertirse? —sugirió Rand.

—Tal vez —murmuró Sanders. Siguió observando la pantalla—. Pero no es probable. No en esa zona. Siga así, Fleming. ¿Ha enviado hombres al lugar?

—Sí, señor.

—Quizá deberías llamar a Bonner —sugirió Rand. La sugerencia fue respondida con una mirada furiosa.

—Art está tomando una copa con el canadiense —dijo Sanders—. ¿Temes que yo no sea capaz de enfrentarme a la situación?

—Tú sabrás —protestó Tony—. ¿Era eso lo que estaba pensando?

—Otros dos —anunció Fleming, excitado—. Dos intrusos, Acceso 9. Disponen de algún dispositivo de interferencia. No sé de qué tipo, pero no podemos determinar la localización exacta.

—¿Interferencia? —gritó Rand—. ¿Cómo diablos pueden…? —Guardó silencio mientras trataba frenéticamente de recordar los detalles del sistema de seguridad. ¿El acceso 9? ¡Era un importante túnel de entrada de hidrógeno!

Una brillante franja apareció bruscamente en la maqueta: la indeterminada localización de dos intrusos, a gran profundidad. El conjunto de tuberías del suroeste, paralelas al túnel, aparecía como una serie de gruesas líneas de color púrpura.

—Un plan lógico —dijo nerviosamente Pres—. Zonas opuestas. Pretenden llegar a los conductos de entrada de hidrógeno. Es nuestro punto más débil. ¡Necesitamos imágenes de esos nuevos fantasmas!

—Sí, señor —dijo Fleming en la pantalla—. Estamos intentándolo. Podría enviar hombres al túnel…

—Y alarmar a los intrusos. No lo haga. —Miró desesperadamente a Rand—. Cristo, si tienen explosivos el daño será espantoso.

Lo único que podía hacer Tony era contestar que sí…

—¡Pres! Mis robots R-2. Tengo uno cerca del túnel 9. Es posible que no sospechen de un robot…

—Tal vez valga la pena intentarlo —repuso Sanders, sumido en sus pensamientos—. Usa ese tablero para activarlo, pero no hagas nada más sin comunicármelo. Y ahora déjame pensar.

—Sí, Pres.

Tony se acercó a la consola de mandos. No iba a ser fácil dirigir a los robots desde un tablero corriente. Tony solía usar palancas y guantes con sensores especiales, y otros mecanismos, pero los más cercanos estaban en su despacho… y cuando llegara allí podía ser demasiado tarde.

Sanders tomó una decisión. Apretó otro botón del tablero.

—Corten el hidrógeno en esos conductos. Todos los conductos próximos al túnel 9, y también los conductos del ala norte. MILLIE, ¿qué representará eso?

RECURRIREMOS A ENERGÍA ACUMULADA. NINGUNA PÉRDIDA ESENCIAL DE POTENCIA DURANTE 17 MINUTOS. AL CABO DE 14 MINUTOS DEBEREMOS INICIAR CORTES ESCALONADOS PARA HACER FRENTE A INEVITABLES PÉRDIDAS DE ENERGÍA. ¿DESEA MÁS DETALLES? —La voz de contralto leía impasible letras de imprenta; o al menos así era como lo imaginaba Rand.

Cortes de corriente significaría…

—Nada de cortes escalonados —dijo Sanders—. Ejecuta la orden anterior y usa energía acumulada.

—HECHO.

—¡No basta! —dijo Rand—. Necesitamos los…

—Tony, calla —ordenó Sanders—. Fleming, ¿está seguro de que hay algo que de un modo deliberado obstruye los detectores? ¿No es un accidente?

—Es muy probable, señor.

—¿MILLIE?

—PROBABILIDAD INSIGNIFICANTE.

Sanders miró a Rand.

—¿Tony?

Rand hizo un gesto de incomprensión.

—No sé cómo lo han hecho, pero me es imposible imaginar que eso se deba a un accidente. —Señaló la borrosa franja del holograma—. Deberíamos tener localizados a los intrusos con una precisión de un decímetro.

—En estos momentos tengo imagen en infrarrojos —dijo Fleming—. Túnel 9.

La pantalla mostró la difusa sombra de dos figuras, ambas con algo pesado en las manos. Las caras hinchadas parecían como hocicos de cerdo.

—Caretas antigás —dijo tristemente Sanders—. MILLIE, ¿coinciden las imágenes con algo que tengas en la memoria?

—PROBABILIDAD DE CARETA ANTIGÁS O DE SIMULACIÓN DELIBERADA DE CARETA ANTIGÁS, 76 POR CIENTO. MASCARA DE OXÍGENO, PROBABILIDAD 21 POR CIENTO. SI SE TRATA DE MÁSCARAS DE OXÍGENO, LOS DEPÓSITOS SON MUY PEQUEÑOS.

—¿Simulación? ¿Qué probabilidad hay de eso? —inquirió Sanders.

—DATOS INSUFICIENTES.

—Jesús. Tony, mete allí a ese condenado robot. Deprisa.

—Imposible, Pres. Lo que usan para interferir los detectores perturba el enlace con el R-2. No puedo ayudarte, ni siquiera un poco.

Finalmente había sucedido. Preston Sanders siempre supo que sucedería. Por esa razón aborrecía el despacho de las preocupaciones. Sentarse allí significaba, de un modo invariable, tener que adoptar decisiones políticas; ninguna otra cosa recibiría la persona que estuviera al mando. Era algo muy duro.

Y acababa de presentarse el gran problema mientras él se hallaba de guardia.

Tengo treinta segundos para temblar. ¿Debo llamar al jefe? Tardará el mismo tiempo, como mínimo, en despabilarse. Quizá debí haberlo llamado antes. Lo habría hecho si Tony no lo hubiera sugerido. ¡Ah, narices…!

¿Y si Art no está sobrio? El hombre de Los Angeles se ha ido, pero el canadiense sigue aquí…

Una de las sombras del túnel se inclinó. Tal vez para atarse los zapatos. Quizá para hacer estallar una bomba que destrozara los conductos. Sanders tomó una decisión.

—Medida extrema. Túnel 9 —dijo con sosegada voz—. Sin limitaciones. No es un simulacro. Actúen.

Su voz fue sosegada, pero el sudor goteaba en su mentón.

—Ahora nos ocuparemos del que hay en el ala norte —dijo Sanders—. Sitúen focos y tiradores. Lo que pueda llevar no parece muy pesado, no podrá hacer mucho daño. ¿Conforme?

—Conforme —dijo Fleming.

—Asegúrense de que no lleva nada para perforar los conductos. Y de que no lleva bombas. Luego atrapen a ese hijo de puta. Cójanlo vivo, y sin barullo.

—Roger, señor Sanders.

El capitán Fleming desapareció de la pantalla, y Preston Sanders se hundió en el sillón.

Art Bonner tomó la última copa en compañía de sir George Reedy y dejó al canadiense en la sala de invitados. El corredor del perímetro estaba oscuro y desierto cuando Art caminó renqueante hacia un solitario apartamento, pero no prestó atención al detalle.

Estuvo a punto de entrar en el ascensor que podía llevarlo al apartamento de Delores. Pero… no. Ella había dejado muy claro que todo había terminado, por muy importante que hubiera sido. Ella se alegraría de verle, aunque… ¿para qué?

¿Qué es lo que quiero?, se preguntó Art. Que el apartamento no esté vacío cuando yo llegue. Y eso es imposible. ¿Quién desearía vivir con un hombre cuyo horario depende del funcionamiento de una ciudad… y que además adora esa situación? Fue un milagro que Grace estuviera cinco años en mi compañía.

En realidad… Delores se alegrará de verme. Hablaremos del programa de la próxima semana, ella preparará té y…

No es correcto. Ella debe tener amigos íntimos. Podría estar con uno en estos momentos.

Averiguarlo no representaría, literalmente, ningún esfuerzo. Sólo tenía que formular la pregunta. ¿Por qué no? Pero…

Un sonido que subía y bajaba de tono se abrió paso en su cabeza. No podía decirse que fuera un sonido; el receptor implantado estaba conectado directamente al nervio auditivo, y Art notaba la diferencia con un auténtico sonido. Porque en primer lugar, no había vibración. Pero el ruido era tan fuerte que le sobresaltaba pese a las muchas veces que lo había oído.

¿MILLIE?, pensó.

ALERTA INTRUSOS. UN INTRUSO EN ALA NORTE NIVEL 18 CORREDOR 128 ZONA C. INTRUSO APARENTEMENTE DESARMADO Y SIN OBJETOS DE TAMAÑO CONSIDERABLE. DOS INTRUSOS CON EQUIPO PARA INTERFERIR VIGILANCIA, CARETAS ANTIGÁS Y OTRO MATERIAL PESADO DE ALCANCE Y NATURALEZA DESCONOCIDOS EN ACCESO TÚNEL NUEVE. IMPOSIBLE DETERMINAR LOCALIZACIÓN.

Nueva información fluyó en la cabeza de Bonner: todo lo que MILLIE sabía sobre la situación, estimación de probabilidades del ordenador, posibles consecuencias de explosiones en las zonas invadidas… Todo se presentó con tanta rapidez que Bonner apenas logró concentrarse.

—Dios mío —dijo Bonner en voz baja. Se dirigió hacia la parte rápida de la cinta deslizante.

¿Lo sabe Sanders?

AFIRMATIVO.

Él está al mando.

RECIBIDO.

Bonner se dirigía instintivamente hacia el Centro de Operación. ¿Y qué hago cuando llegue?, se preguntó. He dejado al mando a Pres. Pensará que no confío en él si me presento y tomo el mando. Pres no ha pedido ayuda.

Y además existe el pequeño problema del coñac. ¿Estoy capacitado para tomar decisiones?

SANDERS HA DECIDIDO ACTUAR CON GASES LETALES EN ACCESO 9, le comunicó MILLIE.

—¡Dios Todopoderoso! —murmuró Bonner. Sólo disponía de unos segundos para oponerse, suponiendo que fuera a hacerlo. Y carecía de información suficiente. Pres es un muchacho excelente, pensó Art. Otra parte de su mente respondió: «Será mejor que lo demuestre, caramba». Bonner caminó rápidamente sobre la cinta. Era una tontería, sólo iba a llegar unos segundos antes al despacho de control, pero lo hizo.

GAS INTRODUCIDO EN ACCESO NUEVE. SEGURIDAD MARCHA AL ENCUENTRO DEL INTRUSO EN ZONA ALA NORTE.

Bien. Punto final.

Ya había pasado junto a su apartamento, no muy lejos del ascensor que llevaba al piso superior. Una ubicación absurda, pensó Bonner. Los administradores debían estar cerca de sus apartamentos o en algún lugar del centro del edificio. Pero los diseñadores pensaron de otro modo. ¿Qué estaba sucediéndole a Pres?

Se dispuso a dejar la cinta rápida. Un ascensor le aguardaba, lógicamente, y había dos hombres uniformados junto a la entrada. Los de seguridad estarían ocupando tranquilamente sus posiciones en Todos Santos, en previsión de que el ataque no se limitara a tres intrusos en zonas inhabitadas. También mantenimiento, técnicos y bomberos estarían en alerta. Si los conductos de hidrógeno se averiaban, aunque no se produjera un solo incendio, Todos Santos iría inmovilizándose hasta la parálisis total. El funcionamiento de la ciudad exigía energía. Naturalmente menos energía que la necesaria si los habitantes estuvieran esparcidos en cientos de miles de edificios, pero aun así se precisaba mucha.

Abandonó la última cinta deslizante, saludó con la mano a los guardianes y entró en el ascensor, encogiéndose mientras ascendía. ¿Cómo estaría reaccionando Pres? ¡Ha matado a dos personas! El ascensor se detuvo y Art corrió hacia el despacho de Preston Sanders, cargando el peso en la pierna buena.

Tony Rand contemplaba admirado al hombre negro. ¿Cómo puede mantener esa condenada calma?, se preguntó.

Quizá no está tranquilo. Fuma demasiado… ¿Le he visto fumar otras veces? Siempre se queja de que no vaciamos los ceniceros, y el suyo está casi lleno.

Tony se acercó a la estantería y se sirvió un coñac, que bebió de un trago, y casi se echó a reír al darse cuenta de lo absurdo de sus pensamientos: había recordado de repente que por la tarde había mezclado con el café el excelente coñac de Sanders. Y ahora estaba bebiéndolo como medicina.

—¿Un coñac?

—Sigo la guardia —dijo Sanders—. Fleming, ¿qué novedades hay respecto al intruso del ala norte?

—Nos ha visto. Se ha escondido.

—Gracias.

—Quizá deberías llamar ahora a Bonner —dijo Rand.

MILLIE ya le ha informado —repuso Sanders distraídamente—. Son órdenes obligadas cuando pasa algo de esta magnitud. Estará aquí dentro de un momento. —Señaló el holograma, con una estrella azul que ascendía rápidamente hacia la sección de operación—. Yo iría con cuidado con ese coñac. Art querrá que asistas a la conferencia.

Dos muertos, pensó Rand. ¿Por qué diablos habían interferido la vigilancia?

Llegó Art Bonner. Comprendió todo con una sola mirada; sus ojos sólo se detuvieron momentáneamente en el repleto cenicero.

—¿Situación? —preguntó.

—Ya la conoces —dijo Sanders—. He gaseado el nueve. Varios hombres con equipo apropiado van a entrar a inspeccionar. Y…

INTRUSO CAPTURADO —anunció MILLIE. Usó el canal de audio para hablar a todos los presentes.

Fleming apareció en la pantalla.

—Lo hemos cogido.

Se formó otra imagen: un joven de poco más de veinte años, con el cabello largo por detrás y recortado sobre las patillas y la frente y escasa barba; vestía tejanos y chaqueta de algodón.

—Ningún arma —informó Fleming—. Lo hemos sometido a fluoroscopia. Nada. Y la sección médica afirma que no está drogado. Ha intentado simular que estaba flotando, pero lo hemos convencido de que no somos tontos.

—Puede haber sido un error —dijo Sanders—. El señor Bonner está aquí. ¿Toma el mando, señor Bonner?

—Le relevo, señor Sanders. Haga venir a Delores, ¿quiere? Y a Sandra. Necesitaré dormir un poco esta noche, y usted también. Fleming, traiga aquí al intruso.

—Sí, señor. —Las imágenes desaparecieron.

Bonner puso la mano en el hombro de Sanders.

—Tranquilízate.

Sanders se esforzó en sonreír. No lo consiguió.

—Los he matado, Art. A los dos. A sangre fría.

—Ya. Tony, sirve un trago a Pres.

—Sucedió con tanta rapidez. En menos de un minuto. Art, ¿qué pasará si no llevaban nada? Como ese muchacho, sin armas, sin defensa. ¿Y si únicamente pretendían darnos un susto? ¡No han tenido una sola oportunidad!

Tony Rand se acercó con un coñac.

—Si pretendían asustarnos, lo han hecho muy bien —dijo—. Toma.

Bonner inclinó la cabeza en señal de aprobación.

—Tomaste la decisión correcta. La misma que yo habría tomado. ¿Y si el temor tenía fundamento? ¿Y si portaban bombas para hacer estallar los conductos de hidrógeno? El hidrógeno habría salido despedido con un gran silbido. Una hoguera enorme, en medio del parque.

—Ojalá no hubiera sido yo.

—Has sido tú. Y yo te apoyaré completamente.

—No me preocupa Zurich. Ni la policía de Los Angeles. Me preocupa lo que he hecho.

—Comprendo.

El muchacho sonreía. Ése fue el primer detalle que observó Tony Rand cuando el teniente Blake entró con él en el despacho de Sanders: una sonrisa amplia, de triunfo.

—Tenemos identificado al chico —dijo Blake.

—Claro. Soy Alian Thompson —dijo el joven. Su voz era agradable y parecía pertenecer a una persona instruida—. Mi padre es agente inmobiliario en Hollywood. ¿Dónde están los demás?

—¿Los demás? —preguntó Bonner.

—Venga, hombre —dijo Thompson. Seguía sonriente—. Ya deben haberlos cogido… —Se encogió de hombros—. O quizá no. —Eso pareció divertirle aún más.

Preston Sanders no había tocado su coñac, y miraba fijamente al joven. Con tristeza.

La sonrisa del joven enfadó a Tony Rand.

—¿Qué te divierte tanto? —preguntó.

Bonner levantó la mano en señal de advertencia. Rand enmudeció.

—Hemos encontrado una placa de visitante muy importante junto al agujero de acceso de la parte inacabada —informó Blake—. Pertenece a un tal Roland Thompson, cliente estimado de diversos lugares.

—Claro, es la placa de mi padre —dijo Alian Thompson—. Bueno, llámenlo y díganle que el hijo pródigo vuelve a estar en apuros.

—Por favor, Alian, siéntese —dijo Bonner, con toda la tranquilidad que pudo—. Y explíquenos por qué a estas horas de la noche estaba arrastrándose por un pasadizo a cien metros de profundidad.

—Para divertirme, hombre. —Thompson estaba comportándose como un visitante importante—. Nos pusimos a pensar y dijimos, ¡vaya, siempre hablan del sistema de seguridad de Todos Santos! Vamos a demostrarles que no es tan bueno como piensan…

—¿Nos pusimos? —dijo Bonner—. ¿Quiénes son los otros?

Thompson sonrió débilmente.

—¡Así que aún no los han cogido! Qué suerte. Bueno, será mejor que hable, porque está haciéndose muy tarde y seguir aquí es un fastidio. No creo que me suelten hasta coger a los otros. Hay dos, Diana y Jimmy, y se quedaron en ese ridículo túnel de entrada.

Se escuchó un brusco silbido; Preston Sanders había contenido la respiración. El teniente Blake estaba muy serio.

—¡Hey! ¿Qué ocurre? —preguntó Thompson—. ¡Escuchen, ellos no quieren hacer nada malo!

—Alian, ¿llevaban alguna cosa sus amigos? ¿Equipo especial o algo similar? —inquirió Bonner con naturalidad. Le resultó difícil eliminar la tensión de su voz.

Tony Rand se inclinó hacia adelante para escuchar mejor. Sentía el mismo terror que Bonner, pero también deseaba saber una cosa: ¿cómo lo habían hecho?

—Oh, algunas cajas llenas de arena. Con la palabra «dinamita» pintada encima, ¿saben? Sólo para asustar. Y Jimmy, Jim Planchet, es un genio de la electrónica. Hizo algo que estaba seguro iba a ser un puñetazo para el material de detección…

—¿Qué? ¿Cómo funciona? —preguntó Rand.

—Caramba, no entiendo de electrónica —dijo Thompson—. Pero debe haber dado resultado, puesto que aún no los han cogido.

Art Bonner había adoptado la postura característica indicativa de que hablaba con MILLIE mediante su injerto. Su semblante tenía un aspecto… extraño. Rand se levantó y se puso detrás del escritorio para poder ver la pantalla que Sanders observaba. ¿Qué había averiguado Bonner?

En la pantalla se leía:

JIM PLANCHET. IDENTIFICACIÓN.

JAMES PLANCHET, CONCEJAL DE LOS ANGELES, TIENE UN HIJO DE VEINTE AÑOS, JAMES EVERETT.

—¡Santo cielo! —dijo involuntariamente Tony.

—¿Qué? —Alian Thompson volvió el rostro hacia Rand—. ¿Ha dicho algo?

—No —contestó Bonner—. ¿Quién es Diana?

—Diana Lauder. Una especie de novia de Jimmy, ¿comprende? Se aloja en el mismo dormitorio que nosotros.

—Comprendo. Bien, espero que los dispositivos automáticos no hayan causado daño a sus amigos —dijo tranquilamente Bonner—. Teniente, por favor, lleve al señor Thompson a Central de Seguridad. De momento no podemos dejarle en libertad. Alian. Lo que han hecho es totalmente ilegal, ¿lo sabía?

—Que no está permitido, querrá decir. Ilegal es una palabra absurda —dijo Thompson—. No pretendíamos hacer nada malo. Incluso podíamos hacerles un favor. Supongan que hubiéramos estado realmente dispuestos a atacarles. La idea no fue mía, de todas formas. El padre de Jimmy no dejaba de renegar de este lugar y… Algo va mal, ¿verdad? —La sonrisa desapareció de su cara—. ¡Dios! ¿No les habrá pasado algo, eh? Oiga, señor, ellos no pretendían hacer nada malo. ¡No tenían armas, no tenían nada! No les han hecho nada, ¿eh? ¡Dios, el concejal Planchet me matará si le pasa algo a Jimmy!

—Así que la idea fue suya —dijo suavemente Bonner.

¿Cómo puede estar tan tranquilo?, se extrañó Rand. Y Pres no hace más que mirar el coñac…

—Lléveselo, Blake —ordenó Bonner—. Hablaremos con más tarde.

—¡Hey, espere un momento! ¿Qué han hecho con Jimmy y Diana? ¡Suéltame, maldito polizonte alquilado! ¿Qué es que han hecho, guarros? No pueden tratarme así…

La puerta se cerró en cuanto salieron el guardián y el agitado joven. No hay remedio, pensó Art Bonner.

—Chicos que estaban jugando —dijo Sanders—. ¡No quiero creerlo! Cajas llenas de arena. Art, esos jóvenes están más muertos que… ¡Están muertos! ¡Yo los he matado, y eran unos críos!

—Sí, pero serénate. Has actuado correctamente, teniendo en cuenta lo que sabías. ¿Y si hubieran sido miembros de la Sahyt provistos de una bomba?

Sanders continuó sentado, inmóvil, mirando fijamente una pared que no veía.

—Vamos, Pres, no hay problema —dijo Rand—. Escucha, esa gente ha hecho todo lo posible para hacerte creer que pertenecían a la Sahyt, ¿no es cierto? Yo llegué a pensarlo, mientras observaba por encima de tu hombro. ¿Qué otra cosa podías hacer?

Sección médica. Envía alguien aquí para que atienda al señor Sanders, pensó Bonner.

RECIBIDO.

Y di a Sandra que me releve. Para todo excepto para esto. No quiero que me moleste con tonterías.

SANDRA WYATT ESTA ENTRANDO EN SU DESPACHO.

Comunícale que está al mando en cuanto se siente.

—El médico puede poner una inyección a Pres para ayudarle a pasar la noche. ¿Pero qué demonios haremos mañana?

El hijo de un concejal de Los Angeles y su amiga. Planchet… ¡Jesús, por qué tenía que ser él! Habla mal de nosotros, pero en realidad no es un enemigo. No era un enemigo. Lo será a partir de ahora.

¿Podríamos mantenerlo en secreto? No. Thompson sabía dónde estaban los otros. Otras personas podrían enterarse. Quizá no. Un involuntario pensamiento se arrastró en la parte más oscura de la mente de Bonner. Lo siento, muchacho, pero sabes demasiado… Bonner rechazó la idea.

Ponme con Legal. Saca de la cama a Johny Shapiro, ahora mismo, y dile que venga a mi despacho.

RECIBIDO.

¿Situación?

GRUPO DE SEGURIDAD AÚN NO PREPARADO PARA ENTRAR.

CASI COMPLETAMENTE ELIMINADOS LOS ELEMENTOS DE INTOXICACIÓN.

ESTIMACIÓN: DIEZ MINUTOS PARA PODER ENTRAR.

Tendremos que esperar.

Rand observaba, muy impaciente. Bonner daba órdenes y recibía informes mediante su injerto, pero Tony no se enteraba de nada. ¡Art debería tener la cortesía de usar la pantalla de televisión!

—¿Qué ocurre?

—Están extrayendo los restos de gas neurotóxico —dijo Bonner—. No hay tanta urgencia como para introducir guardianes con equipo protector. No hasta que las condiciones sean más seguras. ¿No opinas igual?

—No. He intentado introducir un robot, pero el enlace sigue perturbado.

—¿Por qué demonios no inventáis algo mejor que el gas neurotóxico? Algo que tumbe instantáneamente a un hombre pero sin matarlo.

—Tarea difícil —contestó Rand—. Ya tenemos algo así, pero es preciso que sea respirado. Esos chicos llevaban caretas antigás. Si quieres algo que actúe por contacto con la piel y que tumbe a la gente antes de que se den cuenta de lo que sucede, lo único que hay son gases bélicos. Creo.

—Ésta es la ruta que han debido seguir —dijo Bonner.

Una línea muy fina recorrió el holograma. Otra pantalla mostró lo que habría visto alguien que hubiera seguido ese recorrido. En dos ocasiones apareció el severo anuncio:

IF YOU GO THROUGH THIS DOOR YOU WILL DIE

SI CRUZA ESTA PUERTA MORIRÁ

—No somos muy sutiles —dijo Rand—. Y había buenas cerraduras en esas puertas. Si hubiéramos puesto algo más, ni siquiera nosotros habríamos podido cruzarlas. Aunque si yo…

—¿Tú también? —le interrumpió Bonner muy irritado—. Escucha esto. Tomamos precauciones. Sin escatimar gastos. ¡Maldita sea, no estamos obligados a reformar el edificio para evitar que genios de pacotilla se hagan daño! ¿Cómo se supone que debemos reaccionar? ¿Debemos sentarnos tranquilamente mientras un rebaño de miserables bastardos tirotea a nuestra policía, envenena a los residentes, quema la ciudad, deja sin trabajo a nuestra gente…? ¿No tenemos derecho a responder?

—Sí —repuso Tony. Pero seguía preguntándose si no habría podido hacer algo más. Un proyecto más a prueba de locos. Aunque esos chicos eran cualquier cosa menos locos.

Entró un joven médico residente y puso una inyección a Preston Sanders. Posteriormente, un grupo de seguridad extrajo los cadáveres de Jimmy Planchet, de veinte años, y Diana Lauder, de diecinueve. No llevaban nada peligroso; únicamente bombas de imitación con llamativos dibujos infantiles, un maletín con un complejo dispositivo electrónico que Rand ansió estudiar, y máscaras conectadas a equipo de submarinista.

No llevaban ningún arma.