La costumbre nos adapta a todo.
Edmund Burke
UN PASEO POR EL TERMITERO
El vestíbulo de llegada daba acceso a una sala repleta de ascensores.
—Las Dependencias de la Dirección están abajo —explicó Stevens a sir George—. Podemos ir directamente, o echar una rápida ojeada a este hormiguero antes de que le asignen un guía.
—Creía que nos estaban esperando.
—No se preocupe por eso. Bonner tiene muchas cosas para entretenerse, y sabe con exactitud dónde nos encontramos.
—¿De verdad? Entonces debe haber un medio para seguir el rastro de estas placas.
Stevens asintió.
—Daremos una vuelta por los corredores exteriores. No sería correcto llevarle directamente a las galerías comerciales.
—¿Por qué no?
—Hay demasiadas cosas que ver. Hay todos los tipos de tiendas del mundo, y el lugar está bastante atestado.
Reedy manifestó su extrañeza.
—Si es tan grande, ¿por qué está atestado? Es imposible que aquí haya tanta gente como para…
—No se trata de los residentes —dijo Stevens. Su rostro había cobrado una expresión de acritud. Es gente de Los Angeles. Muchos vienen de compras aquí. Y la verdad, no los culpo. Es un sitio muy adecuado. Todas las tiendas en el mismo lugar, y existe una red de metro para transportar a los compradores. Pero el dinero entra y jamás vuelve a salir. O al menos no vuelve a Los Angeles.
—Pero… —Reedy se quedó con la boca abierta al notar que el suelo descendía bajo sus pies—. Caramba, esto ha sido brusco. —Observó que el indicador de nivel destellaba rápidamente—. Supongo que le es imposible controlar a la gente, evitar que vengan aquí.
—¿Cómo? —inquirió Stevens—. Lo intentamos una vez. Los tribunales no aceptaron la ordenanza municipal… y en cualquier caso los electores la habrían rechazado igualmente. Pero, de cualquier forma Todos Santos es la propietaria de la red de metro. Este lugar es el centro… y es más fácil ir de San Pedro al valle de San Fernando pasando por aquí que conduciendo. Es mucho más fácil que coger el autobús.
La puerta del ascensor se abrió a un amplio pasillo.
—Estamos en el nivel 15 —dijo Stevens—. Pequeña industria, fundamentalmente. Montajes electrónicos, operarios de waldo…
—¿Operarios de waldo?
—Exacto. —Stevens tenía el mismo aspecto que si se estuviera comiendo un ratón vivo—. Es el método más reciente que usa Todos Santos para llevarse el dinero de Los Angeles. Hay escasez de mecánicos expertos. Muchos desean vivir en Todos Santos, aunque aquí no hay suficientes puestos de trabajo. De forma que viven aquí, y trabajan aquí… los tornos y las fresadoras están fuera, en Los Angeles, y son controlados mediante televisión y una conexión teléfono-ordenador. El nombre técnico es «sistemas teleoperados».
Stevens se acercó a una plataforma móvil para peatones.
—Tenga cuidado al poner los pies. —Subieron a la plataforma deslizante, de color negro—. Ésta es más lenta que otras. Si se desea ir al otro lado del edificio, hay que dirigirse a otro piso y coger una cinta más rápida.
El techo era alto, y una serie de puertas cerradas marcaban las entradas a las habitaciones del corredor. A infrecuentes intervalos podía verse el exterior durante una fracción de segundo. Había macetas con plantas a lo largo de algunas paredes, pero jamás se tenía la ilusión de estar en otro lugar que no fuera un edificio.
—¿Todos Santos construyó el metro de Los Angeles? —preguntó Ready.
—Sí. Tienen el capital preciso. Dinero salido del petróleo de Oriente Medio y canalizado a través de Zurich. Y también el equipo, grandes máquinas perforadoras semiautomáticas. En realidad, están excavando un nuevo túnel bajo mi despacho del ayuntamiento. Con el material que tienen, pueden excavar y gastar sólo el 10 por ciento de lo que nos costaría a nosotros.
El lado interno del corredor era otra jungla: pulcros letreros en las puertas anunciaban tiendas de aparatos electrónicos, servicios de reparación, diversas industrias de poca monta, intercaladas entre pequeños establecimientos de venta al público. De vez en cuando, aparecía una serie de puertas inutilizadas, todas con un solo letrero; Westinghouse, Teledyne, International Security Systems, Oerlikon y Barclay-Yamashito Ltd. eran los rótulos de mayor importancia.
Los visitantes llegaron a una hilera de ascensores.
—Bien, ahora que ya ha visto la parte vulgar, está listo para las galerías comerciales —dijo Stevens—. Es una visita obligada.
El ascensor descendió como si fuera una caja de caudales que caía. Stevens observó la expresión de Reedy cuando las puertas se abrieron.
Naturalmente Reedy sabía qué iba a ver. Como casi todos los visitantes. Y sin embargo, a todos les costaba unos instantes explicarse lo que tenían ante sus ojos.
Se hallaban ante un extenso pasillo que se extendía en diagonal a lo largo de la planta baja de Todos Santos. La galería tenía casi cinco kilómetros de longitud. Las cintas deslizantes que había en el centro eran una confusión de figuras humanas que avanzaban y retrocedían, aunque estaban inmóviles. Las líneas se encontraban en el infinito. Había aceras a ambos lados de las cintas, y la gente paseaba por ellas, miraba escaparates, entraba y salía en las tiendas y se congregaba para sostener animadas discusiones en lugares en que obstruían el paso de otros compradores. Ringleras de balcones se elevaban muy por encima de la gente. Los residentes iban de un lado a otro en los balcones o pasaban el tiempo contemplando las galerías. Ascensores con paredes de vidrio se aferraban a las paredes y se desplazaban a velocidades increíbles. Espacios gigantescos, muros y un techo que abarcaba todo el conjunto: ésos eran los detalles que confundían la mente. Pero la auténtica conmoción surgía al ver que todos aquellos compradores tomaban la situación tan a la ligera. Stevens contuvo la risa.
—Repítase que usted es capaz de acostumbrarse a todo.
Stevens fue el primero en salir del ascensor. Un enorme letrero decía: PROPIEDAD PRIVADA. LA AUTORIZACIÓN PARA CIRCULAR ES REVOCABLE EN CUALQUIER MOMENTO.
—¿Y eso significa…? —preguntó sir George.
—Exactamente lo que dice —respondió Stevens.
Siguieron observando unos instantes, y entonces Mac llevó a sir George hasta la cinta deslizante. Sir George parecía estar acostumbrado a este medio de transporte, que existía en numerosos centros comerciales y aeropuertos, si bien con menos perfección que en Todos Santos.
La cinta externa era muy amplia y tenía asientos. Un grupo de cintas mucho más estrechas la separaba de otra provista con asientos que estaba situada en el centro. La velocidad de las cintas aumentaba progresivamente hasta llegar a la más interior, que alcanzaba los cincuenta kilómetros por hora. Los dos hombres fueron cambiando de posición hasta llegar a la cinta más rápida, y tomaron asiento junto al biombo transparente que se desplazaba con la plataforma.
Las líneas paralelas convergían a lo lejos, en el punto de fuga. Una ciudad de mediano tamaño estaba suspendida sobre las cabezas de los visitantes. Mac lo sabía, pero nunca lo había sentido. Nunca allí, en aquella tremenda… habitación.
A través del plexiglás, vieron la fluctuación de caras y multicolores atuendos de los pasajeros que avanzaban en dirección opuesta, una confusión de humanidad. Ambos lados de la barrera estaban bordeados de tiendas, todas haciendo rápidas ventas. Reedy reparó en una sucursal de Dream Masters, la cadena de galerías de arte fantástico. Pasaron rápidamente junto a un pasillo lateral que ascendía hacia otro nivel, con más aceras y zonas de conversación. Nuevos cambios de nivel; balcones que colgaban sobre la misma cinta deslizante, y más tiendas.
Las tiendas no seguían una norma concreta, aunque los rótulos… Reedy se quedó extrañado. ¿Qué detalle raro había en los rótulos de las tiendas?
—¿Lo ha visto? La Corporación permite la publicidad —dijo Mac Stevens—, pero regulan el tamaño de los anuncios, y tienen un comité de estética que fija las normas. Si algo causa desagrado a Art Bonner, seguramente será declarado antiestético.
Establecimientos de artículos deportivos, útiles de escritorio, ropa, bicicletas, restaurantes, bancos, electrónica, música, librerías… La gente entraba y salía desordenadamente. Las construcciones tenían aspecto frágil: no estaban hechas para resistir los elementos. Sir George sonrió ante la repentina e incongruente visión de un estanco, aparentemente construido de ladrillo y con el sólido aspecto de una pirámide maya.
—¿Qué hace la gente con sus compras? —preguntó Reedy—. Nadie lleva paquetes.
—Seguridad —dijo Stevens—. Los visitantes las reciben después. Bien en el lugar de salida, o bien en sus hogares, directamente. Tampoco los residentes suelen llevar muchos bultos encima. A los guardianes no les gusta ese detalle.
—Creía que los norteamericanos tenían una larga tradición de no hacer caso alguno a la policía —dijo Reedy.
—Por supuesto. Pero los residentes de Todos Santos son diferentes. No he dicho que los guardianes les prohíban a los residentes llevar bultos. Pero no les gusta, así de sencillo, Y los residentes no importunan deliberadamente a los guardianes. Prefieren cooperar.
Habían llegado a la esquina opuesta del edificio. Stevens fue pasando a las cintas lentas hasta llegar al corredor.
—No todo el mundo lleva placas —dijo Reedy—. En realidad, ni siquiera la mitad las lleva.
Stevens asintió y condujo al canadiense hacia el extremo la diagonal. Una serie de salidas canalizaba el tráfico. Los dos hombres siguieron avanzando.
—Si no tuviéramos placas de visita sin limitaciones, nos habrían detenido allí mismo —explicó Stevens—. Las galerías están en una zona abierta al público. Se permite la entrada de prácticamente cualquier persona. Lo único que vigilan los guardianes es la entrada de conocidos criminales y terroristas. —Apretó los labios—. Con su rápido sistema de transporte anulan mucha actividad en la ciudad.
Stevens indicó un largo pasillo.
—El sector este del perímetro donde están situadas las galerías comerciales, está casi todo dedicado a apartamentos. Su vista al exterior lo hace apto para viviendas.
—¿En su totalidad? Parece un diseño muy pobre…
—No, no en su totalidad. Hay una mezcolanza, como en todas partes. Salas de fiestas, restaurantes, clubs privados, incluso algunas tiendas selectas. Naturalmente, cualquier comercio situado fuera de las galerías sólo atrae clientes de Todos Santos, con la excepción de los favorecidos con tarjetas de visitante permanente.
—Es extraño —dijo Ready—. Pensaba que no querían visitantes. ¿Por qué hay tantas restricciones?
—Oh, hay motivos.
Stevens señaló una puerta. Al aproximarse, la puerta se abrió. Un guardián de uniforme rojo y azul montaba guardia al otro lado. El agente a sueldo sonrió amablemente mientras los dos hombres pasaban junto a él y se dirigían hacia otro grupo de ascensores.
Cerca de cincuenta personas aguardaban ante los ascensores. Todas tenían placas, y muy pocas mostraban la brillante etiqueta de VISITANTE. Reedy observó las placas y miró a la gente, sin decir nada. Era imposible clasificarlas. Si se elegía al azar una cincuentena de ciudadanos de alguna ciudad importante, se llegaba a idéntica variedad de características. Entonces ¿por qué aquello parecía una reunión de primos lejanos? Reedy no se atrevió a opinar.
El ascensor subió velozmente y dejó a los dos hombres ante otra cinta deslizante. Se hallaban en la periferia externa, y pasaron junto a diversos apartamentos, zonas abiertas que llevaban a plataformas exteriores. Era evidente que se trataba de una zona opulenta.
—Lo reconozco —dijo sir George—. No he logrado descubrirlo. ¿Qué caracteriza a esta gente? ¿Su uniformidad? No visten de un modo tan estridente como podría esperarse de habitantes de California del sur, tal vez sea simplemente eso.
Stevens sonrió burlonamente.
—Termitas. ¿No? Bien, admito que yo tampoco conozco a esta gente, no del todo. Pero ¿no ha notado el silencio que había entre ellos, incluso en las galerías?
—Caramba, es verdad. No había un ruido tan intenso como yo esperaba. ¿Alguna norma, quizá?
—La costumbre. Las costumbres tienen mucha fuerza aquí. A propósito, no me sorprendería que algún policía de la compañía nos estuviera escuchando a través de las placas.
Sir George contempló su placa como si acabara de descubrir una araña venenosa.
—¿Toleran esto los residentes?
Stevens hizo un gesto de indiferencia.
—Las placas de los residentes son distintas. O eso les dicen. Pero, sir George, los residentes desean vigilancia. Es otra costumbre. La tradición de Ley y Orden es muy fuerte aquí. Una especie de mentalidad de cerco…
—¿Paranoia?
—Oh, tienen sus motivos. También los paranoicos tienen enemigos —dijo Stevens—. Por aquí, vamos hacia la salida que hay más allá. ¿Está al corriente de la situación? La Sahyt, la Sociedad de Amigos del Hombre y de la Tierra, insiste en cometer actos de sabotaje contra Todos Santos. Sin contar con otros rencorosos grupos. Y simples gangsters dispuestos a la extorsión. Bombas fétidas. Nidos de avispas. Normalmente ese tipo de cosas, aunque a veces los terroristas cometen actos francamente horribles, como la granada que mató a diez personas en la arcología del Crown Center de Kansas. —Stevens se encogió de hombres en expresión de impotencia—. La policía de Los Angeles no ha tenido mucha suerte para atrapar a esa gente, y por eso la Compañía posee su policía privada.
—¿Y eso no es hacer el juego a los terroristas? —inquirió Reedy—. Un objetivo del terror es provocar una reacción. Empeorar tanto la situación que la gente dé su beneplácito a cualquier cambio…
—Cualquier cambio que los proteja —dijo Stevens.
El recorrido finalizó en otra plaza de ascensores, y los dos hombres ascendieron hasta el Pasillo Ejecutivo. Al salir del ascensor se encontraron rodeados de gruesas alfombras y paneles de terciopelo. Sir George pensó que se había perdido.
Todos los residentes de Todos Santos habían pasado por ese instante de susto, con la única excepción de los niños y de Tony Rand. Es fácil perderse en las calles de una ciudad, pero perderse en Todos Santos era similar a estar desorientado en las cavernas de Carlsbad. ¡Estar perdido en tres dimensiones, en un laberinto de casi tres kilómetros cúbicos!
El momento pasó. No importaba que sir George hubiera seguido una senda increíblemente tortuosa. Tenía guías, no estaba atrapado. Pero siempre tenía que sufrir momentos como aquél.
MacLean Stevens tenía treinta y cinco años, y aspecto atlético, mientras que Art Bonner tenía diez años más y andaba con una cojera que sufría desde su estancia en el ejército. El cabello de Stevens tenía un suave rubio tostado, y el de Bonner era oscuro y escaso, con una gran entrada que su peluquero estilista apenas lograba tapar. Ambos hombres eran altos, superaban el metro ochenta. Bonner medía un par de centímetros más y pesaba diez kilos más que Stevens.
Descritos así los dos hombres no tenían ninguna similitud. Sin embargo, quienes los conocían, e incluso visitantes que los veían casualmente, quedaban más impresionados por las similitudes que por las diferencias. No se trataba de detalles claramente definibles. Por supuesto que era imposible confundirlos. Pero ambos miraban a la gente del mismo modo, y los dos hablaban con el mismo tono: el tono de mando, el tono de un hombre tan acostumbrado a que le obedezcan que jamás levanta la voz o recurre a amenazas.
—Me alegra volverle a ver, Mac —estaba diciendo Bonner.
—Ha pasado bastante tiempo —respondió instintivamente Stevens—. Art, le presento al honorable sir George Reedy, subsecretario de Desarrollo Interno y Urbanismo del gobierno de Canada. Lamento que lleguemos un poco tarde, pero me he tomado la libertad de enseñar a sir George las galerías comerciales…
—Sí, ya lo sé —dijo Bonner—. Entren y siéntense, por favor. ¿Una copa? Tenemos casi cualquier cosa que les apetezca y muchas más que no les apetecerían.
—Tengo la impresión de que está alardeando —dijo Reedy, sonriendo abiertamente—. Pimm's Cup, si es tan amable.
—No faltaba más. ¿Mac? ¿Lo de siempre?
—Sí, por favor.
Bonner les indicó que se sentaran en sendos sillones de cuero y él cogió otro para completar el grupo, quedando el escritorio en segundo término. La iluminación del despacho sufrió un sutil ajuste para que sólo destacara la zona de la reunión.
Había un suave zumbido en la penumbra. Por lo demás, el despacho estaba en silencio.
—¡Vaya edificio que tiene! —dijo el canadiense—. Estoy muy impresionado. —Pero estaba nervioso. Demasiados detalles extraños en aquel lugar… y el instante de sentirse perdido seguía sin abandonarle.
—Gracias —dijo Bonner—. ¿Le gustaría verlo con más detalle? Se lo enseñaré.
Bonner señaló la pared y los motivos decorativos desaparecieron para dejar paso a un enorme corte transversal y tridimensional de Todos Santos. Diversos puntos de colores parecían arrastrarse sobre la imagen holográfica, que era totalmente esquemática, con los trazos excesivamente realistas del proyecto de un arquitecto. A continuación la pantalla mostró un montaje de imágenes en color, todas ellas confusiones de movimientos: tiendas, gente que avanzaba en una cinta deslizante, un aluvión de colores. Sir George concentró su atención.
—Caramba, es la ruta que hemos seguido para llegar aquí…
Bonner sonrió.
—Cierto. —El diagrama apareció de nuevo—. ¿Ve esos puntos que se mueven? Son miembros del personal cuyos pasos deseamos seguir. Las placas de identidad que tienen ustedes llevan la indicación VIP, lo que me ha permitido seguir su recorrido. No he prestado mucha atención, pero en cualquier caso el recorrido está grabado…
Se escuchó un zumbido ligeramente más fuerte.
—Aquí lo tenemos —dijo Bonner, que estaba divirtiéndose.
El sólido rectángulo negro de la mesita que había ante el grupo se abrió y dejó al descubierto tres vasos. Bonner levantó la bandeja.
—Pimm's Cup. Talisker. Y el Royal Gin Fizz de Mac. No sé cómo puede beber ese revoltijo. Salud.
Sir George se echó a reír, y los otros le imitaron.
—Muy logrado. Debo admitir que pensaba que usted había olvidado… —La sonrisa se convirtió en otro gesto distinto—. ¿A quién ha ordenado que nos escuche? —preguntó.
—A nadie —dijo Art—. Oh, perdóneme, sir George. Me gusta hacer estas cosas cuando se pide bebida y comida, pero créame, nadie nos está escuchando. He usado mi injerto para comunicar a MILLIE lo que deseábamos, y ella se ha ocupado de las bebidas.
—Comprendo. —Los ojos de sir George se concentraron en el vacío durante un momento.
Bonner sonrió.
—Inténtelo otra vez. Use su apellido como clave.
—Ah. Gracias.
—No hay de qué. Le he concedido autorización de acceso como visitante VIP. Mac, ¿ha hecho algún progreso para obtener un injerto?
—¿Cree que el ayuntamiento puede gastar un millón de dólares como si tal cosa? —preguntó Stevens—. Demonios, ni siquiera nos conceden autorización para pagar cinco horas extras a un experto sanitario. —Stevens miró recelosamente a sir George—. No sabía que usted pertenecía a la élite.
Reedy reflejó comprensión al mirar a Stevens.
—Lo cierto es que no lo merezco. Mi familia ayudó a la empresa PSYCHIC LTD. en cierta ocasión y la empresa devolvió el favor con esto. —Hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas—. Es un dispositivo muy útil, aunque un buen teclado portátil sería casi igualmente bueno para comunicarse con un ordenador.
Reedy y Bonner intercambiaron una mirada de entendimiento. El gesto dejaba aparte a MacLean Stevens. Era el tipo de mirada que dos hombres normales pueden dedicarse en presencia de un ciego.
—Bien, ¿qué le gustaría ver, sir George? —preguntó Bonner—. Tal como usted supone, estamos muy orgullosos de Todos Santos. He programado la cena un poco pronto, a las siete, pero hasta entonces disponemos de mucho tiempo. Ah, el señor Rand, nuestro ingeniero jefe, nos acompañará.
—¿Cenaremos en el Comedor Común? —inquirió Stevens.
—Había pensado en Schramm. Tienen la mejor comida húngara de la nación.
—Hum.
—Caramba, Mac, no pretendo ocultar nada —dijo Bonner. Sonrió maliciosamente—. Allí no hay bebidas alcohólicas, y la comida del Comedor Común no tiene nada de especial, aunque es abundante. ¿Anulo la cena en Schramm?
—En el Comedor Común de todos modos —dijo Reedy. Para él no había duda de que Stevens acababa de ganar un punto en cierto complicado juego.
Se produjo un embarazoso silencio, interrumpido finalmente por sir George.
—Como ya saben, tenemos en proyecto la construcción de unidades como ésta. Es preciso que creemos viviendas, y el gobierno se pregunta si no deberíamos hacerlo tan racionalmente como ustedes. Tengo entendido que aquí hay un cuarto de millón de personas.
—Algo así —dijo Bonner—. MILLIE podría informarle. Pero en ese caso Mac no se enteraría. —Bonner se concentró unos momentos, y en la pantalla mural hubo un flujo de palabras.
Total actual:243 782
Visitantes en las galerías:31 293
Visitantes con pases especiales:18 811
Trabajadores no residentes:114
Visitantes sin autorización:7
Detenidos:1
—¿Quién es el detenido? —preguntó Stevens.
Bonner pareció meditar un momento antes de responder.
—Un saltador. Está retenido en la central de seguridad. Lleva tres horas bajo arresto. Lo soltarán a medianoche si nadie tiene tiempo para hablar con él antes de esa hora. ¿Teme que mantengamos a uno de los suyos en vil cautiverio, Mac?
—No.
Otras palabras se arrastraron en la pantalla. ¿Cuántos residentes se alojan aquí?
Objetivo previsto:275 000
Residentes en la actualidad:247 453
Residentes en edificios anexos:976
—No llega a un cuarto de millón —dijo sir George.
Bonner asintió.
—En una superficie de nueve kilómetros cuadrados, o en cerca de veinticinco kilómetros cuadrados de construcciones y terrenos. Representa prácticamente la densidad de población más elevada jamás lograda en toda la Tierra. ¿Recuerda los estudios que se hicieron hace algunos años, y que demostraban que la gente apiñada en una pequeña superficie se vuelve loca? Aquí no parece que suceda eso.
MacLean Stevens se rió disimuladamente. Bonner le lanzó una amenazadora mirada… y sonrió.
—¿Dónde proyectan edificar, sir George? —preguntó.
—Hay diversas posibilidades. —Reedy se encogió de hombros—. Tenemos tanto terreno desaprovechado que…
—No dará resultado —murmuró Stevens.
Bonner no replicó, y él y Stevens intercambiaron significativas miradas.
Bonner se ríe de esto, pensó Reedy. ¿Por qué? Era de esperar que Stevens rechazara la idea, ¡Dios sabe cuánto aborrece este edificio! ¿Pensarán igual sus conciudadanos de Los Angeles? Pero ¿cuál es la broma que comparten?
Tres arcologías similares han constituido fracasos más o menos patentes. ¿Por qué Todos Santos parece una empresa tan próspera pese a estar apretujada entre los diez millones de enemigos de la superior Los Angeles?