De todos los hijos del emperador, Rhejed, de doce años, era el más travieso y el más turbulento.
Pasaba los días inventando mil juegos extraños, a veces tan extravagantes que ponían su vida en peligro.
El Behulifruen, teatro habitual de sus hazañas, le proporcionaba muchas ocasiones de satisfacer sus fogosas inclinaciones.
A veces el ágil negrito escalaba un árbol inmenso para recoger nidos en las ramas más elevadas; a veces, a pedradas, cazaba pájaros o cuadrúpedos, que también sabía atrapar por medio de ingeniosas trampas.
Un día, en el momento de desembocar en un estrecho claro, Rhejed percibió un roedor de pelo rojo, que parecía olfatear el aire como para escoger su camino.
El niño tenía en la mano una fuerte pértiga recientemente sacada de un matorral. Con un golpe de esta arma primitiva mató al roedor, que cayó de lado en medio del espacio descubierto.
Al acercarse, Rhejed notó una baba abundante que escapaba de la garganta del cadáver, exhalando un hedor especial, prodigiosamente fuerte. Asqueado por este espectáculo, atravesó el claro y siguió su camino.
Súbitamente oyó un violento batir de alas y vio, al volverse, un formidable pájaro de presa con largas patas de zancudo que, tras algunos giros concéntricos, caía bruscamente sobre el roedor.
Rhejed volvió sobre sus pasos con idea de matar al pájaro, que atacaba ya el cadáver a golpes de pico.
Queriendo herir con precisión la cabeza, especialmente vulnerable, se acercó suavemente de frente, cuando el pájaro bajaba el pico.
El niño, muy sorprendido, distinguió, sobre el pico, dos aberturas olfativas que, sin duda despertadas a la distancia por el olor de la extraña baba, habían advertido y después llevado al pájaro impaciente a gustar del prometido festín.
Siempre armado de su pértiga, Rhejed tomó impulso y golpeó en pleno occipucio al ave, que se abatió sin un grito.
Pero al examinar de más cerca su nueva víctima, el muchacho se sintió retenido en el suelo por un imán invisible.
Su pie derecho descansaba sobre una gran piedra chata, cubierta por la baba del roedor.
Esta sustancia, a medias seca, formaba una goma irresistiblemente poderosa, y Rhejed sólo logró soltar su pie a costa de violentos esfuerzos, generadores de rasguños profundos y crueles.
Temiendo pegarse de nuevo, el travieso, una vez libre, no pensó más que en alejarse vivamente del peligroso sitio.
Después de un momento, algunos débiles estremecimientos de alas le hicieron volver la cabeza, y percibió en el aire otra ave de la misma raza que, prevenida por el olor, cada vez más penetrante, se lanzaba con rapidez hacia la tentadora presa.
Rhejed concibió entonces un plan audaz, basado a la vez en las propiedades adhesivas de la sorprendente baba y en la turbación evidente que el olor exhalado por ella provocaba en el grupo de ciertas aves de poderosa envergadura.
Diferentes hierbas, recientemente removidas, le indicaron el último camino seguido por el roedor.
En un punto de este sendero, susceptible de ser seguido en poco tiempo por animales de diversa especie, Rhejed abrió un pequeño pozo, que cubrió totalmente con ligeras ramas.
Al día siguiente, encantado del éxito de su trampa, el niño retiró de la estrecha excavación, para llevar vivo en una jaula, un roedor con melena roja, en todo semejante al primero.
Obedeciendo a un sentimiento de emulación suscitado por los proyectos de Fogar, el aventurero Rhejed quiso participar en la función haciéndose llevar por los aires por uno de esos pájaros con olfato, abundantes en el Behulifruen.
El roedor muerto a último momento proporcionaría abundante baba, la que, atrayendo con sus emanaciones al ave requerida, serviría de rápido agente de una ingeniosa construcción aérea.
Esta última condición requería el empleo de un objeto chato, adecuado para recoger la goma animal que, simplemente derramada en el suelo, hubiera sido inutilizable.
Rhejed, explorando los restos del Lyncée, descubrió una liviana puerta de armario, muy adecuada a sus fines.
El niño sólo expuso en parte su proyecto, guardando para sí, por miedo de un infalible veto paterno, todo lo que se refería a su viaje por el azur.