Este día será inolvidable. He cambiado y quiero sellarlo. Voy a dejar la primera huella en mi piel. ¡Me haré un tatuaje!
Es algo que deseo desde hace mucho tiempo, pero lo he ido posponiendo por mi fobia a las agujas, pero eso ya está más que superado.
¿Qué me haré? Es que los tatuajes tienen un significado especial, o al menos eso dicen. Cada uno tiene una historia propia, y yo necesito buscar la mía.
¿Un sol, una mariposa, unas cuantas estrellas? Sería muy banal. Muy temprano, me he sentado frente al ordenador exigiéndome a mí misma que de hoy no pasase. Debía encontrar un tatuaje. Mi tatuaje. He empezado cotilleando los más famosos, las actrices más tatuadas, pero ninguno iba conmigo, así que he buscado una tienda de tatuajes, la más cercana a casa.
Voy paseando. Estoy yo muy ecológica; hace semanas que no cojo el coche. ¡Muy bien, Katia! Me animo a mí misma a seguir así, pues no debo olvidar que estoy sin trabajo y no puedo derrochar.
Me detengo en la puerta y oigo un ruido como de electricidad, de agujas; me recuerda el torno del dentista. ¡Madre mía, agujas y dentista juntos!, ¡con el miedo que me dan ambas cosas!
Decido entrar en el bar de al lado y me pido una copa de algo bien fuerte.
—¿Vas a hacerte un tatuaje? —me pregunta el camarero con la certeza de alguien cuyos ojos han visto varias veces esta escena.
—No, sí, no, no. No sé —respondo, temblando como una moto.
—Es preferible no ir borracha. ¿Te apetecería una cola fresquita? —me aconseja amablemente—. ¿A qué hora tienes la cita?
—¿Qué cita? Pues no, no tengo. La verdad es que es mi primera vez —le confieso, poniéndome inmediatamente colorada.
—¿No conoces a Ricky?
—No. ¿Quién es?
—Es un artista. Tranquila que hoy no tendrá cita, porque dan de un mes para el otro. Yo estoy apuntado para septiembre. Además, en verano no es muy recomendable, porque deberías cubrirlo para que no le diera el sol.
—¡Ah, vale! Entonces, una cola; está bien.
Me pongo a pensar que quizá el camarero ha hecho un máster de tatuajes, o que tal vez se lleva comisión de Ricky. Le pediré a ese tal Ricky un huequito hoy, porque de esto depende la existencia del tatuaje. Si no es hoy, no creo que jamás me lo haga.
Estoy decidida y de hoy no pasa. Vuelvo frente a la tienda y me paso un rato mirando en el escaparate las fotografías de personas tatuadas y esperando a que mis piernas se decidan a atravesar la puerta.
De repente, un brazo musculoso tatuado con fantásticos colores abre la puerta y me invita a pasar.
—No suelo hacer esto, pero ¿quién eres? —me pregunta el hombre del brazo colorido, de origen asiático, altísimo, musculoso, vestido con una camiseta verde militar y unos vaqueros llenos de agujeros.
—Soy Katia, y quiero hacerme un tatuaje hoy; si no, jamás volveré a atreverme. ¿Y tú?
—Yo ya tengo varios —contesta, haciéndose el gracioso y luciendo una sonrisa encantadora—. ¡Ah!, ¿me preguntabas por mi nombre? Soy Ricky Harada, y sí, no soy español, soy de Japón.
—¿Sabes?, necesito confesarte una cosa. Sé que estas muy ocupado y que la gente espera meses para tener una cita contigo, pero si no me hago hoy el tatuaje puede que jamás vuelva a intentarlo.
—¿Y eso quién te lo ha dicho? —me plantea entre risas.
—El chico del bar. Me ha explicado un montón de cosas sobre los tatuajes —contesto, segura de mis palabras.
—La verdad es que agosto es un mes tranquilo. No recomiendo hacer tatuajes en estas fechas por la exposición al sol.
El sabelotodo del bar tenía razón.
—Además, es un período en el que las chicas vienen a hacerse tatuajes de soles, corazones, delfines, estrellitas y que a mí me dan ganas de vomitar. Para ello está Casandra, que es mi ayudante y aprendiz.
¡Mierda, y ahora qué le digo! Estaba yo pensando en un sol o en una mariposa. Tendré que pedir un tatuaje con más personalidad; si no, no querrá hacérmelo. ¿Un dragón, o un halcón, la bandera de Japón? ¡Ostras!, ¿qué le digo?
—Te entiendo perfectamente y mi caso es especial. He decidido tomarme un año sabático, un año de felicidad dedicado a mí, para encontrar a la verdadera Katia.
—Menuda historia te traes entre manos. ¿Y qué quieres tatuarte?
Comienzo a temblar. Su pregunta necesita una respuesta clara, aunque no veo yo a Ricky tan atareado. Hace algunos minutos que estamos aquí hablando y no ha entrado nadie.
—¿Me lo harás tú?
No hay mejor defensa que responder con otra pregunta, y más cuando no se sabe qué rayos responder.
—Sí, por tu último año de sueños cumplidos —respondió, sonriente, poniéndose unos guantes negros de látex.
Me voy a morir ahora mismísimo.
—Tengo que serte sincera… —admito, dispuesta a echarme para atrás—. No voy a hacerme ningún tatuaje…
Y en ese momento lo veo. Es como un milagro. Ha estado ahí en todo momento y he tenido la claridad de aceptarlo, emocionarme y elegirlo. He encontrado mi tatuaje. Vuelvo a empezar y le digo:
—No voy a hacerme ningún tatuaje que no sea ése —digo, señalando su brazo—. Lo quiero igual, en esos colores. Plumas naranjas y rojas, con las puntas azules.
—Me parece una idea acertada. Yo sabía que tenías algo especial.
La verdad es que he tenido suerte de conocer a Ricky. A punto estaba de tatuarme el típico sol en la espalda o unas mariposas por el cuello, pero ése es trabajo para un aprendiz. En cambio, una mujer decidida como yo, dispuesta a dejar atrás una vida de sufrimiento, necesita renacer, y nada mejor que un ave fénix. Sí, señores y señoras, la nueva Katia está aquí.
Me quito la camiseta, desabrocho mi sujetador, ya recostada en la camilla, y pido a mis ángeles un milagro más: que las agujas no me hagan daño.
—¿Estás bien? ¿Llevas algún tatuaje más? —pregunta Ricky mientras prepara el dibujo en una especie de papel transparente.
—No, estoy de los nervios. ¿Sabes un secreto? Tengo pavor a las agujas.
—No te preocupes, cielo. Te pondré una crema anestesiante que aliviará el primer impacto y un poco de dolor. Intenta tranquilizarte.
¡Ostras!, Ricky se ha convertido en mi gurú, en mi guía espiritual. Todo lo que dice es perfecto. Además, tendremos una unión siempre: ¡llevaremos el mismo tatuaje!
¿No estaremos predestinados? ¿Y si estuviese aquí semidesnuda frente al amor de mi vida japonés? ¡Dioooos! Siento unas irremediables ganas de gritar de miedo.
—¿Omóplato derecho o izquierdo? —pregunta el hombre misterioso con acento yanqui.
—Izquierdo, pero ponme la cremita, ¡por Dios! No escatimes.
¿Me estoy volviendo loca, o ya me he enamorado del tatuador?
Me pasa una especie de gel frío por la espalda y me invita a un cigarrillo porque hay que esperar un poco. Me ofrece una bata y nos salimos a fumar a una especie de patio interior.
Durante todo el proceso del tatuaje, descubro que es hijo de madre americana y padre japonés, además de ser una especie de celebridad en Miami.
Al terminar, sigo al pie de la letra las recomendaciones de Ricky y, por supuesto, me voy a presumir de tatuaje con el camarero. Su cara es un poema. Lástima que no puede admirar mi dibujo porque lo cubren las gasas.
La rabia se le nota en la cara. «Porque eres mujer», murmura a regañadientes.
Y sí, yo sé que una tiene esos encantos, y las mujeres tenemos más papeletas para ganar que los hombres. Los conocemos como la palma de nuestra mano, aunque a veces nos enamoramos y perdemos poderes.
Por ello Katia, como el ave fénix, vuelve a renacer. Es muy mala y odia a los hombres.
¡Sin piedad, que sufran! ¡Grrrrrr!