¿La decisión correcta?

En la empresa lo nuestro era la comidilla de todos los compañeros y ya la situación era insostenible. Irene rezaba para que no nos pillasen; ha sido nuestra cómplice en muchos apuros. Sin ella me habrían despedido a los pocos meses porque yo había perdido completamente la cabeza por él; lo reconozco.

Al principio se convirtió en mi monotema. Mat, Mat y Mat. Era mi único pensamiento.

Irene me ayudaba a entregar trabajos y a terminar proyectos, ya que en las fechas señaladas era cuando él no podía escapar de los compromisos con su prometida Paula y su poderosa familia Marín.

Esas consabidas fechas señaladas como son las navidades o su cumpleaños era cuando yo más perdía el control de mi vida y me hundía en mi silla. Trabajaba poco y me sentía como una oruga, o más bien, como lo que era: un segundo plato, su segundo plato.

Irene, o Irenuchi como me gusta llamarla, se entristecía por mi situación; consideraba que había sido un tiempo perdido, y aunque es cierto que he sufrido mucho, yo soy feliz a veces, a mi manera.

¡Todo va a cambiar! ¡Será un gran año!

—No te enfades, cielo, pero no me lo creo. No renuncies a tu trabajo; que lo deje él primero, y luego tú, no seas tonta. ¿De qué vas a vivir si él no cumple su promesa? —dice Irene mientras redacto mi dimisión.

—Irene, te prometo que si algo sale mal, no lo veo más. Por mí estará muerto, enterrado, sepultado. Y ya veré; tengo bastantes ahorros. Venga, no te preocupes por eso.

—Es que me encantaría creerte, pero llevo oyéndote mucho tiempo y siempre terminas llorando. No quiero eso para ti —añade con voz complaciente.

—Es la última oportunidad; te lo prometo, amiga —respondo con dulzura, dando por zanjado el tema.

Mat me lo ha prometido llorando. Sí, la verdad es que es muy sensible, y todas las veces que he intentado dejarlo se pone a llorar. Es muy duro ver así al hombre que amas con locura, y obligarte a decirle adiós.

Lo he perdonado infinidad de veces, y aunque en el pasado ha incumplido muchas promesas, esta vez será distinto, porque sabe que es su última oportunidad. Y yo estoy dispuesta a ganar o a perder; no seré más un segundo plato. Por mucho que me duela.

Por fin, firmo la carta de dimisión, y noto cómo mi pulso tiembla. Espero estar haciendo lo correcto.

La semana pasada hasta tuve una cita con una psicóloga para tomar la dichosa decisión. No soy una persona de cambios bruscos. Ella me sugirió que me esperase, aunque siempre quedó claro que en una sola sesión no podía pretender obtener todas las respuestas, de todas formas me dio un gran consejo: «Escribe».