¿Un juego?

Nuestro plan maléfico, pero en nombre del amor, consiste en que yo renuncie a mi trabajo —trabajo en el que somos compañeros, por cierto— y al mes siguiente lo hará él; para que no sea tan sospechoso, claro. Luego, nos tomaremos unos meses para buscar piso juntos y también nuevos rumbos laborales.

Sí, ya sé que no es el mejor momento para dejar un trabajo, pues es una auténtica odisea conseguir un contrato. ¡¿Cómo vamos a encontrar los dos un trabajo nuevo?! Tranquilidad, que también tenemos un plan B: montar algo juntos. Además, cuento con mis ahorrillos para subsistir unos meses. Al fin y al cabo, la casa en donde vivo era de mi abuela, así que no pago alquiler, y el importe de las reformas se liquidó hace años. Sólo necesitaré dinero para comer, aunque tendré que olvidarme definitivamente de mis caprichos.

¡No quiero ni pensarlo! ¡Seremos una pareja en las buenas y en las malas, en la cosecha y, sobre todo, en la siembra!

Yo soy diseñadora de ropa para niños, aunque no tenga ni idea de cómo coger en brazos a un pequeñajo (los bebés me parecen marionetas de porcelana o, lo que es lo mismo, riesgo de bomba inminente). Pero para darme pistas sobre los renacuajos cuento con Mónica, mi amiga de la infancia. Ella tiene un niño de dos años y además es maestra en una guardería. Si me oyese se enfadaría; dice que guardería es un término que infravalora su trabajo educativo y que ella no se quemó las pestañas estudiando para guardar niños, así que diré que Mónica trabaja en una escuela infantil. Somos un equipo: yo hago mis diseños, y ella me orienta en los tamaños, formas y edades. Para mí son fundamentales su opinión y sus consejos.

Hace tres años que trabajo para una reconocida marca francesa, y mi media naranja es uno de los directores de marketing. Ambos trabajamos bajo la severa mirada del señor Marín, ávido empresario y una de las principales fortunas españolas; de hecho, no sólo introdujo esa marca en nuestro país, sino que también produce su propia línea, algo que a mí me parece genial porque gracias a ello dejé de trabajar en una joyería para dedicarme a lo mío: el diseño de indumentaria.

Lo triste de la historia viene ahora y es que el afamado señor Marín tiene una hija de lo más guapa y lista que también trabaja en la empresa, y la muy cabrona es jefa de los jefes, aunque no sé qué leches ha estudiado, pero tiene un espléndido despacho y no deja de dar órdenes a todo aquel que se le cruza en su camino.

Y lo que no he confesado aún porque me da hasta repelús contarlo es que la perfecta hija del señor Marín es la novia de mi novio. ¡Argggg!

Lo sé, es un asco de situación, pero todo empezó como un juego…