9

Antes del primer día de clase, Victoria tenía dos días de reuniones en los que conoció a los demás profesores e intentó recordar de qué departamento eran, qué asignaturas impartían y en qué cursos enseñaban. También tuvo ocasión de estudiar los libros que utilizaría, todos ellos seleccionados por la profesora a la que sustituiría durante aquel curso, quien incluso había esbozado ya el plan de estudios, algo que llevaba varios días inquietando a Victoria. El trabajo iba a ser mucho más sencillo de lo que había pensado, así que se animó a presentarse y a conversar distendidamente con sus compañeros de trabajo. El departamento de lengua era uno de los más grandes y contaba con ocho profesores, todos ellos considerablemente mayores que ella. Casi todos eran mujeres y solo había tres hombres. Victoria se fijó en que todos los profesores varones que trabajaban en Madison eran gays o estaban casados, pero ella no había ido allí para buscar novio, se reprendió, había ido allí para enseñar.

Por la noche, después de haber asistido a las reuniones, volvió a repasar los libros y el plan de estudio, e hizo unas cuantas anotaciones sobre las tareas que deberían hacer los alumnos y las pruebas que quería ponerles. Aunque antes le apetecía conocerlos y hacerse una idea de quiénes eran. Daría clases de inglés a cuatro grupos: uno de décimo, uno de undécimo y dos de duodécimo. En la universidad, durante sus prácticas de docencia, le habían advertido que dar clases a los chicos de último año siempre era complicado. Ardían en ganas de acabar el instituto y seguir adelante con su vida en la universidad, así que hacia la segunda mitad del curso, cuando ya habían recibido las cartas de aceptación de sus respectivas facultades, era casi imposible conseguir que prestaran atención y trabajaran un poco. Aquel año supondría todo un desafío para ella, pero se moría de ganas de hincarle el diente. Apenas consiguió pegar ojo la noche antes de empezar.

El primer día de clase Victoria estaba en pie a las seis de la mañana. Se preparó un sano desayuno a base de huevos, tostada, cereales y zumo de naranja, y puso también una cafetera para compartirla con sus compañeros de piso. A las siete ya estaba vestida y lista para desayunar, y a las siete y media había vuelto a su habitación para escribir algunas notas. A las ocho menos cuarto salía por la puerta y echaba a andar hacia la escuela. Llegó puntual, a las ocho de la mañana, aunque los alumnos no entrarían hasta las ocho y media.

Se fue directa a su aula, la recorrió con pasos nerviosos y luego se quedó quieta mirando por la ventana. Esperaba a veinticuatro alumnos en su primera clase. Había pupitres para todos ellos, y algunos más de sobra, además de un gran escritorio que ocuparía ella al frente de la sala. Tenía que darles clases de redacción, y ya había preparado las tareas escritas que les pediría. Sabía que sería difícil que le prestaran atención después de las vacaciones de verano. Además, los alumnos a quienes daría clase aquella mañana estaban en la recta final. Eran los de duodécimo, el último curso, y pasarían el otoño visitando facultades y presentando solicitudes de entrada a la universidad. Ella tendría que redactarles cartas de recomendación. Eso la convertía en un elemento importante de sus vidas y le otorgaba una influencia directa sobre su futuro, así que deberían comportarse con seriedad y diligencia en su clase. Victoria ya conocía sus nombres, solo le faltaba emparejarlos con el rostro que los acompañaba. Estaba mirando al infinito por la ventana cuando de pronto oyó una voz tras ella.

—¿Lista para el asalto?

Se volvió y vio a una mujer de pelo cano. Llevaba vaqueros, una desgastada camiseta de manga corta con el nombre de un grupo musical y sandalias. Entre su vestuario y el calor que hacía todavía en Nueva York, parecía que siguiera de vacaciones. Cuando Victoria se volvió con una mirada de asombro, la mujer le sonrió. Ella se había puesto una falda corta de algodón negro con un top holgado de lino blanco y zapatos planos. El top suelto ocultaba una multitud de pecados, y la falda, razonablemente corta, dejaba ver sus piernas, aunque no pensaba seducir a sus alumnos, sino darles clases.

—Hola —dijo Victoria con expresión de sorpresa. Aunque había visto a la mujer en las reuniones de profesores, no la había conocido personalmente y no recordaba en qué departamento estaba, pero tampoco se lo quería preguntar.

—Soy de humanidades. Estoy en el aula de al lado, así que si les da por empezar una guerra de bandas, podré ayudarte. Me llamo Helen. —Sonrió y se acercó a Victoria tendiéndole la mano. Parecía más o menos de la edad de su madre, de unos cuarenta y tantos años, o casi cincuenta. La madre de Victoria acababa de cumplirlos—. Llevo veintidós años aquí, o sea que, si te hace falta una chuleta o una guía, pregúntame lo que quieras. En este centro hay buena gente, salvo por los niños y sus padres. Algunos, por lo menos. Los hay que son buenos chicos, a pesar de las circunstancias privilegiadas en las que viven. —La interrumpió un timbre estridente y, unos segundos después, oyeron los pasos que subían corriendo la escalera. Parecía que llegaban todos a la carrera.

—Gracias —dijo Victoria sin saber aún muy bien cómo reaccionar. Ese comentario sobre los alumnos y sus padres había sido bastante crítico, y una postura algo extraña para una mujer que trabajaba en una escuela llena de niños ricos.

—Adoro a mis alumnos, pero a veces cuesta conseguir que pongan los pies en el mundo real. ¿Cuánta realidad pueden conocer si sus padres tienen un barco, un avión y una casa en los Hamptons, y todos los veranos se van al sur de Francia a pasar las vacaciones? Así es la vida de estos chicos. Las dificultades que afronta el resto de la gente a ellos les quedan muy lejanas. Nuestra labor consiste en presentarles el mundo tal como es. Y eso a veces no es fácil. Con la mayoría de ellos llegas a conseguirlo tarde o temprano, pero con sus padres no sucede a menudo. Se sienten por encima de todo eso, no quieren saber cómo vive el resto del planeta. Supongo que imaginan que no es problema suyo, pero los chicos tienen derecho a saber y a tomar sus decisiones.

Victoria no estaba en desacuerdo con ella, pero no había reflexionado mucho sobre el estilo de vida de aquellos niños ni sobre cómo afectaría eso a su visión del mundo. Helen, sin embargo, parecía algo amargada, e incluso resentida con los chavales. Victoria se preguntó si sentiría celos de sus vidas privilegiadas y, justo cuando se hacía esa pregunta, la primera alumna entró en el aula y Helen regresó a la suya.

La chica se llamaba Becki y tenía una melena rubia y larga hasta la cintura. Llevaba una camiseta rosa, vaqueros blancos y unas sandalias italianas muy caras. Tenía una cara preciosa y un cuerpo como Victoria no había visto jamás. Se sentó hacia la mitad de la clase, lo cual indicaba que no se moría de ganas por participar pero que tampoco era de los vagos de la última fila. Sonrió a Victoria al sentarse. Se la veía muy despreocupada y daba la sensación de que creía que el mundo era suyo, incluso irradiaba ese engreimiento de último curso que ella ya había presenciado otras veces. A las dos solo las separaban cuatro años, y Victoria sintió un estremecimiento al percibir la absoluta seguridad de Becki, pero se recordó que allí ella era la jefa. Además, sus alumnos no sabían cuántos años tenía exactamente. Comprendió que tendría que ganarse su respeto.

Mientras se hacía esas reflexiones, cuatro chicos irrumpieron corriendo por la puerta casi al mismo tiempo y se sentaron. Todos ellos miraron a Becki, era evidente que la conocían, y echaron un vistazo a Victoria con cierta curiosidad. Una bandada de chicas entró entonces en el aula riendo y charlando. Saludaron a Becki, pero a los chicos no les hicieron ni caso, miraron a Victoria y se sentaron todas juntas al fondo. Para Victoria eso significaba que pensaban seguir hablando y pasándose notitas, o incluso enviándose mensajes de texto durante la clase. No podría perderlas de vista. Luego entraron algunas chicas más, y chicos. Unos cuantos solitarios rezagados, pero la mayoría en grupos. Y por fin, después de unos buenos diez minutos, su primera clase estaba a punto de comenzar. Victoria los saludó con una gran sonrisa y les dijo su nombre. Lo escribió en la pizarra y luego se volvió hacia ellos.

—Me gustaría que os presentarais para que yo pueda poner cara a los nombres de la lista. —Señaló a una chica de la primera fila, la que estaba sentada más a su izquierda—. Iremos por orden.

Y así lo hicieron. Cada uno dijo su nombre mientras ella comprobaba la lista de clase que tenía sobre el escritorio.

—¿Quién sabe ya en qué universidad quiere solicitar plaza? —Se levantaron menos de la mitad de las manos del aula—. ¿Qué os parece si nos lo explicáis? —Señaló a un chico de la última fila que ya parecía estar aburriéndose.

Victoria todavía no lo sabía, pero había sido el novio de Becki el año anterior y habían roto justo antes del verano. Los dos estaban sin pareja desde entonces. Becki acababa de regresar de la villa que tenía su padre en el sur de Francia y, al igual que muchos de los alumnos de Madison, era hija de padres divorciados.

El chico al que Victoria había preguntado por la universidad a la que quería ir recitó una lista de un tirón. Harvard, Princeton, Yale, Stanford, Duke, Dartmouth y quizá el MIT. Sus opciones consistían en las mejores universidades del país, y Victoria se preguntó si le estaba diciendo la verdad o le había tomado el pelo. Todavía no conocía al elenco de personajes, pero ya llegaría el momento.

—¿Y qué me dices de la facultad de Artes Circenses de Miami? —le preguntó con una expresión muy seria, y todo el mundo se echó a reír—. Podría ser divertido.

—Quiero hacer Ingeniería Química con optativas de Física, o a lo mejor al revés.

—¿Qué tal son tus notas en lengua? —se interesó Victoria. Era el tipo de chico que seguramente pensaba que la clase de redacción era una lata. Pero se trataba de una asignatura obligatoria, incluso para él.

—No demasiado buenas —confesó con timidez, respondiendo a su pregunta—. Se me dan mejor las ciencias.

—¿Y qué me decís vosotros? —preguntó a los demás—. ¿Cómo vais en redacción?

Era una pregunta razonable, y fueron sinceros con ella. Algunos dijeron que se les daba fatal y otros que eran buenos escribiendo, pero ella no tenía forma de saber la verdad, sobre todo tan pronto.

—Bueno, pues si queréis entrar en esas universidades, y supongo que muchos de vosotros querréis, vais a necesitar buenas notas en lengua. Así que este año trabajaremos juntos en ello. Yo estoy aquí para mejorar vuestra redacción. Debería ayudaros con el texto de solicitud de acceso a la universidad y estaré encantada de echar una mano a todo el que quiera. —Era un giro interesante del objetivo de la clase, y a ellos no les había pasado por alto. Todos estaban erguidos en sus sillas y escuchaban con gran atención qué más tenía que decirles su profesora.

Victoria les habló del valor que tenía poder escribir de forma clara y coherente, no con una prosa pomposa, sino redactando una historia interesante con un principio, un nudo y un desenlace.

—Yo creo que este año también tendríamos que divertirnos un poco. Escribir no tiene por qué ser un tostón. Ya sé que para algunos es difícil. —Miró al chico que quería ir al MIT: era evidente que la redacción no era lo suyo—. Podéis poner algo de humor a lo que escribáis, o redactarlo con cierta ironía. Podéis elaborar un comentario social sobre el estado del mundo o crear una historia inventada de principio a fin, pero, escribáis lo que escribáis, que sea simple y claro, y también algo especial, algo que los demás sientan ganas de leer. Así que, siguiendo esa línea, voy a pediros que escribáis algo que todos disfrutemos leyendo.

Mientras lo decía, se volvió hacia la pizarra que ocupaba toda la pared de detrás de su escritorio y, con una letra clara que todos podrían leer con facilidad, escribió: «Mis vacaciones de verano». Al ver lo que ponía, los chicos empezaron a refunfuñar, y ella se volvió de nuevo en dirección a la clase.

—Pero vamos a introducir un cambio, una vuelta de tuerca. No quiero saber nada acerca de vuestras verdaderas vacaciones, que a lo mejor han sido igual de aburridas que las mías, con mi familia en Los Ángeles. Lo que quiero es que escribáis sobre las vacaciones de verano que preferiríais haber tenido. Y cuando terminéis con vuestra redacción, me gustaría desear que esas vacaciones hubieran sido las mías, y quiero que me demostréis por qué. ¿Por qué son esas las vacaciones que querríais haber vivido, que habríais deseado para vosotros? Podéis escribir la redacción en primera persona o convertirla en un relato en tercera. Y quiero que me entreguéis algo bueno de verdad. Sé que seréis capaces si lo intentáis. —Les ofreció una gran sonrisa y entonces dijo algo que no esperaban—: Fin de la clase.

Se la quedaron mirando durante un momento, algo asombrados, luego soltaron un alarido de alegría y se levantaron para empezar a salir del aula sin demasiado alboroto. Victoria dio unos golpes en su escritorio y les dijo que tenían que entregarle el trabajo en la siguiente clase, al cabo de tres días. Al oír eso volvieron a protestar, y entonces Victoria les dio más detalles.

—Y no tiene por qué ser demasiado largo —dijo, y los vio sonreír.

—Pues a mí me gustaría haber pasado las vacaciones de verano en un burdel de Marruecos —soltó un chico, y todo el mundo se echó a reír por su irreverencia.

Burlarse de una profesora era algo que entusiasmaba a los niños de todas las edades. Victoria no podía imaginar a aquel chico desarrollando esa idea, pero no reaccionó mal. A esa edad, todos los chicos querían escandalizar a los adultos, y ella no dio ninguna muestra de que lo hubiera logrado.

—Podría funcionar —repuso con calma—, siempre que me crea lo que escribas. Si no, se te habrá acabado la suerte. Ese es el truco. Tienes que conseguir que te crea, que me importe, que me enamore de los personajes o de ti. En eso consiste cualquier clase de escritura, en convencer al lector de que lo que has escrito es real. Y, para lograrlo, también tú tienes que creértelo. Que os divirtáis —dijo mientras los demás alumnos salían del aula.

Victoria tenía una pausa entre clases y se quedó sentada a su escritorio anotando algunas cosas cuando Helen, la profesora del aula de al lado, volvió a visitarla. Parecía interesada en todo lo que hacía la recién llegada. Carla Bernini, la profesora que estaba de baja por maternidad, era su mejor amiga, y Victoria se preguntó si estaría defendiendo el territorio de su compañera o si solo quería echarle un ojo de vez en cuando.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó mientras se sentaba en una de las sillas.

—Bastante bien, me parece —contestó Victoria con sinceridad—. No me han lanzado nada a la cabeza ni me han disparado ningún proyectil casero. Tampoco bombas fétidas. Además, he hecho una clase corta y eso siempre ayuda. —Ya había probado ese truco en sus prácticas de docencia. Ningún profesor podía pasarse todo el rato sentado, pontificando sobre cómo se escribe. Los alumnos tenían que experimentar, por muy difícil y abrumador que resultara—. Les he puesto una tarea fácil. Así veré qué nivel tienen.

—Debe de ser difícil ocupar el lugar de otra persona —dijo Helen como de pasada.

Victoria se encogió de hombros.

—Intento no pensarlo. Cada cual tiene su estilo.

—¿Y cuál es el tuyo? —preguntó Helen con interés, como si la estuviera entrevistando.

—Todavía no lo sé. Hoy es mi primer día. Me licencié en mayo.

—¡Caray! Debes de estar bastante nerviosa. Eres una chica muy valiente. —Su tono le recordó a Victoria a su padre, pero no le importó. Sabía que había hecho un buen trabajo, así que Helen podía desafiarla cuanto quisiera y por los motivos que deseara. Ella era consciente de que también tendría que demostrar su valía delante de los demás profesores, no solo de los alumnos. Aun así, le parecía que de momento todo había ido bien.

Su siguiente clase fue una hora después, y esta vez muchos de los alumnos, que también eran de último curso, llegaron con bastante retraso. La tarea que les puso a ellos fue diferente a la primera. En esta ocasión el tema fue qué querían ser de mayores y por qué.

—Quiero que reflexionéis en ello detenidamente, y quiero respetaros y admiraros cuando lea vuestras redacciones. Está bien que me hagáis reír. No os pongáis demasiado profundos, a menos que queráis ser directores de pompas fúnebres o embalsamadores. Salvo en esos dos casos, me gustaría reírme. —Y entonces también su segunda clase salió del aula.

Se había defendido estupendamente con ambos grupos. Ya había conocido a todos sus alumnos de duodécimo y le habían parecido buenos chicos. No se lo habían hecho pasar mal, aunque sabía que eran muy capaces si querían, y ella era muy joven. Todavía no la tenían en especial estima, pero sabía que era muy pronto. Esperaba ganárselos con el tiempo y era consciente de que el grado de respeto que consiguiera dependería de ella. Su trabajo consistía en hacer que les importara.

Helen se quedó a hablar con ella unos minutos más, y luego las dos recogieron sus cosas y salieron del aula. Victoria comprobó su buzón y estuvo un rato en la sala de profesores, enfrascada en unos cuantos comunicados que había recibido del director y del jefe de estudios, la mayoría sobre cambios de políticas que afectaban a la escuela. Por la tarde asistió a una reunión del departamento de lengua y, tras salir del edificio, tardó solo diez minutos en llegar andando a casa. Le encantaba vivir tan cerca. Quería ir al trabajo a pie todos los días.

Cuando llegó a su apartamento, todos le preguntaron qué tal le había ido el día. Los tres estaban allí.

—La verdad es que ha sido genial —respondió Victoria con alegría.

Gracie la llamó y le preguntó lo mismo una hora más tarde, y ella le dio la misma respuesta. Básicamente, todo había ido muy bien y sus alumnos le habían gustado. Puede que hubieran viajado por todo el mundo con sus padres y hubieran aprendido todas las lecciones conocidas por el hombre, pero aun así desprendían ese aire inocente y simpático de la adolescencia. Ella quería enseñarles a pensar de forma inteligente, a usar el sentido común y a conseguir la vida que soñaban para sí, fuera cual fuese. Su trabajo, en aquella escuela o en cualquier otra, tal como Victoria lo entendía, consistía en abrirles la puerta al mundo. Y ella deseaba abrir muchas, muchísimas puertas. Por fin había empezado.