25

Al día siguiente, cuando Victoria llegó a la escuela, se encontró con una enorme nube de globos azules en el vestíbulo que había llevado una alumna. En el tablón de anuncios había un gran cartel. Amy Green había tenido a su niño. Había pesado 2 kilos 900 gramos, medía 48 centímetros y se llamaba Stephen William. Victoria se alegró por ella, y esperaba que el parto hubiera ido bien. Estaba convencida de que se enteraría de todo por algunas de las chicas. Toda la escuela estaba entusiasmada con la noticia.

Después, en una de sus clases, oyó que Justin había estado en la sala de partos con Amy y con su madre. No habían querido saber el sexo del bebé con antelación, así que para ellos fue una sorpresa, y la madre y el niño estaban estupendamente y podrían irse a casa al cabo de un día. Amy esperaba volver a la escuela dos semanas después, tres como mucho. En Madison habían logrado que funcionara y que Amy salvara el curso. Victoria quería ir a hacerle una visita cuando estuviera algo más recuperada. Las chicas que hablaron con ella le dijeron que se encontraba muy bien, y que el parto no había sido demasiado horrible. Victoria se alegró. Eran chicos de instituto, pero al menos ya iban a duodécimo, y no a noveno. Aunque pareciera una locura, Amy y Justin tenían una oportunidad de que las cosas les salieran bien, sobre todo con la ayuda y el apoyo de la madre de ella.

Durante uno de los recreos, Victoria aprovechó e hizo algunas llamadas para el viaje de Las Vegas, y también llamó a su hermana aquel fin de semana para hablarlo. Gracie estaba más calmada que cuando descubrió que Harry la engañaba, y todos lo habían olvidado como si no hubiera ocurrido, por expreso deseo de Harry. Todo el mundo ponía de su parte, sobre todo la novia y sus padres. A Victoria no le parecía que esa fuera forma de afrontarlo, pero intentaba mantenerse al margen. Collin y ella iban al gimnasio todas las mañanas, no porque a él le preocupara el peso de Victoria, sino porque decía que la ayudaría con el estrés, y parecía que así era. Volvía a sentirse menos nerviosa, y dio a Gracie los detalles del fin de semana de despedida de soltera que le había preparado en Las Vegas, aunque seguía pareciéndole una mala idea, o por lo menos a ella no le gustaba. Habría preferido muchísimo más un fin de semana tranquilo en Santa Bárbara con Gracie y sus amigas, en el Biltmore o el San Ysidro Ranch, pero ellas eran jóvenes y les apetecía jugar.

Había reservado habitaciones para todas en el Bellaggio, dos chicas por habitación, y todas ellas tenían que dar a Gracie el número de su tarjeta de crédito. Victoria reservó también las cenas y compró entradas para el Cirque du Soleil. Ella volaría desde Nueva York, las demás desde Los Ángeles, llegarían el viernes por la noche y se marcharían el domingo por la mañana, después de dejar las habitaciones libres. Había hecho su trabajo como dama de honor principal, y su hermana estaba contentísima con el plan y se disculpó por haberla presionado tanto.

—No pasa nada. Es tu gran momento —dijo Victoria, intentando ser comprensiva, como siempre. En este caso por partida doble, ya que no soportaba a Harry y estaba muy preocupada por su hermana. Se sentía como si la estuviera empujando hacia su propia ejecución, pero era lo que Gracie quería. Además, la doctora Watson tenía razón: era su vida.

—Algún día lo haré yo por ti —le dijo Gracie, esta vez con unas palabras más propias de ella.

Victoria sabía que estaba sometida a mucha presión, no solo por la boda sino también por parte de Harry, que tenía la última palabra en todo, y cada vez en mayor medida. Incluso habían cambiado varios detalles para complacerlo. Después del gran día se la llevaría al sur de Francia de luna de miel. Primero al Hôtel du Cap, en el cabo de Antibes, y luego a Saint Tropez, donde quería coincidir con sus amigos… en su luna de miel con Grace.

—Espero que no me organices nada en Las Vegas —dijo Victoria riendo, algo más relajada.

—¿Qué tal está Collin? —Gracie tenía muchas ganas de conocerlo. No podía creer que no hubiera visto a su hermana desde Acción de Gracias. Era la vez que más tiempo habían pasado sin verse, y habían cambiado muchas cosas en la vida de ambas.

—Genial.

—A papá le cayó bien —comentó Gracie, lo cual sorprendió a Victoria, ya que Collin se había quedado allí sentado, protegiéndola como un guardaespaldas y transmitiendo a su padre un inequívoco mensaje mudo. A lo mejor no lo había captado, o eso fingía—. Le sorprendió que alguien así esté contigo. Dijo que parece un tipo de éxito, y que él habría esperado que quisiera salir con otra abogada, y no con una maestra. Pero le cayó bien.

El desprecio de su padre era evidente. Ella no era lo bastante buena para Collin. Ahora los mensajes le llegaban a través de Gracie. No solo era la marioneta de Harry, también lo era de Jim.

—A lo mejor es que le gusto —dijo Victoria en voz baja. Se sentía completamente segura de su amor por ella, y era una sensación extraordinaria.

—Mamá dice que es muy guapo.

—Sí, lo es. Seguro que eso también sorprendió a papá. Seguro que esperaba que saliera con alguien a quien él consideraría un fracasado, igual que yo.

—No es tan malo, no seas tan dura con él.

Gracie defendía a su padre y Victoria no quería entrar en aquella conversación. Sabía que sería inútil. Jim le estaba regalando una gran boda y todo lo que quería, así que ella aceptaba la versión oficial sobre todas las cosas, tanto la de su padre como la de su futuro marido. Además, Jim era el padre que siempre había sido agradable con ella y la adoraba. Y, si estaba dispuesta a ser la devota esclava de Harry, también sería la de su padre. Su madre y ella tenían ese rasgo en común, y Victoria estaba justo en el extremo contrario. Ella era una luchadora por la libertad que defendía todas aquellas verdades que nadie quería escuchar. Ya no tenía a Gracie de aliada, pero había ganado a Collin. Los días de alianza entre las hermanas se habían terminado, y nunca regresarían si se casaba con Harry, como todo parecía indicar. Victoria echaba de menos la relación que había compartido con Gracie, pero se sentía más agradecida que nunca de tener a Collin en su vida.

Ultimó con su hermana los detalles del viaje a Las Vegas y luego pasó un fin de semana tranquilo con Collin. La despedida sería el fin de semana siguiente y a Victoria no le apetecía demasiado. No era la idea que tenía ella de un viaje de placer.

Antes de ir a Las Vegas fue a visitar a Amy Green y a su bebé. El pequeño era adorable y Amy estaba feliz. Le daba el pecho y pensaba sacarse leche cuando empezara a ir otra vez a clase. Solo serían unas semanas, hasta las vacaciones de verano. Justin también estaba allí, y tenía aspecto de padre orgulloso mientras sostenía al niño para que Amy charlara con Victoria, que les había llevado un jerseycito azul y unas botitas. Amy se las puso al niño como si fuera un muñeco. Era extraño ver a aquellos dos chicos tan jóvenes siendo padres. Bebés que tenían bebés. Pero ambos parecían muy maduros y responsables con su hijo, y la madre de ella estaba constantemente cerca por si hacía falta. Era una situación ideal para Amy y Justin, y a su madre le había dado una nueva vida después del divorcio. Parecía una bendición para todos ellos.

Al día siguiente, Victoria cogió un avión a Las Vegas después de clase. Había prometido llamar a Collin, que sabía lo poco que le apetecía el viaje. Victoria estaba convencida de que las amigas de Gracie beberían una barbaridad, jugarían, apostarían, se volverían locas y se irían de ligoteo, ya que ninguna estaba casada. Se sentía como una monitora en una excursión de alumnos de duodécimo. Las otras damas de honor eran una jauría de chicas de veintiuno a veintitrés años dispuestas a perder la cabeza, y ella, a punto de cumplir los treinta, se sentía como la madre del grupo.

Lo único agradable del viaje era que Victoria vería a su hermana, y Gracie se lanzó a sus brazos nada más llegar. Echó un vistazo a su nueva nariz y le dijo que le gustaba.

Las chicas habían empezado a beber antes de que ella llegara, y algunas ya habían jugado a las tragaperras y habían ganado algún dinero. Entonces fueron todas a cenar y, después, estuvieron dando una vuelta por el casino, que era un mundo de luz extraña y artificial, lleno de brillos, sin ventanas, con gente excitada, dinero que cambiaba de manos y chicas con vestidos sexys que ofrecían bebidas gratis. Gran parte de todo ello no tenía ningún atractivo para el grupo, pero les gustaba la atmósfera que se respiraba y ya habían descubierto que en todos los hoteles podían hacerse grandes compras, sobre todo en el que se hospedaban ellas, y que había un montón de solteros paseándose por el casino y el hotel.

Victoria tenía la sensación de que estaba obligada a quedase con ellas toda la noche, pero ya estaba cansada y aburrida. La mayoría eran bastante bobas y habían bebido demasiado, así que coqueteaban con todos los hombres que veían. Menos Gracie, que se portó bien. Harry estuvo llamándola toda la noche para controlarla. Eran las dos de la madrugada cuando Victoria por fin subió a su habitación. Ella era la única que no la compartía con nadie, y tampoco quería. Gracie dormía con su mejor amiga. Victoria no pudo llamar a Collin cuando se retiró porque en Nueva York ya era demasiado tarde, aunque le había enviado varios mensajes de texto y él le había contestado con otros tantos, dándole ánimos. Fue un fin de semana maratoniano, pero Victoria sentía que era su deber como dama de honor principal, y era evidente que Gracie disfrutaba de cada minuto. Más que una novia era como una niña en Disneylandia.

El día siguiente fue ajetreadísimo: compras, comida, juegos de azar, masajes, manicuras, pedicuras, unos largos en la piscina, cena en Le Cirque, el Cirque du Soleil (que era un espectáculo increíble) y por fin de vuelta al casino hasta las tres de la madrugada. Allí dentro era fácil perder la noción de las horas, porque no había relojes y parecía que el tiempo se detuviera, que era lo que los casinos querían. Algunas de las chicas estuvieron en pie toda la noche y bebieron como cubas, pero Gracie no. Victoria se retiró a las tres y subió a su habitación a dormir.

Al día siguiente se reunieron para tomar un brunch, no muy pronto, y luego Victoria se despidió del grupo para volver a Nueva York. El vuelo de las demás salía más tarde. Ella dio un beso a su hermana antes de salir. Algunas de sus amigas tenían una resaca infernal, pero todas dijeron que lo habían pasado en grande.

—Has hecho muy buen trabajo —dijo Gracie para agradecérselo—. Supongo que no nos veremos hasta la boda —añadió con voz nostálgica—. Te echo mucho de menos.

—Iré unos días antes para ayudarte —le aseguró Victoria.

Se abrazaron otra vez y Victoria se marchó, contenta de regresar a Nueva York. Había sido un fin de semana muy largo. No era que hubiera sido horrible, y no se habían producido incidentes, pero tampoco se había divertido. Ir a Las Vegas no era su idea de pasárselo bien. Collin le había dicho muchas veces lo contento que estaba de no haber tenido que acompañarla. Estuvo charlando con él por teléfono mientras esperaba en el aeropuerto a que saliera su vuelo. Iban a encontrarse en el apartamento de él, que le había prometido que se acostarían pronto. Victoria lo necesitaba. Además, al día siguiente tenía un gran proyecto en Madison, porque era el día de la función escolar de aquel curso. Iban a representar Annie. Era una producción importante, y ella había prometido ayudar entre bambalinas con el decorado y el vestuario, igual que había hecho cuando iba al instituto. Aunque se había perdido todos los ensayos de vestuario de aquel fin de semana, estaba segura de que alguien la habría sustituido. Por lo que había visto de momento, iba a quedarles genial, y el lunes por la mañana tenían el último ensayo general. El gran estreno para padres e invitados era el lunes por la tarde, y una de sus alumnas, que tenía una voz digna de oírse en Broadway, era la estrella de la función. Collin había dicho que intentaría ir.

Victoria nunca había estado tan contenta de ver a alguien como cuando lo vio aquella noche. Se fundió en sus brazos con alivio. Había pasado todo el fin de semana muy tensa, como si estuviera de servicio, intentando que todo transcurriese sin contratiempos para su hermana. Algunas de las chicas no se lo habían puesto fácil. Eran unas jóvenes mimadas, acostumbradas a que todo fuera como ellas querían, pero a pesar de eso todo había salido bien. Collin se metió en la cama con ella después de compartir una ducha. Hicieron el amor y cinco minutos después Victoria ya estaba dormida. Él la arropó sonriendo con cariño. La había echado de menos.

Los dos salieron temprano a la mañana siguiente. Victoria tenía cosas que hacer en su despacho antes de ir al auditorio para empezar a ayudar con la obra. Estuvo allí hasta el mediodía mientras lo preparaban todo, repasando una vez más todos los números musicales. Ella movió decorados con los alumnos, y en cierto momento se apartó para dejar pasar otra pieza de atrezo hacia el escenario. Dio un paso atrás para evitar que le dieran un golpe y, antes de darse cuenta, se cayó a la platea y quedó tirada boca arriba en el suelo. Todos lo vieron y se oyó un grito ahogado general. Victoria estuvo un minuto inconsciente. Al volver en sí aseguró a todo el mundo que se encontraba bien, pero no lo parecía. Estaba cadavérica y, cuando intentó ponerse en pie, comprobó que no podía. Sentía un dolor terrible en la pierna, que había quedado doblada en un ángulo extraño. Ella insistió en que se encontraba bien, pero Helen fue a buscar al señor Walker y a la enfermera de la escuela, y llamaron a emergencias. Victoria se moría de vergüenza cuando los de la ambulancia entraron y la tumbaron en una camilla. Intentó levantarse de nuevo, pero no pudo. Además, al caer se había dado un golpe muy feo en la cabeza. En la ambulancia le dijeron que parecía que se había roto la pierna, y ella les contestó que eso era imposible, que no se había caído desde tan arriba, pero Helen, que iba en la ambulancia con ella, explicó que el golpe había sido fuerte, y el de la cabeza también. Querían hacerle unas radiografías y un TAC.

—Esto es una tontería —dijo ella, intentando hacerse la valiente, aunque sentía náuseas y tenía la tensión muy baja.

Llamó a Collin para explicarle lo sucedido y él prometió ir enseguida al hospital, aunque Victoria le aseguró que no hacía falta.

—Ya sé que crees que no te lo mereces, boba. Pero te quiero y pienso ir. Te buscaré en cuanto llegue.

Ella se echó a llorar al oírle decir eso. Tenía miedo y era un alivio saber que Collin estaría con ella, pero jamás se lo habría pedido.

La encontró en urgencias nada más llegar. Por rayos X ya habían visto que tenía la pierna rota, aunque era una fractura simple que no necesitaría cirugía, solo una escayola, para gran alivio de Victoria. También tenía una ligera conmoción, pero todo lo que requería eso era descanso.

—Vaya, pues sí que has hecho un buen trabajo esta mañana —declaró Collin, compungido. Estaba preocupado por ella, pero aliviado porque no hubiera sido nada peor.

Victoria no lo dijo, pero estaba encantada de que no le hubiera pasado nada a su nueva nariz. Después de que le recolocaran la pierna y le pusieran la escayola, Collin se la llevó a casa y la acomodó en el sofá con varios cojines. Le preparó una crema de champiñones y cebada y le hizo un sándwich de atún. Le habían dado unas muletas y le dijeron que le quitarían la escayola al cabo de cuatro semanas, diez días antes de la boda de Grace.

Collin tenía que volver a su despacho para asistir a una reunión de preparación de un juicio que no podía posponer, pero prometió regresar en cuanto le fuera posible. Ella le dio las gracias, él la besó y salió corriendo por la puerta. Victoria llamó a Harlan al trabajo y le explicó lo sucedido.

—Pero qué patosa eres… —dijo para incordiarla, y ella se echó a reír, aunque le dolía.

Le habían dicho que el dolor duraría unos días. También llamó a Gracie, y ella y Harry le enviaron flores. Harlan le llevó a casa una pila de revistas y, una hora después, Collin entró con un pollo asado y unas verduras a la parrilla de Citarella, para todos, y dio un beso a su paciente.

—Lo siento. He venido en cuanto he podido. Estábamos intentando llegar a un acuerdo en el caso.

Victoria se sentía como una reina rodeada de su corte, que no hacía más que estar pendiente de ella. Collin se quedó con ella aquella noche. Le dolía mucho todo el cuerpo, y él le dio calmantes y le frotó la espalda en la cama.

—Eres muy buen enfermero —dijo ella, dándole las gracias—. Lo siento. Esto es una tontería.

—Sí, supongo que lo has hecho adrede. —Sonrió.

Victoria estaba muy decepcionada, había sentido mucho perderse la obra, pero la pierna le dolía demasiado para ir. También le fastidiaba tener que caminar con muletas. Al menos iban a quitarle la escayola antes de la boda, si la fractura soldaba bien. Era un quebradero de cabeza que no necesitaba. Su madre llamó también aquella noche y le dejó un mensaje en el buzón de voz diciendo que sentía mucho lo de su caída.

Al día siguiente entró en la escuela cojeando, y todos los alumnos la ayudaron a moverse de un lado a otro. Helen y Carla se acercaron a su aula a ver cómo estaba, y Eric Walker pasó a saludar. Todo el mundo se alegraba de verla otra vez allí, y le explicaron que Annie había salido de fábula. Al final del día Victoria estaba tan cansada que volvió a casa en taxi. De camino se dio cuenta de que no podría hacer ejercicio durante todo aquel mes, y le aterrorizó pensar que sin duda engordaría. En cuanto llegó a casa se lo dijo a Harlan. La promesa que se había hecho a sí misma consistía en perder doce kilos antes de junio, conseguir una vida y encontrar a un hombre que le importara. Ya tenía una vida, con Collin, y nunca había sido más feliz. Había perdido más de ocho kilos y estaba estupenda, pero quería perder los cuatro que le faltaban antes de la boda, y eso resultaría difícil dando saltitos de un lado a otro con sus muletas, incapaz de hacer ejercicio y tumbada todo el día en el sofá.

—Solo tienes que ir con cuidado y no comer como una loca —le advirtió Harlan—. Nada de helado. Ni galletas. Ni pizza. Ni bollitos. Ni queso para untar. Sobre todo porque no puedes moverte.

—No comeré nada de eso, lo prometo —dijo ella, aunque aquella noche, cuando la pierna empezó a dolerle, sintió la necesidad de reconfortarse con un poco de helado.

Pero no lo pidió, y ni siquiera se acercó al congelador. Aunque había cenado dos raciones de pasta, porque estaba buenísima, se prometió no hacerlo otra vez. Nada de buscar consuelo en la comida durante todo aquel mes, o en la boda parecería un zepelín y demostraría que su padre tenía razón y ella no tenía remedio.

Compartió su preocupación con Collin, y él le dijo que todo lo que engordara mientras fuera con muletas lo perdería en cuanto pudiera volver a hacer ejercicio, y que, si no, tampoco pasaba nada.

—No tienes que preocuparte por eso. Eres una mujer preciosa, y una talla no es tan importante, ni arriba ni abajo.

—Para mí sí lo es —repuso ella con tristeza—. No quiero parecer una vaca marrón con ese vestido.

—Ese vestido no es algo que tú te pondrías, no importa la talla. No te veo vestida de marrón —dijo él con cautela, aunque la moda femenina no era su especialidad.

—Pues pronto me verás —dijo Victoria con desánimo, sin dejar de pensar en su peso.

Quería visualizarse delgada para conseguirlo. Se había comprado un vestido de chiffon azul cielo para la cena de ensayo, y lo llevaría con un bolero plateado y sandalias plateadas de tacón alto. Era muy favorecedor y le quedaba muy bien. Estaba contenta, pero el vestido de la boda seguía incomodándola. Para ella era un absoluto desastre.

—Podemos hacer una pira ceremonial con él después de la boda —dijo Collin con una sonrisa compasiva—. Yo te querría hasta con un saco de arpillera, así que no te preocupes.

Victoria le sonrió y se besaron. Se quedaron en el piso de ella varios días, hasta que se encontró algo mejor, y entonces volvieron al de Collin, que a él le resultaba más práctico porque quedaba más cerca de su bufete.

Collin sacó un tema interesante hablando con ella un domingo por la tarde en su casa, dos semanas después de que se rompiera la pierna.

—¿Qué te parecería si un día de estos buscamos un piso para los dos? Podríamos empezar a ver algo este verano. —Siempre iban y venían de un piso a otro. Llevaban cinco meses saliendo y su relación era tan sólida que ambos se sentían preparados para dar el paso y ver qué sucedía a partir de ahí—. ¿Cómo lo ves?

Hasta entonces, cuando él tenía que preparar un juicio y trabajaba hasta tarde, se quedaba en su piso. El resto del tiempo estaban en casa de ella durante la semana, y luego se trasladaban a la de él durante el fin de semana.

—Lo veo bien —repuso ella con calma, y se inclinó para besarlo. Collin le había firmado la escayola seis veces, Harlan dos, y John había añadido su nombre en rojo. Todos los chicos de la escuela se la habían firmado también por lo menos una vez. Helen decía que era la escayola más decorada de toda Nueva York y que parecía una obra de arte o un ejemplo de graffiti—. Me gusta mucho la idea —dijo Victoria sobre lo de vivir juntos.

—A mí también. ¿Se molestarán Harlan y John? —preguntó él con cara de preocupado.

—No. Creo que a los dos les va bien en el trabajo y pueden permitirse seguir en el apartamento sin mí. A lo mejor incluso les apetece tener más espacio.

Collin asintió con la cabeza. Además, no tenían prisa por encontrar ese piso. Él quería empezar a buscar a finales de junio o principios de julio.

Se lo dijeron a Harlan y a John unos días después, cuando volvieron a su apartamento. Harlan dijo que no le sorprendía, que ya se esperaba algo así o el anuncio de que estaban comprometidos, añadió mirando con malicia a Collin, que simplemente se rio y miró a Victoria con cariño. Todavía no habían hablado de ello, pero a él se le había pasado por la cabeza. Su hermana, que quería conocer a Victoria aquel verano, le había comentado lo mismo. Pero ya tendrían tiempo. No había necesidad de hacer nada con prisas. Disfrutaban de su relación. Los dos llevaban toda la vida esperando algo así y preferían saborear todos los momentos. La hermana de Collin también acababa de conocer a alguien. A él no se lo había presentado aún, pero parecía perfecto para ella. Era un médico que se había quedado viudo y tenía dos hijos pequeños, y su hermana decía que eran una monada. Tenían cinco y siete años. La vida siempre encontraba la forma de seguir adelante. La teoría de que toda olla tenía su cobertera parecía funcionar si uno esperaba lo bastante y tenía paciencia. Victoria había llegado a creer mucho en ella. Acordaron empezar a buscar apartamento juntos después de la boda de su hermana, cuando ella ya no tuviera la escayola ni caminara con muletas y pudiera moverse mejor. Él tenía unas semanas libres entre juicios, y ella ya habría terminado las clases. Victoria estaba impaciente.

Le quitaron la escayola tres días después de que se acabara el curso y empezaran las vacaciones de verano. Victoria notaba la pierna algo débil y temblorosa, pero tenía que hacer ejercicio y fisioterapia, y le dijeron que con eso reforzaría la musculatura. Mientras tanto tendría que ponerse a punto para la boda. Podía estar de pie cargando el peso sobre la pierna, pero no se sentía fuerte y todavía no podía forzarse mucho en el gimnasio. Antes estaba la fisioterapia.

No le dijo nada a nadie, pero el día que le quitaron la escayola entró en el baño y se pesó, y en cuanto lo hizo se sentó en el borde de la bañera y se echó a llorar. Había ido con cuidado, pero no del todo. Algunas noches malas, cuando la pierna le dolía y necesitaba consuelo, había recurrido a la pasta, un par de pizzas, helado de vez en cuando, queso con galletitas saladas, y también un poco de puré de patata y un delicioso pastel de carne que había comprado Harlan en la charcutería del barrio. Todo había ido sumando y el resultado había sido que, inmovilizada y sin poder ir al gimnasio, había ganado tres kilos de los ocho que había perdido. Así que, en lugar de adelgazar doce kilos para la boda, solamente había perdido cinco. Sabía que solo sería capaz de deshacerse de otro kilo y medio o dos si se lo proponía y seguía una dieta especial de infusiones antes de la ceremonia, de modo que, además de llevar un vestido que le quedaba fatal y que ni siquiera sería de su talla, estaría gorda. Se quedó allí sentada, llorando, y justo entonces Collin entró en el baño.

—¿Qué ha pasado? —dijo, preocupado—. ¿Te duele la pierna?

—No, me duele el culo —contestó Victoria, enfadada consigo misma—. He engordado tres kilos por culpa de la pierna de las narices. —Le daba vergüenza reconocerlo delante de él, pero ya la había visto llorar, así que se lo dijo.

—Ya los perderás. Además, ¿a quién le importa? —repuso Collin, y entonces se le ocurrió una idea—. Voy a tirar esa báscula a la basura. No quiero que toda tu vida gire en torno a los dictados del peso. Estás fantástica, te quiero, y ¿a quién puñetas le importa si engordas dos kilos o pierdes cuatro? A mí no, desde luego.

—Pero a mí sí —repuso ella, triste, y se sonó la nariz con un pañuelo de papel, sentada aún en el borde de la bañera.

—Eso es otra cosa —dijo Collin—. Hazlo por ti, si quieres, pero no lo hagas por mí. A mí no me importa. Te quiero tal y como eres, y con cualquier talla que lleves.

Victoria lo miró con una sonrisa.

—¿Cómo he tenido tanta suerte de conocerte? Eres lo mejor que me ha pasado en el gimnasio —dijo.

—Nos hemos ganado el uno al otro en pago por haber sido desgraciados durante tanto tiempo. Nos merecemos ser felices —dijo Collin, y se inclinó para besarla.

—Y ser amados —añadió ella.

Él volvió a besarla y Victoria se levantó para dejarse estrechar entre sus brazos.

—¿Cuándo te vas a Los Ángeles, por cierto? —Sabía que no tardaría mucho, ahora que ya le habían quitado la escayola. Era lo que había estado esperando, además del visto bueno por parte de su médico, y también lo tenía ya.

—Dentro de dos días. Me da mucha rabia ir antes que tú —dijo Victoria con un suspiro—, pero Gracie dice que me necesita.

—Ten cuidado con tus padres, que muerden —le advirtió Collin, y ella se echó a reír. Tenía razón—. Será algo así como nadar entre tiburones, y yo no iré hasta el jueves antes de la boda. He tratado de coger algún día libre más, pero no puedo. Tengo que intentar cerrar el acuerdo de este caso, si puedo, antes de ir hacia allá.

—Estaré bien —repuso ella con valentía, y Collin la besó de nuevo.

Al final Victoria pasó el fin de semana con él en Nueva York y el lunes salió hacia Los Ángeles. Collin no llegaría hasta tres días después. Ella le aseguró con toda confianza que podía enfrentarse sola a su familia esos tres días; había convivido con ellos durante casi treinta años.

Gracie fue a buscarla al aeropuerto y la llevó a casa en su coche. Le dijo que todas las damas de honor estaban ya en la ciudad y se habían probado los vestidos. Les habían hecho los últimos retoques y les quedaban perfectos. El catering estaba organizado. La florista estaba a punto. Ya habían elegido la música para la iglesia y para la recepción, y habían contratado a un grupo. A ella le encantaba su vestido, que al final era de Vera Wang. Fue repasando la lista de cosas pendientes para comprobar que todo estuviera controlado, y entonces recordó que su hermana todavía no se había probado su vestido.

—Deberías ponértelo en cuanto llegues a casa —dijo Gracie con cara de preocupación—. ¿Crees que tendrán que retocarlo? —preguntó a la vez que la miraba de reojo, sentada a su lado en el coche. A ella le parecía que estaba más o menos igual, pero nunca se sabía.

—No, no estoy mucho más delgada que antes —contestó Victoria, algo desanimada.

—Me refería a si habías engordado —dijo Gracie, algo insegura, y Victoria negó con la cabeza.

Eso era lo que todos pensaban de ella, que era una montaña que nunca disminuía, que lo único que hacía era crecer. Había perdido medio kilo desde que le habían quitado la escayola, pero no más. No había podido hacer suficiente ejercicio para que se notara, aun sin comer carbohidratos.

Cuando llegaron a casa, encontraron a su madre repasando la lista de regalos. Había tanta plata y tanto cristal envueltos en preciosos paquetes que el comedor se había convertido en un almacén. Su padre estaba en la oficina, y Victoria no lo vio hasta la noche. Llegado el momento, Jim la abrazó y comentó que la veía bien. Viniendo de él, «saludable» y «bien» siempre eran sinónimos de «grande» y «gorda». Su hija le dio las gracias, le dijo que ella también lo veía bien a él y se fue a otra habitación. No se habían visto desde que les había presentado a Collin, en Nueva York. Al recordar el comentario de Collin sobre los tiburones, prefirió alejarse de su padre.

Victoria consiguió mantenerse a flote durante aquellos tres días, hasta que Collin llegó por fin. Esa noche habían organizado una cena en la que se reunieron ambas familias y que resultó bastante inofensiva. La cena de ensayo sería al día siguiente, en el club de campo de los Wilkes. El banquete de la boda se celebraría en el club de tenis y natación de los Dawson, en un jardín inmenso y bajo una enorme carpa «de cristal» que había costado un dineral. Quinientos cuarenta invitados habían confirmado su asistencia.

La mañana que llegaba Collin, Victoria consiguió estar unos minutos a solas con su hermana y le preguntó de una vez por todas si de verdad quería seguir adelante con aquello y si estaba segura de Harry. En caso afirmativo, le prometió dejarla en paz para siempre. Gracie la miró con solemnidad y le dijo que estaba segura.

—¿Eres feliz? —preguntó Victoria, porque no lo parecía. Estaba muy estresada y, cada vez que Harry iba por allí, hacía cabriolas con tal de complacerlo. Si se casaba con él, así sería la vida de Gracie a partir de entonces. Era lo que él creía que merecía, y Victoria lo sentía muchísimo por su hermana.

—Sí, soy feliz —contestó Gracie.

Victoria suspiró entonces y asintió con la cabeza.

—De acuerdo, pues cuenta conmigo. Eso es lo único que quiero para ti. Y ya puedes decirle de mi parte que, si alguna vez te hace desgraciada, yo personalmente me encargaré de darle una buena paliza —dijo Victoria.

Gracie soltó una risa nerviosa. Tenía miedo de que su hermana lo dijese en serio.

—No lo hará —dijo con gravedad—. ¡Sé que no lo hará! —Daba la sensación de que intentaba convencerse a sí misma.

—Espero que tengas razón.

Victoria ya no volvió a sacar el tema, y se sintió aliviada cuando llegó Collin. Harry se tomó muchas molestias para impresionarlo y cautivarlo, y Collin se mantuvo educado y le siguió la corriente, pero Victoria se daba cuenta de que Harry no le había caído bien. A ella tampoco, pero había entrado en la familia. Para bien o para mal.

La cena de ensayo fue un acontecimiento monumental preparado por la empresa de catering más lujosa de todo Los Ángeles. Acudió la flor y nata de la ciudad. Los Wilkes estuvieron muy corteses y se esforzaron por conseguir que todos los Dawson se sintieran a gusto. No hacían más que hablar maravillas sobre Gracie. Era joven, desde luego, pero creían que sería la esposa perfecta para su hijo. Y Jim Dawson no dejaba de repetir y repetir hasta la saciedad lo mucho que apreciaba a Harry. Durante la cena hubo discursos interminables, algunos inteligentes, la mayoría muy aburridos. Victoria también tendría que decir unas palabras, pero lo haría en la boda, como hermana mayor y dama de honor principal.

Estaba muy guapa con el vestido de chiffon azul cielo que se había comprado para la ocasión, y Collin le dirigió muchos cumplidos durante la velada. Su padre había bebido varias copas cuando se les acercó, después de que la cena de ensayo terminara y los invitados empezaran a reunirse en grupitos. Se dirigió a ellos dos con su voz de hombretón fuerte, lo cual Victoria sabía que solía ser mala señal, porque era muy probable que acabara lanzándole alguna pulla. Al ver acercarse a su padre quiso advertir a Collin, pero no tuvo tiempo. Antes de poder decir ni una palabra, ya tenían a Jim encima.

—Bueno, bueno… —dijo, mirando a Collin como si tuviera catorce años y acabara de presentarse en casa de los Dawson para ir a buscar a Victoria por primera vez—. Parece que has elegido muy bien, Victoria es el cerebro de la familia. Gracie es la belleza. Siempre es interesante tener cerca a una mujer lista.

Era el primer ataque de tiburón de la noche. Victoria no lo había visto hablar con Collin hasta ese momento, y ya había sangre en el agua. La de ella, como de costumbre.

Collin miró a su padre con cordialidad y pasó un brazo a Victoria alrededor de los hombros para acercarla hacia sí. Ella notó cómo la estrechaba con fuerza, sintió su protección. Y, por una vez en su vida, se sintió segura. Y amada. Así se sentía cuando estaba con él.

—Me temo que no estoy de acuerdo con usted, señor —dijo Collin, muy cortés.

—¿Sobre las mujeres listas? —Jim parecía sorprendido. Normalmente nadie ponía en duda sus opiniones, por muy indignantes, imprecisas o insultantes que fueran. Nadie se molestaba.

—No, sobre quién es el cerebro y quién la belleza de la familia. Yo diría que Victoria es ambas cosas, cerebro y belleza. La subestima usted, ¿no le parece?

Su padre balbuceó unos instantes y luego asintió; no estaba seguro de cómo reaccionar. Victoria casi se echó a reír, y apretó la mano de Collin para transmitirle un silencioso «gracias». Sin embargo, Jim no pensaba dejarlo ahí. No le gustaba que le llevaran la contraria ni que lo interrumpieran cuando menospreciaba a su hija.

Soltó una risotada hueca, lo cual era otra mala señal bien conocida por Victoria.

—Es sorprendente cómo los genes se saltan a veces generaciones, ¿verdad? Victoria es igualita a mi abuela. Siempre lo ha sido, no se parece en nada a nosotros. Tiene la constitución de mi abuela, el mismo color de pelo, la nariz. —Esperaba dejarla en evidencia, porque sabía lo mucho que Victoria había detestado su nariz toda la vida.

Collin, inocentemente, se inclinó para acercarse a examinar la nariz de Victoria y se volvió hacia su padre con desconcierto.

—Pues yo creo que se parece mucho a la de su madre y su hermana —dijo con total sinceridad.

Desde luego que se parecía, gracias a la doctora Schwartz, pero eso Collin no lo sabía. Victoria se ruborizó. Su padre, extrañado, la miró entonces con más atención y tuvo que reconocer, para sí al menos (porque ante Collin no estaba dispuesto a hacerlo), que sí se parecía a la nariz de Gracie y de su madre.

—Qué raro, antes me recordaba a la de mi abuela —masculló—. Pero es muy grandullona, igual que ella —dijo con un brillo malévolo en la mirada. Era la descripción que Victoria más había odiado desde niña.

—¿Se refiere usted a que es alta? —preguntó Collin con una sonrisa.

—Sí… Desde luego.

Su padre se había retractado por primera vez en la historia, y entonces, sin un solo comentario más, desapareció entre la multitud. Sus dardos habían sido afilados como siempre, pero esta vez no habían dado en el blanco. Jim comprendió con claridad que a Victoria no le importaban sus insultos, porque Collin la amaba. Victoria suspiró al ver cómo buscaba a su madre y le decía que ya era hora de irse a casa.

—Gracias —le dijo Victoria a Collin en voz baja. Le habría gustado hacer frente a su padre ella misma, pero todavía le daba miedo. Habían sido demasiados años de intimidación. Quizá algún día, pero todavía no.

Collin la rodeó con un brazo mientras caminaban hacia donde esperaban los aparcacoches, junto a limusinas y demás vehículos.

—No puedo creerme las barbaridades que dice de ti —comentó él, molesto—. ¿Qué le pasa a tu nariz? —preguntó, completamente desconcertado, y ella se echó a reír mientras esperaban el coche con chófer que Collin había alquilado para aquella noche.

—Me operé la nariz durante las vacaciones de Navidad. Ese era el accidente de tráfico que había tenido cuando nos conocimos —reconoció, algo avergonzada por habérselo ocultado hasta entonces por pura vanidad. De todas formas, ya no deseaba tener ningún secreto con él, ni en el pasado ni a partir de aquel momento, así que se quitó ese peso de encima y se sintió muy aliviada—. Detestaba mi nariz. Mi padre siempre hacía chistes al respecto, así que me la arreglé. A ellos no les dije nada, solo a Gracie. Ni él ni mi madre se dieron cuenta cuando nos vimos en Nueva York, y tampoco ahora.

Collin no pudo evitar sonreír al oír su confesión.

—O sea que, cuando nos conocimos, ¿te habías operado la nariz? —No salía de su asombro—. Y yo que creía que habías sufrido un terrible accidente…

—Pues no, era mi nueva nariz —dijo ella, orgullosa y tímida a la vez.

Collin la observó un minuto con una extraña sonrisa. A esas alturas también había bebido bastante. De no ser así, no habría contestado a su padre. No solía hacerlo. Sin embargo, los desprecios de Jim hacia Victoria lo habían enfurecido como nunca.

—Es una naricita preciosa —la piropeó—. Me encanta.

—Creo que estás borracho —dijo ella, riendo. Había disfrutado viendo cómo desarmaba sutilmente a su padre.

—Estoy borracho, es verdad, pero no soy peligroso. —Se detuvo para besarla, y entonces apareció el chófer con su coche y ellos subieron.

Collin dormía con ella en la casa de la familia, así que seguramente se encontrarían otra vez con su padre, pero al volver se metieron enseguida en la habitación de ella. Collin estaba tan cansado que se quedó dormido al cabo de cinco minutos. Victoria estuvo un rato despierta, tumbada junto a él, y luego fue a ver a Gracie a su habitación.

Asomó la cabeza por la puerta y vio a su hermana sentada en la cama y con una expresión algo perdida. Victoria entró y se sentó a su lado, igual que hacía cuando las dos eran pequeñas.

—¿Estás bien?

—Sí. Nerviosa por lo de mañana. Siento como si fuera a entrar en su familia y a perder la nuestra —dijo, algo angustiada.

Victoria no lo habría considerado una pérdida, salvo por Gracie, pero sabía que su hermana sí. Ella quería a sus padres, y sus padres la querían a ella.

—A mí no me perderás —le aseguró—. No me perderás nunca.

Gracie la abrazó sin decir una palabra. Parecía a punto de echarse a llorar, pero contuvo las lágrimas. Victoria no podía evitar preguntarse si estaría dudando en cuanto a Harry. Haría bien, pero en todo caso no lo reconoció.

—La boda irá como la seda, ya verás —dijo Victoria para tranquilizarla. Tristemente, su matrimonio sería otra historia, o por lo menos eso creía ella.

—Collin me cae muy bien —dijo Gracie para cambiar de tema—. Es muy majo y me parece que te quiere un montón. —Era fácil verlo, porque estaba siempre pendiente de ella y la miraba con adoración, como si fuera el hombre más afortunado del mundo.

—Yo también le quiero —repuso ella con alegría.

—¿Crees que os casaréis? —A Gracie le parecía que sí, y Victoria sonrió.

—No lo sé. No me lo ha pedido. Es demasiado pronto. Somos felices así, de momento. Este verano buscaremos un apartamento para irnos a vivir juntos.

Avanzaban despacio, mientras que Gracie iba a convertirse en una mujer casada al cabo de pocas horas. A Victoria le parecía que su hermana era demasiado joven para dar un paso tan grande, sobre todo casándose con Harry, que iba a controlar hasta el último aspecto de su pensamiento y su vida. Eso la entristecía, pero era lo que Gracie deseaba, y el precio que estaba dispuesta a pagar por estar con él.

—Siento lo del vestido marrón —dijo su hermana de pronto, con cara de culpabilidad—. Tendría que haber elegido algo que te quedara mejor. Me gustaba ese vestido, pero tendría que haber pensado en ti.

A Victoria le conmovió que Gracie se diera cuenta, y se lo dijo mientras le daba un abrazo de perdón.

—No pasa nada. Ya me vengaré cuando me case yo. Escogeré algo que te quede como un tiro.

Las dos se echaron a reír.

Estuvieron charlando un rato más y después Victoria la abrazó y regresó a su cuarto. Sentía lástima por su hermana pequeña. Tenía la sensación de que no disfrutaría de una vida fácil. Acomodada, desde luego, pero no necesariamente una buena vida. Lo único que podía hacer por el momento era desearle lo mejor. Cada una era responsable de su propia vida.

Victoria se metió en la cama junto a Collin, le sonrió y se acurrucó contra él antes de quedarse dormida. Por primera vez en su vida se sentía segura en casa de sus padres.