La segunda cita de Victoria con Collin resultó mejor aún que la primera. Fueron a un restaurante de pescado de Brooklyn y comieron langosta fresca con unos enormes baberos de papel. El sitio era bullicioso y divertido, y lo pasaron muy bien juntos. Sus conversaciones fueron tan sustanciosas como la última vez, los dos se sentían muy cómodos hablando de sí mismos y de quiénes eran en realidad, abriéndose el uno a la otra. Empezaron a quedar en el gimnasio por las tardes y a explicarse qué tal les había ido el día mientras hacían bicicleta. Se sentían completamente a gusto. Él siempre la abrazaba o le daba un beso en la mejilla, pero no había pasado de ahí, cosa que a Victoria le parecía bien. Le gustaba así.
En su tercera cita Collin la llevó al ballet porque Victoria había comentado que le gustaba. Fueron a una exposición del Met un domingo, y a tomar un brunch después. Collin la invitó al estreno de una obra de Broadway. Ella se divertía a más no poder con él, que era muy creativo con los lugares a donde la llevaba. Siempre eran planes muy bien meditados, cosas que creía que le gustarían.
Y después de aquella noche en el teatro, por primera vez Collin pareció incómodo al preguntarle si querría cenar con él. Le advirtió que sería una velada que quizá no le apetecería, y sin duda no tan emocionante como otras, pero de todas formas quería proponérselo.
—Mis padres vienen a la ciudad. Me gustaría presentártelos, aunque no son muy divertidos. Sencillamente no son personas felices y se pasarán toda la noche hablando de mi hermano, pero significaría mucho para mí que los conocieras. ¿Qué te parece?
—Me parece que serán mucho mejores que los míos, seguro —contestó ella con cariño. La conmovió y la halagó que quisiera presentárselos.
Cuando llegó el momento, resultaron ser todo lo que Collin le había explicado, o peor. Eran unas personas apuestas y aristocráticas, y muy inteligentes. Pero su madre parecía deprimida, y su padre era un hombre abatido por la vida y la pérdida de su hijo. Tenían los hombros encorvados, y tanto sus rostros como su día a día carecían de color. Era como si ni siquiera vieran a Collin, solo al fantasma de su hermano. Todos los temas remitían siempre a él, y toda mención de lo que hacía Collin conducía a una desfavorable comparación con su hermano. No tenía forma de ganar. A su manera, sus padres eran tan horribles como los de ella, e igual de deprimentes. Cuando los dejaron en el hotel Victoria sintió ganas de abrazar a Collin y de quitarle el dolor a besos, pero fue él quien la besó a ella. Era la primera vez que lo hacía, y todo lo que Victoria sentía por él salió a borbotones de su interior, toda la compasión, la comprensión y el amor. Quería curar las viejas heridas que había sufrido y la soledad que le había generado el rechazo de sus padres. Después estuvieron hablando un buen rato sobre lo doloroso que había resultado para él y lo agradecido que estaba por el apoyo de Victoria.
Harlan y John ya se habían acostado cuando Victoria y Collin volvieron al apartamento de ella y estuvieron hablando y besándose varias horas. Los padres de él le habían parecido casi tan horribles como los suyos, aunque los de él tenían una excusa y los de ella no. Los de ella simplemente no la querían. Los de él lloraban la muerte de su primogénito. Sin embargo, por una u otra razón no habían tratado con afecto y cariño a sus otros hijos, los habían rechazado hasta el punto de mostrarse crueles, y en ambos casos los habían convencido de que no merecían ser amados. Tanto Collin como Victoria llevarían esas cicatrices de por vida, igual que mucha otra gente. A ella le parecía uno de los peores crímenes que podían perpetrar unos padres: convencer a sus propios hijos, no solo de que no los querían, sino de que no eran dignos de amor y que nadie los querría jamás. Esa había sido la maldición de su vida, y también de la de Collin.
Aquella noche consiguieron darse todo el amor, el consuelo y la aprobación que merecían y que necesitaban desde hacía tanto tiempo. Para ambos había sido un momento con mucho significado. Muchísimo. Victoria ya no explicaba a Harlan todo lo que sucedía en sus citas. Había empezado a sentir una especie de lealtad hacia Collin, lo cual le parecía correcto. Y él sentía lo mismo por ella; cuando lo llamaba su hermana, solo le contaba ciertas cosas. También quería proteger a Victoria y la incipiente relación que compartían. Ambos eran respetuosos y discretos.
La siguiente cena tras la visita de los padres de él fue muy importante para ambos. Era una tontería y un horror, y a Victoria le daba vergüenza que significara tanto para ella, pero así era, y Collin supo entenderlo. Era el día de San Valentín, y él la llevó a cenar a un restaurante francés, pequeño, romántico y con una comida deliciosa, aunque Victoria pidió con sensatez. La cena fue maravillosa, y después volvieron al apartamento de él, no al de ella. Collin había preparado champán para recibirla, y una pulserita de oro con un pequeño corazón de diamante que le puso en la muñeca. Luego la besó. Para los dos era el lugar y el momento perfecto. Ella se derritió en sus brazos y, un momento después, estaban juntos en la cama. Su ropa había desaparecido, igual que todos los años de soledad que habían vivido hasta entonces, el uno sin la otra. Lo único que ambos sabían, al terminar aquella noche, era lo mucho que se amaban. Se sentían dignos de ello, merecedores por fin del amor.
A partir de entonces su vida juntos adquirió un tinte de vida cotidiana. Salían a cenar, se quedaban en casa, hacían la colada juntos, iban al gimnasio, pasaban las noches en el apartamento de él o el de ella, iban al cine y conseguían unir dos vidas reales en una sola. Todo funcionaba mejor de lo que ninguno de los dos podría haber soñado.
Fue idea de Collin cogerse una semana libre para ir a algún sitio con Victoria durante las vacaciones de primavera. Gracie había suplicado a su hermana que fuese a Los Ángeles, pero Victoria no quería. Sabía que su familia les estropearía el viaje y, si seguían juntos, de todas formas Collin tendría que conocerlos pronto. Ella temía el momento de presentárselo a sus padres y lo había hablado varias veces con su psiquiatra, que se alegraba por su nueva situación.
—¿Por qué te da tanto miedo presentárselo? —preguntó la doctora Watson, desconcertada ante su resistencia. La relación iba muy bien. Mejor de lo que Victoria había soñado jamás.
—¿Y si mis padres lo convencen de que no valgo la pena y no merezco su amor, y él decide que tienen razón? —Soltó las palabras presa del pánico.
—¿De verdad crees que eso va a suceder? —preguntó la terapeuta, mirándola a los ojos.
—No. —Victoria negó con la cabeza—. Pero ¿y si sucede? Son muy convincentes.
—No, no lo son. La única a la que han convencido siempre es a ti. Nadie más que su propia hija los creería, y por eso es tan cruel lo que hacen. Nadie se lo creería ni se lo ha creído nunca. Y a mí Collin me parece demasiado listo para caer en algo así.
—Lo es. Pero me preocupa lo que puedan decirle, y que me humillen delante de él.
—Puede que lo intenten, pero en tal caso te garantizo que a él no le hará ninguna gracia, y tendrá peor opinión aún de ellos. Por cierto, ¿lo has invitado ya a la boda de tu hermana? —Victoria no lo había mencionado.
—Todavía no, pero pienso hacerlo. Aunque no quiero que me vea con ese vestido marrón que me queda tan mal. Me da vergüenza.
—Aún puedes convencer a Gracie de que te deje llevar algo diferente. No es demasiado tarde —le recordó la terapeuta.
—Lo he intentado, y no quiere. Tengo que aguantarme y ponerme ese vestido. Pero detesto que Collin tenga que verme tan horrorosa.
—A mí me parece que él te querrá te vistas como te vistas. El vestido marrón no le importará. —La doctora lamentaba que Victoria no lograra enfrentarse a su hermana en ese punto.
Su vida sexual también era fantástica, aunque al principio Victoria se había sentido cohibida por su peso. A pesar de haber adelgazado, seguía siendo más grandota de lo que le gustaría, y tenía algunos michelines y carnes flojas aquí y allá. Como no quería que él los viera, siempre apagaba la luz. Se tapaba y corría al baño a oscuras, o con una bata por encima. Hasta un día en que él por fin la convenció de que le encantaba su cuerpo exactamente como era, que lo disfrutaba, que lo veneraba, que amaba hasta el último centímetro de sus formas femeninas, y ella por fin lo creyó. Collin la miraba como a una diosa cada vez que la veía desnuda. La hacía sentirse como la reina del sexo y la alta sacerdotisa del amor. Victoria nunca había vivido nada tan excitante, y en cuanto empezó a comprender lo que él sentía por ella, y lo creyó, casi no salían de la cama. No se había divertido tanto en toda su vida, y la desesperación desapareció de su dieta. Comía con sensatez y se mantenía alejada del helado y de los alimentos que más engordaban, además de seguir acudiendo sin falta a su cita con Weight Watchers. Sin embargo, lo que más le apetecía por encima de todas las cosas era proclamar a los cuatro vientos que Collin la quería. Al final resultaba que sí era digna de ser amada. Nunca había sido tan feliz, y Collin se sentía igual que ella. Se deleitaba en la calidez del amor de Victoria, en su aprobación y su admiración, y gracias a ello se sintió florecer. Aquello era lo que había faltado en la vida de ambos durante tantos años. Su convivencia era un jardín bien regado donde todo crecía con exuberancia. El amor que compartían era algo hermoso para los dos.
Justo antes de las vacaciones de primavera, Victoria fue a la fiesta prenatal del bebé de Amy Creen. Iba a ponerse de parto cualquier día y ya no volvería a clase hasta después de que naciera el niño. Había sido muy emotivo verle la barriga tan voluminosa, y a su madre pendiente de ella. Amy estaba feliz, y el acuerdo con la escuela había funcionado muy bien. Volvería cuando ya fuera madre, al cabo de unas semanas, para hacer los exámenes finales. La habían aceptado en Harvard y en la Universidad de Nueva York. Ella había decidido quedarse en la ciudad para poder estar con su hijo y su madre, que iba a ayudarla. Justin también iría a la Universidad de Nueva York. Les había salido a la perfección. El chico se había ido a vivir con Amy y con su madre durante los últimos meses del embarazo, con la aprobación de sus padres, aunque al principio no se habían mostrado demasiado contentos. La familia de Amy, en cambio, había sido muy razonable, y era conmovedor ver a unos chicos tan jóvenes esforzándose tanto por hacer lo correcto. Los dos acababan de cumplir dieciocho años. Victoria había hablado de ellos a Collin. Le encantaba compartir aspectos de su vida con él, que hacía lo mismo con su trabajo y estaba impaciente por presentarle a sus amigos. Juntos eran más de lo que eran por separado. No se restaban el uno al otro, sino que sumaban lo que eran.
Collin la sorprendió alquilando una preciosa granja antigua reformada en Connecticut para pasar juntos las vacaciones de primavera. Era un lugar apartado e idílico, absolutamente acogedor. Para los dos fue como jugar a las casitas. La propiedad quedaba cerca de un pueblo pintoresco. Dieron largos paseos, montaron a caballo por el campo, cocinaron juntos por las noches e hicieron el amor sin parar. Cuando se les acabaron los días, a ninguno de los dos le apetecía irse de la casa. Había sido perfecto.
Todo iba como la seda en la vida de ambos. Hasta una semana después de regresar de las vacaciones de primavera, cuando Victoria, que estaba en casa de Collin, recibió una llamada en su móvil. Era Gracie, y lloraba tanto que Victoria ni siquiera entendía lo que decía. Por lo que oía de la conversación y las preguntas que hacía Victoria, Collin se dio cuenta de que había sucedido algo malo, pero ninguno de ellos sabía de qué se trataba. Victoria pensó incluso que podía haber muerto alguno de sus padres, o Harry. Grace no decía nada coherente, y ella empezó a asustarse de verdad.
—¡Gracie, cálmate! —le gritó, pero los sollozos continuaron.
Su hermana por fin logró contar la historia balbuceando.
—Me ha… eng… engañado —dijo, y entonces volvió a derrumbarse y a deshacerse en lágrimas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Victoria con brusquedad, pensando que quizá fuera una bendición, si eso evitaba que se casara con el hombre equivocado.
Quizá estaba escrito que tenía que suceder y no era algo tan malo, por muy destrozada que estuviera Gracie en ese momento.
—Lo he visto salir de un edificio con una mujer. Yo iba en coche a casa de Heather para enseñarle los diseños de mi vestido, y entonces lo he visto. Salía de ese edificio con ella, le ha dado un beso y luego se ha subido a su coche y se ha ido. A mí me había dicho que tenía que reunirse con su padre por algo de negocios. Me ha mentido. —De nuevo la invadieron los sollozos—. Y anoche no volvió a casa. Lo llamé y no contestó al teléfono.
—¿Estás segura de que era él? —preguntó Victoria con sensatez.
—Del todo. Él no me ha visto, pero yo iba con la ventanilla del coche bajada y estaba tan cerca que incluso lo he oído reírse. Ella parecía una fulana, pero ya la conocía de antes. Creo que es una de las secretarias de su padre. —Gracie lloraba como una niña.
—¿Y le has dicho que lo has visto?
—Sí. Me ha dicho que no era asunto mío, que todavía no estamos casados y que él sigue siendo un hombre libre. Y que si me pongo muy pesada cancelará la boda. Me ha dicho que por eso mi anillo es tan grande, para que tenga la boca cerrada y no esté todo el día encima de él.
Decir algo así era horrible, y Victoria se quedó de piedra. Le había confirmado que Harry era quien ella creía, o incluso peor.
—No puedes casarte con él, Gracie. No puedes casarte con un hombre que te trata así. Volverá a engañarte.
Collin ya veía por dónde iba el asunto y se sentó en el sofá junto a Victoria con cara de preocupación. Todavía no conocía a su hermana pequeña, pero ya lo sentía por ella. No era más que una niña.
—No sé qué hacer —dijo Gracie con voz de chiquilla perdida.
—Cancela la boda. No tienes otra opción. No puedes casarte con un tipo que ya está engañándote ahora, que va acostándose con otras por ahí y te dice que tengas la boca cerrada porque te ha regalado un anillo enorme. No te respeta. —Ni a sí mismo, por lo visto.
Collin también asentía, de acuerdo con lo que la oía decir. Aquel tipo era un desgraciado y tampoco él habría querido que su hermana se casara con alguien así.
—Pero es que yo no quiero cancelar la boda —dijo Gracie entre sollozos—. Le quiero.
—No puedes dejar que te trate así. Mira, ¿por qué no vienes unos días a Nueva York? Aquí hablaremos. ¿Se lo has dicho a papá?
—Sí. Dice que los hombres a veces hacen esas cosas, y que no significa nada.
—Menuda chorrada. Algunos hombres sí, pero los hombres decentes no le hacen eso a la mujer que quieren. Supongo que puede suceder, pero no así, con una barbie cualquiera y dos meses antes de su boda. No es buena señal.
—Ya lo sé. —Gracie parecía destrozada y perdida.
—Te compraré un billete. Quiero que vengas mañana mismo. —Era demasiado tarde para que volara aquella noche.
—De acuerdo. —Su hermana hablaba con docilidad y la voz entrecortada. Aún seguía llorando cuando colgó.
Inmediatamente después, Victoria llamó a la compañía aérea, reservó un billete y envió a Gracie la información en un mensaje de texto. Estaba dispuesta a pedir unos días libres en la escuela si hacía falta para pasar algo de tiempo con su hermana. Aquello era importante, y Collin estuvo de acuerdo con ella cuando le explicó lo sucedido.
—Esto solo es el principio. Si ya la está engañando ahora, no parará. Seguro que lo ha hecho siempre, solo que ella no lo sabía —opinó Collin, y Victoria coincidió con él.
Había tenido muchísimas oportunidades de hacerlo, estando con su familia, en sus viajes a Europa, o en sus fines de semana de despedidas de soltero. Collin tenía razón; si Harry era de los que engañaban, Gracie sería desgraciada toda la vida. Todavía hablaban de ello cuando se fueron a la cama.
Al día siguiente Victoria esperó a que fuera una hora razonable para llamar a su hermana entre clase y clase. Gracie acababa de levantarse después de pasar casi toda la noche llorando. Le dijo que Harry no la había llamado y que, la última vez que había hablado con él, había vuelto a amenazarla con cancelar la boda, como si Gracie hubiese hecho algo malo por llamarle la atención sobre su comportamiento y decirle lo que había visto.
—Déjale que lo haga —dijo Victoria con crudeza. Esperaba que su hermana le hiciera caso.
—Pero no quiero que la cancele —dijo Gracie, llorando otra vez.
Victoria sintió pánico. No podía casarse con ese hombre. Ni siquiera se había disculpado por lo que había hecho, no estaba arrepentido, y eso eran señales terribles. Era un niño rico y malcriado que hacía lo que le venía en gana y estaba amenazando a su futura esposa en lugar de postrarse a sus pies para implorarle perdón, lo cual podría haber sido un comienzo, y puede que aun así no habría bastado. Para Victoria seguro que no.
—Tú súbete a ese avión. Hablaremos cuando llegues aquí. Diles a mamá y a papá que quieres venir a hacerme una visita. Además, quiero que conozcas a Collin. —Había explicado a su hermana todo acerca de él, aunque no parecía el mejor momento para presentarlos.
—¿Y si se enfada más conmigo porque me he ido a Nueva York? —La voz de Gracie destilaba miedo.
—Gracie, ¿te has vuelto loca? ¿Cómo que si se enfada él? Te ha engañado. Eres tú la que debería estar furiosa, no él.
—Me ha dicho que he estado metiendo las narices, espiándolo.
—¿Y es verdad?
—No, iba a ver a Heather para enseñarle los nuevos bocetos del vestido —volvió a explicar su hermana.
—Exacto, así que no dice más que tonterías. Y te ha engañado. Ven a Nueva York.
Le recordó a qué hora salía el vuelo. Gracie tenía tiempo de sobra para cogerlo.
—De acuerdo. Iré. Nos vemos más tarde —dijo algo nerviosa, pero al menos ya no lloraba.
Victoria le había buscado un vuelo que salía de Los Ángeles a mediodía y llegaría al aeropuerto JFK a las ocho de la tarde, hora de Nueva York. Ella había pensado ir al aeropuerto a buscarla. Cogería el autobús de las siete, que también había reservado ya, pero el móvil le sonó a las seis de la tarde, cuando estaba en su piso organizándose para la visita de Gracie y cambiando las sábanas. Era su hermana la que llamaba.
—¿Dónde estás? —se extrañó Victoria—. ¿Me llamas desde el avión, o es que habéis aterrizado antes?
—Estoy en Los Ángeles. —Sonaba preocupada y culpable—. Harry acaba de irse. Dice que me perdonará y que no cancelaremos la boda si me olvido de todo esto y no vuelvo a hacerlo. —Su voz era como la de un robot.
Victoria estaba hecha una furia.
—¿Si no vuelves a hacer qué? ¿Dejarte engañar? ¿De qué está hablando? ¿Qué es lo que se supone que no puedes volver a hacer? —Le temblaba la voz de rabia y preocupación por su hermana. Harry estaba dando la vuelta a lo sucedido para culpar a Gracie, cuando estaba clarísimo que quien tenía la culpa era él, no ella.
—Espiarlo, acusarle de cosas. —Gracie lloraba, pero Victoria no podía oírlo—. Dice que no sé de qué estoy hablando, que lo único que hizo fue besarla y que más vale que meta las narices en mis cosas y punto.
—¿Y quieres casarte con alguien así? —gritó Victoria. Estaba sola en el piso y a punto de perder los estribos.
—Sí —respondió Gracie con tristeza, y a continuación empezó a gimotear—. Quiero casarme con él. No quiero perderlo. Le quiero.
—Lo único que vas a tener será su nombre, si ya está engañándote ahora. Con eso no basta. Está haciéndote chantaje para comprar tu silencio, Grace. Está diciéndote que si le echas en cara sus jugarretas, aunque él se haya portado mal, te abandonará. ¡Es un cabrón!
Gracie solo lloró con más fuerza.
—No me importa. ¡Le quiero! —De pronto estaba enfadada con su hermana, en lugar de con su futuro marido, por obligarla a enfrentarse a una verdad que le resultaba demasiado terrible para aceptarla—. Dice que no me engañará cuando estemos casados.
—¿Y te lo crees?
—¡Sí! No me mentiría.
—Pues ya lo ha hecho —señaló Victoria, completamente desesperada—. ¿Olvidas que hace dos noches estuvo con otra mujer? Tú misma lo viste. Y, además, no fue a casa. Me lo explicaste tú. ¿Es esa la vida que quieres?
—No, él nunca haría eso. Me lo ha dicho. Solo ha sido por los nervios de la boda.
—Los nervios de la boda no hacen que engañes a la persona que quieres. O no deberían. Y en ese caso no tendría que haber boda.
—No me importa lo que digas —repuso Gracie con crueldad. Victoria la estaba arrastrando a la luz de la verdad, y ella hacía todo lo posible por escapar y protegerse en las mentiras de Harry—. Nos queremos y vamos a casarnos. Y no me engaña.
—No, claro, es un tipo estupendo —dijo Victoria con sarcasmo—. Esto es asqueroso, y eres tú la que va a pagar el precio.
—No, no es verdad —dijo Gracie—. Todo irá bien.
Victoria sabía que no, pero su hermana no quería oírlo.
—¿Vas a venir a Nueva York? —preguntó Victoria de forma mecánica.
—No. Harry no quiere que vaya. Dice que tengo mucho que hacer aquí, y que me echaría demasiado de menos.
Y no quería que su ingenua futura esposa se viera influida por su sabia hermana mayor, que no estaba obnubilada con él. Victoria se dio cuenta enseguida.
—Seguro que sí. Lo que no quiere es que hables conmigo. Haz lo que te dé la gana, Gracie. Pero acuérdate de que me tienes aquí para lo que haga falta. —Sabía que tarde o temprano su hermana pequeña la necesitaría.
Se le partía el corazón. Al colgar, no pudo evitar preguntarse si a su madre también le habría sucedido algo así. A lo mejor su padre la había engañado también en algún momento, y por eso se mostraba tan dispuesto a exculpar a Harry. De no ser así, jamás debería haberlo hecho, por el bien de su hija, independientemente del dinero que su futuro yerno tuviera. El dinero no iba a darle la felicidad si Harry no hacía más que engañarla o era una mala persona. Pero a Jim le importaba más el prestigio que esa alianza le daba a él.
Victoria pensó en llamar a su padre, pero le pareció que no serviría de nada. Tampoco él le haría caso. Estaba demasiado empeñado en que se celebrara el matrimonio de Gracie, aunque por motivos equivocados. Todos estaban confabulados para conseguir que se casara con Harry Wilkes contra viento y marea, aunque a Victoria le parecía una tempestad mortal. Llamó a Collin para explicarle lo sucedido y él se preocupó por ella. Sabía lo unida que se sentía a su hermana y le parecía una situación muy grave.
—Es una lástima que tus padres no estén siendo un poco más inteligentes.
—Son idiotas y les gusta el apellido de ese tipo. Y ella es una niña tonta. Cree que, si lo pierde, nunca encontrará a nadie más como él. Un día será muy desgraciada si sigue adelante.
Collin no intentó convencerla de lo contrario.
Victoria pasó aquella noche muy deprimida y envió a Gracie un mensaje diciéndole que la quería, pero no la llamó. No podía decirle más que la verdad.
La doctora Watson no le fue de gran ayuda al día siguiente. Le repitió lo mismo de siempre, incluso ahora que Harry había engañado a Grace, o por lo menos lo parecía.
—La decisión es de ella —le recordó a Victoria—, es su vida. Yo estoy completamente de acuerdo con lo que dices. La está chantajeando, es un controlador y puede que una persona deshonesta. Pero la única que puede hacer frente a eso es ella, y o bien cambiarlo o alejarse de él. Tú no tienes ni voz ni voto. —Fue muy clara al respecto, pero solo logró que Victoria, que se sentía impotente, se enfadara también con ella.
—O sea ¿que tengo que sentarme a mirar? —Tenía lágrimas de rabia y frustración en los ojos.
—No, debes conducir tu propia vida. Concéntrate en tu relación con Collin, y me alegro de que te esté yendo bien. No hay nada que puedas ni debas hacer por la vida de tu hermana o su matrimonio. Esa es una elección del todo suya, ya sea buena o mala. No importa lo que tú pienses.
—¿Aunque tenga veintidós años y no sepa lo que hace y necesite un poco de guía? —Victoria se estremecía ante lo que le decía la doctora Watson, sobre todo porque era cierto.
—Así es. No está pidiéndote que la guíes. Te está diciendo que te apartes.
Victoria sabía que tenía razón, lo cual solo conseguía que luchara con más fuerza.
—¿Para que pueda tragarse todas sus mentiras? —Estaba indignada.
—Sí, si eso es lo que quiere, y por lo visto lo es. A mí tampoco me gusta, y oír que pasan esas cosas me inquieta mucho, pero tienes las manos atadas.
—Odio esta situación.
Estaba terriblemente disgustada porque Gracie fuera a casarse con él, pero no quería perder la relación con su hermana, y sabía que podía ocurrir. Harry la había chantajeado para comprar su silencio, ayudado y secundado por la juventud y la desesperación de ella, además del narcisismo y la codicia de su padre. Jim quería que su hija se casara con un Wilkes, a cualquier precio, para poder alardear. Y Gracie tenía miedo de perder a Harry. Victoria temía que su hermana estuviera a punto de perderse a sí misma, lo cual era aún peor.
Después de eso el siguiente golpe fue una llamada de Grace una semana más tarde. Como dama de honor principal, quería que su hermana le organizara un «fin de semana de despedida de soltera» en Las Vegas, con las diez damas de honor, Victoria incluida. A ella le horrorizó la idea. Cuando le preguntó, Gracie le dijo que a Harry le parecía estupendo y cambió de tema. El chantaje había conseguido el silencio deseado, incluso ante su hermana. Si Gracie estaba preocupada no lo reconocería. Lo único que quería era que Victoria le organizara un fin de semana que a ella le parecía un espanto. En realidad no quería ni prepararlo ni asistir, no deseaba hacer nada que facilitara el matrimonio de su hermana con ese cabrón, pero tampoco tenía agallas para negarse.
—¿Ahora la gente no sale simplemente a cenar en las despedidas de soltero? ¿Quién tiene tiempo para una salida de fin de semana? —Solo aquellos que estaban forrados y no trabajaban, que no era su caso.
—No, se organizan viajes. Harry celebró la suya en Saint Bart la semana pasada. Estuvieron cinco días —dijo Gracie.
Victoria no quería ni imaginar a qué se había dedicado todo ese tiempo. Suspiró en voz alta, descontenta con el plan.
—Envíame una lista de lo que quieres y veré qué puedo hacer. ¿No hay nadie más dispuesto a ayudar? Yo trabajo, Gracie, y además tengo el problema de la diferencia horaria. Todas vosotras estáis en la costa Oeste, y ninguna trabaja. —Todas sus damas de honor eran niñas ricas y mimadas que vivían de sus padres o todavía estaban estudiando.
—Tú eres la dama de honor principal, se supone que es cosa tuya —insistió su hermana con cabezonería, y Victoria se sintió culpable.
La relación entre ellas era muy tensa aquellos días por culpa de la boda.
—¿Cuándo quieres ir? —preguntó con voz desanimada.
—En mayo —contestó Gracie, alegre, sin hacer caso de la incomodidad de Victoria.
—De acuerdo. Me encargaré de ello. Te quiero —dijo ella con tristeza, y colgó.
Gracie había prometido enviarle los nombres y los datos de todas, y le dijo que su padre lo pagaría todo. Jim estaba tirando la casa por la ventana para sellar aquella alianza. Por Victoria jamás habría hecho nada así, y ella lo sabía. Incluso lo había reconocido: ya le había advertido que se fugara con su novio, si algún día encontraba a alguien dispuesto a casarse con ella.
Por suerte, a pesar de todo el estrés generado por la boda, las cosas iban bien con Collin. Aun así, Victoria no recibió con alegría la llamada de su madre, que le dijo que su padre tenía que ver a un cliente en Nueva York y que pasarían dos días en la ciudad. Era lo último que le apetecía a Victoria; además, como sabían de la existencia de Collin, seguro que querrían conocerlo. Ella ya había conocido a los padres de él, pero no soportaba pensar en las cosas que su padre explicaría de ella. Aquella noche se lo dijo a Collin.
—¿Querrás cenar con ellos y conmigo? —le preguntó con una mirada de angustia, y él sonrió y la besó.
—Por supuesto.
—Y ya que hemos sacado el tema, hay algo que quiero pedirte.
—La respuesta es sí —dijo él, medio en broma—. ¿Cuál es la pregunta? —Sabía lo inquieta y nerviosa que estaba últimamente, y lo sentía muchísimo. Victoria estaba preocupada por su hermana, y con razón, por todo lo que había oído él.
—¿Querrás acompañarme a la boda de mi hermana? —preguntó, y él le sonrió de nuevo.
—Pensaba que no ibas a pedírmelo nunca.
—Todas las damas de honor estarán preciosas con ese vestido, y yo pareceré un adefesio. Prepárate. No estarás orgulloso de mí —dijo con lágrimas en los ojos.
—Claro que estaré orgulloso de ti, y de estar contigo. No podrías parecer un adefesio ni aunque te esforzaras. ¿Cuándo vienen tus padres, por cierto?
—Dentro de dos días. —Lo dijo como si fuera el fin del mundo, y para ella lo era.
Su padre la ridiculizaría delante del hombre al que amaba para demostrar lo indigna que era de su amor. ¿Y si Collin le hacía caso? No se le ocurrió que a quien dejaba eso en mal lugar era a su padre, no a ella. Collin sabía perfectamente lo mucho que merecía su amor.
Al día siguiente hizo varias llamadas para el fin de semana en Las Vegas, aunque la doctora Watson le recordó que podía negarse si quería. Ella, sin embargo, no pensaba decepcionar a Gracie. Nunca lo había hecho.
Sus padres llegaron a Nueva York un día después. Se hospedaban en el Carlyle, e invitaron a Victoria y a Collin a tomar una copa en el Bemelmans Bar. Resultó que sus padres tenían que cenar con el cliente, así que no disponían de mucho tiempo para estar con ellos, lo cual fue una suerte. Con la copa bastaría. Ella sabía que Jim podía destruirla en cinco minutos: no necesitaba una velada entera para conseguirlo.
Al instante vio lo impresionado que se quedaba su padre con Collin y lo sorprendido que parecía, como si no pudiese creer que saliera con alguien como ella. También a Victoria le costaba creerlo, pero él la quería y lo había demostrado sobradamente durante los últimos cuatro meses.
Todo el mundo se portó con muchísima educación y, cuando llevaban una hora charlando, su padre comentó que esperaba que Victoria tuviera cuidado con lo que comía para caber dentro del vestido de dama de honor que le había encargado su hermana. Ella se puso tensa en cuanto lo oyó.
—He adelgazado, papá —dijo en voz baja—, y vamos al gimnasio todos los días.
—Seguro que tú eres una buena influencia para ella —dijo Jim, sonriendo abiertamente a Collin, que parecía contenido, esperando a ver qué comentaría a continuación—. Pero cuidado con el helado —remató Jim con esa risa que Victoria tanto detestaba.
Ni su madre ni él habían notado lo mucho que había adelgazado, como tampoco el cambio de su nariz, del cual Collin no sabía nada. Nunca se lo había dicho y no creía que hiciera falta. Jim se volvió hacia Collin y le explicó lo maravilloso que era Harry y lo satisfechos que estaban con el matrimonio.
Victoria tomó entonces la palabra con seguridad.
—No, no es tan maravilloso, papá. La ha engañado, y tú lo sabes.
Su padre la miró un momento, asombrado porque le hubiera llamado la atención. Fijó la mirada en Victoria.
—No han sido más que unos nervios inofensivos —dijo como si nada—. Todos los chicos hacen cosas así antes de casarse. Es para rebajar la presión. —Guiñó un ojo a Collin, como si esperase que fuera a darle la razón, pero Collin no le devolvió el gesto.
—¿Cómo podéis dejar que se case con alguien que ya la está engañando antes de la boda? —preguntó Victoria, disgustada, mientras su madre fingía no haberla oído y daba un sorbo a su copa con la mirada perdida. Se había retirado de la conversación.
—No ha sido más que una pelea de enamorados, un malentendido, seguro —insistió su padre, sonriendo aún.
Victoria quería estallar, pero se contuvo. Sabía que no serviría de nada discutir con él. No pensaba darle la razón y estaba totalmente a favor de ese matrimonio, por mucho que hubiera hecho Harry. Collin permanecía impertérrito ante la escena. Se lo veía seguro y fuerte, y toda su conducta transmitía que estaba del lado de Victoria y de nadie más. Jim comprendió que su hija contaba con un aliado y que cualquiera que la atacara o la menospreciara tendría que vérselas también con él. El mensaje llegó alto y claro, aun sin palabras. Sus padres se marcharon poco después y dijeron a Collin que había sido un placer conocerlo.
—Normalmente son más horribles —comentó Victoria cuando salieron del Carlyle y fueron andando hasta el barrio de ella.
Hacía una noche agradable y caminaban cogidos de la mano. Sumado a todo lo que estaba ocurriendo aquellos días y que escapaba a su control, el solo hecho de ver a sus padres la había estresado mucho.
—A mí no me han engañado —dijo Collin con tranquilidad—. He oído lo que ha dicho tu padre del vestido, del peso, del helado, y eso de que le importa un comino si Harry engaña a tu hermana. Quiere casarla con un chico rico. Cree que eso lo dejará a él en buen lugar. Es igual que mis padres: pensaban que lo que conseguía mi hermano les hacía quedar bien a ellos, que podían alardear de hijo, y en cambio lo que yo hago nunca está a la altura. Sé exactamente qué clase de personas son —dijo, y miró a Victoria con comprensión.
Se daba cuenta de lo que había soportado ella toda la vida, y el precio que había pagado por ello. Era desgraciada y se sentía incómoda con su cuerpo. Cuando Collin la besó de camino a su casa, estaba tensa y encerrada en sí misma. Era como si quisiera apartarse también de él. Collin lo vio en sus ojos, se detuvo y la miró.
—Yo no soy el enemigo, ellos lo son. Los he oído: no eres lo bastante buena, así que nadie podría amarte jamás. Ven aquí —dijo, tirando de Victoria hacia sus brazos y perdiéndose en sus enormes ojos azules, que eran del mismo color que los de él—. Te quiero. Claro que mereces amor. Tus padres son unos idiotas. Te quiero y me gusta todo de ti, me gustas tal como eres. Este es mi mensaje. No el de ellos. El mío. Eres la mujer que más merece ser amada de todas las que he conocido en mi vida. —Nada más decirlo, le dio un beso, y unas lágrimas de alivio cayeron por las mejillas de Victoria, que sollozaba en sus brazos.
Acababa de decirle lo que había esperado oír durante toda la vida y, hasta entonces, nadie le había dicho.