20

Los días desde Acción de Gracias hasta Navidad siempre eran un caos en la escuela, pero Victoria se aseguró de acudir a su cita con Weight Watchers cada semana, por muy ajetreada que estuviera. A nadie le apetecía trabajar. Los chicos estaban impacientes por irse de vacaciones y, en cuanto acabaron los exámenes, solo se oía hablar de lo que haría cada cual esos días. Había viajes a las Bahamas, visitas a abuelas en Palm Beach o a otros parientes en otras ciudades. También salidas a esquiar a Aspen, Vail, Stowe, e incluso unos cuantos alumnos que viajaban a Europa para lanzarse por las pistas de Gstaad, Val d’Isère y Courchevel. Sin duda eran vacaciones de niños ricos, en lugares de lujo y por todo el mundo.

Victoria se quedó de piedra al oír a una de sus alumnas hablando de sus planes para las vacaciones. Estaba contándoselo a otras dos chicas mientras recogían sus cosas al acabar la clase, y no pudo evitar oírla. La chica se llamaba Marjorie Whitewater y anunció con alegría que iba a hacerse una reducción de pecho en Navidad. Era un regalo de su padre, y sus dos amigas estaban preguntándole por ello. Una se echó a reír y comentó que iba a hacerse la operación contraria. Su madre le había prometido implantes de pecho como regalo de graduación, el próximo verano. Las tres parecían tomarse los procedimientos quirúrgicos como algo absolutamente natural, y Victoria levantó la vista sobresaltada.

—Pero ¿eso no es muy doloroso? —no pudo resistirse a preguntar sobre la reducción de pecho. A ella le parecía una operación de mucha envergadura, y sabía que no tendría valor para hacerse algo así. Además, ¿y si no le gustaba el resultado? Llevaba toda la vida quejándose del tamaño de sus pechos, pero librarse de ellos, aunque fuera solo en parte, le parecía un paso demasiado definitivo. Lo había pensado alguna vez, pero nunca lo bastante en serio para planteárselo de verdad.

—No es para tanto —respondió Marjorie—. Mi prima se lo hizo el año pasado y está estupenda.

—Yo me hice la nariz a los dieciséis —dijo otra de las chicas. Las ventajas de la cirugía plástica en adolescentes era un tema de debate médico muy serio, y Victoria estaba asombrada por la despreocupación y el dominio del tema con que hablaban las chicas de las diferentes operaciones—. Y me dolió —reconoció, recordando el procedimiento quirúrgico—, pero ahora me encanta la nariz que tengo. A veces se me olvida que no nací con ella. Detestaba la de antes.

Las otras dos se echaron a reír.

—Yo también detesto mi nariz —confesó Victoria con timidez ante sus tres alumnas. Era una conversación fascinante. Se había visto envuelta en ella por casualidad, pero ya estaba metida—. Desde siempre.

—Pues tendrías que cambiártela por otra nueva —comentó como si nada una de las chicas—. Tampoco es tan complicado. Mi operación no fue difícil, y mi madre se hizo un lifting el año pasado.

Las otras dos quedaron impresionadas, y Victoria seguía maravillada por todo lo que explicaban. Nunca se le había ocurrido cambiarse la nariz. Lo había dicho en broma alguna vez, pero nunca lo había considerado una opción real. Quería saber cuánto costaría, pero no le apetecía preguntárselo a sus alumnas.

Aquella noche se lo comentó a Harlan.

—¿Conoces a algún cirujano plástico? —preguntó como de pasada mientras estaban cocinando juntos verdura con pescado al vapor para la cena.

Victoria estaba siguiendo la dieta a rajatabla y ya había empezado a librarse del peso que hacía tanto que deseaba perder.

—La verdad es que no. ¿Por qué?

—Estoy pensando en comprarme una nariz nueva. —Lo dijo como si hablara de un sombrero o de un par de zapatos, y Harlan se echó a reír.

—¿Cuándo ha pasado eso? Nunca lo habías mencionado.

—Hoy he oído hablar de ello a unas alumnas después de clase. Son toda una enciclopedia sobre cirugía estética. A una le operaron la nariz hace dos años. Otra se reducirá los pechos estas fiestas, nada menos que como regalo de Navidad. Y la otra se pondrá implantes en verano, para la graduación. Me he sentido como si fuera la única en toda la escuela que conserva las piezas originales. Y eso que son solo niñas —comentó con asombro.

—Niñas «ricas» —puntualizó John—. Ninguna de mis alumnas se ha operado la nariz ni se pondrá implantes por Navidad.

—El caso es que no sé cuánto cuesta, pero estaba pensando en regalarme una nariz nueva estas Navidades. No voy a ir a casa, así que tendré tiempo.

—¿De verdad te quedas? —exclamó Harlan, sorprendido de oír que se quedaba en Nueva York—. ¿Cuándo lo has decidido?

—En Acción de Gracias. Últimamente mi familia ha perdido la cabeza con todo lo de la boda y, además, ahora el prometido de mi hermana es uno de «ellos». Me superan en número. Son demasiados, y yo sigo siendo una sola. No tengo intención de volver allí hasta la boda.

—¿Se lo has dicho ya?

—Aún no. Pensaba decírselo cuando falte menos para Navidad. He pensado en informarme sobre lo de la operación. No quería preguntar a las chicas de la escuela.

Harlan no dijo nada, pero al día siguiente le dio tres nombres de cirujanos plásticos. Los había conseguido a través de conocidos suyos que decían sentirse muy contentos con su trabajo. Victoria estaba encantada y un día después llamó a dos de ellos. El primero se iba de vacaciones durante las fiestas, y el otro, una mujer, le dio cita para finales de semana. La operación recibía el nombre técnico de rinoplastia, y Victoria le dijo a Harlan que se sentía como un rinoceronte que quería librarse de su colmillo. Él se echó a reír.

Victoria fue a ver a la doctora Carolyn Schwartz el viernes por la tarde. Tenía un despacho muy alegre y luminoso en Park Avenue, no muy lejos de la escuela, así que Victoria pudo ir andando al acabar su última clase. Hacía un día soleado y frío, y el paseo le fue bien para despejarse después de pasar todo el día encerrada en la escuela. La doctora Schwartz era una mujer agradable y joven. Le explicó el procedimiento y le dijo cuánto costaría. Victoria quedó impresionada por lo razonable del precio. Podía permitírselo, y la doctora le dijo que estaría bastante magullada durante una semana, pero que después las marcas empezarían a desaparecer. Podría cubrirlas con maquillaje cuando tuviera que volver a la escuela. Tenía un hueco en su calendario de operaciones el día después de Navidad, y Victoria se la quedó mirando un buen rato y luego sonrió.

—Resérvemelo. Voy a hacerlo. Quiero una nariz nueva. —Hacía años que no se sentía tan emocionada por algo.

Después de hacerle una fotografía de cara y de perfil, la doctora le enseñó simulaciones de ordenador con posibles narices. Tras mirarlas todas, Victoria dijo que quería una variación de la nariz de su hermana, para parecer de la familia, y la doctora le aseguró que podrían hacer alguna modificación para que encajara bien con su rostro. Victoria dijo que la semana siguiente le llevaría una fotografía de Gracie, después de revisar algunas que tenía en casa. Siempre había pensado que su hermana tenía una nariz fantástica, no como ella, que parecía una Muñeca Repollo, dijo. La doctora se echó a reír y le aseguró que tenía una nariz bonita, pero que podían mejorarla. Con la ayuda del ordenador le enseñó algunas posibilidades más. A Victoria le gustaron todas; cualquier cosa era mejor que lo que tenía.

Salió de la consulta sintiéndose como si flotara. La nariz que había odiado toda su vida y de la que tanto se había burlado su padre estaba a punto de desaparecer. Adiós, narizón.

En cuanto llegó a casa se lo contó a Harlan y a John, que se quedaron estupefactos al ver que ya había tomado la decisión y tenía cita para operarse. El único problema, les explicó, era que necesitaba que alguien fuera a buscarla al hospital después de la intervención. Se los quedó mirando a ambos, y John, que tenía vacaciones, le aseguró que estaría allí.

A la doctora también le había preguntado sobre una liposucción, que a Victoria a veces le había parecido una opción más sencilla que hacer tanta dieta. Un arreglo rápido. Pero cuando la doctora Schwartz le describió el procedimiento, le pareció más horrible de lo que había esperado. Decidió no hacérselo y limitarse a su plan inicial de la rinoplastia.

Los últimos días de colegio estuvieron llenos de las tensiones y la emoción habituales antes de vacaciones. Victoria tuvo que presionar a sus alumnos para que terminaran varias tareas y las entregaran a tiempo. Los animó a que trabajaran en sus redacciones para las solicitudes de entrada a la universidad durante los días de fiesta. Sabía que algunos lo harían, pero que la mayoría no, y que en enero todo serían prisas y apuros por conseguir terminarlas antes de la fecha límite que imponían las facultades.

Durante la última semana de clases se produjo un grave incidente en la escuela porque descubrieron a un alumno de undécimo drogándose en el centro. Estaba esnifando una raya de coca en el baño, y otro alumno lo sorprendió al entrar. Hubo que llamar a sus padres, y fue expulsado. El director se ocupó del asunto, y los padres accedieron a llevar a su hijo a rehabilitación durante un mes. Victoria se alegró de que no fuera uno de sus alumnos porque así no tuvo que implicarse. Le parecía un asunto muy turbio, y ella ya tenía bastante con preocuparse de sus chicos. No le quitaba ojo de encima a Amy Green, que estaba haciendo un trabajo estupendo. Todavía no se le notaba el embarazo. Seguramente tardaría bastante en vérsele la barriga, y todo le iba muy bien.

La semana antes de Navidad Victoria por fin comunicó a sus padres que aquellas fiestas no iría a verlos. Jim y Christine dijeron que estaban tristes, pero ella no notó nada en sus voces. Estaban muy ocupados con Gracie y Harry, y también preparaban una cena con los Wilkes antes de que se marcharan a pasar las vacaciones a Aspen.

Al poco tiempo la llamó Grace, que sí sonaba sinceramente disgustada por no ver a su hermana mayor. Para justificarse, Victoria le confesó que iba a operarse la nariz. Gracie se quedó de piedra, pero le hizo gracia.

—¿De verdad? ¿Por qué? Qué tontería. A mí me encanta tu nariz.

—Bueno, pues a mí no. Llevo toda la vida soportando la nariz de la abuela de papá, y ahora pienso cambiarla por una nueva.

—¿Y qué nariz vas a ponerte? —le preguntó Gracie, que seguía sin creérselo y estaba triste por no verla en casa aquella Navidad, aunque ya lo entendía más.

Su hermana no le dijo que, aunque no se hubiera hecho la rinoplastia, tampoco habría ido. No era necesario hacerle daño.

—La mía, una especie de versión individualizada de la tuya y la de mamá —dijo Victoria, y Gracie se rio—. La hemos diseñado por ordenador, y a mi cara le queda muchísimo mejor que la que tengo ahora.

—¿Te dolerá mucho? —Gracie parecía preocupada por ella, lo cual conmovió a Victoria. Su hermana era la única a quien le importaba, pasara lo que pasase.

—No lo sé —dijo Victoria con sinceridad—. Estaré dormida.

—Me refiero a después.

—Me darán analgésicos para tomar en casa. La doctora me ha dicho que estaré bastante magullada unas semanas y algo hinchada durante varios meses, aunque la mayoría de la gente no lo notará. Pero, como de todas formas no tengo nada planeado, es un buen momento. Me lo harán el día después de Navidad.

—Pues despídete de la Nochevieja —dijo Gracie con compasión, y Victoria se rio.

—De todas formas no tengo con quién pasarla. Me quedaré en casa. Creo que Harlan y John se van a esquiar a Vermont. Puedes venir a hacerme compañía si quieres.

—Harry y yo nos vamos a México a pasar el Fin de Año —explicó su hermana, como disculpándose.

—Pues entonces me alegro de quedarme aquí.

—Envíame una foto de tu nueva nariz. Cuando ya no esté azul.

Pasaron unos minutos más hablando de ello, y después Victoria, que estaba de buen humor, decidió ir al gimnasio.

Fuera hacía un frío espantoso, pero no quería perder su rutina. Estaba siendo muy disciplinada y también usaba la cinta de correr que tenían en casa.

La doctora le había dicho que no podría hacer ejercicio los primeros días después de la operación, así que quería hacer todo el que pudiese antes. No le apetecía perder la forma mientras estaba convaleciente, cuidando de su nariz.

Empezaba a nevar cuando llegó al gimnasio. La Navidad estaba ya por toda la ciudad. La gente había colocado sus árboles, y ella pensaba comprar uno con Harlan y John ese mismo fin de semana. Iban a invitar a unos amigos para que los ayudaran a decorarlo. Victoria estaba pensando en eso mientras pedaleaba en una de las bicicletas estáticas, y entonces se fijó en el hombre que hacía ejercicio a su lado: era guapísimo, estaba muy en forma y hablaba con una chica muy mona que pedaleaba en la bicicleta que había a su lado. Victoria se los quedó mirando varios minutos, casi hipnotizada. Eran una pareja muy atractiva, parecía que se llevaban muy bien y no hacían más que reírse. Por un solitario momento, Victoria no pudo evitar envidiar la relación que evidentemente compartían. Ella llevaba puestos los auriculares del iPod, así que no podía oír lo que decían, pero se miraban el uno a la otra con expresión cálida y cariñosa, y solo con verlos se le partió el corazón. Ni siquiera era capaz de imaginar que un hombre pudiera contemplarla así a ella.

Aquel tenía unos ojos azules de mirada penetrante y el cabello oscuro, la mandíbula angulosa y un mentón con un profundo hoyuelo. Hombros anchos, piernas largas. Victoria se fijó también en sus bonitas manos. Le dio vergüenza cuando el hombre se volvió y le sonrió. Había notado que estaba mirándolo, así que apartó la vista. Pero Victoria se dio cuenta de que él volvía a mirarla y que admiraba sus piernas cuando se bajó de la bicicleta. Llevaba leggings y una sudadera, y él camiseta y pantalón corto. Victoria pensó que la relación de aquella pareja debía de ser muy sólida para que la mujer no se disgustara si él miraba a otras de esa manera. No parecía molesta en absoluto. Victoria le sonrió y luego fue a cambiarse. Estaba impaciente porque empezaran las vacaciones y tener ya su nueva nariz. Le daba mucha rabia perder días de gimnasio, pero se había prometido trabajar el doble en su programa de ejercicios en cuanto pudiera retomarlo. Con un cuerpo más delgado y trabajado, y una nariz mejorada, estaba impaciente por empezar su nueva vida. Sonrió para sí pensando en ello y aquella noche salió del gimnasio muy animada.