Como cada año, Victoria voló a Los Ángeles por Acción de Gracias, pero esta vez sería diferente porque Harry había accedido a pasar con ellos la festividad. Era un preludio de lo que sería la vida cuando Gracie y él estuvieran casados. Cuando Victoria llegó a casa de sus padres el miércoles por la noche, su madre estaba como loca poniendo ya la mesa con su mejor mantelería. De Gracie no había ni rastro. Ella y Harry habían ido a cenar con la hermana de él, que iba a comer en casa de sus suegros al día siguiente. Sus padres habían salido de viaje, así que Harry pasaría Acción de Gracias con los Dawson, y los padres de Victoria actuaban como si tuvieran a un jefe de Estado invitado a comer. Iban a usar lo mejor de todo lo que tenían, cosa que a Victoria le parecía una exageración, pero de todas formas ayudó a poner la mesa nada más llegar. Habían sacado la mantelería y la cristalería de la abuela, y la vajilla de la boda de la propia Christine.
—Por Dios, mamá, ¿de verdad tenemos que tomarnos tantas molestias por él? No recuerdo que hayamos usado nunca estos platos.
—Hacía veinte años que no los sacaba —reconoció su madre con timidez—. Me lo ha pedido tu padre. Cree que Harry está acostumbrado solo a lo más exquisito y no quiere que piense que no tenemos cosas bonitas.
Victoria sintió la repentina necesidad de convertir Acción de Gracias en una barbacoa de patio trasero con platos de papel. Le parecía exageradamente pretencioso tomarse tantísimas molestias por un muchacho de veintisiete años que, al fin y al cabo, estaba a punto de ser de la familia. Pero sus padres querían alardear. Seguro que a Harry le habrían parecido igual de bien los platos de diario, los que ya había visto otras veces y que estaban en perfectas condiciones. Aquello, en cambio, convertía la festividad en una celebración mucho más pomposa de lo que solía ser.
Gracie llegó a casa a medianoche y no paró de hablar sobre lo adorable que era la hermana de Harry y lo bien que lo había pasado con ellos, aunque no la había conocido hasta ese día. Claro que pronto serían cuñadas. La hermana de Harry, por lo visto, tenía un marido estupendo y dos niños. Victoria echaba de menos aquellos días en que Gracie hablaba sobre cualquier cosa que no fueran los Wilkes o la boda. Últimamente era imposible hacerla aterrizar y que pensara en algo distinto.
—Yo creo que deberías buscar trabajo —dijo Victoria, sensata como siempre—. Así tendrías algo más en que pensar hasta que sea la boda.
—No creo que a Harry le parezca bien —comentó Gracie con timidez.
—Tu hermana no tiene tiempo —terció su madre—. Hay demasiadas cosas que hacer para la boda. Todavía tiene que encargar las invitaciones y escoger todas las cosas de su lista en tres tiendas diferentes. Harry quiere encontrar un apartamento, y ella debería ayudarlo. Además, seguimos esperando los diseños de Vera Wang, y Oscar de la Renta también va a hacer algunos bocetos de vestidos de novia que combinen con los de las damas de honor. Gracie aún no ha elegido el pastel. Hay que reunirse con el servicio de catering y con la florista. Necesitamos un grupo musical. No estamos seguros sobre la iglesia en la que se celebrará la ceremonia. Más adelante, además, tendrá que hacerse las pruebas del vestido y sacarse fotos con él, y seguro que en la iglesia les darán un curso prematrimonial. No tiene tiempo para trabajar. Estará ocupadísima todos los días de aquí a que sea la boda.
Victoria se había agotado solo con oír la lista, y su madre también parecía exhausta. Aquella ceremonia se había convertido en una ocupación a tiempo completo para ambas, cosa que a Victoria le resultaba ridícula. Otras personas conseguían trabajar y preparar una boda a la vez, pero Gracie no.
—Debe de estar costando un dineral —comentó a su padre a la mañana siguiente, mientras su madre, vestida con un traje blanco de lana de Chanel y un delantal, salseaba el pavo para que no se secara en el horno.
Se habían puesto muy elegantes. Victoria, en cambio, llevaba unos holgados pantalones de lana y un jersey blanco que a ella le parecía suficiente para su habitual celebración de Acción de Gracias. Normalmente no se arreglaban ni se esforzaban tanto, pero una nueva era había nacido el día que Gracie se prometió con Harry. Victoria pensaba que era absurdo y nada apropiado, y no le apetecía participar.
—Ya lo creo que está costando un dineral —confirmó su padre—, pero son una familia muy importante. No quiero que Gracie se avergüence de nosotros. No esperes nada por el estilo si algún día te toca a ti —le advirtió—. Si encuentras a algún hombre dispuesto a casarse, será mejor que os fuguéis juntos y punto. No podríamos volver a hacer todo esto.
Victoria se sintió como si le hubiera dado una bofetada. Como de costumbre, su padre le informaba de que Gracie merecía una boda digna de una princesa, pero que si ella alguna vez llegaba al altar, cosa que él creía improbable, sería mejor que planificara una fuga porque ellos no pensaban pagar nada de nada. Qué bonito. Y qué claro. Bienvenida a la ciudadanía de segunda, una vez más. Su familia viajaba en primera mientras ella tenía que esconderse en la bodega del barco. Siempre le estaban recordando que era diferente, que era «menos» que los demás, una fracasada. Se preguntó por qué no habrían colgado un cartel en la puerta de su habitación: «No te queremos». Sus padres se lo decían de todas las formas posibles. Por un instante lamentó haber ido a visitarlos. Podría haber pasado Acción de Gracias con Harlan y John, en el apartamento. Habían invitado a unos amigos a comer aquel día, y ella estaba segura de que allí se sentiría mucho más aceptada que en su propia casa. Después de lo que acababa de decirle su padre, en ningún lugar podría sentirse menos bienvenida y menos querida. No volvió a hablar de la boda. Para ella se estaba convirtiendo en tabú, por mucho que fuera lo único en lo que pensaba su hermana. A mediodía, cuando Harry llegó, la cosa empeoró todavía más.
Todos se pusieron nerviosos y empezaron a correr de aquí para allá. Su padre sirvió champán en lugar de vino. Su madre estaba inquieta por el pavo. Victoria la ayudaba en la cocina, pero Harry y Gracie salieron afuera a susurrarse cosas y a compartir risitas mientras sus padres hacían el ridículo. Cuando por fin se sentaron a la mesa, Jim y Harry hablaron de política. Harry les explicó qué males aquejaban al país y lo que había que hacer para arreglarlo todo, y su padre le dio la razón. Cada vez que Gracie iba a decir algo Harry la interrumpía o terminaba la frase por ella. Ella no tenía voz ni opiniones, y no se le permitía decidir en nada que no fuera la boda. No era de extrañar que continuamente hablara de lo mismo, porque era lo único sobre lo que Harry la dejaba opinar. A Victoria eso la había molestado desde que empezaron a salir, pero a esas alturas se había convertido en algo insufrible y de lo más pedante. Entre Harry y su padre, lo único que Victoria quería hacer era gritar. Gracie se hacía la tonta todo el rato solo para contentar a su prometido, y su madre estaba continuamente corriendo a buscar algo de la cocina. Después de comer Victoria por fin salió al jardín para que le diera algo de aire. Le horrorizaba ver dónde se estaba metiendo Gracie y, cuando su hermana pequeña salió a buscarla, ella la miró con una expresión desesperada.
—Cariño, te creía más lista. ¿Qué estás haciendo? Harry ni siquiera te deja decir nada. ¿Cómo puedes ser feliz así? Hay vida más allá de la boda, Gracie. No puedes estar con un hombre que te manipula todo el tiempo y te dice lo que tienes que pensar.
—Él no hace eso —protestó su hermana. Parecía molesta por lo que acababa de decir—. Es maravilloso conmigo.
—Seguro que sí, pero te trata como a una muñeca sin cerebro.
A Gracie le sorprendió oír eso y se echó a llorar mientras Victoria intentaba abrazarla, aunque ella no se dejaba.
—¿Cómo puedes decir algo así?
—Porque te quiero, y no deseo que te destroces la vida. —Fue todo lo directa y sincera que pudo, sentía que alguien tenía que decírselo.
—No voy a destrozar mi vida. Le quiero, y él me quiere. Me hace feliz.
—Es como papá. Él tampoco escucha nunca a mamá. Ni a ninguna de nosotras. Solo le hacemos caso a él. Por eso ella se va a jugar al bridge. ¿Es en eso en lo que quieres convertirte de aquí a unos años? Deberías tener un trabajo y algo interesante que hacer. Eres una chica inteligente, Gracie. Ya sé que eso es un pecado en esta familia, pero en el mundo real es algo bueno.
—Solo estás celosa —contestó Gracie con furia—. Y estás enfadada por lo del vestido marrón. —Hablaba igual que una niña caprichosa.
—No estoy enfadada. Me ha decepcionado que me hagas llevar algo que me queda fatal, pero me lo pondré si para ti es importante, aunque desearía que hubieses elegido algo que también a mí me quedara bien, y no solo a tus amigas. Es tu boda, tú tienes la última palabra. Pero no me gusta ver que vas a entregar tu cerebro a cambio de un anillo en el altar. Me parece muy mal negocio.
—¡Pues yo creo que te estás portando como una bruja! —exclamó Gracie, y volvió adentro dando zancadas mientras Victoria, plantada allí fuera, se preguntaba cuándo podría ir al aeropuerto a coger el siguiente vuelo a Nueva York. El primer avión no saldría lo bastante pronto para ella.
En su familia estaban todos tan ocupados luciéndose ante Harry e intentando impresionarlo que a Victoria le habían destrozado la festividad. Entró en la casa a tomar el café con los demás, pero ya no dijo nada. Gracie estaba sentada en el sofá junto a Harry y, unos minutos después, Victoria fue a la cocina a ayudar a su madre con los platos. Eran tan delicados que había que fregarlos a mano. Su padre se quedó en la sala para charlar con su futuro yerno. Había sido un día duro para Victoria. Su familia le había parecido, más que nunca, la familia de otra persona. Allí todos tenían un lugar y un papel menos ella. Su papel era el de inadaptada y marginada, y no resultaba nada agradable.
—El pavo estaba muy bueno, mamá —dijo mientras secaba los platos.
—A mí me ha parecido un poco seco. Me he puesto nerviosa y lo he tenido demasiado tiempo en el horno. Quería que todo estuviera perfecto para Harry. —Victoria quería preguntarle por qué. ¿Qué importaba, si al fin y al cabo pronto sería de la familia? Ni que fuera un rey, o el Papa. Su madre nunca había organizado tanto alboroto por ninguna visita—. Harry está acostumbrado a todo lo mejor —añadió su madre con una sonrisa—. Gracie tendrá una vida maravillosa con él.
Victoria no estaba tan segura. De hecho, estaba convencida de todo lo contrario si él no le dejaba terminar una sola frase ni decir palabra. Era un hombre guapo e inteligente, de familia rica, pero Victoria habría preferido quedarse sola para siempre a casarse con él. Pensaba que su hermana estaba cometiendo un error terrible. Harry era insensible, dogmático, dominante, pagado de sí mismo y parecía no sentir ningún respeto por Gracie como persona, solo como decoración o como juguete. Gracie estaba casándose con su padre, o puede que incluso con alguien peor.
Victoria no dijo una palabra más al respecto en toda la tarde ni la noche, y al día siguiente intentó hacer las paces con su hermana. Quedaron para ir a comer juntas a Fred Segal, que siempre había sido uno de sus restaurantes preferidos, pero Gracie todavía parecía enfadada por lo que le había dicho el día anterior. Aun así, durante la comida se suavizó un poco. Victoria estaba tan disgustada que se comió un plato entero de pasta al pesto y toda la cestita de pan. Se daba cuenta de que estar con su familia era lo que le hacía ingerir una cantidad tan desproporcionada de alimentos, pero no podía evitarlo.
—¿Cuándo te vuelves a ir? —preguntó Gracie mientras Victoria pagaba la cuenta.
Al final de la comida parecía que la había perdonado, lo cual era un alivio. No quería marcharse mientras siguieran enfadadas.
—Creo que mañana —respondió ella con calma—. Tengo mucho trabajo.
Gracie no intentó hacerla cambiar de opinión. Sabía que últimamente no sintonizaban demasiado. Su hermana creía que era solo por la presión de la boda, pero Victoria sabía que había algo más profundo que eso, y la entristecía. Sentía que estaba perdiendo a su hermana pequeña por culpa de «ellos». Aquello era algo nuevo y sucedía solo desde que Harry había sumado su influencia, puesto que también era de los suyos. Victoria se sentía más huérfana que nunca, y era el sentimiento más solitario del mundo. Por una vez, ni siquiera la comida aliviaba su dolor. Aquel día de Acción de Gracias no había tomado postre, y eso que normalmente le encantaba la tarta de calabaza con nata montada. Jim no se dio cuenta de su abstinencia, desde luego, pero si hubiese comido tarta seguro que habría soltado alguno de sus comentarios sobre el tamaño de su trozo. Con ellos no había forma de estar tranquila. Era inútil.
Reservó un billete para el sábado por la mañana y cenó con sus padres el viernes por la noche. Grace estaba en casa de Harry, así que su hermana la llamó antes de irse. Todos se despidieron de ella hasta Navidad, pero Victoria había tomado una decisión. Aquellas Navidades no volvería a Los Ángeles. No lo dijo, pero sabía que no tenía sentido. No había nada que la empujara a visitarlos. Volvería para la gran boda, pero no antes. Aquellas Navidades pensaba pasarlas con Harlan y John. Aquel sí que era su hogar. Para ella significaba un gran cambio, sentía que casi había perdido a su hermana pequeña: la que durante todos aquellos años había sido su única aliada, ya no lo era.
Su padre la llevó al aeropuerto y Victoria se despidió de él con un beso en la mejilla y se sintió vacía al mirarlo. Él le dijo que se cuidara, y ella sabía que probablemente lo decía de corazón, así que le dio las gracias. Después caminó hacia el control de seguridad sin mirar atrás. En su vida se había sentido tan aliviada como cuando el avión despegó y se alejó de Los Ángeles. Volaba directo a Nueva York, donde Victoria sabía que la esperaba su hogar.