18

Victoria se sintió aliviada al volver a la escuela el lunes por la mañana. Por lo menos ese era un mundo que comprendía y donde tenía cierto dominio sobre las cosas. Le daba la sensación de que su hermana había perdido absolutamente el norte con la boda, y el mero hecho de estar cerca de ella aquellos días le había resultado deprimente. El efecto sobre Victoria había sido desastroso. Había perdido por completo el control de todo lo que comía. Aquella tarde, después de clase, tenía una cita con la doctora Watson, a quien le contó todo y le reconoció lo desanimada que estaba.

—Me he sentido como si estuviera loca —confesó—, comiendo todo lo que tenía a mi alcance. Hacía años que no estaba igual. O meses, por lo menos. Esta mañana me he pesado, y he engordado casi un kilo y medio.

—Volverás a perderlo —la tranquilizó la terapeuta—. ¿Por qué crees que ha sucedido? —No parecía horrorizada, sino interesada.

—He vuelto a sentirme invisible, como si nada de lo que yo dijera importase. Está convirtiéndose en una de ellos.

—Tal vez siempre lo ha sido.

—No, ella no era así. Es ese tipo con el que va a casarse, que es clavado a mi padre. Ahora me superan en número. Y el vestido que quiere que me ponga en la boda me va a quedar fatal.

—¿Por qué no le has dicho nada?

—Lo he intentado, pero no me escucha. Lo ha encargado de todas formas. En estos momentos se porta como una niña malcriada.

—Con las novias suele pasar. No parece que haya sido muy razonable.

—Para nada. Quiere la boda con la que siempre ha soñado, cuando en realidad no debería casarse con ese tipo. Acabará igual que mi madre, y es algo que no me gustaría.

—Eso no puedes cambiarlo —le recordó la doctora—. La única persona a quien puedes controlar es a ti misma.

Victoria empezaba a comprenderlo, pero era doloroso ver que Grace se estaba convirtiendo en alguien igual a sus padres.

Al salir de la consulta de la psiquiatra se sentía algo mejor. Llegó a casa y se pasó una hora en la cinta de correr. Después fue al gimnasio. Regresó a eso de las ocho, y estaba tan agotada que se acostó directamente. Gracie le había enviado dos mensajes de texto ese día, dándole otra vez las gracias. Victoria se sentía culpable por haberse disgustado tanto durante el fin de semana. Aunque a su hermana le hubiera parecido fabuloso, para ella no había sido nada divertido. Se moría de ganas de que la boda hubiese pasado para poder volver a disfrutar de Gracie como antes. Los próximos ocho meses se le iban a hacer larguísimos.

Al día siguiente pasó por Weight Watchers antes de ir a trabajar. Confesó sus excesos a uno de los consejeros y se sometió a la báscula. Ya había perdido casi un kilo de lo que había engordado durante el fin de semana, lo cual era todo un alivio. Volvía a sentirse en marcha.

Dio tres clases seguidas antes de comer, y estaba saliendo de su aula para ir al despacho cuando vio a una alumna suya llorando en el pasillo. La chica tenía una expresión desesperada y salió disparada hacia el baño al ver que Victoria se acercaba, lo cual la preocupó más aún. La siguió y la encontró sola en los servicios.

—¿Estás bien? —preguntó Victoria con cautela.

La chica se llamaba Amy Green, era una buena estudiante y a Victoria le había llegado el rumor de que sus padres se estaban divorciando.

—Sí, estoy bien —dijo Amy, pero enseguida se deshizo otra vez en lágrimas.

Victoria le pasó varios pañuelos de papel, y ella se sonó la nariz con cara de vergüenza.

—¿Puedo hacer algo? —La chica negó con la cabeza. La desesperación no la dejaba hablar—. ¿Quieres venir a mi despacho un rato, o que vayamos a dar una vuelta?

Amy dudó, pero entonces dijo que sí. Victoria siempre había sido muy buena con ella, y Amy pensaba que era «guay».

Su despacho estaba en ese mismo pasillo, solo unas puertas más allá. La chica la siguió y Victoria cerró la puerta en cuanto entraron. Le indicó una silla con la mano a su alumna, sirvió un poco de agua en un vaso y se lo ofreció mientras Amy volvía a sollozar incontroladamente. Aquello no tenía buen aspecto. Victoria se sentó con calma, esperando a que la chica se tranquilizase y entonces, por fin, Amy la miró con una expresión de completo horror.

—Estoy embarazada —confesó llorando—. Ni siquiera lo sabía, me enteré justo ayer.

Era fácil adivinar quién era el padre. Llevaba dos años saliendo con su novio, que era un buen chico. Los dos se graduaban en junio. De pronto Victoria se olvidó de la boda de su hermana.

—¿Se lo has dicho ya a tu madre? —preguntó con voz serena, y le ofreció más pañuelos.

—No puedo. Me matará. Está muy mal con lo del divorcio. —Su padre la había dejado por otra mujer, según había oído decir Victoria—. Y ahora esto. No sé qué hacer.

—¿Lo sabe Justin?

Amy asintió con la cabeza.

—Fuimos juntos al médico. Usamos preservativo, pero se rompió. Y yo había dejado de tomar la píldora porque no me sentaba bien.

—Mierda —dijo Victoria, y Amy rio sin dejar de llorar.

—Sí, y que lo digas.

—Vale, pues mierda. —Esta vez se echaron a reír las dos, aunque no era para tomárselo precisamente a risa—. ¿Sabes qué quieres hacer? —Era una decisión que tendría que tomar con sus padres, pero Victoria quería escucharla.

—No, aún no lo sé. Soy demasiado joven para tener un hijo, pero no quiero abortar. ¿Me echarán de la escuela? —Parecía horrorizada, de pronto se arrepentía de haberlo explicado.

—No lo sé —respondió Victoria con sinceridad. En sus siete años en el centro nunca se había encontrado con un caso así.

Sabía que otras alumnas se habían quedado embarazadas porque lo había oído comentar, pero ella nunca se había encontrado en primera línea, enterándose antes que nadie. Esos asuntos solían llevarlos los psicopedagogos, el jefe de estudios o incluso el director. Ella no era más que una profesora de lengua inglesa, por mucho que fuera la jefa del departamento. Pero también era mujer y, aunque nunca le había ocurrido nada similar, podía comprender a la chica. Además, no soportaba pensar que Amy no fuera a graduarse. Tenía auténticas posibilidades de entrar en Yale o en Harvard, y también en todas las buenas universidades a las que había enviado solicitud.

—Algo se nos ocurrirá. —Sabía que nunca habían dejado que una alumna embarazada siguiera yendo a clase—. Me parece que lo primero que debes hacer es hablar con tu madre.

—La mataré del disgusto.

—No, ya lo verás. Estas cosas pasan, le ocurre a mucha gente. Solo tienes que encontrar la solución adecuada, sea cual sea. Eso depende de ti y de tu madre. ¿Quieres que vaya contigo a hablar con ella?

—No. Me parece que se enfadará si sabe que te lo he contado a ti primero —dijo Amy, y soltó un suspiro antes de beber un trago de agua. Se había calmado, pero aún tenía que tomar decisiones muy duras. Era una chica de diecisiete años con un futuro brillante por delante, sin bebé. Siendo madre, le resultaría mucho más complicado—. Justin me ha dicho que vendrá conmigo a hablar con ella. Él quiere tenerlo, y a lo mejor un día podríamos casarnos. —Amy lo dijo con tristeza. No se sentía preparada para tener un hijo, tampoco para casarse, pero la alternativa le parecía aún peor.

Victoria le anotó su número de móvil en un papelito y se lo dio.

—Llámame cuando quieras, a cualquier hora. Haré lo que pueda para ayudarte. Si decides hablar con el señor Walker, quizá pueda echarte una mano.

No quería que la expulsaran, ni siquiera temporalmente. Quería que terminara el curso, y ese era también el deseo de Amy. Salieron juntas del despacho unos minutos después, y Victoria la abrazó antes de que se fuera a buscar a Justin a la cafetería. Después de comer, los vio marcharse juntos de la escuela. Esperó que fueran a casa de ella, a hablar con su madre.

Al día siguiente Amy no fue a su clase, pero la llamó y le explicó que iban a reunirse con el señor Walker aquella tarde, después de las clases, y pidió a Victoria que estuviera presente. Ella accedió, y ya estaba esperando ante el despacho del director cuando Amy llegó con su madre. Parecía que la chica había llorado, y su madre tenía cara de estar destrozada. Amy sonrió nada más ver a Victoria, y su madre le dio las gracias por acudir.

El director las estaba esperando y se puso en pie en cuanto entraron en su despacho. Le sorprendió ver a Victoria y las invitó a todas ellas a sentarse. Parecía preocupado. No tenía constancia de que Amy estuviese pasando por dificultades en la escuela, y no tenía ni idea de por qué habían ido a verlo. Suponía que debía de ser algo relacionado con el divorcio, y esperaba que Amy no fuese a cambiar de centro. Era una alumna excelente, lamentarían mucho perderla. Se quedó de piedra cuando la señora Green anunció que Amy estaba embarazada. Al instante se notó lo mucho que el director lo sentía por ella. No era la primera vez que sucedía algo así, pero siempre era una situación muy dura para la alumna en cuestión y para la escuela. La señora Green dijo que el bebé nacería en mayo, y luego sorprendió a Victoria y al señor Walker diciendo que Amy había decidido tenerlo. Su madre cuidaría del niño cuando ella fuera a la universidad, en otoño. Había enviado solicitudes a Barnard y a la Universidad de Nueva York, así que podría quedarse en casa con el pequeño. Su madre la apoyaba completamente, y Amy parecía menos disgustada que el día anterior.

—Lo que necesitamos saber —dijo la señora Green con toda la calma que pudo— es si Amy podrá seguir viniendo a clase, o si tenemos que sacarla de la escuela. —Era uno de sus mayores miedos en ese momento, porque sin duda afectaría mucho a su entrada en la universidad que su último año de instituto se viera truncado de algún modo.

—Amy, ¿cómo te sentirías si continuaras aquí? —le preguntó el director a la chica—. ¿Se te haría difícil ver que todo el mundo conoce tu situación y hace comentarios?

—No. Porque de todas formas quiero tener al bebé y quedármelo. —Sonrió a su madre con gratitud, y Victoria comprendió que no había sido una decisión fácil, pero creyó que habían tomado la más acertada. Le parecía que tener al niño y darlo en adopción habría sido un gran error, y mucho más traumático para Amy que los pequeños ajustes que tendría que realizar a partir de aquel momento. Además, con su madre dispuesta a ayudarla, podría seguir adelante con su vida—. Prefiero quedarme aquí —contestó Amy con sinceridad, y el director asintió con la cabeza.

Nunca había permitido que una alumna embarazada se quedara en la escuela, pero tampoco quería destrozar su expediente académico. Tenía una responsabilidad hacia ella, así como hacia el resto de alumnos. El señor Walker intentaba calcular cuánto tardaría en notársele.

—Podríamos ponerte en un programa de estudio independiente, pero quizá eso no le guste a la universidad que te acepte. ¿Para cuándo has dicho que lo esperas?

—Para principios de mayo —dijo Amy.

—En abril están las vacaciones de primavera, que son bastante largas —dijo él, pensando en voz alta—. Con eso nos ponemos a finales de abril. ¿Y si vienes hasta las vacaciones de primavera, y luego te quedas en casa hasta que tengas al niño? Después, a finales de mayo, podrías volver a clase para hacer los exámenes y graduarte con tu promoción en junio. Eso no te causará demasiado perjuicio académicamente, y creo que podremos hacer que funcione. He tenido alumnos con mononucleosis que han pasado más tiempo sin venir a la escuela. No quiero que eches todo duodécimo por la borda. Va a ser la primera vez para nosotros, pero podremos vivir con ello si tú también puedes —dijo el director mirando a madre e hija.

Amy asintió y se echó a llorar otra vez. Estaba muy aliviada. Victoria no había dicho ni una palabra, pero su presencia había sido un gran apoyo para ella. La madre de Amy le dio las gracias profusamente al director, y las tres salieron del despacho poco después. Justin las estaba esperando fuera, con cara de preocupación. Amy le sonrió nada más salir, y él la abrazó ante la atenta mirada de Victoria y de su madre. Era muy cariñoso con ella y muy protector, y Victoria esperó por el bien de ambos que todo tuviera un buen final. Quizá, con la ayuda de su madre, conseguirían salir adelante.

—Dejan que me quede —explicó Amy a Justin, radiante de felicidad—. El señor Walker ha sido muy amable. Vendré a clase hasta las vacaciones de primavera y luego volveré después de que nazca el niño para hacer los exámenes finales y graduarme.

También Justin reaccionó como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Los dos eran muy buenos chicos, y todo el mundo estaba decidido a ayudarlos.

—Gracias —dijo Justin a Victoria y a la madre de Amy.

—Yo no he hecho nada —aclaró Victoria de inmediato.

—Sí, sí que has hecho —intervino la chica—. Ayer me escuchaste cuando más lo necesitaba, y me ayudaste a encontrar el valor para contárselo a mi madre. Fuimos a verla justo después de estar contigo.

—Pues me alegro —dijo Victoria en voz baja—. Me parece que habéis tomado muy buenas decisiones, y algunas no han sido precisamente fáciles, seguro. —No había una solución ideal, pero entre todos habían encontrado la mejor opción.

—Gracias por su apoyo —le dijo la madre de Amy con la voz entrecortada.

Poco después los tres salían ya de la escuela para irse a casa.

Victoria pensó entonces en su hermana. Se alegraba de que nunca le hubiera sucedido algo así. Sabía que podía pasarle a cualquiera. La señora Green había sido muy comprensiva.

Amy y Justin también lo sobrellevaban bien, estaban siendo muy valientes. Victoria siguió pensando en ellos aquella noche, ya en casa. Al día siguiente Amy fue a la clase de Victoria para darle otra vez las gracias. Justin no se despegaba de ella, igual que en los últimos dos años, y Amy tenía mucho mejor aspecto. Iba a ser un curso interesante, con una embarazada en clase. Tal como había dicho el director, sería su primera vez. Victoria no pudo evitar pensar que, trabajando con chicos, nunca había ocasión de aburrirse.