16

El miedo de todos de que los años universitarios de Gracie pasaran en un suspiro se hizo realidad. Transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos, y de repente la pequeña Grace ya estaba graduándose en la Universidad del Sur de California con su toga y su birrete. Sus padres y su hermana mayor vieron cómo lo lanzaba con fuerza hacia el cielo. Se había terminado. Cuatro años de universidad. Grace tenía una licenciatura en Filología Inglesa y Ciencias de la Comunicación, y todavía no había pensado de qué forma la aprovecharía. Quería trabajar en una revista o un periódico, pero aún no había hecho ninguna entrevista. Pensaba tomarse el verano libre y empezar a buscar trabajo en septiembre, y contaba con la bendición de su padre. En julio se iría a Europa con unos amigos, a España e Italia, y su novio también los acompañaría. Después, ellos dos se reunirían con los padres de él en el sur de Francia. La predicción que había hecho Grace su primer día en el campus casi se había cumplido. No estaban casados, pero Harry Wilkes había sido su novio durante aquellos cuatro años, y el padre de Grace aprobaba su relación sin reservas. Al final resultó que sí era de la misma familia que había donado los fondos para la construcción del pabellón que llevaba su nombre. Harry había obtenido su título en Administración de Empresas un año antes, y trabajaba para su padre en una compañía de banca de inversión. Era firme como una roca, como le gustaba decir a Jim, y muy buen partido. Después de la graduación de Gracie estuvo comiendo con todos ellos en la celebración familiar, igual que media docena de amigos de ella, y Victoria se dio cuenta de que su hermana y él no hacían más que hablar en tono conspirador al otro extremo de la mesa. En cierto momento Harry le dio un beso y ella sonrió.

A Victoria no le desagradaba Harry, aunque le parecía quizá demasiado controlador y habría preferido que su hermana pequeña fuese más aventurera durante sus años universitarios. Grace no se había separado de Harry en ningún momento. En tercero había dejado la residencia para irse a vivir con él a un apartamento fuera del campus, y allí era donde vivían todavía. Victoria pensaba que su hermana era demasiado joven para sentar cabeza tan pronto y limitarse a un solo chico. Además, Harry le recordaba un poco a su padre, lo cual también la inquietaba. El chico tenía una opinión sobre todo, y Gracie las admitía todas sin hacer distinción de las suyas propias. Victoria no quería que acabara convirtiéndose en su madre: una sombra de su marido, venida a este mundo solo para ensalzarlo y hacer que se sintiera bien consigo mismo. ¿Y ella como persona?

Sin embargo, no podía negarse que Gracie era feliz con Harry, y a Victoria le había sorprendido ver que sus padres no ponían ninguna pega a que los dos vivieran juntos. Estaba segura de que no habrían reaccionado igual con ella. En una ocasión en que se lo comentó a su padre, él le dijo que no fuese tan neurótica y anticuada, pero en parte era porque la familia de Harry tenía muchísimo dinero. Victoria estaba convencida de que no habrían sido tan permisivos si Harry Wilkes fuese pobre. Lo había hablado incluso con Helen, y se lo decía a Harlan y a John cada vez que salía el tema. Estaba preocupada por Gracie. Siempre había temido que sus padres le lavaran el cerebro para conseguir que persiguiera unos ideales equivocados.

La comida de celebración empezó tarde, después de la ceremonia, y se alargó hasta pasadas las cuatro. Cuando por fin se levantaron de la mesa, Gracie fue a devolver la toga y el birrete, que eran de alquiler. Dejó el diploma a Victoria para que lo guardara a buen recaudo y dijo que Harry la acompañaría más tarde a casa. Aquella noche iban a salir con unos amigos. Harry conducía el Ferrari que sus padres le habían regalado al licenciarse en la escuela de negocios. Victoria los vio besarse en cuanto se alejaron; parecía que fuera el día anterior cuando se habían conocido a la puerta de la residencia, él con su raqueta de tenis en la mano, el día en que Grace se trasladó allí para empezar la carrera.

—Debo de estar haciéndome mayor —dijo a su padre mientras se subían al coche. Estaba a punto de cumplir veintinueve años—. Hace unos cinco minutos Grace tenía cinco años. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

—Te confieso que no lo sé. Me siento exactamente igual que tú. —Incluso consiguió sonar sentimental al decirlo, lo cual sorprendió a Victoria.

Durante los cuatro años de universidad de Gracie, Victoria había salido con algunos hombres que había conocido aquí y allá: un abogado, un profesor, un agente de bolsa y un periodista. Ninguno de ellos le había importado demasiado, y las relaciones no habían durado más que unas semanas o un par de meses. Victoria se había convertido en la jefa del departamento de lengua inglesa de Madison y seguía viviendo en el mismo piso, que ya solo compartía con Harlan y John. Cada uno de ellos utilizaba un segundo dormitorio como estudio. Bunny se había casado hacía tres años y tenía dos niños. Acababa de irse a vivir a Washington, D. C., con su marido y los pequeños. Él trabajaba para el Departamento de Estado, aunque en realidad todos sospechaban que era de la CIA, y ella había decidido quedarse en casa para ser madre a tiempo completo. Harlan seguía trabajando en el Instituto del Vestido, y John daba clases en el mismo colegio del Bronx. Hacía dos años que Victoria había dejado de ir a la consulta de la doctora Watson. No tenía nada más que contarle. Habían repasado el mismo terreno varias veces y ambas acordaron que su trabajo había concluido. No quedaban misterios ocultos por descubrir. Los padres de Victoria la habían tratado injustamente y habían colmado de amor a su hermana pequeña sin dejar nada para ella, antes incluso de que naciera Gracie. Le habían fastidiado la vida, hablando en plata. Pero, aun así, Victoria quería a su hermana, y sus padres apenas le provocaban sentimientos, ni de rabia ni de afecto. Eran egoístas, unos ególatras que jamás deberían haber tenido hijos, o por lo menos no a ella. Gracie sí encajaba en su familia. Victoria no, pero había conseguido salir adelante a pesar de ello. Sentía que la doctora Watson la había ayudado mucho. Seguía teniendo a los mismos padres y un problema con su peso, pero ambas cosas las gestionaba mejor que antes.

Todavía no había conocido al hombre de sus sueños, y puede que nunca lo conociera, pero le encantaba su trabajo y seguía dando clases a los chicos de último curso. Su peso fluctuaba arriba y abajo, como siempre, porque sus hábitos alimentarios dependían del tiempo, del trabajo, del estado en que se encontraba su vida amorosa, o la falta de ella, y también de su ánimo. En aquellos momentos pesaba más de lo que le gustaría. Llevaba algo así como un año sin tener una cita, pero siempre insistía en que su peso no afectaba para nada a su vida amorosa y que ambas cosas no guardaban relación. Harlan tenía una opinión contraria y apuntaba que Victoria engordaba y comía más cuando se sentía sola y triste. En el salón habían instalado una cinta de correr y una máquina de remo, y Victoria había contribuido con algo de dinero para comprarlas, pero no las utilizaba nunca. Siempre estaban en ellas Harlan y John.

Victoria no regresaría a Nueva York hasta la mañana siguiente a la graduación de Grace, así que aquella noche cenó en casa con sus padres. Era un sacrificio que hacía por lo menos una vez en cada una de sus visitas. Su padre ya hablaba de jubilarse anticipadamente dentro de unos años, y su madre seguía siendo una fanática jugadora de bridge. Victoria tenía menos que decirles cada año. Los chistes de su padre sobre su peso no le hacían gracia, y desde hacía un tiempo había empezado a añadir también comentarios sobre el hecho de que no estaba casada, no tenía novio y seguramente nunca tendría hijos. Todo ello lo achacaba a su peso, pero ella ya no se molestaba en discutírselo ni en intentar defenderse o explicarse. Dejaba pasar las pullas y las bromitas sin contestarlas. Su padre no cambiaría nunca, y seguía creyendo que su trabajo era una completa pérdida de tiempo.

En la cena habló de conseguir empleo para Grace como redactora publicitaria en su agencia cuando volviera de Europa. Victoria estaba ayudando a su madre a cargar el lavavajillas después de cenar cuando Gracie se presentó de improviso. Desde que vivía con Harry no los visitaba muy a menudo, así que todos se sorprendieron de verla allí y se alegraron mucho. Tenía las mejillas sonrosadas y un brillo especial en los ojos cuando entró en la cocina y se los quedó mirando. Victoria sintió un repentino aleteo en el estómago, y entonces Gracie soltó las palabras que ella más temía:

—¡Estoy prometida!

Se produjo una fracción de segundo de silencio, luego su padre soltó un alarido, abrazó a su hija y le dio una vuelta en el aire como cuando era pequeña.

—¡Bravo! ¡Así se hace! ¿Dónde está Harry? ¡Quiero felicitarlo a él también!

—Me ha traído en coche y ha ido a contárselo a sus padres —respondió ella, pletórica.

Victoria siguió cargando el lavavajillas sin decir ni una palabra mientras su madre cloqueaba de alegría, agitaba las manos y abrazaba a su hija. Una vez hecho el anuncio, Gracie extendió su delicada mano y todos vieron el anillo con un enorme diamante circular que llevaba en el dedo. Estaba sucediendo de verdad. Era real.

—¡Lo mismo que tu padre y yo! —exclamó su madre, emocionada—. Nos prometimos la noche de nuestra graduación y nos casamos por Navidad. —Todos lo sabían—. ¿Cuándo será la boda? —preguntó, como si quisiera empezar a planearla allí mismo.

Ni por un segundo se cuestionaron si estaba haciendo lo correcto o si era demasiado joven, por razones evidentes que tenían que ver con Harry. Que su hija pequeña se casara con un Wilkes les parecía una idea estupenda, un golpe de gracia magistral. Todo giraba en torno a sus egos, y no a lo que pudiera ser mejor para Gracie.

Victoria por fin se volvió hacia su hermana y la miró con ojos de preocupación.

—¿No crees que eres demasiado joven? —preguntó con sinceridad. Gracie tenía solo veintidós años, y Harry veintisiete, lo cual seguía siendo muy pronto en opinión de Victoria.

—Llevamos cuatro años juntos —dijo su hermana, como si eso lo arreglase todo.

Pero Victoria no pensaba igual. Al contrario, aquello, lo agravaba más aún. Nunca se había dado una oportunidad para crecer como persona, para desarrollar sus propias opiniones o tener al menos una cita con algún otro chico en la universidad.

—En mi instituto también tengo a alumnos que salen con la misma persona desde hace cuatro años, y eso no quiere decir que sean lo bastante maduros para casarse. Estoy preocupada por ti —insistió, hablando con franqueza—. Tienes veintidós años. Necesitas un trabajo de verdad, una carrera profesional, algo de independencia, tener una vida propia antes de sentar la cabeza para casarte. ¿Por qué tanta prisa?

Por un instante le horrorizó pensar que Gracie pudiera estar embarazada, pero no lo creía. Su hermana había anunciado que pensaba casarse con Harry nada más conocerlo, y eso era lo que estaba sucediendo. Harry era su sueño hecho realidad. Era lo que Gracie deseaba, y miró a Victoria con enfado por todas esas preguntas que le hacía y la evidente falta de entusiasmo que demostraba.

—¿No puedes alegrarte por mí? —preguntó, molesta—. ¿Es que todo tiene que ser como tú crees que debería ser? Soy feliz. Quiero a Harry. No me importa no tener una carrera profesional. No tengo una vocación como tú. ¡Solo quiero ser la mujer de Harry!

A Victoria no le parecía suficiente, pero tal vez Gracie tuviera razón. ¿Quién era ella para decidir nada?

—Lo siento —dijo, triste. Hacía años que no discutían. La última vez había sido por sus padres, porque Gracie los había defendido con vehemencia frente a su hermana, y Victoria había querido hacerle ver lo equivocada que estaba. Al final se había dado por vencida, porque su hermana era demasiado joven para comprenderlo, y de todas formas era una de ellos. Esta vez se sentía igual. Victoria volvía a ser la única que disentía, la que no se alegraba por ella y se atrevía a decirlo, la que no encajaba—. Yo solo quiero que seas feliz y tengas la mejor vida posible. Y me parece que eres muy joven.

—Pues a mí me parece que va a tener una vida estupenda —dijo su padre señalando el anillo.

Al verlo hacer eso, Victoria se sintió mareada. Sabía que no eran celos. Tener una hija que iba a casarse con un hombre rico era el complemento perfecto para la vanidad de Jim. Con ese anillo en el dedo, Gracie se había convertido en un trofeo y en la prueba del éxito de su padre, que había criado a una hija capaz de pescar a un millonario. Victoria detestaba todo lo que significaba eso, pero Gracie no se daba cuenta. Estaba demasiado arropada en su propia vida y tenía demasiado miedo de salir al mundo exterior, buscar un trabajo, conocer gente nueva y hacer algo por sí sola. Así que, en lugar de eso, se casaba con Harry.

Justo cuando Victoria se hacía esas reflexiones, el futuro novio entró en la cocina con una sonrisa resplandeciente y Gracie corrió a sus brazos. Era fácil ver lo feliz que era, ¿quién querría negarle eso? Su padre dio unas palmadas a Harry en la espalda, y su madre fue a por una botella de champán que Jim descorchó de inmediato. Mientras servía una copa para cada uno, Victoria los miraba y sonreía con nostalgia. Los años pasaban cada vez más deprisa. La graduación del instituto, la universidad… y de pronto ya estaba prometida. Era demasiado para digerir de golpe. Sin embargo, olvidándose de sus objeciones, cruzó la cocina y abrazó a Harry para hacer feliz a su hermana, que la miró con alivio. Gracie no quería que nadie se interpusiera en sus planes, que intentara detenerla o cuestionarla. Aquel era su sueño.

—Bueno, y ¿cuándo será el gran día? ¿Habéis elegido ya una fecha? —preguntó su padre después de brindar por la feliz pareja y que todo el mundo bebiera un poco de champán.

Harry y Gracie estaban radiantes de felicidad. Se miraron otra vez, y Harry respondió por ella, lo cual era una de las cosas que menos le gustaban a Victoria. Gracie también tenía voz, y quería que la usara. Esperaba que la boda no fuese enseguida.

—En junio del año que viene —dijo Harry sonriendo a su delicada novia—. Tenemos mucho que organizar para ese día. Gracie estará ocupadísima planificando la boda. —Harry miró a sus futuros suegros como si esperara que lo dejaran todo y se pusieran a trabajar también en la celebración—. Habíamos pensado en cuatrocientos o quinientos invitados —dijo alegremente, sin consultar a los padres de ella si les parecía bien.

Tampoco les había pedido su mano. Le había propuesto matrimonio directamente, pero siendo muy consciente de que Jim Dawson le daría su bendición. La madre de Grace pareció a punto de desmayarse al oír la cantidad de invitados a la boda, pero Jim estaba tan contento que descorchó otra botella de champán para servir otra ronda.

—Ya os ocuparéis las chicas de todo eso —dijo, sonriendo primero a Harry y luego a su mujer y a sus hijas—. Yo solo tengo que pagar las facturas.

Victoria miró a su padre pensando que aquello era casi una operación de compraventa. Pero era la clase de matrimonio que Jim quería para su hija, así que no estaba dispuesto a preguntarse si era demasiado joven o si estaba cometiendo un error. Victoria sabía que, si decía algo, la acusarían de ser la hija obesa que, como no tenía novio y no lograba encontrar marido, estaba celosa de su preciosa hermana pequeña y quería interponerse en su camino.

Cuando se terminaron la segunda botella, todos volvieron a abrazar a la joven pareja. Harry dijo que sus padres querrían cenar con ellos algún día muy pronto. Y Victoria tuvo ocasión de abrazar a su hermana otra vez.

—Te quiero. Siento haberte disgustado.

—No pasa nada —susurró Gracie—. Solo me gustaría que te alegraras por mí.

Victoria asintió con la cabeza. No sabía qué decir. Entonces la pareja de recién prometidos se despidió de ellos. Habían quedado con unos amigos para ir a una fiesta, y Gracie quería lucir su anillo de compromiso. Victoria oyó que su BlackBerry volvía a la vida cuando acababan de irse y fue a ver quién era. Era un mensaje de su hermana. «Te quiero. Alégrate por mí». Victoria contestó igual de deprisa y con la única respuesta que podía darle. Su mensaje decía: «Yo también te quiero».

—Bueno, tienes un año para planificar la boda —le dijo Jim a Christine en cuanto Grace y Harry se hubieron marchado—. Así estarás ocupada. Puede que incluso tengas que cogerte algún día libre en el club de bridge.

Mientras su padre hacía ese comentario, Victoria recibió otro mensaje. Otra vez de Gracie.

«¿Dama de honor principal?», decía, y Victoria sonrió. De una forma o de otra iban a obligarla a claudicar pero, aun así, jamás se le habría ocurrido negar a su hermana ese capricho, ni a sí misma, si de verdad pensaba seguir adelante con la boda.

«Sí. Gracias. ¡Claro que sí!», le respondió también por mensaje. Así que su hermanita se casaba y ella sería la dama de honor principal. ¡Menudo día!