Dispo

Historia de la ecoaldea, 2012

Dispo era el sobrino de Saig’o. Ahora es una planta.

Llegó a Cenital muerto de miedo tras ver morir a sus padres ante las cámaras, durante los primeros disturbios, tras las caceroladas, antes de que se desplegaran las moscas. Su tío, el soldado que lo había acogido como a un hijo, optó por seguirle hasta aquel sitio que juraba haber encontrado en Internet, con gente decidida a prepararse justo para lo que estaba pasando.

Llevó a su tío a Cenital y lo vio ascender allí hasta hacerse cargo de la defensa de las fortificaciones.

Los aldeanos también lo acogieron a él, le pusieron Dispo por todo nombre de guerra; tal vez porque en la pizarra en la que se organizaban las milicias siempre había escrito un escueto «disponible» en su recuadro, cuando se solicitaban voluntarios para las rondas, las patrullas y las guardias.

Dispo tenía dieciséis años. Tardó dos días en comprender cómo eran las cosas tras los muros de la ecoaldea y dos semanas en terminar su instrucción como tirador. Traía consigo una sonrisa fea y una bonita maleta, pequeña, equipaje de mano. Dentro, muchos discos compactos con música rock alternativa y un enorme fajo de tebeos japoneses.

Un brote de tuberculosis hizo sitio por toda la ecoaldea y Dispo aprovechó la ocasión para heredar una caravana desvencijada junto a la casa de Saig’o. Al poco de instalarse aprendió a emplear los paneles solares para cargar las baterías de un equipo de sonido portátil, un Radio-CD. Pasaron unas pocas semanas y Dispo, armado con el reproductor de discos y con una escopeta de postas, se habituó a formar guardia junto a su tío y a abrir un fuego certero y decidido sobre todo lo que oliera a amenaza y que se atreviera a aproximarse a él.

La primera vez que Dispo mató a un hombre, lo primero que hizo al verlo caer y convulsionarse hasta morir fue recargar su arma, echarle un trago largo al botijo y cambiar el disco de Metallica por uno de Linkin Park. Saig’o no supo si sentirse orgulloso o preocupado por él.

Fueron pasando los días y Dispo fue viendo caer los cuerpos frente al fuego de su arma. Su repertorio de álbumes de rap y rock se fue contrayendo, a medida que distribuir muerte le fue dejando de parecer adaptación para convertirse en su rutina. Para cuando las cosas se pusieron verdaderamente feas, Dispo ya sólo se traía a los parapetos dos o tres discos con los que hacer la guerra durante tardes y noches enteras.

Un día vino sólo con un CNN de Linkin Park. Cuarenta y tantos minutos de música para quince horas seguidas de guardia y disparos.

—¿No nos vas a cambiar ese disco, chavalote? —le preguntó Agro, cuando vio que volvía a ponerlo tras haberlo escuchado cuatro veces seguidas.

—Me gusta éste.

—Es todo rato lo mismo de enfadado —dijo Simsim llevándose el dedo índice a la sien.

—Es música para disparar, ¿qué quieres que te diga?

—¿Seguro que no prefieres que traiga mi CNN de Janis Joplin, Dispo? —le dijo Iriña, tratando de ser amable—. ¡Apuesto a que te gusta!

—Paso.

Y otra vez.

Lo puso otra vez.

Cayeron cuatro personas. Una familia entera. Dispo se estaba acostumbrando a rematar a sus víctimas con un segundo o tercer disparo, a menudo innecesario. Saig’o ya no sabía qué decirle.

Al día siguiente, lo mismo. El mismo disco. Los mismos ojos. Los mismos disparos. Distintos muertos.

Tras sostener un tiroteo con unos bandidos durante el cual se terminó la música, Saig’o se aproximó al estéreo con la intención de…

—Tío, vuelve a ponerlo. Pon las pistas tres, siete y nueve. Deja, ya lo programo yo.

Y lo programó. Luego, puso el repeat.

I am a little bit of loneliness, a little bit of disregard / Handful of complaints but I can’t help the fact that everyone can see these scars.

Siguió disparando. Movía la cabeza al ritmo de la música al escanear el carrascal con sus prismáticos de infrarrojos. Zarandeaba el puntero láser sobre los cuerpos haciéndolo bailar al compás de la percusión. Los disparos de advertencia ya no los efectuaba hasta que terminaban las estrofas.

Estaba bailando con las balas.

Poco después, tras las cuatro troneras del muro norte, ya sólo Saig’o y Dispo mantenían la posición, el resto de la gente había huido de aquello. Sapote habló de alguna compulsión. Teo habló de algún demonio. Interventor dijo que tenía que estudiar. Y, en algún momento de la noche, Dispo puso la pista siete del disco y luego puso el repeat. La canción sonó cuarenta y siete veces, hasta el amanecer, sonó machaconamente al tiempo que se diseminaban frente a su punto de mira los cuerpos aullantes que llegaban a Cenital buscando asilo. Dos niñas, un viejo borracho, tres pistoleros, una familia de gitanos. Un buitre.

I am what I want you to want, what I want you to feel / But it’s like no matter what I do, I can’t convince you, to just believe this is real.

—Te veo agobiado de esto, nene —le dijo Saig’o, incapaz de concederle más tiempo ya—. Creo que tendrías que ir a dormir un poco. Date un chapuzón en el río, tómate un par de días, come algo dulce, cambia de música.

—Paso. Estoy bien.

—No. No lo estás. Estás alienado. Tengo que relevarte, nene, lo siento.

—No hace falta. Estoy bien, de verdad.

—Soy tu padrino y tú eres menor de edad. Estoy a cargo de ti y a cargo de defender estos muros. Tienes que dejar de disparar así, estás asustando a los demás y ya no sé si esto que estás haciendo le conviene a nadie. Obedece y lárgate, recluta. Es una orden.

Obedeció y se largó.

Era una orden.

Se metió en su caravana, puso aquella maldita canción.

Time won’t heal this damage anymore / Don’t turn your back on me / I won’t be ignored.

La puso otra vez.

Cause you don’t understand I do what I can, but sometimes I don’t make sense /I am what you never wanna say, but I’ve never had a doubt.

Y otra.

La puso dos días enteros. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la pared de la caravana y la puso hasta que su cabeza dejó de moverse al ritmo de la música y empezó a balancearse en un espantoso tic que ya no parecía proceder de aquella canción, sino de algo mucho más profundo.

La puso hasta quedarse sin baterías, luego empezó a canturrearla. Siguió columpiando su cabeza machaconamente hasta enmudecer. Dejó de comer, sus ojos se vaciaron, la mirada se le extravió. Se puso el pulgar en la boca. Succionó. Se cagó encima.

I can’t feel the way I did before / Don’t turn your back on me / I won’t be ignored.

Dos años después, Dispo sigue cantando en voz baja y meciendo su cuerpo al tiempo que golpea con la nuca la pared de su caravana. No responde a estímulos que procedan del mundo real. No responde a nada, sólo se acuna en una eterna posición fetal de la que no es posible sacarlo. Saig’o lo alimenta con un embudo.

But I’ll be here cause you’re all that I’ve got.