Crudo

www.cenital.net, 2008

Os dicen a menudo que hay reservas de crudo hasta el 2050. Lo que nunca os dicen es que el volumen de esas reservas declaradas no ha variado desde 1993, mientras que el ritmo de extracción no ha parado de crecer exponencialmente. Tampoco os dicen que apenas hemos encontrado yacimientos grandes desde 1964, ni que en 1980 la OPEP duplicó misteriosamente las cifras relativas a sus reservas petrolíferas sin explicar por qué. Casi nadie sabe que en muchos de los países exportadores de petróleo el Estado es superavitario y eso hace que gran parte de la ciudadanía perciba prebendas o ingresos periódicos que menguan al ritmo de las reservas declaradas disponibles, por lo que las razones políticas para exagerar las existencias de crudo son muchas y contundentes.

También suelen deciros que las energías renovables pueden competir con los combustibles fósiles. Eso es porque existen las mentiras, las putas mentiras y el pufo en el que nos van a meter las renovables a corto plazo: la tasa de retorno energético de las energías eólica, fotovoltaica, mareomotriz, hidroeléctrica… resulta ridícula comparada con la del petróleo. Producir los megavatios que generan las centrales termoeléctricas empleando células fotovoltaicas modernas implicaría enterrar en paneles solares provincias enteras, y mucho más suelo necesitaríamos para pasarnos a los biocombustibles.

Oh, y parar el país cuando no sopla el viento y no luce sol no es que sea ridículo: es que es imposible.

El rendimiento de las renovables seguirá siendo poco más que ése dentro de cincuenta años, a este ritmo de investigación y desarrollo.

La fisión nuclear es muy peligrosa y depende del uranio, que también se está agotando. La fusión nuclear es ciencia ficción. El carbón es un combustible demasiado contaminante para abastecer la demanda actual. Y el hidrógeno no es una fuente de energía, sino un vector energético. Podéis preguntarle a cualquier especialista y veréis que la crisis energética que se avecina podría perfectamente devolvernos a las cavernas. Algunos estamos convencidos de ello.

¿Y por qué vosotros nunca habíais oído hablar de todo esto en estos términos?

Pues porque en estos momentos, el petróleo es mucho más que un valor estratégico, es más del ochenta por ciento de nuestro consumo energético, y la energía no es un suministro como los demás, sino la base de toda producción de bienes y servicios. Hacer pública la cantidad exacta de reservas de crudo en un mundo adicto a él es mostrar los límites de la solvencia de un país exportador. Es preferible silenciar o falsear toda información relativa a las existencias restantes, es preferible mostrar fortaleza; por eso los estados y sus corporaciones lo hacen… Y al mismo tiempo nos hablan de renovables, como si los vatios que producen todos esos aerogeneradores pudieran alimentar a una sola fábrica pesada. Nada puede competir con el petróleo en densidad energética por volumen.

Y eso que lo cierto es que el petróleo tampoco se va a acabar mañana. De hecho, siempre habrá petróleo. Está impregnando las rocas porosas del subsuelo, a espuertas. También es cierto que a medida que los yacimientos fáciles de explotar se vayan agotando habrá que echar mano de los menos rentables, tales como pizarras bituminosas, arenas asfálticas o pozos subacuáticos de gran profundidad que no podemos perforar con la tecnología disponible sin que la cosa termine en una catástrofe medioambiental sin parangón. A medida que vayan sucediéndose las extracciones desesperadas y suicidas, se irá incrementando vertiginosamente el precio del barril de crudo. Algunas veces lo hará de manera progresiva, otras de forma brusca.

Y para cuando alcance los doscientos o trescientos dólares por barril, el estilo de vida occidental estará condenado.

Su estilo de vida; y su vida también. Porque la población mundial se mantiene a base de petróleo.

El precio de un kilo de buen arroz blanco envasado al vacío va a la par que el de un litro de gasolina súper. Ha sido así desde los años ochenta, más o menos. Y, qué curioso, lo mismo suele pasar con un paquete de quinientos gramos de soja verde.

Es porque comemos petróleo. Toda nuestra infraestructura agraria lo hace. Nuestros campos de cultivo están tan industrializados y mecanizados que ya dependen íntegramente del gasóleo. Son fábricas de comida robotizadas, no explotaciones agrícolas naturales. Y mejor ni hablar de la cantidad de petróleo que necesitamos para elaborar los fertilizantes y los pesticidas químicos más sencillos.

Con todo, si no hay combustible barato para nuestra actual industria agroalimentaria, no habrá forma de alimentar a toda nuestra superpoblación.

Así que para cuando el litro de combustible esté a tres o cuatro euros, el kilo de grano andará a la par, más o menos. Eso hará que todos los mileuristas tengan dificultades para comer, independientemente del tamaño de su estómago, de su subsidio de desempleo y de la letra de su hipoteca.

Cuando las cuentas dejen de salirle al mercado global, los países tan dependientes del exterior como el nuestro se verán incapaces de importar suficiente crudo y nosotros nos levantaremos un día y no habrá comida en el Mercadona, no habrá fármacos en el Hospital, no habrá dinero en el Santander, no saldrá agua del Grifo. Es lo que pasa cuando vives en un sitio incapaz de procurarse sus propios medios de subsistencia: las ciudades son los primeros enclaves geográficos en quedarse sin suministros ante un hipotético escenario de desabastecimiento.

El derrumbamiento ya es inevitable. Ahora que comienza, resulta gradual, sutil y paulatino, pero en sus últimas fases será abrupto, grosero y violento. Sólo falta averiguar si la debacle arrancará dentro de cincuenta años o dentro de cincuenta días. No podemos saberlo, lo que sí que podemos hacer es comenzar a movernos.

Mi nombre no importa. El tuyo tampoco. No nos conocemos, pero podemos entablar contacto si estás interesado en organizar conmigo una comunidad de bienes con la que protegernos de la crisis, cuando arrecie.

Porque esto no ha hecho más que empezar. Esto no se detendrá cuando algunos gobernantes y banqueros dimitan. Esto no se arregla con unos años de «ajuste» ni inyectando capitales ni nacionalizando bancos ni reuniendo al G-20.

Esto sólo amainará cuando las bicicletas se desplieguen por las autopistas de peaje. Para entonces habrán muerto millones de personas.

Escríbeme. Sal de ahí.

Deja tu empleo. Deja de comprar basura. Vende tu casa. Vende tu coche. Huyamos.

Juntos podríamos llegar muy lejos.

Podríamos sobrevivir.