Epílogo

Tras su muerte, Turing fue condenado al olvido. Su trabajo en el Colossus durante la guerra siguió siendo secreto oficial y su exclusión final del trabajo creativo práctico en los primeros ordenadores británicos hizo que los vencedores se quedaran con el botín de guerra, y solo los cognoscenti de la materia supieron apreciar el brillante trabajo teórico que Turing realizó.

Y así podían haber quedado las cosas, si en 1985 Andrew Hodges no hubiera escrito una brillante y completa biografía de Turing. Esta le brindó a Turing el reconocimiento general del público que se merecía, además de desvelar un infame escándalo sexual (en este caso, perpetrado por unas autoridades ingratas). Aquellos que han escrito posteriormente sobre Turing tienen una gran deuda con Hodges. Sin embargo, y a pesar de las investigaciones exhaustivas, Turing siguió siendo para Hodges un misterio, como lo fuera para sus contemporáneos. A pesar de ello, los logros de Turing hablan por sí solos. Cada vez más personas lo reconocen como el pionero de la teoría informática, un padre fundador del ordenador moderno y, de forma casi accidental, el hombre que ganó la guerra.

Las cuestiones de la inteligencia artificial y la morfogénesis, que él fuera el primero en plantear en un sentido amplio, siguen siendo preguntas fundamentales y sin respuesta en nuestros días.