El descubrimiento del ordenador podría ser uno de los grandes logros tecnológicos de la humanidad. Podríamos considerar incluso que el ordenador está a la altura del uso del fuego, el descubrimiento de la rueda y el dominio de la electricidad. Estos avances sirvieron para domeñar las fuerzas primarias: el ordenador domestica la propia inteligencia.
Más del 90% de los científicos que han existido están vivos actualmente, y los ordenadores multiplican la rapidez de su trabajo a diario. (La secuenciación del genoma humano se concluirá probablemente medio siglo antes de lo que se predijo al descubrir su estructura, y todo gracias a los ordenadores).
Pero no habría que dejar volar nuestras esperanzas demasiado alto. Se esperaba algo similar del desarrollo del motor de vapor, hace menos de 150 años. Y la regla de cálculo duró menos de un siglo. El avance que podría hacer que el ordenador se convirtiera en un objeto inútil nos resulta inconcebible solo porque todavía no se ha concebido.
Incluso antes de que el primer ordenador se hubiera inventado, conocíamos sus límites teóricos. Sabíamos qué podría calcular. E incluso, durante el montaje de los primeros ordenadores, se entendía la cualidad potencial de su capacidad: podrían desarrollar su propia inteligencia artificial. El nombre del responsable de ambas ideas es Alan Turing.
Hombre muy peculiar, que llegó a verse a sí mismo como algo parecido a un ordenador, Alan Turing trabajó también en la calculadora Colossus, que descifró los códigos del Enigma alemán durante la segunda guerra mundial. Al igual que Arquímedes, Turing tuvo que dejar de lado una brillante carrera para intentar salvar a su país. Arquímedes fracasó, y fue asesinado a golpe de espada por un soldado romano. Turing lo logró, y su agradecido país lo llevó a juicio por su homosexualidad.
Tras su prematura muerte, Turing fue condenado al olvido, pero actualmente cada vez más personas creen que tal vez fuera la figura más importante en la historia de la informática.