Treinta

Lloyd siguió a Montez, que siguió a Delsa a través de la puerta batiente que daba acceso a la cocina. Delsa se detuvo al entrar y se acercó luego hasta el extremo de la mesa de trabajo, sobre la que colgaban cazuelas y sartenes. Lloyd fue hasta el otro lado de la mesa, donde Jerome estaba apoyado contra la encimera, junto al fregadero, lleno de platos sucios, y Lloyd le ordenó que los lavara. Pensaba que no debía alejarse de Jerome, un chico de la calle que estaba siendo testigo de un asunto muy grave. Lloyd miró entonces a Delsa, que observaba a los cuatro sentados a la mesa redonda, junto a las ventanas: Kelly y Avern Cohn, en el banco, mirando directamente a Delsa; Carl Fontana y Art Krupa, en unas sillas, a la derecha, sus armas sobre la mesa.

Nadie dijo nada; todos miraban a Delsa.

Diez minutos antes, cuando Lloyd entró para comunicar a Montez que el poli quería verlo, no había armas encima de la mesa.

En la misma casa donde cinco días antes se había cometido un doble homicidio, Montez preguntó:

—¿Un poli? ¿Qué poli?

—El que está al mando. Frank Delsa.

Se hizo entonces el mismo silencio en la cocina que ahora.

Lloyd creyó que los dos tíos y Montez escaparían por la puerta de atrás. No llegaba a entender lo que tenían en la cabeza. También pensó que Kelly diría algo, intentaría levantarse, pero se limitó a apagar su cigarrillo y se quedó sentada, como si no se atreviera a moverse.

—¿Qué le has dicho? —quiso saber Montez.

—Que iba a ver si te encontraba.

—Dile que no estoy aquí.

Habían estado diciendo que no abrirían la boca, cuando Avern asumió el mando:

—No diréis una palabra. Que se las apañen con lo que tienen, que no pueden ser pruebas contundentes. Vosotros tres sois los únicos testigos.

—Y tú te quedas al margen, ¿verdad? —dijo Carl.

Luego, cuando Lloyd anunció que el poli estaba allí, todos guardaron silencio hasta que Avern dijo:

—Hazle pasar. Yo me ocuparé de él. Este poli, Delsa, incluso vino a mi oficina para ver si yo conseguía que testificarais el uno contra el otro, el muy hijo de perra.

Y allí estaba Delsa.

Art cogió su Sig Sauer, apoyó el codo en la mesa y apuntó a Delsa, al tiempo que le ordenaba a Montez:

—Quítale el arma.

Montez, que estaba detrás de Delsa, le levantó la falda de la chaqueta y sacó su Glock 40 de la cartuchera, en la cadera derecha.

Art apuntó a Montez con la Sig y le indicó que volviera a la mesa.

—Ven aquí y siéntate.

Lloyd comprendió que ahora iban los tres armados: Carl con una Smith & Wesson del nueve, Art con la Sig Sauer y Montez con la Glock de Delsa, que dejó sobre la mesa sin parar de mirarla.

Avern fue el primero en hablar. Le dijo a Delsa.

—Todo lo que aquí se diga es extraoficial. De lo contrario, puedes marcharte.

El abogado le decía al policía lo que tenía que hacer.

Lloyd sabía que Delsa diría algo ingenioso, porque tenía pinta de hombre frío. No dijo ni sí ni no al asunto «extraoficial». Lo que dijo fue:

—¿Cómo puedes representar a estos payasos sin caer en un conflicto de intereses?

Lloyd asintió, observando a Delsa. Bien dicho.

—En este momento no represento a nadie —respondió Avern—. He pensado que podíamos enfocar lo que estamos haciendo aquí como una especie de audiencia preliminar. Averiguar si tienes razones para procesar a estos chicos. ¿Es extraoficial o no?

—De acuerdo —accedió Delsa, como si no tuviera importancia.

Montez preguntó entonces:

—¿Qué es eso del conflicto de intereses?

—Él está metido en esto, ¿verdad? Os convenció a ti, a Carl y a Art para matar al viejo.

—Y a Chloe —subrayó Kelly.

—Exacto, y a Chloe —asintió Delsa, mirando a los dos imbéciles mientras Lloyd se admiraba de cómo Delsa iba directo al grano, sin importarle al parecer las armas que aguardaban sobre la mesa.

Avern le dijo a Montez:

—Deja que sea yo el que haga las preguntas, ¿vale?

—Como si no tuvieras nada que ver en esto, ¿eh? —dijo Carl.

—Está metido hasta las cejas —intervino Art.

—Que alguien me diga qué pinto yo aquí. No puedo identificar a estos tíos. Soy la única en esta mesa que no está implicada —dijo Kelly.

—Ahora que se acerca el desenlace no quieres saber nada, ¿eh?

—Yo me largo —anunció Kelly, intentando salir, mirando a Delsa.

Montez no hizo amago de apartarse para que Kelly pudiese salir.

—Tú estás aquí con nosotros, guapa.

Lloyd reparó en que Delsa no hacía nada por ayudarla. Tampoco decía nada. Volvió la cabeza para vigilar a Jerome, que seguía junto a la encimera, observándolo todo como si lo estuviera pasando en grande, fascinado con esa pandilla de capullos.

—¿Queréis hacer el favor de dejar que yo me ocupe de esto? Intento averiguar si se ha emitido orden de busca y captura sobre alguno de vosotros. Y en tal caso, con qué pruebas —dijo Avern.

—Sé que contra mí no tienen nada —dijo Montez—. Les expliqué que confundí a las dos zorras y dejaron que me marchara. —Dirigiéndose a Delsa, dijo—: Has venido a por estos dos imbéciles, ¿verdad? Has venido a preguntarme si sabía dónde estaban. Están aquí sentados, tío, y no pienso decir nada más.

A Lloyd le gustó la intervención de Montez, la conversación se ponía interesante, y sabía que Art no se tragaría esa mierda, no…

—¡Mamón de mierda! —exclamó Art, sacudiendo la cabeza, apuntando a Montez con el dedo como si fuera una pistola, con desenfado, el codo apoyado en la mesa—. Como no cierres el pico…

—Ya le he dicho que no pienso decir nada más. ¿No me has oído? Sácate la cera de las orejas.

A Lloyd también le gustó ésa, y la cara que puso Art, rígido. Pero Montez no había terminado.

—A ver si os enteráis de una vez de lo que está pasando. Seguro que tienen algo contra vosotros. Seguro que han relacionado las armas con otro encargo. Sois tan gilipollas que no os habéis deshecho de ellas.

Lloyd vio que Avern miraba a los dos sicarios como si quisiera preguntarles algo.

—¡Maldita sea! —exclamó Carl—. Sabía que este asunto se iría al carajo. —Cogió su Smith y apuntó a Montez, pero luego miró a Delsa.

Y Montez cogió el arma de Delsa.

—¿Nos ha delatado? —le preguntó Carl a Delsa.

Lloyd se acercó hasta el extremo de la mesa para ver mejor la cara de Delsa, que observaba a los dos tíos mientras se apuntaban mutuamente, sin prisa.

—No pienso decir lo que sé. Ni quién me lo dijo —anunció Delsa.

Lloyd vio que Montez sacudía la cabeza y apuntaba, aparentemente a Carl, que a su vez apuntaba a Montez. Y le oyó decir:

—Yo no he dicho ni media mierda de vosotros dos. ¿Por qué iba a hacerlo? Pregúntaselo. No pueden acusarme de nada. ¿Decís que os he contratado? Muy bien, respondedme a esto: ¿Cuánto os he pagado?

Lloyd vio que Art cogía su arma.

Pero fue Carl quien disparó, bang, y le dio a Montez en la cabeza, reventando un cristal a sus espaldas y tiñéndolo de rojo.

Lloyd se desabotonó la chaqueta blanca y sacó el arma que le había quitado a Jerome y llevaba sujeta en la cintura, la Sig del treinta y ocho, cargada y lista. Se acercó a la mesa, extendió el arma hacia Carl y lo disparó en la V de su camisa abierta; luego se volvió hacia Art, que intentaba apuntarlo y, bang, le disparó en la garganta. Comprobó si alguno podía devolverle el tiro, pero vio que los dos tenían una expresión extraña, como si estuvieran borrachos y se desplomaban sobre la mesa.

Lloyd se volvió para dejar el arma en la mesa de trabajo y miró a Delsa.

—Bien hecho —observó Delsa.

—Ya estaba harto de que estos criminales usaran mi casa como escondite.

—¿De dónde has sacado el arma? —le preguntó Delsa.

Así se lo contó Delsa a Wendell, sentado en el despacho del inspector:

—Se lo pregunté, aunque en realidad no me importaba. El viejo se enfrentó a unos delincuentes armados y consiguió que se los llevaran esposados a las camillas. A Carl le hizo añicos la caja torácica y a Art le reventó la garganta. Dijo que le había quitado la treinta y ocho a Jerome, para evitar que el chico hiciera una tontería. Según Jerome, Art y Carl se llevaron el arma, además de otras cosas, de una casa piloto de Bloomfield Hills, y Art se la dio a Jerome.

—¿Lo crees?

—No, pero ¿qué más da? Entraron en una casa de Oakland County, pero tenemos a Carl y a Art por doble homicidio. Si no llegan a ser acusados por el robo, a Jerome tampoco le pasará nada. Le he contado que quien ofrecía los veinte mil cambió de opinión y faltó a su promesa. A Orlando lo han pillado y el confidente ha recibido mil dólares. Jerome quería saber dónde lo habían encontrado. Le dije que en una casa de Pingree y dijo: «¡Mierda! Ahí es donde su padre dijo que estaría, pero yo no creí que pudiera delatarlo». Le dije que un buen investigador debe saber a quién creer y a quién no creer. Dijo que lo tendría en cuenta, y se marchó.

—Volverá a aparecer —dijo Wendell—. Lo que quiero saber es por qué fuiste allí sin refuerzos.

—No pensé que pudiera necesitarlos. Fui a la escena de un homicidio para hablar con un testigo. No sabía que Art y Carl estarían allí.

—Eso sí que es nuevo para mí. ¡Esconderse en la escena del crimen! —Miró a Delsa desde el otro lado de la mesa y preguntó—: ¿Qué le dijiste a Carl cuando te preguntó si Montez los había delatado…?

—Que no pensaba decirles lo que sabía ni quién me lo había contado.

—Pero nadie te había contado nada.

—Me marqué un farol.

—Y Carl creyó que te referías a Montez. Desencadenaste los acontecimientos, ¿no es verdad?

—Les di un pequeño empujón —admitió Delsa—. En el que no dejo de pensar es en Avern Cohn. ¿Cómo lograremos acusarlo?

Delsa le dijo a Kelly:

—Avern está sentado con ese apestoso albornoz en la sala de la brigada, con Jerome, los dos a la espera de ser interrogados. He oído que le decía al chaval que tenía su despacho en Penobscot Building, por si necesitaba un abogado. No parece en absoluto preocupado por su propia situación. Dice que está junto a la puerta del Caucus Club, en la entrada de la calle Congress, donde Barbra Streisand actuó una vez cuando tenía dieciocho años, interpretando «Happy Days Are Here Again», pero sin ritmo, muy despacio, como con ironía, y sabes ¿qué le preguntó Jerome?

—«¿Quién es Barbra Streisand?» —aventuró Kelly, incorporada en la cama, con un cigarrillo en una mano y la otra jugueteando con el pelo del pecho de Delsa.

Delsa volvió la cabeza sobre la almohada y dijo:

—¿Cómo lo has adivinado?

—Por cómo lo estabas contando. Tenía que ser algo sorprendente. Jerome puede que conozca a Lil’ Kim, pero seguro que no distingue a Barbra Streisand de René Fleming.

—¿Quién es René Fleming?

Kelly se inclinó, lo besó en la boca y se quedó allí, mirándolo desde muy cerca.

—Eres genial, Frank. Hiciste que esos dos se enfrentaran, y al mismo tiempo me mirabas con esos ojos, y yo no decía nada, observaba y esperaba que alguno disparase. ¿Sabías que Lloyd tenía un arma?

—Ajá. ¿Oíste lo que dijo? «Estaba harto de este asunto.»

—¿Te vendrás a vivir aquí?

—En cuanto consiga cerrar el caso. He convencido a Carl para que declare sobre Avern…

—Su agente.

—Tendré que pasar por el juzgado y ver si al fiscal le gusta… no sé… puede que al final se escabulla.

—¿Y te importa?

—Tú eres lo único que me importa.

Kelly echó una mano hacia atrás para deshacerse del cigarrillo y volvió junto a Delsa, diciendo:

—Sabes que estoy enamorada de ti. Eres mi hombre, Frank, y no pienso dejarte, si estás dispuesto a corresponderme.

—Fíjate —dijo Delsa. Y se abalanzó sobre ella, diciendo que se la iba a comer; y a Kelly le encantó.