—No podemos usar mi coche —dijo Montez—. Ella lo conoce, incluso ha estado dentro.
Carl se lo pensó un momento, antes de decir:
—Tú no quieres ir, ¿es eso?
—El coche ni siquiera es suyo, es del viejo.
—En cuanto lo vea se pondrá a gritar a pleno pulmón —insistió Montez.
—El Tahoe lo están buscando. Se queda en el garaje —concluyó Carl—. Nos llevaremos el coche de Lloyd. —Dirigiéndose a Lloyd dijo—: ¿Nos llevas?
—Yo no conduzco de noche. No veo bien.
—¿Quién va a quedarse aquí con Lloyd y el pandillero, para que no nos la jueguen?
—Supongo que tú, para quedarte en segundo plano. Art y yo nos ocuparemos de ella.
Aún había luz cuando localizaron el loft y el aparcamiento donde Kelly dejaba su coche, al otro lado de la calle. Art iba al volante. Esperaron en el lado sur del aparcamiento, en dirección al río. Art no paraba de mirar el reloj, diciendo:
—¿Es que no va a venir nunca?
—Dale tiempo —decía Carl.
Cuando al fin vieron el VW negro acercarse desde Jefferson, alrededor de las diez, Art dijo:
—Ésa debe de ser ella.
Vieron que el coche entraba en el aparcamiento, encontraba una plaza, y esperaron hasta que Kelly salió del coche y lo cerró. Art puso el Camry en marcha y rodeó la esquina con las luces apagadas, acercándose despacio hacia el lugar por donde Kelly debería cruzar la calle, calculando el tiempo. Allí estaba, con un bolso de piel colgado del hombro. No vio que el coche se le acercaba. Art frenó, encendió los faros y vio la cara de pánico de Kelly cuando Carl apareció delante del coche y la sujetó con fuerza. La metieron en el asiento de atrás con el bolso, sin problemas. Carl le tapaba la boca con la mano. Kelly se resistió al principio, pero se tranquilizó cuando él empezó a decirle: «Una vez me encontré con un asiático que dormía en un túnel. Yo no sabía que había más gente allí. Puede que el que estaba durmiendo tuviera el turno de guardia. Lo iluminé con mi linterna, le tapé la boca con la mano y reaccionó como un animal salvaje. Le golpeé con la linterna y la rompí. Tuve que ponerle la cuarenta y cinco en la barbilla y pegarle un tiro para salir del puto túnel lo antes posible.»
Abrazaba a Kelly, dándole palmaditas en la espalda.
Montez los esperaba en la cocina. Le quitó a Art el bolso de Kelly y la empujó para cruzar la puerta batiente. Kelly no sabía dónde estaba hasta que vio el salón, del que habían desaparecido el sillón del viejo y la tele. Montez empezó a tantear el bolso, diciendo:
—¿Qué llevas aquí? —Encontró su teléfono móvil y se lo guardó en el bolsillo. A continuación sacó el certificado de valores, los documentos y la información impresa de la web—. ¿Ibas a reunirte con el poli para darle todo esto, eh?
Kelly no respondió. No había emitido sonido alguno desde que la metieron en el coche. Estaban en el vestíbulo y Kelly miraba a los dos tíos que se habían quedado en el pasillo, cerca del cuarto de estar, como si no quisieran acercarse a ella demasiado. Blancos. Cayó en la cuenta de que debían de ser los mismos de la otra noche. Le sorprendió y dijo:
—¿Han venido a esconderse aquí?
Montez aprovechó la ocasión:
—¿Lo veis? Os dije que os reconocería. Esta zorra es muy lista, tío; lo sabe todo.
Delsa le había dicho a Kelly que se llamaban Carl Fontana y Art Krupa, pero no sabía cuál era cuál. La miraban sin decir nada. Kelly quería salir corriendo por la puerta. Debería haber echado a correr esa noche, sin preocuparse por el bolso. No dejaban de mirarla.
Oyó voces procedentes del cuarto de estar y reconoció un anuncio de antiácidos en la tele; miró y vio a Lloyd en la puerta, que la saludó con un asentimiento de cabeza. Luego salió un chico negro.
—Venga —dijo Montez, sujetándola del brazo para llevarla escaleras arriba.
—¿Puedo ofrecerle algo, señorita? —preguntó Lloyd.
Kelly había pasado por el Rattlesnake con otra modelo a tomar un par de copas.
—¿Qué tal un alexander? —dijo.
De camino a la cocina, Art le preguntó a Carl:
—¿Qué coño es un alexander?
—Una bebida, un cóctel.
—¿Qué lleva?
—No lo sé; una de esas que se queman.
Volvieron a instalarse en la mesa, junto a la ventana, con la luz encendida.
—No hemos estado en ninguna habitación de la casa, aparte de esta puta cocina —dijo Carl.
—Cuando estoy en casa siempre me siento en la puta cocina —respondió Art.
—Cuando yo estoy contigo, no.
—Porque Ginni está allí, y nos vamos a otra habitación.
—A ti no te importa que sepa lo que haces.
—Le tengo dicho que como se le ocurra abrir la boca le pego un tiro, y soy capaz.
—¿Cómo nos han localizado los polis, Art? Esta chica les cuenta qué aspecto tenemos, sacan un retrato robot y dicen: «¡Vaya, pero si son Art y Carl!».
—A menos que las armas que compramos ya las hubieran usado antes, y ese gilipollas nos aseguró que eran vírgenes.
—Yo también lo he pensado. ¿Por qué nos fiaríamos de ese tío? Ni siquiera recuerdo cómo se llama. Pero podría ser eso. —Carl se sirvió un poco de Club en el vaso, el hielo derretido en el fondo. Le pasó la botella a Art, y observó—: ¿Te has fijado en que las dos chicas se parecen mucho?
—Si no fuera por la foto del periódico, no pensarías que era la misma del sillón. Sí, casi podrían ser gemelas. Me alegro de que no habláramos con ella. ¿Quieres hablar con la que está arriba?
—No quiero tener nada que ver con ella. No pienso hablar con ella, y estoy casi seguro de que tampoco voy a liquidarla. ¿Tú qué dices?
—Si ese mamón quiere liquidarla, tendrá que hacerlo él —dijo Art.
—¿Le dejarías?
—¿Qué quieres decir? ¿Si le pegaría un tiro antes de que le ponga una bolsa de plástico en la cabeza a la chica? No veo ninguna diferencia entre reventarlo a él o a los putos camellos. De todos modos, no creo que ése se atreva.
—¿Y no te preocupa que ella pueda decir que fuimos nosotros?
—¿Tú la viste la otra noche? Yo no. ¿Desde dónde nos vio? ¿Desde el piso de arriba? No pudo vernos bien.
—Pero ahora sí nos ha visto —insistió Carl—. Y puede llegar a la conclusión de que somos nosotros. ¿Me entiendes? Aunque no creo que los polis la necesiten.
—Tú crees que ha sido por las armas.
—Creo que la cagamos al comprar esas armas —asintió Carl.
Hubo un silencio mientras Art cogía la botella de Canadian Club; se detuvo y dijo:
—¿Cómo es que Avern no nos ha pedido que nos deshagamos de ellas?
La pipa de agua ya no estaba sobre la cómoda.
—Confiscada —explicó Montez. Lió un porro, lo encendió y se lo pasó a Kelly, diciendo—: Disfruta.
Ella se encogió de hombros y dio una calada. Como la otra vez.
Lloyd entró con el alexander en un vaso ancho y bajo, se lo ofreció a Kelly, sentada en el sillón, y miró a Montez, sentado al otro lado de la cama, leyendo la información sobre Del Rio Power a la luz de la lamparilla. Lloyd le dijo a Kelly:
—¿Desea algo más?
—Dígame qué estoy haciendo aquí.
—Eso es asunto de éste —dijo Lloyd, mirando a Montez—. Yo sólo trabajo aquí.
—¿Tiene un cigarrillo?
—Le conseguiré alguno —se ofreció Lloyd, saliendo de la habitación.
Montez se acercó para sentarse al otro lado de la cama, frente a Kelly, que estaba en el mismo sillón donde esa otra noche intentó esconderse bajo su abrigo color canela. Hoy iba vestida de Donna Karan, en tonos oscuros, de la cabeza a los pies: jersey, pantalones y zapatos de tacón.
—Éste es el documento que transfiere las acciones a Chloe, cumplimentado y firmado por Mr. Paradise. Tienes que firmar aquí abajo.
—Aunque las acciones valiesen algo, no pienso cometer fraude —dijo Kelly.
—Esos dos matones blancos de ahí abajo te han traído aquí mientras deciden cómo deshacerse de ti. ¿Lo entiendes? No consentirán que los mandes a prisión.
—¿Y si firmo esto, qué pasa? ¿Me sacarás de aquí?
—No sabía que lo llevabas encima, pero ya que es así, quiero que lo cobres para mí.
—Sin embargo, antes de saberlo ya habías acordado con esos dos que me mataríais —dijo Kelly.
—Pues mira qué suerte que lo hayas traído.
—¿Y crees que ahora voy a fiarme de ti? La foto de Chloe salió en el periódico. Está en las noticias y está muerta.
—Esperaremos un poco, hasta que nadie recuerde su nombre. En cuanto te vean y miren la foto del carnet de Chloe… ¿sigues teniendo su carnet de conducir?
—Está en mi bolso. Pero cuando podamos hacerlo, Del Rio se habrá declarado en quiebra y no habrá acciones que vender.
—¿Y por qué no podrían subir las acciones en lugar de bajar? Del Rio Power es una compañía gigantesca.
Kelly dio un sorbo a su copa.
Miró a Montez y por un momento le inspiró compasión.
—¿Por qué no atracas una licorería? Has planeado todo esto… ¿para qué? Seguro que el mejor modo de ganar dinero delinquiendo es el atraco a mano armada. ¿Cuánto tiempo llevas dando vueltas a la idea de cargarte al viejo, diez años? ¿Es que no sabes que esos dos, los matones blancos como tú los llamas, te delatarán para hacer un trato con el fiscal? Sabes que van a detenerlos. Frank Delsa dijo que van por ahí como si llevaran puesto un cartel. Creo que deberías llegar a un acuerdo con ellos, para no delataros mutuamente.
Kelly volvió a beber un trago.
—Asegúrate de que no saben que no los vi la otra noche. En realidad no los vi. No lo suficiente para jurar que son los mismos que están aquí en este momento.
Dio otro sorbo y una vez más rememoró esa otra noche, sentada en el mismo sillón y tapada con su abrigo, diciéndose: «¿Estás chalada?». Incluso considerando la posibilidad de hacer lo que Montez le pedía con la casa llena de polis. «¿Eres tonta del culo?» Volvió a sentir lo mismo que en aquella ocasión, se dijo que debía ser más lista que ellos, tener los ojos bien abiertos y encontrar el modo de salir de allí. Pensó en Delsa e intentó recordar los detalles que le había contado sobre el caso. Pensó en él y se preguntó si habría visto el desfile y qué estaría haciendo en ese momento. Siempre pensaba lo mismo cuando estaban separados.
—¿Hay alguien más implicado en esto, aparte de esos dos? ¿Alguien con quien debieras hablar? —le preguntó a Montez.
Montez dejó la información sobre las acciones encima de la cama y salió de la habitación sin decir palabra. Kelly terminó su copa y dejó el vaso en el suelo. Al levantar la vista vio al chico negro en la puerta, la habitación en penumbra, sólo la lamparilla encendida.
—Te traigo los cigarrillos que me ha dado Lloyd.
—Dale las gracias de mi parte —dijo Kelly. El chico entró en la habitación para entregarle el paquete de Slim y un librillo de cerillas, y Kelly preguntó—: ¿Ves el cenicero en alguna parte?
—Está justo ahí, en un extremo de la cama —señaló Jerome.
—Donde yo lo dejé la otra noche —dijo Kelly—. No lo veía. Puedes encender la luz si quieres.
—No me importa.
Kelly abrió el paquete y sacó un cigarrillo.
—¿Eres pariente de Lloyd?
—He venido con esos dos imbéciles.
—¿Trabajas para ellos?
—Buscamos a otro imbécil por el que ofrecen veinte mil de recompensa, pero ni trabajo para ellos ni trabajaría nunca. Soy un C.I.
—¿Qué es un C.I.?
—Informador confidencial.
Kelly encendió una cerilla.
—Trabajo para un policía de Homicidios que se llama Frank Delsa.
Kelly estaba encendiendo el cigarrillo. Apagó la cerilla de un soplido y le dijo al chico del pañuelo rojo oscuro:
—¿Por qué no me pasas el cenicero y te sientas un momento? Yo conozco a Frank.
Montez estaba en la mesa de la cocina, con Art y Carl.
—¿Seguís bebiendo?
Vio que Art miraba a Carl, que a su vez miraba fijamente a Montez, sin quitarle los ojos de encima.
—Esa zorra me ha dicho que no puede identificaros. ¿Estará mintiendo? Lo he estado pensando. Creo que ella estaba arriba cuando salisteis. Si miró desde arriba, sólo os vio la coronilla. ¿Me entendéis? No pudo veros la cara, porque llevabais puestas las gorras de los Tigers. Lo que quiero decir es que no puede situaros a ninguno de los dos en la escena del crimen.
—Lo que quiere decir es que no quiere pegarle un tiro ni ponerle una bolsa de plástico en la cabeza. Ha cambiado de opinión —señaló Art.
—No hay razón para hacerle nada —dijo Montez—. Creo que a quien deberíamos traer aquí para tener una charla es a vuestro agente, a Avern Cohn.